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Contenido creado por Manuel Serra
Historias
Bailando al cordón de la vereda

La fiesta popular andaluza, la religión y una mirada laica: una uruguaya en Andalucía (II)

Ser extranjeros nos lleva a buscar comprender realidades diferentes. Una oriental piensa y observa el “catolicismo cultural” andaluz.

13.07.2023 15:10

Lectura: 9'

2023-07-13T15:10:00-03:00
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Por Daniela Kaplan
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Ya son más de nueve meses desde que soy una uruguaya en Andalucía. Sí, ya me acostumbré a la tostaíta con aceite y tomate, a la Cruzcampo, mi amigo “el sevillano” me hizo hincha del Real Betis Balompié (para disgusto de los sevillistas que me rodean), entiendo un poco mejor —a veces— el acento andaluz y conozco cada día más de sus rincones. Pero hay algo en particular que no deja de sorprenderme: las fiestas populares religiosas y sus multitudes.

Desde antes de venir a vivir a Sevilla sabía que iba a presenciar la Semana Santa, quizás porque es el evento que más resuena internacionalmente. Pero hoy entiendo que es mucho más que eso. La Semana Santa, en toda Andalucía, es una conmemoración religiosa en la que se celebra la “pasión, muerte y resurrección” de Jesús. Yo sabía que venía a un territorio marcado por su religiosidad. Lo que no sabía es que va mucho más allá de la religión. No sabía que, en Andalucía, la Semana Santa y la vida cofrade en general se habían convertido en un síntoma cultural. Y no es solo Semana Santa; en casi todas las ciudades y pueblos que fui, en todos los meses desde que llegué, me crucé con alguna procesión. Y noté que convoca a gente de toda Andalucía, de todas las edades y de todos los sectores sociales.

*Definición importante: las cofradías o hermandades son asociaciones de fieles católicos que reúnen un grupo de personas en torno a una imagen —precisamente, advocación— de Cristo, de la Virgen o un santo. A lo largo y ancho de Andalucía hay muchas, todas dedicadas a una imagen particular: hermandades como la de la Virgen de la Macarena de Sevilla, la de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Jaén o la Hermandad de los Gitanos de Granada.

Ahora, un poco de historia. Esta forma de religiosidad andaluza, en la cual se toma el espacio público y se teatraliza al máximo, es heredera de lo que fue la cultura del barroco en España, especialmente en los siglos XVI y XVII. Este período está marcado por las luchas a nivel religioso. En 1517 Martín Lutero inicia la Reforma Protestante en Wittenberg. Esto derivó en la creación de una nueva iglesia, que después fueron muchas (la iglesia luterana, calvinista, el anglicanismo, etc.). Y sí, comenzaron las luchas por religión. En determinado punto, la guerra no era ya una opción. El protestantismo existía, era una realidad. Y la Iglesia Católica decidió realizar un Concilio (el de Trento, de 1545 al 1563) y repensarse; ya no eran los únicos en el ámbito religioso cristiano, ya no había una única iglesia católica, apostólica y romana. Así como los protestantes criticaban el exceso de imaginería católica y se apropiaron de una estética ascética, más sencilla, los católicos, a través del arte barroco como vehículo, se volcaron a conmover, expresar y evangelizar.

Piensen ahora ustedes en la España del siglo XVI y XVII. ¿Cómo persuadir y evangelizar —lo cual era fundamental, ya que pasó a haber más de una iglesia— a una sociedad analfabeta? Bingo: a través de los sentidos. Imágenes teatrales que conmuevan a los espectadores. Que les hagan sentir lo sagrado. Hay que llegar a la sociedad a través de todos sus sentidos. Ahora, piensen en una procesión: el aroma a incienso, música vibrante y solemne, el vestuario característico de la penitencia que invoca —por lo menos— respeto, por supuesto, los pasos, que son las plataformas en donde se colocan las esculturas que se sacan a la calle. Dato curioso: esos pasos, que pueden pesar toneladas, son cargadas en andas por hermanos de las cofradías, que se llaman costaleros.

Para una uruguaya que viene de un país con tanta laicidad… para una uruguaya que toda su vida habló de la Semana de Turismo… no era fácil de entender. Uruguay comenzó su proceso de secularización en el último cuarto del siglo XIX y se formalizó en la Constitución votada en 1917. Ya en 1876 José Pedro Varela realizó su reforma educativa, en la que estableció una escuela laica, obligatoria y gratuita. En 1905 José Batlle y Ordoñez dispuso la remoción de los crucifijos de los espacios públicos. En 1919 se sancionó la ley que eliminaba del calendario oficial las festividades católicas: aparecía la Semana de Turismo (en vez de Semana Santa), el Día de los Niños (en lugar de Reyes) o la Navidad como “la fiesta de la familia” —aunque sabemos que solo prosperó “la semana de turismo”—. Y podríamos seguir. Lo que sabrán imaginar es el choque cultural entre una mentalidad hija del laicismo uruguayo y las formas de religiosidad andaluza.

