Por Gustavo Kreiman | @guskreiman

Ciudad Vieja es un palimpsesto. Un territorio que conserva las huellas del pasado, y en el que conviven muchas formas de existencia diferentes. Su tradición cultural sigue viva y sigue diversificando sus formas en el presente.

En el casco histórico de Montevideo, coexisten los turistas que bajan de los barcos y recorren el barrio por el día, con vecinos que viven hace años en el lugar, y que mantienen sus formas y costumbres culturales todo el año. Hay una gran variedad de propuestas gastronómicas; algunas más gourmet, otras más populares. Hay oficinas, locales comerciales, puestos de feria. En sus calles se cruzan empleados bancarios con artistas y trabajadores callejeros. Hay personas en situación de calle, hombres y mujeres vulnerables en situación de adicción o inestabilidad psiquiátrica, hay muchas bocas donde se venden drogas ilegales muy adictivas, y hay algo de criminalidad vinculada a eso.

Al mismo tiempo, hay tiendas y bares muy concurridos para sectores de la población con un mayor poder adquisitivo. Todas esas formas diferentes de existencia encuentran la manera de convivir pacíficamente en este territorio. Pero hay algo más que colabora en gran parte con esta convivencia, y que permite que el barrio despliegue uno de sus aspectos más característicos: en Ciudad Vieja proliferan los espacios culturales. Gran cantidad de músicos, luthiers, actores, productores, pintores, bailarines, gestores y muchas otras personas que le dedican gran parte de su tiempo al arte y la cultura pueden encontrar en el barrio un lugar amable donde ser como les gusta ser. Pueden encontrarse entre ellos en ese rincón de la ciudad, que se vuelve un terreno fértil para sus creaciones.

En la esquina de Sarandí y Pérez Castellano hay dos casas que en realidad forman un mismo espacio: el refugio cultural “La Madriguera”. Está gestionado por Micaela Larrocca y Tomás De Urquiza, quienes son pareja. Mantenían un vínculo con el barrio desde mucho tiempo atrás, y tenían que mudarse. Encontraron en esas casas un lugar donde materializar una manera alternativa de gestionar un espacio cultural, en el que la filosofía de la autogestión y el intercambio desde aportes voluntarios toma un papel protagónico. A ellos les gusta vincularse con artistas periféricos que no pueden acceder a los espacios de producción más centralizados.

Disfrutan de generar lógicas de intercambio creativo en las que lo económico no ocupa el lugar central. Tejen redes cooperativas y defienden la existencia de lugares de encuentro en donde pueda prevalecer lo colectivo. Ellos no tienen ningún problema con otras formas de producción más centralizadas, y de hecho también trabajan en ellas porque lo necesitan, pero defienden con el corazón y con su fuerza de trabajo la diversificación en los intercambios culturales y creativos. Se autoperciben como una alternativa a los modos más hegemónicos de producción y circulación artística. Y ponerle el cuerpo a esa alternativa desde la gestión de La Madriguera los hace sentir bien, pero además lo consideran necesario.

Fotos: Javier Noceti

¿Qué es La Madriguera? ¿Cómo funciona como espacio cultural? ¿Cómo es el equipo de trabajo que la sostiene?

Tomás De Urquiza (T.D.U.): La Madriguera nace en 2021, a partir de un proyecto personal que teníamos con Mica, que era alquilar un lugar para vivir. Nosotros veníamos de vivir y gestionar el espacio Ensayo Abierto, y teníamos ganas de mudarnos. En esa búsqueda de alquileres Mica encontró este espacio, que podía ser nuestra casa y también un lugar para crear y recibir a artistas en espacio de residencia. Vimos la oportunidad, pudimos negociar un precio accesible, y de a poco lo fuimos convirtiendo en este espacio de creación artística. Nace accidentalmente. Cuando llegamos había mucho para hacer, para limpiar, para conectar, la casa no tenía servicios. La llave nos llega en mayo de 2021, y nuestra idea inicial era empezar a trabajar como espacio cultural en octubre. Pero a fines de mayo, unos amigos se enteraron de que teníamos un espacio grande en el que podían ensayar, y empezaron a venir y a construir sus objetos para algunas funciones.

