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Música
Paradise City

La pacata Montevideo dio lo mejor de sí, se vistió de rock y recibió a los Guns N’ Roses

Axl Rose, Duff McKagan y Slash hicieron que, por tres horas, el público uruguayo y el Centenario vibraran en un espectáculo de primer nivel.

03.10.2022 14:11

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2022-10-03T14:11:00-03:00
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Por Federico Pereira

Lo primero fue la espera. Larga, y por momentos cansina. El Estadio Centenario, con creciente expectación, se fue llenando de gente de negro, rojo, blanco y amarillo a medida que pasaban las horas e iba aumentando la ansiedad del público. Estaba presente el fantasma del 2010, de aquel concierto al que Axl Rose —único integrante de los tres principales en haber venido al país— llegó muchísimas horas más tarde, ya sobre la madrugada.

Foto: Javier Noceti

Foto: Javier Noceti

Ansiedad que fue saciada, faltando aún horas para el arranque, por Cuatro Cuervos, la banda telonera liderada por el comunicador Kairo Herrera, que fue recibida por un público amigo que celebró cada interacción del vocalista y guitarrista.

Cuando llegaron, el arranque fue tan de improviso que a más de uno lo agarró desprevenido escuchar cómo comenzaba Rose con su “It’s So Easy”. El público, su público, recibió con intensa energía al veterano cantante, al excelso guitarrista y al soberbio bajista, entendiendo, desde un principio, que iba a ser el retruco perfecto para aquella noche doce años antes, donde ni Slash ni Duff McKagan habían estado.

Durante todo el concierto, el público nunca terminó de estallar. Hubo, claro está, momentos de algidez intensa, de euforia, de locura. De más estaría mencionar con qué canciones, las conocen, las escucharon mil veces, saben lo que generan. Sin embargo, el público del Centenario no se esforzó en intentar hacer frente o equipararse al del Monumental porteño, que el viernes de noche reafirmó, quizás, esa vieja idea de que son “el mejor público del mundo” para un concierto de rock. En Montevideo no hubo grandes pogos, descontrol ni una masa uniforme de saltos frenéticos. Con “Welcome to the Jungle” se vio la mayor exaltación, como era de esperarse.

Se intentó y hubo cierto éxito en momentos clave, pero siempre fieles al timorato estilo uruguayo. Sin embargo, lejos está eso de significar que ese público no vivió y disfrutó a pleno, sino que la demostración fue desde un agradecimiento calmo, con el puño al aire y el índice y el meñíque al cielo. Uno de los mejores ejemplos de esa emoción fue cuando el Centenario, al unísono, se puso a corear “Live and Let Die”, como alguna vez supo hacer para el compositor original de la canción.

“Pah, la decadencia”, se escuchó decir a algún perdido a nivel de cancha, que, sumado a los gritos burlones en referencia al estado físico del vocalista, apuntaban a una realidad: no, no son los Guns N’ Roses de los años noventa los que tocaron ayer en Montevideo.

En los días previos al concierto, tanto en las infames redes sociales como en el mundo real, muchos se hicieron eco del redescubrimiento de la pólvora, citando como evidencia el toque en Buenos Aires y el concierto del 2010. “Está viejo”; “No le da la voz”; “Para qué gastar entrada en verlo, está decrépito”, dijeron varios de los que se quedaron viendo Netflix cómodos en la noche del domingo.

Quizás es parte de esa pacatería falluta y esa negatividad tan uruguaya no poder entender que, un tipo de 60 años, con la intensidad con la que vivió Rose, no pueda mantener la voz poderosa que tenía a los 20. Son años de hacérsela pelota con la euforia del escenario y con la vida de un rockstar. Tal vez, gracias a esos tiempos de desgaste vocal, es que varios uruguayos tuvieron la necesidad imperiosa de ver y sentir el rock de primera mano. Porque otra forma de ver la “decadencia” es comprender que, cuando a la máquina se le exige a pleno, se desgasta más rápido. 

Foto: cortesía de AM Producciones

Foto: cortesía de AM Producciones

El concierto de ayer fue un espectáculo de primer nivel, uno que se suma a una lista de medallas que puede portar el Centenario. Shows ya míticos en estas provincianas tierras que, ocasionalmente, llegaron gracias a la experiencia de aquel toque de Axl Rose y sus Guns de aquellos tiempos. Concierto que, si quedó algún sabor agridulce en la memoria, se borró totalmente con la experiencia de este domingo.

Es obligatorio destacar la puesta en escena audiovisual, que acompañaba con marcada particularidad cada canción. Por momentos, y gracias a la maestría que se desprendía de los instrumentos, resultaba difícil no entrar en trance.

Y, hablando de trances: Slash. Cualquiera que sienta el rock desde el núcleo sabe lo que significa la posibilidad de ver ese infierno desprenderse de las manos de un verdadero catedrático de la guitarra. Quedar en estado de pleno éxtasis al ver y escuchar lo que logra un orfebre del riff con seis cuerdas. Si a Rose se le puede hacer notar la falta de voz, hay que tener mucho cuero para poder decir que el buen Saul Hudson es algo peor que increíble.

Foto: cortesía de AM Producciones

Foto: cortesía de AM Producciones

Y esa maestría, amalgamada con la de Duff McKagan, demostró la necesidad que teníamos de que estos tres tipos se juntaran de nuevo, salieran de gira y, de paso, llegaran al sur, ese que siempre se olvida en los world tour que abarcan dos continentes.

Sería hipócrita no destacar también a Richard Fortus, segundo guitarrista de los Guns, que transmite una pasión absoluta y resulta un jugador indispensable en ese rito que logró la banda en escena. Los tres, Slash, McKagan y Fortus, fueron protagonistas de todo el concierto, durante los muchos cortes instrumentales armónicamente orquestados para que el frontman fuese tras bambalinas. El mejor de esos, sin duda, cuando los tres, ya en el encore, con guitarras acústicas y sentados en un escalón, se pusieron a jugar con el sonido de “Blackbird” de Los Beatles, antes de dar paso a su “Patience”.

Es en canciones como “Patience” en las que Rose supo y pudo cautivar totalmente, no solo con su energía, sino con los juegos de su voz, casi trayendo de vuelta al Axl de aquellos años noventa.

En cada uno de los asistentes se va a quedar grabado en la memoria lo que más le llegó del concierto: el sonido de una guitarra perfecta al tocar “Sweet Child of Mine”, la energía desenfrenada al culminar el show con “Paradise City”, escuchar “November Rain” con los ojos cerrados y abrazado a ese alguien especial, el magnífico show de luces e imágenes, las banderas de Ucrania flameando a los costados para anticipar el brillante momento de “Civil War” o los 14 cambios de ropa de Axl Rose.

Seguramente, todos con el mimo a esa alma chauvinista que compartimos al ver el último atuendo, la chaqueta de la “South American Tour” que vistió el vocalista y en cuya pechera se veía, portentosa, la bandera uruguaya.

Foto: cortesía de AM Producciones

Foto: cortesía de AM Producciones

Algo es seguro, la noche de este domingo pasó a la nutrida historia del rock y los espectáculos de nuestro país. Los Guns N’ Roses dieron todo y Montevideo los correspondió.

Por Federico Pereira


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