Por Diego Paseyro
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El diciembre pasado conocí al colega de filosofía Damián Baccino en una mesa de examen en un liceo capitalino. Cuestiones inherentes a la lógica de estos dispositivos de evaluación, que no vienen al caso, hicieron que fuésemos más docentes que estudiantes en aquel período y, tanto Damián como yo, no teníamos alumnos, básicamente nos la pasamos conversando sobre el mundo de la filosofía y afines. Fue allí que me enteré de la existencia de La Casa de Filosofía, creada por él junto con Fernando García y Elías Pérez, quien vive actualmente en Francia. Ellos tres son fundadores y continuadores del proyecto, que, a su vez, contó –y cuenta– con gran número de estudiantes en sus filas. En setiembre de este año el lugar cumple 10 años y, desde aquel fortuito encuentro con Damián, estuvieron rondando en mi cabeza muchas preguntas acerca de la existencia de este espacio que, como ellos mismo lo concibieron, nace como un “colectivo parainstitucional”, como una “sublevación metodológica” que permita sacar a la filosofía de los claustros y ponerla en diálogo con la realidad y con otras disciplinas, cosa que a veces en el ámbito académico no sucede.
¿Por qué perteneciendo al mundo de la filosofía nunca había escuchado acerca de este colectivo? ¿Qué actividades tienen lugar allí? ¿Mantiene algún vínculo con la Facultad de Humanidades u otras casas de estudio? ¿Es una sociedad secreta solo para iniciados? ¿Por qué mantienen un formato under? ¿Es premeditado o simplemente se dio así? Estas y otras interrogantes llevaron a que, junto con el periodista Manuel Serra y el fotógrafo Javier Noceti, fuésemos a conocer la casa, enclavada en pleno Cordón, sobre la calle La Paz, siendo recibidos muy cordialmente por Damián y Fernando, quienes nos hicieron un recorrido por la misma y nos contaron cómo funciona, su alcance, espíritu y perspectivas para este año. Una charla de más de dos horas en la que surfeamos desde la naturaleza del pensar filosófico, su vigencia en el mundo actual, su necesidad como praxis política, los fenómenos mediáticos masivos, la aparición de un nuevo sujeto diseñado por las tecnologías digitales, Netflix, la aceleración temporal actual y Max Planck. La mayor parte de esta conversación la tuvimos en la biblioteca de la casa, que, luego de donaciones y compras, conserva una cuantiosa cifra de ejemplares, cuya riqueza radica más en su diversidad que en su cantidad; incluye textos en griego y una edición de un libro de Juana de Ibarbourou firmado por ella. Asimismo, nos contaron de la editorial de la Casa, Maderamen, y de los proyectos para este año. Debido a la lógica del diálogo, no distinguiré quién responde o pregunta en cada caso, dividiendo los parlamentos entre huéspedes y anfitriones.
Antes de relatar la conversación, destaco unas palabras de Fernando García: “La filosofía es un campo de batalla. Un campo de batalla de posicionamientos y tradiciones. Y está bien que sea así. El problema es cuando alguien dice ‘esto no es filosofía‘. Ahí estás anulando a tu adversario”.

Foto: Javier Noceti
Huéspedes: Ya sabemos que, muchas veces, las taxonomías son reduccionistas, pero ¿cómo se definirían?
Anfitriones: Somos un colectivo que comparte un espacio que logró tener cierta libertad, y tratamos de ser solidarios con eso, de distintas posiciones filosóficas y políticas; pero sí somos, en su mayoría, insumisos, desobedientes y compartimos ciertas ideas anarquistas algunos, otros no tanto, pero nos movemos dentro de esos márgenes. Tratamos de ser libre pensadores, antes que nada.
H: ¿Cuál es su postura respecto a la filosofía?
A: Más que nada, volcamos la filosofía hacia el arte. No estamos en la línea científico-racionalista, que es la más hegemónica en la Universidad. Nosotros intercalamos la filosofía con la literatura, la poesía, la pintura, el cine.
H: ¿Esa interdisciplinariedad ya nace con la Casa? ¿Podemos decir que es su impronta?