Después, en junio, también arrancamos con pequeñas actividades. El Laboratorio de Improvisación Teatral (LIT) fundó su club y empezó a hacer muestras y funciones acá. Todo se empezó a acelerar y a funcionar como espacio cultural mucho antes de lo planificado. Empezamos solo en la casa de arriba, y a fines de 2021, en noviembre, negociamos un precio también por la casa de abajo, que está conectada a esta y es de la misma dueña. La alquilamos también y empezaron a funcionar algunas cosas ahí abajo. Las dos casas empezaron a estar conectadas no solo arquitectónicamente, sino como distintos sectores de este refugio cultural.

Micaela Larroca (M.L.): El espacio tiene una filosofía que traemos desde Ensayo Abierto. A partir de la pandemia, frente a la necesidad de distintos artistas y de nosotros mismos de encontrar espacios para seguir haciendo nuestras obras y talleres sin mucho dinero, empezamos con esta idea de no cobrar un monto fijo y que la gente que viniera pudiera usarlo haciendo un aporte voluntario. Seguimos manejándonos así, y es parte del espíritu autogestivo desde el que nos gusta vincularnos. Las personas que vienen aportan lo que pueden. Eso es algo que sigue presente desde que se creó La Madriguera hasta el día de hoy, se sostiene la filosofía del aporte voluntario.

Cualquier actividad que haya acá adentro, el precio de la entrada lo pone la persona o el equipo de trabajo que lleva adelante el proyecto, y nosotros como espacio pedimos que nos den lo que puedan. Que realicen un aporte significativo por el uso del espacio, pero que sea proporcional también a sus posibilidades como grupo y su necesidad. Siempre explicamos que necesitamos también nosotros de esos aportes para sostener el espacio y seguirlo mejorando. Pero si no tienen dinero, también nos pueden dar otras cosas en el intercambio: equipos, ofrecer su trabajo para cubrir algunas de las actividades de la casa, lo que les parezca que puedan aportar. Por eso también decimos que La Madriguera no es ni un centro ni un espacio, sino un refugio cultural. Nos gusta pensarlo así.

Fotos: Javier Noceti

La definición del diccionario de "refugio" es asilo, cobijo, amparo. ¿Qué asilan, qué cobijan, qué amparan en La Madriguera?

T.D.U.: Una madriguera es un cobijo que construyen los roedores frente a las inclemencias del tiempo, para superar tormentas, por ejemplo. Y tiene que ver; le pusimos ese nombre porque antes de que llegáramos nosotros, esta casa era de las ratas. No pagaban alquiler, pero vivían acá en comunidad. Y el concepto de refugio viene de esta idea original de Mica, en verdad, de aprovechar muchos cuartos para poder asilar a artistas en espacios de residencia creativa. Refugiarlos y ser un espacio de contención; no solamente artística, sino también de conexión, de vínculo entre ellos. Nos propusimos ser un espacio para el refugio de los artistas en su momentos de residencia, pensando en que pudieran vivir acá, pero aprovechar ese estar en la casa como una instancia de creación, de encuentro.

Ese proyecto se va cumpliendo en partes, porque hemos alojado a muchos artistas. Tenemos amigos que han vivido acá durante cierto tiempo, porque por dificultades económicas no podían pagar otro alquiler, y se alojaron acá para poder seguir creando artísticamente hasta que sus condiciones económicas cambiaron. Hace poquito vino el grupo Besa, de Buenos Aires, que hizo funciones en El Galpón. Se alojaron acá mientras hacían una residencia de entrenamiento en otro lado, y ya es la tercera vez que vienen. Queremos contemplar eso en el nombre: que sea un espacio para que los artistas se refugien, donde germinen sus creaciones, sus ideas, sus mundos.

M.L.: Albergamos o recibimos a artistas que buscan salir de los espacios tradicionales de producción y circulación, ya sea por motus propio o también por las realidades del contexto de los modos que tenemos de producción. A veces, esos espacios tradicionales los terminan expulsando, o no terminan accediendo a determinadas salas o lugares. Creo que por eso es que llegan a espacios como este, más autogestivos, que rompen con esas otras estructuras que son difíciles de transformar desde adentro. Creo que La Madriguera se vuelve, para esos artistas que recibimos, un espacio en el que tienen otro tipo de libertad creativa y los invita a jugar de otra manera, por las realidades del espacio y nuestra manera de gestionarlo.

