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La paradoja de Los Teros como ícono del rugby “colectivista” y el desdén de los uruguayos

Si bien nuestra selección es vista con admiración en el mundo, en nuestro país se la ve, cuando menos, con desconfianza. ¿Qué hay detrás?

02.10.2023 17:05

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2023-10-02T17:05:00-03:00
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Por Diego Paseyro
dpaseyro

Luego del primer partido del Mundial en el que la selección uruguaya de rugby cayó ante el anfitrión 27-12, el director técnico Esteban Meneses y el capitán Andrés Vilaseca se apersonaron en la conferencia de prensa. Allí, el centro de 32 años, cuando tomó la palabra, hizo referencia a la cantidad de periodistas que había, en comparación a la instancia de presentación del equipo, en la que solo había dos. Sin dudas, el parejo partido que le disputaron a Francia, candidata a ganar la copa —y que venía de derrotar a los aparentemente invencibles All Blacks—, atrajo la atención de los medios.

Mientras tanto, en Uruguay, tal vez por aquello de que nadie es profeta en su tierra, la suerte de Los Teros no se ha seguido con tanta pasión y detenimiento como sí ha sucedido con otras disciplinas y atletas, y ni que hablar con lo que sucede cada vez que juega la selección de fútbol. Por alguna razón, cada vez que estos 15 jugadores, la mayoría oriundos de Carrasco, entran a una cancha, se despiertan suspicacias que en otros deportes resultan inadmisibles. Hablando mal y pronto: a muchos les es indiferente la performance del equipo, y otros, directamente, desean que pierda. Luego de disputados tres encuentros, en los que además caímos contra Italia y le ganamos a Namibia, este rumor anduvo en el aire virtual de las redes sociales y en muchas conversaciones que se mantuvieron en grupos de WhatsApp o hilos de Twitter.

Parece inevitable cuando se habla de la selección de rugby no hacer referencia al origen de sus jugadores, cosa que, insisto, no sucede con otros deportes. El ruido que genera que hayan ido a colegios privados o tengan un buen pasar, genera una interferencia que resulta sintomática. ¿Por qué necesitamos construir un relato que nos hable del origen de los jugadores? ¿Por qué necesitamos creer que provienen de hogares humildes? ¿Por qué es un demérito participar de logros colectivos si no se fue a la escuela pública? Se ha escuchado, incluso, el concepto de “odio de clase”. No puedo afirmar semejante cosa, pero lo cierto es que cada vez que entró la selección a la cancha, a muchos les costó ver allí a 15 uruguayos. Y no solo por el color amarillo de la camiseta de los primeros tres partidos.

Lo más paradójico de todo esto tal vez resulte en que el rugby, justamente, sea el deporte más colectivista que existe y en el que la suerte del individuo está más hermanada a la del equipo. La destreza de un jugador, su capacidad de incidir individualmente, es marginal si no cuenta con el apoyo y solidaridad de sus compañeros, a diferencia de otros deportes, como el básquetbol o el fútbol, supuestamente deportes más proletarios, más amigables en lo que a desatar el apoyo popular refiere, en los que el deportista estrella puede ponerse al hombro la suerte de un partido. En otras palabras, si el criterio por el cual la selección de rugby tal vez resulte algo antipática, esto es, que sus protagonistas encarnen a los malla oro, a los emprendedores liberales, a los herederos de profesión o terratenientes, debería verse más que matizado por el hecho de que es el único deporte que se funda en una filosofía realmente socialista, a diferencia de los ya mencionados, que son un canto a la potencia individual, y que trazan una clara línea entre el rey y los plebeyos.

Foto: Mohammed Badra / EFE

Foto: Mohammed Badra / EFE

De hecho, y subrayando este concepto, se debe decir que la selección uruguaya se hace fuerte en dos instancias del juego llamadas ruck y maul, esto es, formaciones grupales en las que se lucha por la pelota, tanto si se encuentra en el suelo o en posesión de uno de los jugadores. Por lo tanto, dentro de un deporte que ya de por sí pone el grupo por encima del individuo, el estilo uruguayo pareciera que enfatiza y refuerza esta característica.

Dicho esto, no se puede dejar de mencionar un elemento para nada despreciable en lo que al espíritu de esta selección refiere. De los 33 orientales que integran el plantel, tan solo 11 podríamos decir que son profesionales, en tanto que viven del deporte. El resto, juegan en el ámbito local. Si trazáramos un paralelismo con el fútbol, se daría un escenario cuasi surrealista. La tercera parte de los jugadores vendría de Europa, y el resto, jugaría en la Segunda División profesional. Detengámonos por un segundo a imaginar esa hipotética lista de Bielsa integrada por jugadores del Albión, Atenas o Potencia, más Valverde, Núñez, Bentancur, De Arrascaeta, Araujo y Ugarte.