A: Nace más que nada con la necesidad de encontrar otro tipo de espacio para hacer filosofía fuera de la Facultad. Si bien todos los que hoy estamos en la Casa hicimos una experiencia positiva en la Universidad, de distinto tipo, entendíamos que un grupo importante de alumnos y licenciados no encontrábamos lugar a una serie de problemas que nos interesaba abordar, fuera de ese discurso que hace a un tipo de quehacer filosófico, que pasa por un discurso mediado por las formas de publicación académica como el paper, que determinan un tipo de pensamiento que queda enclaustrado.
H: ¿Todas las actividades que se llevan en la Casa tienen el requisito de pasar por “la aduana” de la filosofía? ¿O no necesariamente?
A: No es un requisito, ni tampoco una aduana, es una invitación. Y, además, es una filosofía que, en tanto espacialidad, es solidaria, que está en la génesis, porque es brindar el espacio para aquel que lo necesite, siempre y cuando vaya en una línea crítica y se salga de las lógicas hegemónicas del conocimiento y de los esquemas de gasto-beneficio propias de las lógicas burguesas occidentales. Esa prevalencia del dominio de la utilidad de las cosas, que se vuelca al conocimiento, en tanto que la noción de producción de conocimiento de la Universidad está reglada por una utilidad material o financiera.
H: Uno pensaría que la Facultad de Humanidades debería ser parte de la resistencia frente a esas lógicas de producción de conocimiento, pero ustedes dicen que es cómplice…
A: Lo que pasa es que queda atada a los organismos de financiación de la Universidad, que son transversales a las facultades; entonces, si querés obtener financiamiento para hacer tu investigación en algunos campos, es muy difícil que un estudiante o un docente que está empezando en las humanidades, en particular la filosofía, obtenga medios para llevarla a cabo si no entra en la lógica de la utilidad. ¿Qué rol debe tener una facultad crítica? ¿Cuál es el rol social del pensamiento crítico? Dentro de esta lógica hegemónica, todo lo crítico se presenta como un gasto innecesario. Ya lo venimos viendo desde la década del 90 en distintos países, o sea, cuestionar el rol de las humanidades en el sistema capitalista.
H: En este sentido, ¿la filosofía analítica anglosajona se presenta como neutra ideológicamente, ya que se dedica a cuestiones lógicas y abstractas?
A: Es una fantasía pensar que hay una filosofía apolítica. No existe eso. Hay un compromiso político desde el momento en que digo “voy a dar presupuesto para esto y no para lo otro”. Un ejemplo claro de esto es Quine, en el 68 o 69, dando un seminario de verano en Harvard: hay una huelga de estudiantes y lo que hace es escribir una carta al rector quejándose de los estudiantes que no querían estudiar. Ahí tuvo una posición política Quine.

Foto: Javier Noceti
Una sublevación metodológica
H: Cuándo trabajaban en la Facultad, ¿en qué departamentos estaban y de qué modo podían llevar a cabo algo parecido a una “resistencia metodológica”?
A: Yo estaba en el Departamento de Filología Clásica (FG) y yo en el departamento de Filosofía Teórica (DB), y trabajábamos en un foco de resistencia, el Departamento de Estudios Fantásticos. En la rigidez de las instituciones aparece la potencialidad de la invención. Fue una sublevación metodológica. Cuando te dedicás a algo que no tiene utilidad instrumental, en una sociedad como la nuestra, eso ya es un gesto de sublevación y ese es el gesto que hemos querido sostener acá.
H: ¿Cómo uno puede formar parte del colectivo de la casa?
A: Simplemente te sumás a una de las líneas de trabajo. Hay algunos círculos concéntricos. Los que estamos desde el comienzo, que algunos vivimos acá, y luego hay otro círculo de personas que hacen actividades como instalaciones, performers, líneas de trabajo con el psicoanálisis, especialmente con la escuela lacaniana. También podés presentar un proyecto de trabajo, y eso se estudia en la Comisión de la Casa de la Filosofía, y, si interesa el proyecto, podés venir a trabajar acá.