Siempre recibimos gente que es muy consciente de lo que es la autogestión. Eso pasa con todas las personas que han pasado a lo largo de estos años por La Madriguera. Nunca tuvimos malentendidos con las formas de producción, creación e intercambio. Quienes se acercan entienden enseguida cómo es el lugar, cómo hay que cuidarlo, y se dan cuenta de que nos pertenece a todos, no sólo a nosotros dos. Por eso creo que siempre terminamos recibiendo artistas que generan sus propias redes, y nosotros pasamos a ser una parte más de ellas. Trabajamos así, tendiendo redes pero sin apropiarnos ni ponernos en el centro de ellas. Eso desde La Madriguera lo defendemos verdaderamente con la acción, más allá de cualquier discurso o palabras bonitas que se puedan compartir. Es lo que hacemos, la manera en la que trabajamos, y desde ahí se produce el contagio. Recibimos a artistas con sentido de búsqueda, de romper estructuras habituales de producción y circulación, y con ganas de habitar las exploraciones creativas con libertad.

Las propuestas artísticas que ocurren en La Madriguera tienen que situarse en las particularidades arquitectónicas de la casa, un espacio no convencional para el teatro y la exhibición artística. Eso también permite vincularse con los equipos que vienen de una lógica muy diferente a la que suele darse en los edificios teatrales tradicionales.

T.D.U.: Sí, como te decíamos, eso fue un poco accidental más que premeditado. Encontramos la casa y nos servía para vivir y para tener el espacio en el mismo lugar. Pero es cierto que hay mucho de las formas en la que nos vinculamos que seguramente serían muy diferentes si lo que estuviéramos gestionando fuera un teatro. Hemos vivido con otra gente acá en distintos momentos, y convive el espacio teatral con la casa. Creo que cuando entendimos que esto podía ser un hogar para nosotros, nos dimos cuenta al mismo tiempo de que también podía ser un hogar en términos artísticos para los demás.

Porque de alguna manera, el espacio teatral es toda la casa. Lo único que se ha salvado hasta ahora es nuestra habitación, que en un principio era el espacio que mejor estaba, y por eso llevamos la cama para ahí. Pero después fuimos mejorando los espacios colectivos, o sea que ahora ni siquiera es el espacio que mejor está. Y por eso creo que han pasado cosas tan diversas. Han venido de la Facultad de Psicología y han hecho instalaciones en toda la casa. Implosivo, la escuela de actuación, hizo dos muestras de egreso utilizando todas las habitaciones de la casa, con propuestas para que el público la recorriera de manera itinerante.

Seguimos enamorados de esta idea, por las posibilidades que nos da de que los espectadores recorran la casa. Permite utilizarla de maneras muy diversas y aprovechar la arquitectura, que además es una muy particular porque es antigua, está medio derruida o a medio restaurar. Eso da infinidad de posibilidades a una obra, que por ahí resuelve su escenografía solamente ubicando al público mirando hacia determinado lugar, pero no tiene que construir una escenografía material aparte. Eso es muy lindo. El año pasado hubo una obra performática, Un cuarto propio (2024), para la que utilizaban todo el espacio de la sala como si fuera un solo cuarto. Dejaban dos o tres sillas por si alguien necesitaba sentarse, pero la invitación era a que la experiencia se viviera de pie y con las personas circulando alrededor de las performers.

Era una instalación teatral más que una obra de teatro, y eso fue así porque el equipo desarrolló la propuesta habitando las particularidades de este espacio. Muchos otros equipos también usaron los rincones de la casa de maneras muy distintas. El desafío es a nivel técnico; cómo lograr que la gente pueda aprovechar los espacios, que pueda entrar, mirar y vivir la experiencia. Ese es nuestro desafío e invitamos a los grupos que vienen a tomarlo como parte de su proceso, de la experiencia del desarrollo artístico de su propuesta. Disfrutamos que la gente se apropie, que no venga con algo que se pone en una caja negra y listo. Es lindo ver cómo los proyectos se impregnan de la estructura, del espacio, de sus puertas, de sus colores.

El hecho de que sea un espacio no convencional te demanda una mirada no convencional sobre la propuesta, en el mejor de los sentidos. Cuando las propuestas se desarrollan en la casa, se vuelven rupturistas de manera espontánea. Según quién viene y lo que quiera hacer con la casa, nosotros siempre tratamos de dar la mayor libertad creativa posible. En general eso nos trae problemas, porque se modifica mucho la manera en la que vivimos, pero lo sostenemos porque seguimos apostando a que es una manera diferente de crear que está bueno poder habilitar y defender.

Fotos: Javier Noceti

¿Por qué es necesario cuidar y albergar otras formas de gestionar y presentar propuestas culturales? ¿Cómo es su vínculo con los espacios culturales más centralizados?

