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Música
Banda completa

La filarmónica popular de Jaime Roos que se guardó en el Sodre y se mantuvo sonando afuera

El histórico músico uruguayo se presentó el pasado jueves en el Sodre, completando la primera fecha de una seguidilla de 10 noches.

17.05.2024 14:25

Lectura: 7'

2024-05-17T14:25:00-03:00
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Por Federica Bordaberry

Es la hora previa. El Café Iberia Bar, sobre Avenida Uruguay y a dos cuadras del Auditorio Nacional del Sodre, tiene los manteles puestos. Mesas de madera oscura, una tela blanca y, sobre ella, una negra con las esquinas contrapuestas. La barra de mármol blanco y manchado, las columnas de espejo, las botellas escalonadas, la ventana que da a la cocina, las luces navideñas de mal gusto colgadas sobre un biombo que marca la entrada al baño. Los ómnibus haciendo temblar el vidrio que da a la esquina con semáforo.

—¿Van a ver a Jaime?—dice el mozo del bar, acercándose a una de las mesas (una de las pocas mesas con clientes a esa hora)—Es un grande.

En los parlantes sonaba algo, cualquier cosa, hasta que sonó "El grito del canilla" de Jaime Roos. El mismo mozo que puso una de las tantas canciones conocidas de Jaime, no levantó el mentón ni la mirada y siguió fajinando vasos desde atrás de la barra.

—¿La pusiste para ambientar?—pregunta el hombre sentado en la mesa a la que se había acercado el mozo hacía un rato.

—No, suena siempre acá. Jaime Roos es muy escuchado en este bar—responde el mozo, con una sonrisa, la mirada enlazada y sin dejar de pasar el trapo por los vasos.

Cuando el hombre se para, diez minutos antes de las 9 de la noche, para caminar al primero de los diez shows de Jaime Roos en el Sodre, en el Iberia quedan solamente otros tres hombres sentados en banquetas altas de madera, con los codos sobre el mármol. 

Pareciera que todo está terminando. Sin embargo, los tipos se prenden al mármol. Eterno testigo. Discuten, se abrazan, recuerdan, sonríen. Es simple junarlos. Son viejos amigos. Aunque, no, a esa hora nadie gritó “¡Aguanten, che!, son sólo… las luces del Estadio”.

Foto: Javier Noceti

Foto: Javier Noceti

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Para un montevideano, la música de Jaime Roos es tan personal, como universal. Una experiencia tan compartida, como solitaria. Por eso, qué decir de un concierto de Jaime. Qué. 

Podría decirse que, para los que saben que el músico hace su show con la estructura de una "W", esa información corre como un timer. Se calculan los bajos de ambiente, las subidas, y se sabe que después de la tercera hay un final inminente. Que, de todas formas, como Jaime es gran volvedor después de la arenga del público, vuelve con tres o cuatro canciones más bajo el brazo. 

Que fue un show con bastantes clásicos y pocas rarezas. Que pasó por canciones prácticamente himno como "Los futuros murguistas", "El hombre de la calle", "Las luces del estadio", "Se va la murga". "Adiós Juventud", "Golondrinas", "Cometa de la farola", "Amándote", "El grito del canilla", "Brindis por Pierrot", "Que el letrista no se olvide". Que poner "Victoria Abaracón" entre las canciones tocadas fue un acierto, en parte, porque ese 16 de mayo era fecha del fallecimiento de Eduardo Mateo (1940 - 1990). 

Foto: Javier Noceti

Foto: Javier Noceti

Que hubo algunas joyas ocultas, como la canción "Al Pepe Sasía", que no es tan común de ver en su repertorio, como los solos de guitarra de Nico Ibarburu, como el agradecimiento público de Jaime a Luis Lacalle Pou, Presidente de la República, por romper "con la tradición presidencial de no venirme a ver". 

Que Jaime no parecía de 70 años, sino que parecía de 70. Que la murga, vestida de traje y camisa negra, en un vaivén de cadera, de a ratos tenía una estética similar a la de un coro de crucero. Que, sin embargo, esa ficción se deshacía con las voces de la batea de la murga La Tríada y del coro murguero Los Reyes del Tablado. Sobre todo, con la voz de Pedro Takorlan o del Pulpa Méndez. 