Sin embargo, es tanta la animadversión que genera el estrato, el origen, la ascendencia, que el componente amateur no es suficiente para mover ninguna aguja o inclinar la balanza, cuando en verdad, debería ser decisivo para entender lo que representa estar compitiendo al máximo nivel en el deporte actual, donde cualquier ínfima ventaja que se dé, resulta eliminatoria. Y en este sentido, las performances de Uruguay dentro de la cancha lo colocan muy por encima de los tanteadores finales, si tenemos en cuenta que la mayoría de sus jugadores, antes o después de entrenar, estudian o trabajan.

Por otra parte, si entráramos en las argumentaciones económicas que tanto se ven aquí y allá, si bien es cierto que el relato que acompaña a la mayoría de los jugadores de fútbol que juegan por la selección, refiere a un pasado humilde y a una historia de resiliencia y superación, una vez que son convocados, ya tienen en su haber una trayectoria europea que los ha dejado, como mínimo, millonarios. Por más apellido que ostente cualquier jugador de la selección de rugby, la comparación patrimonial de unos y otros sería ridícula.

Foto: Gastón Britos / FocoUy

Foto: Gastón Britos / FocoUy

Nadie puede negar que el rugby se encuentra por debajo del básquetbol, y ni que hablar del fútbol en términos de popularidad y convocatoria, pero resulta llamativo cómo, aun disputándose el máximo certamen al que se puede acceder, lo que prima es cierta indiferencia y desdén, cuando en otros deportes y disciplinas, gozando de muy poca popularidad, llegado el caso, llegada la competencia oportuna, tanto la prensa como la población en general tienen reservados 15 minutos de atención y de expectativa. Como ya ha sucedido en el pasado con el ciclismo, el remo o el salto largo.

¿Qué necesita el rugby, entonces, para ganarse un legítimo lugar dentro de la aceptación y clamor popular? ¿Por qué no despierta ni enciende esos fuegos patrióticos, ese orgullo nacional, que sí encienden otras disciplinas? ¿Por qué no vemos allí a unos genuinos representantes de la garra charrúa, cuando en verdad, por todo lo dicho anteriormente, deberían ser más que merecedores de encarnarla? La respuesta debería incluir elementos psicológicos y sociológicos que nos hablen un poco de nuestra idiosincrasia. De cómo creemos que hay un solo Uruguay, cuando suena el himno o juega la selección de fútbol, pero que, en verdad, esa unidad tal vez no exista. Tal vez haya muchos Uruguay y aunque, a veces, parecen que van juntos nunca van revueltos. Tal vez, aunque sí es cierto que somos un país chico, tanto geográfica como demográficamente, hay distancias y abismos inadmisibles. Que avenida Italia se parezca más a la Franja de Gaza que a una arteria vial no es un problema del rugby o del fútbol, sino un síntoma de la sociedad que tenemos, y aunque parezca que no existe cuando juega la Celeste, queda totalmente al desnudo cuando juegan Los Teros. En definitiva, el elemento del que esta selección carece es el de identificación. Y si bien, como exponía antes, los jugadores de la selección de fútbol son en su mayoría millonarios, hemos construido un relato identitario que permite reconocernos una vez que salen a la cancha. Esa identificación de la que adolece el rugby tal vez provenga de que la sociedad reconoce en el deporte de la ovalada un fenómeno casi exclusivamente carrasquense, aunque dicho esto, hay que mencionar la patriada de El Trébol Rugby Club, oriundo de Paysandú, que en 2018 se coronó campeón uruguayo tras vencer en la final al Old Christians. Ni de la OFI ni del departamento. Del campeonato de todos los equipos uruguayos.

Pretender que el rugby tenga en Uruguay la popularidad del fútbol es como pretender que en Escocia, este último tenga la del golf o el rugby. Sin embargo, este prejuicio de que es un deporte elitista no se sostiene si vemos el concierto mundial. El desafío del rugby, entonces, es irle abriendo las puertas a otros sectores de la sociedad, y que comience a salir del gueto cultural al que aparentemente pertenece, o del que muchos creen que proviene.

Finalmente, y porque lo cortés no quita lo valiente, no podemos dejar de recordar que el mismísimo Ernesto Che Guevara jugaba en la posición de ala –o “wing”— en el San Isidro Club, cuyo tío era el presidente. A alguno tal vez le sorprenda, pero ¿qué deporte, sino el rugby, encarna mejor los ideales que a la postre lo convertirían en uno de los comandantes e ideólogos de la Revolución cubana y en uno de los guerrilleros más famosos de la historia?

Por Diego Paseyro
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