M.L.: Tenemos mucha relación con otros espacios culturales más centralizados, porque desde nuestro rol y nuestro trabajo profesional de actores, muchas veces trabajamos en esos lugares más tradicionales y no tenemos nada en contra de ese modelo. Creo que los diferentes modos que tenemos nosotros de trabajar en red lo que permiten es enriquecer el propio medio. A veces hay una sensación de que vamos por caminos distintos, y en verdad me parece que todos perseguimos el mismo objetivo. Está bueno que se reconozca que hay maneras distintas de contribuir a ese objetivo común, que tienen que ver con la profesionalización de los artistas y el acceso al arte y la cultura, y que, justamente, no todos tenemos que hacerlo de la misma forma.

Nosotros tampoco tenemos todas las respuestas. Todos los días se nos generan nuevas preguntas, pero seguimos apostando por una manera alternativa de producir porque nos resulta necesario para abrir el campo de posibilidades. Hay mil cosas que nos seguimos cuestionando. Nos preguntamos cómo podemos relacionarnos más con el barrio, y creo que varios teatros y espacios culturales están en la misma. Este año muchos teatros tradicionales han hecho propuestas de salir a la calle, de llevar el arte a la vereda, como una manera de acercar el arte al barrio. Seguimos teniendo preguntas en relación con eso. Nosotros estamos en Ciudad Vieja, que es un barrio patrimonial y turístico, y hay una militancia del día a día para que estos espacios del barrio no queden solo en una única forma de producción. Que no queden solo para el acercamiento de cierta gente que tiene una gran cantidad de dinero para invertir.

Estos espacios más alternativos que hay en Ciudad Vieja también tratan de dialogar con el vecino que vive acá hace 50 años. Cuando llegamos, los vecinos se nos acercaban y nos preguntaban: “¿Qué van a hacer acá, un bar o van a vivir?”, y cuando les decíamos que éramos actores y veníamos a montar una especie de casa-teatro, los vecinos eran los que estaban más contentos con la idea.

¿Por qué creen que en Ciudad Vieja coexisten tantos espacios culturales, de teatro, música, artes plásticas y otras formas de expresión? ¿Cómo es su vínculo con el barrio y con esos otros espacios?

T.D.U.: Nuestro vínculo con el barrio se da más como vecinos que vivimos acá, que por las actividades culturales. Ese es un cambio que tenemos que hacer, lograr acercar más a la gente al espacio. Que lo habiten más, que traigan propuestas. Si bien nosotros lo decimos, no hemos generado todavía instancias de apertura o convocatorias más permeables. Nos cruzamos con los vecinos en el almacén, en la calle, y tenemos la mejor onda, pero la verdad es que no resulta tan fácil que se acerquen o se interesen por las propuestas que hacemos. A veces salimos afuera con el medio tanque, hacemos asado, y conversamos con la gente de la cuadra. También los saludamos todos los días desde la ventana y está todo legal, hay tremenda buena onda.

Saben que somos artistas y nos felicitan cuando nos ven pintando la puerta, remodelando, arreglando algo. Siempre nos ven cargando cosas y están pendientes, pero la verdad es que no se acercan a ver las funciones, y nosotros tampoco hemos desarrollado una propuesta que les resulte de interés verdaderamente. Una muy buena experiencia en ese sentido, de arte en la calle, fue un toque que organizamos a fin del año pasado acá en la esquina, en la Peatonal Sarandí. Tocó Mario Villagrán, y creo que ese fue el momento de mayor contacto real con el barrio. La gente se acercó, trajo su reposera, se sentó en sillas que nosotros habíamos puesto también, pero me parece que es porque estaban de pasada, escucharon música y se quedaron. Como decía Mica, hay un muy buen vínculo con la vecindad. Nos parece que los vecinos están agradecidos de que estemos acá, porque este lugar estuvo deshabitado como 20 años, pero no hay un intercambio cultural real. Es un debe que tenemos y nos gustaría trabajar en eso este año.

M.L.: Ciudad Vieja es un barrio histórico, entonces hay algo que siempre llama a propuestas culturales. Viviendo acá nos dimos cuenta de que el barrio tiene grandes temporadas turísticas, meses donde el barrio se llena y hay un montón de despliegue, músicos tocando en la calle, muchos bares. Eso casi siempre está atado al turismo extranjero. Son propuestas para gente que llega, se baja del barco, transita por el barrio, ve lo lindo que es. Pero después ese turismo se va, esos meses pasan, y hay algo que vuelve a parecerse más a una realidad concreta del barrio, que tiene que ver con esto. Con personas que viven acá hace años y tienen su cotidianeidad, la historia de su vida, la de sus familias.