Foto: Javier Noceti

Foto: Javier Noceti

Que el sonido fue impecable. Que no hubo absolutamente nada fuera de lugar, ni de parte de los músicos, ni de parte de la sala. Que fue limpio como nunca. Que Jaime cambió varias veces de guitarra durante las casi dos horas de concierto para que el sonido se sintiera lo más cercano posible a la grabación de los discos.

Foto: Javier Noceti

Foto: Javier Noceti

Que, sin embargo, esa podría ser la causa por la cual el espíritu del show no fue el mismo que en aquel histórico Estadio Centenario en agosto de 2020. Que puede también tener algo que ver con el exceso de políticos entre el público, en un año de campaña electoral. Que, cuando Jaime dijo que las tablas son inciertas, el concepto de "tablas" no tenía nada que ver con ese concierto. 

Que es muy de la vieja guardia todavía considerar un honor que vaya a verlo tocar un presidente. Que cuando comenzó el show Jaime ya estaba arriba del escenario, con sus músicos, con su banda. Que cuando era momento de un solo de algún otro instrumento, o de algún otro coro, las luces enfocaban aquello y no a la estrella. Que todo eso habla de una humildad musical. 

Foto: Javier Noceti

Foto: Javier Noceti

Que el repertorio de géneros dentro de la obra de Jaime es inmenso. Candombe, murga, rock, milonga, tango, salsa. Que el repertorio fue prácticamente el mismo que en aquel 2020, con algunas variaciones. Que, cuando volvió, regaló cuatro canciones más, "Piropo", "Cuando juega Uruguay", "Amor profundo" y "Durazno y Convención". Que Jaime parecía contento, que hizo varios cuentos al micrófono y que hizo un homenaje al recientemente fallecido Roberto Darvin. Que habló sobre el histórico letrista Raúl Castro. Que el Zurdo Bessio no estaba, por temas de agenda. 

Foto: Javier Noceti

Foto: Javier Noceti

Que, según él, estos shows eran un "premio a la porfiadera", después de las suspensiones que vinieron con "el covid, el fútbol, Plaza Colonia - Peñarol, las lluvias, las 10 plagas de Egipto". Que "aquí estamos, no nos morimos nada".

Que la banda completa era esta: Jaime en guitarras y canto, Gustavo Montemurro en teclados y coro, Gerardo Alonso en bajo, Nicolás Ibarburu en guitarra eléctrica y criolla, Poly Rodríguez en guitarra criolla, Martín Ibarburu en batería, Juan Ibarra en percusión y teclados, Pablo Somma en flauta. En la cuerda de tambores Nego Haedo en el tambor piano, Foqué Gómez en el tambor chico y Manuelito Silva en el tambor repique. En la batea de la murga La Tríada, Raúl García en el redoblante, Lolito Iribarne en el bombo, Gerardo Cánepa en los platillos. En el coro murguero Los Reyes del Tablado estaban Maxi Pérez, Edén Iturrioz, Fabricio Ramírez, Agustín Pittaluga, Pedro Takorlan, Nico Grandal, el Pulpa Méndez.

Los mejores músicos, la mejor banda, para acompañar a Jaime.

Foto: Javier Noceti

Foto: Javier Noceti

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Cuarenta minutos después de terminado el concierto, salieron los últimos dos músicos que quedaban dentro del Sodre por la puerta del costado. En aquel interín, Manuelito Silva se cruzó con su madre, una amiga, y otra mujer, que pidieron fotos con él, lo felicitaron y lo abrazaron con orgullo. Nicolás Ibarburu fue y vino un par de veces, y se alejó caminando por la oscuridad de la calle Mercedes. Aparecieron el Pulpa Méndez y Foqué Gómez, charlando. El segundo, explicando, que Jaime era murguero hasta que se cruzó con el Lobo Núñez y el Canario Luna, y entonces también se volvió candombero. 

Foto: Javier Noceti

Foto: Javier Noceti

Porque, aunque el Sodre sea un escenario consagrado, aunque lo haya ido a ver el Presidente y varios políticos, aunque el sonido haya estado mejor que nunca, Jaime Roos sigue siendo popular. Sigue sonando en los bares de Ciudad Vieja y Barrio Sur, sigue encontrando a lo mejor de la murga y el candombe uruguayo, sigue siendo el sonido montevideano. Es que no hay nada como que se prendan, de pronto, las luces del estadio.

Por Federica Bordaberry