"Hoy la ciencia parece tener más magia que el arte", dice Alejandro Dolina y lo cita Juan Manuel Bertón. Es sociólogo de profesión y docente universitario, además de ser columnista del semanario coloniense “Noticias”.
En Los peces no lloran (2024), Bertón parte de preguntarse cuál es la razón de ser del Homo sapiens y retorna al debate de la racionalidad versus la bioquímica, la ciencia y la filosofía en torno a la alteración de nuestro planeta y su relación con la evolución de las especies y el origen de nuestra moral.
Hibrida la crónica literaria y elementos de ensayo sociocultural para intentar responder estas incógnitas a partir de diferentes encuentros con animales.
Por su obra narrativa ha obtenido diversas distinciones, entre las que se destacan menciones de honor en el Premio literario Juan Carlos Onetti de la Intendencia de Montevideo (2019) y en el concurso Narradores de la Banda Oriental (2021); también participó y fue premiado y antologado en el concurso Premio Itaú de Cuento Digital (2018); y obtuvo el primer premio del V Concurso Literario de Poesía y Narrativa convocado por Espacio Mixtura y la Casa de los Escritores del Uruguay.
En 2021, fue ganador del Sexto Mundial de Escritura, entre 6.000 participantes provenientes de más de 20 países, y donde concursaron 30.000 relatos. Su volumen de cuentos Yo una vez tuve una familia de demonios (2020) obtuvo el primer premio en el Concurso Internacional Horacio Quiroga de 2019.
¿Qué libro de otro autor/a te afectó de tal manera que te gustaría generar ese mismo efecto en tus lectores?
Leí En el camino (1957), de [Jack] Kerouac, y me di cuenta de que ya era demasiado tarde como para tener una aventura como esa; la crisis de la mediana edad me llegó a los 32 y por culpa de una novela. Me parece increíble que un texto te pueda transformar así.
Si pudieras cambiar vidas con alguno de tus personajes por un día, ¿quién serías y qué harías diferente?
Al único personaje mío que puedo envidiar es al extraterrestre perdido, del cuento homónimo. Y hasta por ahí nomás.
Top 3 de libros que más regalaste/recomendaste.
Haciendo cuentas, creo que los tres libros que más regalé son los míos, la verdad. Gentileza del mundo editorial, son los únicos que no pago. Si vamos a hablar de otros, los últimos que regalé —creo recordar— fueron La vida intrusa (2021), de Leonardo de León; Armas, gérmenes y acero (1997), de Jared Diamond y Ruido (2021), de Daniel Kahneman.
Contanos sobre una lectura que haya tenido un impacto significativo en tu vida. ¿Qué libro fue y por qué fue tan importante para vos?
Una breve historia de casi todo (2003), de Bill Bryson. Es un libro en el que se hace muy presente la reciente frase de Alejandro Dolina: "Hoy la ciencia parece tener más magia que el arte". Es un libro de divulgación científica, pero, quizás sin pretenderlo, da mucho vértigo existencial.
¿En qué te gustaría reencarnar?
La única reencarnación que me interesa es una en la que pueda recordar esta vida, pero no parece demasiado probable. Si tengo que elegir en qué, quiero volver convertido en algo que vuele, alto y lejos.
Si pudieras coescribir un libro con cualquier autor/a, vivo o muerto, ¿con quién sería y por qué?
Me gustaría robarle cosas a Felisberto Hernández (quizás deba decir “seguir robándole”); claramente no doy los tantos para coescribir nada con él. Trataría de que se me pegue algo de su don para animar objetos: “El piano era una buena persona. Yo me sentaba cerca de él; con unos pocos dedos míos apretaba muchos de los suyos, ya fueran blancos o negros; en seguida le salían gotas de sonidos; y combinando los dedos y los sonidos, los dos nos poníamos tristes”.
¿Qué libro prestaste de tu biblioteca y hasta el día de hoy no fue devuelto? ¿Y al revés?
Presté Historias de cronopios y de famas (1962), de Julio Cortázar, que además era de mi madre; lo presté hace 25 años y no lo vi nunca más. Ahora tengo El astillero (1961), de [Juan Carlos] Onetti. También es de mi madre, creo que tampoco lo va a recuperar.
¿Qué cocinás para tus amigos?
Pizzas y focaccias; las milanesas a la marinera están reservadas para mis nenites, Matilda y Sebastián.
