Por Sofía Durand Fernández
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Mel Salvatierra sube al escenario con una báscula. La apoya en el piso. Comienza a sacarse la ropa hasta quedar en una malla de color piel. Cada prenda es tirada encima de la báscula. Se asemeja a un pacto (es un pacto). Durante la siguiente hora y veinte de espectáculo, la actriz va a mostrar un espectro de emociones amplificadas. En ese gesto, hay algo más: cuánto pesa el dolor de uno y qué ganancia se obtiene exponiéndolo.
En el marco de la décima edición del festival Temporada Alta en Montevideo, el director mallorquín Miquel Mas Fiol trae desde España Las penas del joven Werther. Una obra que, a juzgar por su título, supone ser una adaptación de la novela de nombre homónimo (1774) de Johann Wolfgang von Goethe (1749 -1832). En verdad, es el punto de partida —el esqueleto— para realizar una radiografía de la sociedad contemporánea.
Las penas del joven Werther es la segunda obra de la trilogía de la condición millenial. “Consiste en hacer autoficciones que partan de clásicos de la literatura. Una novela que sea bastante reconocida, pero que, además, combine aspectos sociológicos de nuestra condición precaria millenial. Son las tres patas: autoficción, novela y concepto sociológico filosófico”, explica Mas Fiol.
La primera parte de la trilogía fue Cándido o el optimismo (2021), la adaptación de Voltaire, protagonizada por Lluís Oliver. Una obra sobre la tiranía de la felicidad, la happycracia. En Las penas de Werther, el personaje de Lluís vuelve a ser citado, puesto como un buen ejemplo de actuación. Sin embargo, el protagonismo es de Mel Salvatierra y la temática es la tristeza.
Mas Fiol leyó la obra de Goethe de joven y le gustó mucho la historia de fondo. Un joven que se enamora de una mujer comprometida y decide suicidarse al ver que es no correspondido. Una historia de desamor que Goethe padeció en la vida real.
"Te voy a contar una cosa que no te va a gustar, esto no va a ir de amor", le dijo Mas Fiol a Salvatierra el primer día de ensayo. Mel Salvatierra tiene una trayectoria de años, que incluye haber compartido escenario, durante tres años, con la actriz española Ana Belén en la obra Eva contra Eva. La figura de Ana Belén está presente en la obra, al igual que tantas otros hechos de la vida real de Salvatierra.
Humor ácido, redes sociales, memes y banalización. Elementos que se unen en un metaverso en el que, en un principio, el monólogo de la protagonista tiene como finalidad ganarse el papel de la obra que está protagonizando. A lo largo del espectáculo, la interpelación se vuelve universal y cuestiona cómo la sociedad se aburrió de exhibir lo impoluto. Ahora, lo que vende es la vulnerabilidad.
¿Tomás la novela de Goethe como una referencia hacia la autoficción?
Miquel Mas Fiol (M.M.F.): Cojo el Werther porque, en el fondo, estoy viendo que últimamente se lleva mucho contar tu vida interior y contar tus dramas. Con la exhibición que tenemos en las redes sociales, yo ya no sé si estoy publicando un instastory estando triste para que me ayuden o para conseguir likes. Es esa barrera porque tenemos que vendernos todo el rato y, a veces, ya no solo basta con vendernos con una foto sonriente, sino que a veces una foto triste en un cubo de basura vende más.
Mel Salvatierra (M.S.): Bueno, una las Kardashians utilizó eso de, "estoy muy mal, muy triste", y al final vendía una crema.
En el argumento de la obra, se utilizan hechos de la vida personal de Mel. ¿Cómo surgió la idea? ¿Es un elemento que viene desde Cándido o el optimismo?
M.M.F.: Todo es real y no. Lo que hago es coger la novela de Goethe, las mejores partes y decir, “a ver, qué situaciones puede haber vivido Werther que podrían asemejarse a la vida de Mel”. Fusionar los dos, porque ella es Werther.
M.S.: ¿Quien sería esa persona que tú amas y no te corresponde? Pues, un director que es un tirano y un día te dice que eres perfecta, te escoge para ser la protagonista y al otro te dice que eres el cáncer del teatro.
M.M.F.: Ella es Werther, yo soy Lotte. Pero yo tengo a mi amante, el actor del otro espectáculo, que me encanta cómo lo hace y, evidentemente, siempre me voy a ir con él. Después, Ana Belén es a quien le escriben las cartas. Es una ida de olla, pero yo siempre lo digo. La gente que realmente sabe mucho de Goethe y Werther lo entiende. El vestuario respeta los colores del Werther original.
¿La decisión del componente narrativo meta en la obra surge como una necesidad ante la autoficción?