El barrio se vende bien porque es el más histórico, es el casco antiguo de Montevideo. Pero también hay algo que sucede con las propuestas culturales, y es que cuando esa temporada de turismo desaparece, hay mucho que se vacía. Y me parece que es en esos momentos donde tienen mayor importancia o relevancia los espacios culturales. Como decís, hay muchos espacios teatrales, muchos talleres o ateliers de pintores, hay mucha oferta musical de distintos géneros. Creo que son esos espacios los que siguen sosteniendo actividades culturales independientemente a los momentos de mayor flujo turístico. Esos espacios sostienen las actividades todo el año, y por eso es importante estar conectados, vincularnos, y ser conscientes de que nuestra propuesta tiene que tener en cuenta a ese público que vive y transita la Ciudad Vieja todo el año.

También hay algo de la realidad que es que a uno le encantaría trabajar mucho más, conectarse mucho más con los otros espacios, pero a veces el día a día no te lo permite, no te deja expandirte tanto. El propio espacio te exige un caudal de laburo muy grande. Siempre hay ganas y millones de ideas para vincularse con otros espacios vecinos, ideas para seguir mejorando, pero literalmente a veces se te va la vida en mantener éste, y además estar presente en los otros trabajos que te permiten generar los ingresos para vivir, para seguir aportando a las mejoras de La Madriguera.

Desde La Madriguera no solo alojan proyectos de otros, sino que también desarrollan los propios. ¿Cómo se organizan para poder ser anfitriones y también hacer uso del espacio como creadores?

T.D.U.: Eso va subiendo y bajando en la balanza, digamos. Con Animalismo Teatro, nuestro grupo, pudimos habitar realmente el mundo simbólico y material de la casa. Con Sueño de la procesión de sus muertos (2024), la obra que hicimos, pudimos tener funciones por tres años, y eso fue muy hermoso. Además, Animalismo como grupo dio tremenda mano, no en un sentido metafórico sino literal, de mano de obra. Empezamos a ensayar en la casa de abajo cuando todavía estaba muy desmejorada y Animalismo fue protagonista de la renovación, del acondicionamiento del espacio para poder hacer la obra. Con eso sí pudimos ser egoístas en el mejor de los sentidos, y sentir que todo el trabajo que hacíamos también era para nosotros. Es muy placentero combinar eso con la recepción de otros también.

Nosotros trabajamos mucho en otros teatros, como decía Mica. Desarrollamos proyectos como actores y diseñadores en otros lugares, La Madriguera no es nuestro centro de exhibición exclusivo. Pero eso también permite que nos vinculemos con personas de otros proyectos y que les venga bien venir a habitar la casa, ensayar acá. Nosotros también ensayamos mucho acá, pero no todas las obras que ensayamos se hacen acá. Y tenemos la certeza de que muchos amigos recurren a este espacio. También muchas personas que vienen se vuelven nuestros amigos, porque el espacio invita a crear y a vincularse desde un lugar piola con el otro, y eso es muy satisfactorio.

Fotos: Javier Noceti

Se los conoce por tejer redes cooperativas con grupos de otras zonas de Uruguay, así como grupos internacionales. ¿Por qué les parece significativo vincularse con creadores de otros lugares? ¿Qué encuentran en esas redes que las formas de producción más centralizadas no les otorgan?

M.L.: Nosotros prestamos bastante atención a vincularnos con creadores de afuera de Montevideo y a encontrar las maneras de recibirlos. Cada vez que alguien del interior nos escribe le dedicamos un buen rato a ver la manera de darle asilo, refugio, ya sea para quedarse acá o para hacer sus funciones en la casa, y lo hacemos porque en general son quienes más difícil la tienen. Las personas del interior o de afuera del país son quienes tienen menos redes tejidas en Montevideo, que es donde hay más público, y por eso más oportunidades para hacer funciones. No nos llueven pedidos, no es que todas las semanas nos escribe alguien, pero sí podemos decir que le prestamos especial atención a eso, y siempre vamos a tratar de darle lugar a alguien que nos pida. Sobre todo si es del interior o si son grupos emergentes. No hacemos una curaduría artística. Tratamos con seriedad todo lo que nos llega pero no filtramos, no pedimos currículums, no tomamos decisiones con base en nuestro gusto o en nuestra idea de teatro.

