Por Juampa Barbero | @juampabarbero
Todo fanático del terror necesita, cada tanto, una dosis de adrenalina. Es una cuestión corporal, casi como la abstinencia.
Con la reciente llegada de Maxxxine (2024), el fandom quedó polarizado entre los que la encuentran una obra maestra y quienes, desilusionados, demandan que no alcanza la vara impuesta por el impacto de X, ni la visceralidad de su precuela, titulada Pearl, ambas del 2022. Sea una u otra, lo que ahora realmente importa es otra cosa. Es la consagración definitiva de la dupla conformada por Ti West y Mia Goth como referentes indiscutidos para una nueva generación sedienta de sangre, sexo, gritos, gritos y más gritos.
Siendo más incisivo, todo fan del terror conoce la fórmula al pie de la letra y, sin embargo, siempre demanda que vuelvan a ella. Para manipularla como plastilina, aplastarla, hacer circunferencias con giros absurdos, deformarla de tal manera que parezca haberse desprendido del embrión. Algo completamente nuevo en una paradoja donde no existe la novedad, porque según Ti West, todos los caminos conducen a Hitchcock.
Pero eso no es todo. A lo largo de la Trilogía X, el cineasta norteamericano no sólo se metió con otros titanes de la talla de Tobe Hooper, Brian De Palma y Darío Argento, sino que hizo del metarrelato el doble filo de su navaja. Algo que inspiró muchísimo a Martin Scorsese, quien se encargó de aumentar el hype por la tercera parte, fundamentando la importancia de su existencia en una entrevista con el New York Times.
Según el octogenario director de Taxi Driver (1976), se trata de “un tipo diferente de terror, relacionado con distintas épocas del cine estadounidense". Además, Scorsese profundiza al respecto: "X es la era slasher de los 70, Pearl por su parte va más al melodrama de los años 50 en colores vivos y saturados, mientras que MaXXXine se centra en el Hollywood rancio y desesperado de los años 80”.
¿Cuál es el núcleo de la trilogía? Una chica que, sin importar cómo, quiere fervientemente convertirse en una estrella. Esta es una excusa suficiente para construir un puente entre distintos períodos y estilos. Como si hacer películas de miedo fuera un sueño glamoroso, las de Ti West y Mia Goth, en palabras de Scorsese, son “tres historias conectadas que transcurren en tres momentos diferentes de la cultura cinematográfica y que reflejan la cultura en general”.
En las entrañas de un Texas rural y agrietado, X nos adentra en una historia desenfrenada y magnética. Una granja solitaria, un grupo de jóvenes con ansias de hacer porno de calidad y un par de ancianos poseídos por la decadencia, conforman un cuadro macabro, retrato de un fan atravesado por Leatherface. Mientras la cámara se pasea por cuerpos radiantes y arrugas marchitas, creando una tensión palpable entre la vida y la muerte, Ti West le rinde tributo a la descomposición y al poder corruptor del deseo con una película horrendamente sexy.
En un mundo pintado con colores pastel y sueños rotos, la precuela desentraña el origen de un mal ancestral. Mia Goth entrega una actuación intensa al explorar las múltiples facetas de Pearl: la joven inocente, la mujer ambiciosa, la psicópata en ciernes. Su transformación es gradual, pero inexorable, y su descenso a la locura es tan fascinante como perturbador. La actriz logra transmitir la frustración, la soledad y la obsesión de una manera tan desgarradora, que resulta imposible no empatizar con ella, a pesar de sus actos atroces.
La actriz británica no solo ratifica su protagonismo en la franquicia encarnando un segundo papel, sino que además se volvió viral con algunos memes que maximizaron sus singulares expresiones. El alarido a garganta rota, “I’m a star, please, I’m a star”. Ella mirando el horizonte arrodillada con su vestido rojo y el maquillaje corrido. O, incluso, la enorme sonrisa durante la secuencia de créditos, que revela un personaje tan trágico y fascinante, una víctima de su tiempo y de sus propias limitaciones, una joven empecinada a conseguir la vida que se merece. Todo eso es más que suficiente para referir a miles de situaciones en el delirio ciberespacial.
En la meca del cine, Maxxxine encuentra su lugar bajo los focos cinco años después de la tragedia de X. Pero la fama tiene un precio, y la sombra del pasado la persigue sin descanso. West cierra la trilogía con una película que combina el horror con el neo-noir, el slasher con el cine de explotación, y el libertinaje con el puritanismo. Maxine es una antiheroína compleja, marcada por el trauma y la violencia en un laberinto de espejos, donde la realidad y la ficción se entrelazan de manera resplandeciente.
No son muchos los momentos a lo largo de estas tres películas donde se salta de miedo. Es cierto. Pero vale la pena aclarar que el terror no solo existe para asustar, sino que también para incomodarnos y hacernos ver lo que evitamos a diario. Ti West se sirve de la trilogía para apuntar directamente al éxtasis del fanatismo y honrar la floración del género con tantos colores como espinas y tanto perfume como veneno.
Ti West desvía el rumbo de A24 del mal llamado "terror elevado", que categoriza películas como The VVitch (2015), Midsommar (2019), It Follows (2014), entre otras, hacia un slasher de pura cepa con reminiscencias a Psicosis (1960), La Masacre de Texas (1974) y El pájaro de cristal (1970). Su musa maldita, Mia Goth, es la Final Girl contemporánea, tan sensual y desquiciada, que aspira tanta cocaína como triunfar en la industria con líneas descorazonadas.
