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Contenido creado por Sofia Durand
Música
Poesía pura

La Serena: el festival que abraza la diversidad y se pone al servicio de la música

Un año más, La Paloma se convierte en un sitio de encuentro para músicos y espectadores de diversas nacionalidades.

08.01.2025 19:21

Lectura: 9'

2025-01-08T19:21:00-03:00
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Por Sofía Durand Fernández
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Llega un video por WhatsApp: Daniel Drexler cumplió con la promesa hecha minutos antes, en la llamada telefónica, de mostrar lo que estaba ocurriendo a unos metros.

Aproximadamente 30 personas reunidas alrededor de una mesa de madera, algunos acompañando con guitarra, percusión, e incluso piano; otros bailando y aplaudiendo. Están cantando “La ventanita”. En realidad, lo que están haciendo es disfrutar de hacer y escuchar música en compañía.

La calma y gratitud de Daniel se filtran en su voz. Sea al hablar de la casa familiar cerca del Faro de Cabo Santa María, donde él, sus hermanos y sus primos se criaron, o al explicar la emoción que siente por ver que, año a año, el festival La Serena crece.

Se puede vivir La Serena como espectador, como artista, o desde ambos lugares, y cada rol abarca diferentes dimensiones. Daniel lo vive de una manera incluso más cercana, sobre todo tras la pérdida de Günter Drexler el año pasado, su padre y “el último que quedaba de la generación de arriba”.

Este año, el festival cuenta con cuatro escenarios y una grilla que incluye artistas de varios países, como Brasil, España y Argentina. ¿Cómo se sostiene un festival que aboga no solo por la música, sino que también por la diversidad y el cuidado ambiental? Siendo consecuente. Para Drexler, la impronta es clara: “el cuidado de la zona, de utilizar el festival como una herramienta de generación de conciencia, de comunidad, de valores positivos con relación al cuidado del medioambiente, de la zona y de las personas”.

Daniel lo define como "poesía pura". Según él, volver a presentarse en otras partes tras haberlo hecho en el festival requiere un ejercicio de acordarse que "no es tan fácil". Porque La Serena tiene como bandera el disfrute. 

Del 2 al 9 de enero, el festival La Serena reivindica a La Paloma como el centro cultural que supo ser.

Cortesía de la producción

Cortesía de la producción

Desde la perspectiva de artista, ¿qué ambiente se respira en el festival?

El ambiente es lo que hace que esto sea diferente a cualquier otro festival del mundo. Acá la gente llega a compartir, a pasar las vacaciones juntos. Nos gusta decir que es un no festival, porque la gente vacaciona y en paralelo hay conciertos. Acá atrás, mientras yo estoy hablando contigo, hay un infierno prendido, hay no menos de 40 personas cantando en unísono. Eso después abre seudópodos hacia el centro de La Paloma y hacia los diferentes escenarios, que es la punta del iceberg, lo que la gente ve desde afuera. Si vos quisieras hacer un festival con una grilla de 35 artistas de 40 países diferentes, incluyendo 10 Grammy Latinos del 2024, el presupuesto es imposible de adaptar. Lo que pasa es que los músicos vienen solos, se pagan un pasaje de avión y llegan, a lo sumo tienen un viático. Esto no tiene precio, es impagable.

¿Cuál creés que es el valor de un festival así, en el interior del país, para un territorio tan centralizado como Uruguay?

Tengo la sensación, y la comparto con mis hermanos, de que nosotros tuvimos una bendición en la vida: que a mis abuelos se les haya ocurrido hacer, en 1950, una casa por el faro. Ahí nos criamos nosotros, éramos 9 primos, incluyendo a Ana Prada, con guitarras y tablas de surf. Todo eso hizo que quedáramos, de alguna manera, ligados a esta geografía y siento que para mí siempre fue una fuente infinita de cosas increíbles. Tenemos la impresión de que, quizá, el festival a lo largo del tiempo se vaya transformando en una devolución hacia este lugar. Es mágico y único en el mundo, además de ser una encrucijada entre el mundo hispanohablante y los lusófonos. Eso hizo que se propiciara un dialogo entre Brasil, Portugal, España y el resto de Latinoamérica que en otros lugares no es tan fácil que se dé. Para Jorge y yo, que estamos por Latinoamérica tocando, nos hemos dado cuenta de que en Latinoamérica y en la península ibérica es muy difícil encontrar lugares donde el portugués y el español dialoguen, y en Uruguay eso se da de una forma natural, sobre todo acá en Rocha.

Nos fuimos dando cuenta de una forma muy rara. Esto arranco en el 2008 y de golpe dijimos: “che, acá estamos haciendo canciones en español, en portugués, en portuñol. Es una especie de laboratorio creativo donde están dialogando estos dos universos que en el resto de Iberoamérica están de espaldas”. Ese potencial es enorme, descomunal, que no solo constituye a Uruguay como país bisagra de estos dos mundos. Si esto nosotros lo empezamos a ver como un potencial y lo reconocemos, lo aprovechamos y lo potenciamos. La forma en la que está creciendo me hace tener mucha esperanza de lo que va a pasar en los próximos diez años.