Con la gente del interior nos sentimos muy conectados por estas maneras de hacer, justamente, como si hubiera algo de la sensibilidad que tenemos en común. Con Tatú Teatro nos pasa, por ejemplo. Maricruz y Gabriel tienen un teatro en el Cabo Polonio. Nosotros no nos conocíamos y nos encontramos en Ensayo Abierto, pero la relación sigue hasta el día de hoy y nos hicimos grandes amigos. Hay una brecha generacional de 40 años entre nosotros, pero cuando nos vimos nos reconocimos como en un espejo. Ellos están en Rocha, en Cabo Polonio, que más allá de lo turístico es un lugar con mucho menos alcance cultural, y a ellos económicamente no les sobra nada.

Tienen su teatro ahí, uno chico, pero que está funcionando hace 30 o 40 años. Cuando nos encontramos, más allá de cualquier brecha generacional, nos reconocimos mutuamente en los valores, en los pensamientos, en una manera de accionar parecida para con sus obras y su teatro. Ellos también construyen y reconstruyen su teatro, tienen algo de la autogestión muy arraigado. Para mí eso es muy propio de Uruguay; como artistas nos movemos, nos autogestionamos, trazamos redes. Y a veces los grupos que vienen del interior, como en el caso de Tatú Teatro específicamente, la única manera que tienen para que sus obras existan o sus creaciones puedan salir de su lugar de origen es esta, trazando redes con otros espacios autogestivos.

Volviendo a tu pregunta, me parece que se nos conoce por eso porque con la gente del interior hay algo de reconocernos en las formas. Por la realidad que vivimos, por la falta de dinero, por la búsqueda de algo distinto, por no tener a veces ese foco cenital que te apunta desde arriba y te da visibilidad hagas lo que hagas. No tener ese foco alumbrándote encima siempre nos permite manejarnos de una manera más alternativa, de habitar espacios de maneras más diagonales. Creo que La Madriguera no existiría si tuviera el foco prendido todo el tiempo, y por eso podemos vincularnos bien con gente que tampoco lo tiene.

Creo que por eso estar juntos nos hace más fuertes. Nuestra necesidad no es la de alcanzar ese foco cenital, sino justamente, poder seguir haciendo un poco al margen, a la sombra de lo más visible o lo más expuesto. Hay algo de la sensación de hogar acá que tiene que ver con eso. Nos han dicho algunas personas cuando vienen acá que se sienten como en Colonia o en Rocha, por las maneras que tenemos de ser y de habitar la casa. Eso se replica pese a que estemos en uno de los barrios más conocidos de la capital. Para nosotros eso es hermoso, lo tomamos como un elogio y nos da una guía, una referencia sobre cómo seguir.

Hay un posicionamiento ético o político alternativo en su forma de gestionar el espacio. ¿En qué medida es espontáneo y tiene que ver con su manera de ser y concebir el arte, y en qué medida también tiene algo de activismo o de militancia?

M.L.: Nosotros muchas veces nos cuestionamos, o el sistema nos hace cuestionar nuestro modo de producción. A veces se nos exige que entremos en otros modelos para que nos habiliten o podamos tener otro alcance. Pero ahí también está la encrucijada, nos preguntamos hasta qué punto estamos dispuestos a ceder para entrar en esta otra plataforma o circuito. Al principio, La Madriguera estaba más en un nicho interno; no era tan conocida, y hoy por hoy sucede que el espacio es bastante conocido en lo que es el circuito independiente. A veces también nos cuestionamos cómo relacionarnos con esa visibilidad, qué tanto contraponernos o qué tanto tenemos que ajustarnos en cómo trabajamos en relación con eso. La visibilidad también te hace cuestionarte qué lógicas o qué sistemas de producción querés alimentar.

Acá en nuestro espacio tenemos capacidad para 30 espectadores como mucho. Para poder albergar más gente, ¿qué tendríamos que hacer, qué tendríamos que modificar? ¿Podríamos seguir con la misma filosofía si se expande mucho? Y ahí es donde entran estos cuestionamientos de cómo nos gustaría que siguiera funcionando el espacio. Creo que ahí lo que se pone en juego también es una pregunta acerca de la convivencia de los modos de producción. ¿Se puede dar que haya espacios que funcionen de esta manera y coexistan con espacios que funcionan de otra?

