Por Federica Bordaberry
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Un escritor entra en una librería parisina en una mañana de invierno. El librero le ofrece una novela recién publicada por una escritora uruguaya. Él es argentino, así que está afín a aquella cultura y, además, el título es muy parecido al de una novela que está escribiendo en ese momento. Para él también la literatura era un juego.
Por la noche, se sienta a leer. Se fascina y se identifica. No encuentra más solución que escribirle a la autora. Mandó una carta a Marcha, en Montevideo, donde ella escribía. Ella, en realidad, ya estaba en Barcelona, a donde había huido por ser perseguida por la dictadura en Uruguay.
Entonces, la carta cruzó el océano dos veces: de París a Montevideo y de Montevideo a Barcelona, a donde la mandó el antiguo editor de la escritora.
La llegada de ese texto en papel fue el inicio de una amistad romántica que sería tan sincera como cómplice de sí misma. Se fue mezclando entre las calles de París y de Barcelona, y el humor y la inteligencia de Julio Cortázar y de Cristina Peri Rossi.
Cortázar le dedicó Quince poemas de amor a Cris y, muchos años después de su muerte, Cris escribió la crónica de esa amistad y la llamó Julio Cortázar y Cris. Es, en algún sentido, la primera pieza autobiográfica de Cristina en la que habla y discurre al “papaíto de piernas largas”, como ella le decía.
Tenían una diferencia de edad de casi treinta años y, aun así, encontraron que tenían cosas en común: el amor por los dinosaurios, la ópera, los caleidoscopios, el tango, el jazz. Lo único que no compartían era el gusto de Cortázar por el boxeo y por las novelas rosa.
Julio Cortázar y Cris es un retrato doble, una autobiografía y un testimonio.
De Cortázar, Cristina conserva su voz grabada leyendo los poemas que le escribió, conserva cartas que intercambiaron, conserva recuerdos. Tanto es así, que dentro del libro hay un momento desgarrador en el que Cristina cree estar escuchando a un Cortázar vivo, pero se dará cuenta que es solamente su voz de fondo en un reclame en la televisión. Ella escribió este relato para recuperar a Julio, para salvarlo de la muerte.
“Julio no tenía cáncer. Aun las personas más cercanas o quienes estuvieron junto a él creen que tuvo cáncer. No existió nunca ese diagnóstico”, escribió Cristina, esa mujer que ahora es el tercer Premio Cervantes que tiene Uruguay (la acompañan Juan Carlos Onetti e Ida Vitale).
La muerte de Julio Cortázar, en 1984, privó a Peri Rossi de una amistad poco usual, de esa cercanía que le había hecho la vida mucho más ancha que larga (expresión típica de otro escritor uruguayo al que no referiré en esta ocasión).
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Nunca sabré por qué tu lengua entró en mi boca
cuando nos despedimos en tu hotel
después de un amistoso recorrer la ciudad
y un ajuste preciso de distancias.
Creí por un momento que me dabas
una cita futura,
que abrías una tierra de nadie, un interregno
donde alcanzar tu minucioso musgo.
Circundada de amigas me besaste,
yo la excepción, el monstruo,
y tú la transgresora murmurante.
Vaya a saber a quién besabas,
de quién te despedías.
Fui el vicario feliz de un solo instante,
el que a veces encuentra en su saliva
un breve gusto a madreselva
bajo cielos australes.
(Julio Cortázar, Quince poemas de amor a Cris)
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Por Federica Bordaberry
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