H: ¿Eso no es un resquicio burocrático que queda en todo tipo de organización?
A: Puede ser, pero se hace muy necesario, la decisión colectiva es fundamental.
H: Por ejemplo, si es una línea de trabajo de filosofía analítica la sacan de cuajo (risas).
A: Nosotros tenemos colegas de esa línea que han venido a trabajar. Acá hay inclusión de trabajo. Ese es el espíritu, pero el requisito es que el abordaje siempre sea crítico. Hemos pasado muchas etapas con movimiento y vida, y siempre aprendiendo de las dificultades. La gente que pasa por acá es muy variopinta. Algunos que estuvieron al comienzo después se fueron a hacer sus posgrados al exterior. Han venido profesores de Francia, en particular de la Universidad París 8, con quienes tenemos vínculo.
H: ¿Cómo se lleva la filosofía con los problemas más urgentes y los que parecen menos? ¿Le queda tiempo para seguir preguntándose qué es lo bello, por ejemplo, frente a todo esto que están nombrando?
A: Pero cuidado, porque el problema de la filosofía es del momento. Es lo que tiene la intempestividad. Lo bello es un problema para el primer y para el último hombre. La filosofía tiene la humildad de ver el problema y dejar que se prolongue, porque es inacabable, de alguna manera. Y la crítica es una herramienta que se va a adaptando a las distintas generaciones. En ese sentido, lo podemos ver con todo lo que está sucediendo en el siglo XXI. La filosofía tiene que entrar en esa dimensión de los problemas, tal vez no siempre lo hace o no siempre está a la altura. A nosotros nos pasó, por allá en el 2016, con los megaproyectos que estaban dentro de la agenda política, como, por ejemplo, el puerto de aguas profundas. Se nos convocó para trabajar allí en la zona, y ahí vimos una suerte de pertinencia de la filosofía de forma cabal, y la gente estaba implicada y necesitada de la filosofía como herramienta para ayudar a pensar.
H: ¿Cuál fue el último trabajo que llevaron a cabo?
A: El último libro que publicamos es una parte de la investigación que estamos llevando a cabo sobre Íbero Gutiérrez, un poeta del 68 asesinado en el 72, cuando tenía 22 años. El año pasado se cumplieron 50 años. Nosotros tratamos una línea de trabajo actual que es sobre la memoria y la vida de Íbero, y eso tiene que ver con una posición estética, ética y política. Tres dimensiones que tratamos que se crucen. Maderamen es la editorial de la Casa de la Filosofía, donde lanzamos nuestras publicaciones y de trabajos allegados. La primera data del 2013.
H: ¿La Casa de la Filosofía implicó un parteaguas con el mundo institucional?
A: En parte sí y en parte no. Muchos miembros de la casa trabajan en la Facultad, como Ricardo Viscardi, aunque ahora está jubilado, y Alma Bolón, que es una amiga muy querida. No somos antiacadémicos. Se trata de pensar y escribir con más libertad. Por ejemplo, con Damián vamos a sacar un próximo trabajo, llamado La invención de Grecia, que creo que es el primer libro sobre filosofía griega que se edita en Uruguay. Lo abordamos desde la filología, la filosofía y la antropología, pero tratamos de ofrecer una mirada con un abordaje de distintos cruzamientos saliendo de la historicidad de los textos y tratar de colocar otros elementos en la discusión, como los fenómenos alimenticios, o los fenómenos religiosos sacrificiales, y mayor relación con la mitología. Tenemos un estilo que se mueve entre las fronteras del ensayo, pero jugueteamos con el ensayo fantástico, borgeano sobre todo. Entonces, es otro tipo de juego con la verdad, donde más que dar cuenta de un verosímil, de lo que se trata es de producir un sentido que provoque al pensamiento. Ese tipo de trabajo a veces tiene cabida, pero no en los medios académicos típicos.
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Esta es la primera entrega de una serie de notas sobre La Casa de la Filosofía, un “colectivo parainstitucional” de profesores y estudiantes de la Facultad de Humanidades.
Por Diego Paseyro
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