A veces lo burocrático te termina comiendo, y a nivel legal o de reglamentaciones de la Intendencia, no se conciben otros modelos. Creo que es como la puja que se da todo el tiempo. Y creo que por eso a veces los espacios culturales no perduran y se terminan desarmando. A veces es por problemas de los colectivos, pero otras veces es porque también hay algo del sistema que te tranca y no te permite seguir sosteniendo estas formas de producción más diversificadas. Por eso para mí es importante esto que hablábamos en la pregunta anterior de defender esta periferia, defender la marginalidad desde la militancia. Hay algo político que defendemos con estos espacios, que tiene que ver justamente con la posibilidad de que haya otras maneras de hacer. Creo que esa discusión a veces no se da, porque muchas veces desde las políticas públicas se contemplan reglamentaciones o incluso hasta apoyos beneficiosos, pero para una lógica de producción única.

T.D.U.: Ahora en la Intendencia, desde la Junta Departamental, se está tratando una normativa nueva para espacios culturales que busca darle la oportunidad a este tipo de espacios autogestivos. Están discutiendo la manera de habilitarlos sin tener que pasar por la creación de una asociación civil o una cooperativa de trabajo, que son trámites carísimos y muchas veces no contemplan el modo de gestión de lugares como el nuestro. Nosotros somos dos que llevamos adelante el espacio, con un montón de amigos, compañeros, colegas que colaboran de distintas maneras y lo hacen posible, porque obviamente si estuviéramos solos no podríamos.

Pero colaboran como amigos, o como decíamos, dan su trabajo como intercambio por el uso del espacio. Son colegas que se acercan y ofrecen ayuda y la aceptamos: desde pegar una barrida a abrirle a alguien que necesita ensayar, a llevar a una llave, a atender la cantina en algún evento. Nos enteramos de que desde el Departamento de Cultura están en tratativa una serie de políticas en las que podríamos encajar, pero obviamente vamos a tener que atenernos a un montón de exigencias. A veces, la relación costo-beneficio en las adaptaciones a esas normativas implican renunciar a la forma de trabajar que queremos defender.

Es difícil pensar en un único modelo de gestión que pueda funcionar para formas de producción tan diversas como las que hay en el medio, pero por eso es importante que puedan existir distintos espacios con modelos de gestión diferentes.

M.L.: La cuestión siempre es la económica. El rédito que se le saca al espacio. Lo que se le pregunta a este tipo de espacios siempre es qué tan redituable es, para que pueda aportar en los impuestos o en sus obligaciones de una manera acorde. Y la verdad es que para nosotros, como gestores, no es redituable. Nosotros terminamos poniendo plata de nuestro bolsillo para que exista. Más allá de que sea nuestra vivienda, ponemos plata para bancar el lugar, para que pueda albergar a otros artistas. O compramos equipamiento, o ponemos horas de laburo incuantificables que no cobramos. Y las personas que lo usan también aportan su tiempo de trabajo, no solo para sus obras, sino también para el espacio en sí. Para arreglar una pared, para mejorar el piso.

Pero más allá de lo hermoso que es eso para nosotros, de la filosofía que nos permite poner en práctica, lo concreto es que si lo pensás en términos económicos, no es redituable. Eso siempre genera una dicotomía por el sistema en el que vivimos. Son espacios muy lindos de defender, muy lindos de tener, pero también somos conscientes de que alguien que viene a hacer una obra acá, va a generar una cantidad de ingresos mucho menor a la que podría generar si las hace en otro lado.

Nuestra filosofía de aporte voluntario lo que intenta hacer también es correr el dinero del lugar central en las relaciones. El dinero siempre va a estar, porque vivimos en el mundo en que vivimos. Pero que eso no sea la prioridad para intercambiar o para encontrarnos, también hace que ese encuentro sea más real. Y eso nos parece fundamental en una era donde somos tan virtuales. Hay algo que consciente o inconscientemente nos sigue dando la sensación o la respuesta de que esta es la manera en que queremos hacerlo. Por los encuentros que tenemos y por el tipo de intercambios que se dan, que están por fuera de lo que es pensar en la plata como la variable principal de nuestras actividades.

Fotos: Javier Noceti

Esa filosofía también los ubica en la periferia de algunas imposturas vinculadas con la visibilidad, en relación con lo que hablaban. ¿Cómo llevan adelante esta filosofía teniendo en cuenta que los lugares de exposición cultural actualmente están muy relacionados con lo digital y ciertas pretensiones de masividad?