Cortesía de la producción

Cortesía de la producción

El cine de La Paloma también se ha visto contribuido, al ser recuperado por la organización del festival.

La Paloma tenía una impronta cultural antes de la dictadura muy linda. Después eso se perdió. No te olvidés que la primera vez que Jaime Roos tocó fuera de Montevideo fue acá, la primera vez que Zitarrosa tocó fuera de Montevideo fue acá, en La Paloma. Este era el lugar natural en el que los músicos que estaban en el movimiento de la canción uruguaya durante la década del 50 y 60 salían a tocar por primera vez fuera de Montevideo. A nosotros nos interesa mucho reconectar con esa tradición.

¿Es una retribución a todo lo que ese lugar te ha dado?

Lo primero de todo es que es una cuestión de absoluto placer, tanto para mí como para mis hermanos, en un año como este en el que perdimos a mi padre, que era el último que quedaba de la generación de arriba, sentir que nuestros hijos y todos los sobrinos, que son como 11, están todos acá disfrutando de lo que está pasando. Es una forma de devolverle no solo a la zona, sino también a la vida, la gratitud que tuvo con nosotros. Nos criamos todos juntos, en la playa, en el este de Uruguay, arriba de las rocas, al lado de un faro de cincuenta metros de alto. O sea, poesía pura. A nosotros nos da mucha alegría poder continuar con todo eso.

A diferencia de otras presentaciones, ¿te preocupás por cómo puede salir o solo disfrutás? 

Esto es fuego, es arrimar una piña y el fuego se prende solo. En el público que tenés, altos de la serena tiene una capacidad más o menos para 300 personas, ya las entradas están agotadas. Es como arrimarle un fósforo a una montaña de piñas, el fuego se prende solo. ¿Sabés lo que nos pasa a todos los que tocamos acá en La Serena? Que cuando volvemos a tocar afuera, nos acordamos de que no es tan fácil. Cuando tocás acá todo es muy fácil, arrancás con un estribillo y tenés a 20 personas haciéndote coros en cuatro voces diferentes, uno que se arrima con un acordeón, el otro que se arrima con un bajo, otro con un violín, otro con una guitarra, percusionistas de todos los colores. Es tan fácil y lindo que después cuesta acostumbrarse a la situación normal de salir a defender un concierto.

Cortesía de la producción

Cortesía de la producción

El crecimiento del festival es notorio. ¿Existe un miedo de que el control se pierda y el espíritu de La Serena cambie? 

Nosotros tenemos un ejemplo muy cercano que nos marca, por la positiva y por la negativa, que fue el Carnaval de La Pedrera. El Carnaval de La Pedrera comenzó siendo una preciosura, fue recuperar los carnavales de la época del 30, las familias en la calle y las guerras de agua, los disfraces. Y de golpe eso se desmadró, de una manera que terminó siendo una pesadilla. Y se terminó cancelando, era un evento feo al final, un evento violento. Yo tengo una esperanza de lograr que eso no pase acá, que esto siga creciendo de la manera linda y amorosa en la que está creciendo en este momento. El tiempo dirá, pero estamos muy atentos. Te pongo un ejemplo, hicimos un esfuerzo enorme con Jorge para bajar a la gente que estaba arriba de las dunas porque estamos tratando de cuidarlas, sabemos que las dunas de la playa de la serena son las que hacen que la playa siga siendo preciosa y no se la haya comido el mar como paso con costa azul, aguas dulces, con tantos lugares en la costa de rocha. Esa impronta está muy marcada en el festival, el cuidado de la zona, de utilizar el festival como una herramienta de generación de conciencia, de comunidad, de valores positivos con relación al cuidado del medioambiente, de la zona y de las personas.

No solo hay asistentes de diversos lugares, sino que también hay un amplio espectro de edad, ¿esto se tiene en cuenta al armar la grilla? 

Nosotros tratamos siempre de que sea un lugar abierto e inclusivo con relación a las edades, a la religión, a los grupos étnicos, a las nacionalidades, a lo que sea. La gente es bien recibida y aparte de eso hemos tratado siempre de que haya un diálogo intergeneracional. Por eso este año van a estar Tadu, Valuto, KNAK y Davus, que es música urbana montevideana, de una generación de 20 años que están haciendo cosas maravillosas y están acá con un estudio móvil, un camión enorme con un estudio adentro. Fuimos a buscarlos, a nosotros nos interesa mucho que esto no quede fosilizado, que se proyecte en el tiempo y en la geografía.

Por Sofía Durand Fernández
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