M.M.F.: Lo meta ya estaba muy instalado en el otro espectáculo. En el otro espectáculo era un actor que se presentaba para hacer el casting de Cándido o el optimismo de Voltaire y al final lo cogen. Ella empieza con un casting, en el que la han cogido, y es el proceso de ensayo. Era coherente, no podemos dejar de hablar de nuestro sector porque es donde estamos metidos. El meta nos ayuda. Si nos sirve para disparar y criticar todo.
M.S.: A nosotros mismos, también.
En la actualidad hay una glorificación de la miseria a través de los memes. La autocompasión y el autodesprecio público.
M.M.F.: Los memes tristes son muy paradigmáticos de nuestra época. En tanto que nos queremos quejar, pero no salimos a la calle. Estos memes son profundamente inconformistas, pero como están con el bálsamo del humor no nos los tomamos en serio. No es lo mismo publicar, “me voy a hacer la automorición” en un meme, que publicar, “me voy a suicidar” en Facebook. Es muy curioso. Pero creo que estamos tan precarizados, vamos tan a tope, tenemos tantas cosas en la cabeza, que los memes son un bálsamo para dosificar la tristeza contemporánea.
La obra analiza un fenómeno muy contemporáneo. A diferencia del 2018, una época bisagra donde se apuntaba al futuro, en la actualidad se percibe un cansancio del posmodernismo y un sentimiento de nostalgia.
M.M.F.: Aferrarse al pasado. Esta cápsula tiene como objetivo mostrar cómo a veces el discurso objetivo y triste puede conducir a algo profundamente reaccionario y conservador.
M.S.: Esta cosa de la nostalgia, de pensar, a veces, que el pasado fue mejor. No tiene por que ser así.
M.M.F.: Hay algo que me gusta mucho. Ella está colocada en un punto buenísimo, empatizás con ella. Comienza diciendo que quiere volver a ver dibujos animados en la televisión y, poco a poco, se va a pervertiendo.
M.S.: Como cuando digo que quiero fumar en sitios cerrados.
M.M.F.: Comienza a enumerar cosas profundamente fascistas, pero ya te has emocionado. El espectáculo no deja de ser una retahíla de escenas de cómo la tristeza a veces se utiliza acorde a ciertas finalidades. Ya sea para vender una crema mostrándote niños de África, o metiéndote discursos fascistas poco a poco con lo emocional.
Mel, tu trabajo es exhaustivo y compromete mucho la parte física.
M.S.: Es muy divertido y yo la paso muy bien. Los ensayos con Miquel son exigentes, pero son divertidos y siempre crea una red de seguridad desde el principio. “Tú lo que quieras explicar de tu vida personal bien y hasta donde no quieras explicar no expliques”. Eran intensos porque eran improvisaciones de horas. "Y ahora explícame cómo te liaste con un poeta y qué harías con él ahora". Me lo paso muy bien porque vas viendo cómo vas atrapando al publico. Al principio dicen, “¿pero qué está haciendo esta chica? Está loca”. Pero ya cuando llega la escena de los poetas, casi todas las mujeres nos hemos encontrado con un señor así.
¿El proceso de escribir el guion fue un trabajo entre ambos?
M.M.F.: Absolutamente. Ella iba improvisando y yo grababa. Me iba a casa y pensaba, “hostia, ¿qué voy a hacer con esto?”. Traía una caja llena de cosas, hablaba de su vida.
M.S.: La báscula fue una improvisación. Él me pidió que lleve tres objetos de mi casa. Uno que deteste, otro que le tenga mucho cariño y un tercero. Le hice una improvisación que era con la báscula, me puse a llorar, me desnudé y, al final, corté y le dije, “esto es una mierda”.
M.M.F.: Yo le dije que teníamos que empezar así.
Encierra más de un significado. Desnudarse y abrirse frente a otros, cuánto pesa el dolor de uno. ¿Cómo lo interpretan ustedes?
M.M.F.: Hay un momento en el que la intimidad se convierte en espectáculo. Al final, todo lo hace para gustarle al director, pero llega a un punto en el que dice, “no puedo más contarte mis traumas, porque después tú vas a ganar dinero con esto. Vas a utilizar mi tristeza para vender”.
M.S.: Pero como al final de todo hay un doble rizo mortal. Se acaba la función y digo que hay una tienda de souvenirs, por si quieren comprar algo.
M.M.F.: Mel es una tramposa desde principio a fin. Todo lo de colocar al espectador en un sitio para luego hacerle creer lo contrario.
En la obra se muestra esa dualidad. Todos tienen cosas que perder, pero también que ganar. Si ella exhibe su dolor vos vas a ganar con él, pero ella de alguna manera también.
M.M.F.: Es una buena lectura, porque es verdad que ella es la más exigente consigo misma y lo intenta. No lo da por perdido nunca. Ese es su gran fracaso. No poner límites, no parar.
M.S.: Cuando los pone es porque la superó.