Como lector, ¿qué te gusta encontrar en un cuento?
Me gustan los elementos fantásticos que se incorporan rápido a la historia, como sucede en La metamorfosis (1915), como sucede también en muchos relatos de Felisberto Hernández. Supongo que es por puro placer estético, no sabría justificarlo de otra forma.
¿Qué libro nunca te aburrís de releer?
He leído El extranjero (1942) muchas veces y siempre encuentro cosas nuevas. De a ratos Meursault me parece un héroe, de a ratos creo que es un monstruo, a veces me da lástima. Voy y vengo mientras lo voy leyendo, y también entre lecturas. Según mi momento vital, el libro cambia.
¿Por qué Los peces no lloran?
Porque nosotros, seres supuestamente racionales, tenemos muy poca capacidad de entender el dolor si no se nos manifiesta con lágrimas, gritos o llantos. Un par de ojos Disney, tan grandes como falsos, nos hacen tambalear; una tragedia escrita en letra impresa no nos produce —casi— nada. ¿Está bien llorar con una película y no con un informe sobre pobreza? ¿Es válido o útil hacerse esa pregunta? Spoiler alert: no tengo ni idea.
¿Por qué elegiste ese epígrafe?
“Nací en un tiempo en el que la mayoría de los jóvenes habían perdido la creencia en Dios, por la misma razón por la que sus mayores la habían tenido —sin saber por qué—”, dice Pessoa. Resume bastante mi sensación del absurdo, de ese impulso nuestro por buscarle un significado a una existencia que —aparentemente— no lo tiene.
Si tuvieras que describir tu libro en una sola frase, ¿cómo la formularías?
Mirar a un otro para intentar saber quiénes somos, a qué venimos y a dónde vamos. Segundo spoiler: tampoco concluyo nada.
¿Cuál es la reacción más inesperada que recibiste con este libro?
Recibí algunos mensajes elogiosos de gente a la que no conozco personalmente, eso ya me parece de lo más inesperado. También un listado de referencias a la pelea del hombre y el chimpancé que relato en el libro, con distintos protagonistas y en diferentes lugares.
¿En qué momento te sentiste más vivo?
Cuando fui padre por primera vez. Lo primero que pensé cuando tuve a mi hija en brazos fue: “ahora, por un tiempo, no puedo, no debo, no tengo derecho a morirme”.
Escribir para...
Calmar un impulso, como comer o dormir. No encuentro nada más fuera de eso.
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Fragmento de Los peces no lloran:
En este libro hablo de peleas de hombres y monos, de animales hervidos vivos, de cerdos que se salvan por sacarse una foto. Hablo de perros apaleados y de gente furiosa. Hablo de los animales que lloran y de los que no. Ratones muertos a alpargatazos, serpientes venenosas que terminan en una guitarra. Hablo de novillos curiosos, ingenuos y gordos, for export del Uruguay. Hablo de genética. Hablo de filosofía. Hablo de evolución. Hablo de átomos. Pero, fundamentalmente hablo de Homo sapiens. Hablo de todo sin saber de nada, con un ethos casi turístico: me quedo con lo grueso, lo grande, lo que me queda de pasada. Consumo ideas de forma temeraria e irrespetuosa, como los canadienses sesentones que creen que Cuba es sólo una playa para tomar ron y bailotear. Entonces hago la magia hotelera, y pongo a bailar a Marx, a Sontag, a Darwin, a Camus, a Unamuno, a Zitarrosa y a mucha gente más, invento unos pasitos pobremente coordinados y mezclamos todo con ron, porque sólo con ron podemos mantener ese diálogo de sordos y reírnos con las bromas inentendibles de los canadienses.
En el fondo, creo que escribo este libro porque tengo miedo; ese miedo mío se ha travestido en una obsesión. Se disfraza de una obsesión por los animales, y entonces yo lo quiero amansar; me acerco, cauteloso, lo llamo, lo intento domesticar. Pero cuando creo haber logrado amansar a esa obsesión mía y le palmeo la cabeza, me doy cuenta de que no es una obsesión por los animales: es un miedo supersticioso a la muerte. Y ahí saco la mano, rápido. Los miedos Homo sapiens son así, se disfrazan de otras cosas; se disfrazan de religiones o de equipos de fútbol o de gustos varios. Y uno anda, ahí, creyendo que los quiere.
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