Tengo un amigo que se llama Pablo. Yo digo que es un onubense militante (de Huelva). Pablo es de los personajes más divertidos que me crucé en Sevilla. Así como muchos domingos se vuelve a Huelva a participar de las actividades de su hermandad de la Sagrada Lanzada, los viernes le gusta ir a ver drag, bailar reguetón y es un gran fanático de Lali Espósito. Muchas veces le pregunté sobre estos temas. Un día Pablo me dijo: “somos muy señalados nosotros. Mucho nos preguntan: ¿cómo te puede gustar ser cofrade? Y lo que yo digo es que es una forma de vida. Es algo que te acompaña en todo”. La vida cofrade no es solo de Semana Santa, me contó. Se hacen cosas todo el año. “Ir a la hermandad es estar con mis amigos. No se trata solo de rezar. Yo soy creyente, pero a mi manera. Muchas veces la gente critica mucho a la iglesia. Pero hay que hacer una separación entre la Iglesia de Roma, el Vaticano, y una iglesia de barrio”. En la hermandad, además de las procesiones —y todo el trabajo artístico que involucran— hacen campañas de alimentos y regalos para la comunidad, por ejemplo. “Una parroquia de barrio no hace daño, ni tenemos el poder adquisitivo del Vaticano. Le da vida al barrio”.

Un día, en el gimnasio, en la clásica small talk antes de empezar la clase, la profesora preguntó cuántas éramos nazarenas durante Semana Santa. Traducción: los nazarenos son los hermanos y hermanas de las cofradías que hacen penitencia durante esa semana y que se visten con las túnicas y los capirotes (esos gorros altos, con forma cónica). Otro día, en el mes de mayo, caminando a las 8:30 de la mañana por el centro de Sevilla me encuentro con una multitud de personas, las mujeres vestidas de flamencas y una cantidad de carretas con bueyes. Sí, repito: carretas con bueyes decoradas en el medio de la ciudad un día de semana a las 8:30 de la mañana. Cuando pregunté en el grupo de WhatsApp de mis amigos qué era lo que estaba pasando, me explicaron que eran quienes salían en la peregrinación para la Romería de la Virgen del Rocío. Sin ir más lejos, el último fin de semana, dando un paseo por Sevilla, vi una procesión en el agua. ¡Sí! En el río Guadalquivir. Llevaban a la virgen en una lancha y los participantes caminaban por las orillas. La manifestación de la fiesta popular religiosa en Andalucía es absolutamente omnipresente.

Es que, a fin de cuentas, es parte fundamental de la identidad. Y lo curioso para una uruguaya es que estas fiestas congregan auténticas multitudes. Sí, claro, también existe una parte importante de la población andaluza que no forma parte de ello. Conozco mucha gente que no está para esa. Pero en general, es algo que hoy en día ya es mucho más cultural que religioso.

Foto: Joaquín Bahamonde Romero | @fotografia__romero

Foto: Joaquín Bahamonde Romero | @fotografia__romero

Una vez leí una nota de Pepe Lobo en una revista dedicada a la Semana Santa: Nazarenos. Y me pareció de lo más ilustrativa. Allí contaba su historia de la última Semana Santa. Negado a ver las procesiones, salió a tomar una cerveza con un amigo, y cuenta lo que este le dijo: “no me gusta la Semana Santa, no me gusta un carajo. No aguanto bullas, ni creo en Dios. Pero el Sábado Santo salgo en la Soledad de San Lorenzo. Porque toda mi familia es de allí […]. A mí qué más me da, si veo a mi abuela contenta”. Ese día entendí el espíritu que hay detrás de la vida cofrade andaluza. Entendí que se trata de tradición y de cultura, mucho más que de religión.

En esencia, una procesión es eso, es abrir el culto de la iglesia, llevarlo a la calle, conmover a la gente, evangelizar. Aquello que empezó en medio del conflicto religioso de la Edad Moderna, hoy sigue estando presente en Andalucía y se convirtió en parte de su identidad. En una entrevista del programa Vagamundos de la Televisión Autonómica Andaluza, que le hace Jesús Quintero (mítico periodista andaluz) a Silvio Fernández Melgarejo —ícono del rock sevillano—, le pregunta cómo era posible ser a la misma vez roquero y semanasantero: “a mí me cuesta creer a un rockero capillita”. Y Silvio le responde: “Verá… existe el rock y existe la Iglesia. Existe el Vaticano […]. Hay que tener rock and roll hasta para llevar un paso”. Estas “mezclas” —que a ojos outsiders a veces parecen tan inverosímiles— solo confirman la importancia de este componente identitario andaluz. También el caso de Carvento, un artista cordobés contemporáneo que reinterpreta el lenguaje folclórico y, con ello, el cofrade desde una estética drag y contemporánea, así como lo hizo Ocaña en la década de 1970. O el caso de Califato 3/4, una banda originaria de Andalucía que produce música en la que se mezclan elementos tradicionales con géneros como el rock, la electrónica o el punk; en más de una canción se puede notar la presencia de melodías de procesiones.

Cuando escribía este artículo, pensaba: ¿qué aspecto cultural uruguayo sería comparable? Por supuesto, en Uruguay también hay procesiones, herederas del pasado colonial español, pero convocan solo a algunos pocos de los fieles católicos. ¿El Carnaval? Podría ser, aunque tampoco convoca a toda la sociedad, a todas las clases y segmentos. Quizás sea el fútbol, que como dice Galeano “el fútbol es la única religión que no tiene ateos”. Podría ser. El hecho es que Uruguay está marcado por su laicismo y a una uruguaya en Andalucía le costó su trabajo entender que existía algo así como un “catolicismo cultural” mucho más fuerte que el religioso.

Por Daniela Kaplan
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