Pero, ¿cómo llegó hasta acá en la realidad? Con un CV de lujo, codeándose con directores de primera. Desde su papel en Ninfomanía Vol. II (2013), de Lars Von Trier, hasta Infinity Pool (2023), de Brandon Cronenberg, pasando por High Life (2018), de Claire Denis y Suspiria (2018), de Luca Guadagnino, la actriz de 30 años se convirtió en una de las grandes promesas de Hollywood. Hoy, con su mirada angelical y demoníaca a la vez, se sienta en el trono como nueva Reina del Grito, un lugar que ocuparon figuras de la talla de Jamie Lee Curtis, Heather Langenkamp y Neve Campbell.
Aunque esto parezca un catálogo de Blockbuster, la Trilogía X, más que ser una simple copia, toma prestados elementos de ciertos clásicos para construir una narrativa propia. Con caras nuevas, una estética súper cool y un temperamento aggiornado a la brutalidad de nuestros tiempos, rinde homenaje a sus predecesores sin caer en la nostalgia excesiva. Es un equilibrio perfecto entre tradición y modernidad, capaz de satisfacer tanto a los horror junkies como a la impresionabilidad de los pochocleros.
Históricamente, cuando el slasher alcanzó su punto álgido, provocó una avalancha de imitaciones de Halloween (1978) y Viernes 13 (1980), dos pilares que le garantizaron a los hombres de saco y corbata lo rentable que podían ser esta clase de películas. Sobre todo porque eran fáciles de producir y demasiado baratas.
Pero la ambición del monstruo empezó a ser sometida a un sistema de clasificación (MPA), donde todas las películas del subgénero tenían que conseguir una letra R (Restringido. Personas menores de 16 años no admitidas, a menos que estén acompañadas por un padre o tutor adulto), sin perder calidad, ni apaciguar la vehemencia. Mientras estos cineastas se la tenían que rebuscar para esquivar la censura de la época, no había oportunidad alguna para el porno que, de entrada, tenía la peor calificación: la X (sólo para adultos).
Acá es donde entra de nuevo la destreza del dúo dinámico para escarbar en el miedo ligado a la represión de pulsiones, que de una forma u otra, estallan violentamente. Todo esto se desarrolla en el contexto de la producción de cine de índole sexual, visto como un acto de rebeldía contra un entorno cristiano y como una búsqueda irreverente de la más sucia libertad. Detrás del baño de sangre, Ti West se mete con cuestiones muy espinosas en cuanto a la moralidad del séptimo arte.
La primera, la que lleva de título semejante letra condenada, es la más explícita. Un ritual a la vieja escuela donde el sexo y el terror se funden en una sola entidad. Siempre fue así, y siempre van a ir de la mano con un efecto simbiótico. Representan el sabor de lo prohibido, cinematográficamente hablando. En cambio, en Pearl es más sutil, pero lo deja más claro que el agua en una escena con el asombro de la joven frente a los films eróticos que le muestra a escondidas el proyeccionista, sugiriendo que en 1918, el porno era un arma cargada de futuro.
Finalmente, Maxxxine se sitúa en 1985, cuando la rebelde sin causa que encarna Mia Goth ya es reconocida como una celebridad del cine de adultos. Su pisada de tacón es el campaneo para el suspirar de los babosos, en todas partes la reconocen y parece ser quien anhelaba fogosamente en X. Pero por supuesto que ella quiere algo más. Siempre quiere algo más. Y exige un papel en lo que llaman “cine serio”, o “cine de verdad”. Pero los ejecutivos la juzgan, y aunque ella tenga más del talento necesario, haya llorado, sufrido, matado, haya vivido en carne propia el mismísimo infierno, no hay lugar para ella en la ciudad de las estrellas, salvo en lo más profundo de la noche.
Maxine tiene una oportunidad en el cine de terror y hace una audición fenomenal. Obtiene el papel y por supuesto que está dispuesta a todo —no van a haber spoilers, solamente una especie de parábola—. Es algo para resaltar que Ti West haya filmado una persecución tormentosa en Hollywood Sign, nombre con el que se conoce a las famosas letras gigantes ubicadas en una montaña de Los Ángeles. Es el clímax, pero también un golpe extra. Es donde los directores se hacen escuchar, diciendo algo que va más allá de lo que se muestra.
Ti West fuerza el contraste entre la imagen pública de Hollywood y su historia de represión de ciertos géneros. El letrero es un símbolo mundial del glamour, el éxito y la producción cinematográfica mainstream. Sin embargo, tanto el slasher como el cine porno fueron siempre marginados, etiquetados como tabú, con inferioridad y mantenidos fuera del alcance popular.
Es un acto de desafío y de exposición de la hipocresía del sistema, que por un lado glorifica ciertos aspectos del cine, y por otro, eclipsa aquellos que considera inapropiados o subversivos. Es una celebración de la transgresión, llevada a cabo en el mismo epicentro. Si bien no hay nada revolucionario, es una reivindicación de los géneros prohibidos, mostrando que incluso en el corazón de Hollywood, la creatividad y la expresión no pueden ser contenidas.
En palabras de Bette Davis: “En este negocio, hasta que no crean que eres un monstruo, no eres una estrella".
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