M.M.F.: El mensaje de Ana Belén, también. Cuando Werther se suicida es porque se entiende el mensaje de que Lotte no lo va a querer. Lo trascendental es que Mel escucha el mensaje de Ana Belén, que en el fondo es su espíritu, su hada madrina y dice, "yo me voy a suicidar". Pero el suicidio de Mel no es tanto suicidarse, sino abortar el espectáculo. “Me voy a cagar en el espectáculo”. Se suicida como actriz, no solo se baja de la obra. Lo hemos hablado mucho. La obra tiene un final muy redondito, puede acabar con el mensaje de Ana Belén y un karaoke. Pero no. Hay ocho minutos de ella rajando de mí, del espectáculo, enviando todo a la mierda, gritando, volviéndose loca, destrozando el escenario.
Durante todo el espectáculo, sos la única actriz en el escenario. Es difícil, el público pasa a formar parte de la obra.
M.S.: No estoy tan sola, porque está el publico. Si el público es más duro, a veces te empiezas a sentir muy sola y tienes que remar contra la marea, porque al final es un humor muy ácido. A veces, depende del público, puede costar más entrar.
M.M.F.: Somos muy conscientes de que no es un espectáculo para todos los paladares. Hay gente que dice, “esto es un desastre, cómo han dicho esto, por qué han dicho este nombre”.
M.S.: ¿Qué han hecho con Goethe, con el romanticismo? ¿Cómo han podido hacerle esto a esta obra, a este autor?
Miquel, ¿cómo es tu relación con el personaje de Werther?
M.M.F.: De Goethe me gusta más Fausto, toda la complejidad de Fausto me parece una ida de olla. Cuando leí Las penas del joven Werther tenía 16 años. Me acuerdo que se me hizo duro porque era una lectura académica. Ahora, releyéndola para el trabajo, me doy cuenta de que en el fondo es una obra de amor, estamos en el principio del romanticismo. Ahora también tenemos un romanticismo, que puede llegar a ser enfermizo. Vi claramente que no podía hacer el Werther como tal, utilizando el amor romántico. El primer día de ensayo le dije a Mel, “te voy a contar una cosa que no te va a gustar".
M.S.: "Esto no va a ir de amor".
M.M.F.: Sí, porque vi claro que traspasar el amor de Werther a estos días no es apropiado ni contemporáneo. Pero sí idolatrar al jefe, cambiar la historia de amor por una de opresión laboral, de querer gustarle a un jefe o director, traspasaba más. Más en nuestro trabajo, que siempre tenemos que estar gustando, ya sea encima del escenario como fuera del escenario. Te comes la cabeza, como lo hacía Werther. Es verdad que no hay suicidio de por medio. Tocar el tema del suicidio es muy delicado y teníamos muchas dudas. Cuando lo traspasamos a nivel laboral, no hacía falta.
¿En qué lugares la han presentado, además de Uruguay y España?
M.S.: En Buenos Aires, y mañana vamos a Lima.
M.M.F.: Luego esperamos que sigamos girando por España. Queremos ir a Madrid, aun no hemos ido.
España es muy heterogénea, pero es un desafío presentar la obra en Sudamérica.
M.S.: Tuvimos que cambiar bastantes cosas. Al ser una obra que tiene bastante autoficción, habían muchas cosas que eran de Barcelona, de mi vida. De hecho, ayer estábamos cambiando nombres. La función está viva constantemente.
M.M.F.: Lo de que está viva es verdad, pero siempre. Ya sea por una respuesta del público que no te la esperás, y Mel tiene que estar despiertísima. Es o ella o nada.
¿Siempre fue tu idea dedicarte al arte enfocado en la crítica social?
M.M.F.: Desde la pandemia que estoy haciendo cosas muy punkis. Me gusta mucho la crítica social. Entonces, como director y dramaturgo, tengo siempre una vertiente muy política. Siempre desde la ironía, el sarcasmo, la mala leche y el humor. Me bebo mucho de la crítica de mi lugar y mi gente. Mis espectáculos son con referentes muy populares, que todo el mundo pueda entender, porque vengo de allí.
Estoy muy contento de haberme encontrado con Mel, que es una actriz que, como yo, viene de la calle. Somos de clase media. Vamos a hacer un teatro comprometido, no estamos para hacer un teatro pobre, ni blando, ni burgués. No nos interesa. Popular, porque puede ser que haya gente que no haya entendido el espectáculo, pero en el fondo creo que es muy popular. No queremos ser snobs, queremos llegar a la gente. Detesto la idea de que la cultura tenga que ser algo elitista. Creo que se puede hacer critica con un humor que sea accesible y perspicaz. Eso es lo que intento yo con mi teatro. Creo que con Mel hemos hecho un muy buen equipo. Tenemos una visión muy parecida de las estructuras de poder de nuestro sector.
Por Sofía Durand Fernández
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