M.L.: Creo que la fama o ese lugar un poco más superficial de la exposición, nos llega por nuestros laburos individuales. Y a veces la gente se sorprende y nos pregunta cómo hacemos para hacer convivir eso con nuestra manera de gestionar La Madriguera. Yo creo que si tuviera que elegir, seguiría defendiendo estos espacios y podría renunciar a lo otro. Si un día me dieran a elegir por dónde seguir, yo creo que renunciaría a ciertas bondades o privilegios a los que puedo acceder como actriz de teatro o de algunas cosas audiovisuales que he hecho, para que prevalezcan estos espacios y no esos espacios más superficiales o las partes más superficiales de mí. Por supuesto que es necesario, y lo necesito para vivir, pero más en términos individuales. Creo que acá hay algo de lo colectivo que prevalece, y esa conciencia de lo colectivo, de lo que está más allá de la individualidad, para mí es más importante que cualquier beneficio que me pueda dar la exposición de mis logros personales en mi carrera individual. Y eso también es una fuerza frente a la realidad cotidiana y a la impostura a la que el mundo digital nos invita a veces.

¿A quiénes les gustaría invitar para que se acerquen y a quiénes no? 

T.D.U.: Hace poco recibimos al grupo BESA, de Buenos Aires. Yo soy argentino y hay mucha gente de allá que viene a Uruguay a los que les llega mi contacto, y con el grupo Besa pasó así, y por eso vino tres veces. Hicieron funciones en otro lado pero se alojaron acá. Y esta última vez pudimos concretar algo que teníamos ganas hace mucho que fue hacer un intercambio artístico, creativo, es decir, no sólo que se alojen, sino que también nos dimos un tiempo para entrenar juntos, ellos como Besa y nosotros como Animalismo Teatro. Hicimos un entrenamiento colectivo, y creo que ahí está un poco la riqueza de los intercambios. Eso nos encantaría que siga pasando. Nos encantaría invitar a más grupos a generar intercambios creativos como ese, más allá de brindarles el espacio para alojarse o para ensayar.

Nos encantaría también intercambiar más con gente de afuera de Montevideo, como hablábamos. Si es gente que viene con ganas de crear poniendo el foco en lo artístico y no tanto en lo comercial, siempre le vamos a decir que sí. Nos encantaría poder generar más residencias también, algo que tenemos pendiente, y ojalá a futuro lo podamos hacer es que la gente que venga a alojarse para desarrollar proyectos pueda recibir algún tipo de acompañamiento o tutoría en su proceso creativo. Seamos nosotros, o generando redes con los otros grupos con los que estamos vinculados. Que venga alguien del interior y pueda recibir tutoría de Maricruz y Gabriel de Tatú Teatro, por ejemplo, o que ellos sean los dramaturgos o los guías. Estaría buenísimo. Tenemos muchas ganas de hacerlo pero necesitamos financiamiento porque hay que poder pagar a los tutores por ese trabajo.

M.L.: Yo voy a responder de una manera más sensible, pero bueno, me hago cargo. A mí me encantaría seguir recibiendo a la gente que siente que no pertenece a ningún lugar en concreto. Me encantaría que el espacio siempre esté habilitado a eso, que sea un lugar para recibir a la gente que rebota de otros lugares, que es expulsada de otros ámbitos, o a gente que es más nómade. Siento que esa es la gente que pertenece a este lugar aunque aún no lo conozca. Y la gente que ya vino y lo habitó, por supuesto, que siempre va a seguir siendo bienvenida. Y respecto a la gente que no me gustaría invitar o que no me gustaría que vengan, creo que ya nos ha pasado, que el propio lugar repele a las personas que llegan a la casa con algún tipo de especulación monetaria.

Nos han llegado propuestas de personas que quieren invertir acá pero con una dinámica media rara, muy funcional al mercado y a lo comercial, y creo que la casa sola termina escupiendo ese tipo de dinámicas. Y para mí está buenísimo que así sea. Cuando alguien se acerca a la casa y ve en la estructura o en la arquitectura una posibilidad de hacer guita, que quiere llevarlo a ese lugar de explotación y especulación monetaria, casi siempre se da cuenta de que acá no estamos para eso. Siempre estamos atentos a cómo mejorar nuestras condiciones de trabajo y nos seguimos cuestionando en relación con eso, pero creo que nunca nos vamos a doblegar, nunca vamos a trabajar desde formas de producción que no tengan una ética cooperativa.