Por Juampa Barbero | @juampabarbero
El que se obsesiona con los cuerpos diseccionando sus misterios. El que se obsesiona con el sexo retorciendo el lenguaje cinematográfico. El que se obsesiona con las pulsiones desnudando las miserias.
David Cronenberg, el obsesionado, no es un tipo cualquiera. En cada película, sutura una atracción brutal donde el cuerpo es el campo de batalla de la realidad.
A diestra y siniestra, Cronenberg forjó una filmografía inusual y perturbadora donde la "nueva carne" es un concepto central. Este término encapsula la fusión y transformación del cuerpo humano con la tecnología y otras formas de vida, desdibujando los límites de la identidad. Esta idea se cristaliza en formas horrendas, conspiranoicas, médicas, políticas, artísticas, y de muchas otras más. Pero siempre hay algo creciendo dentro.
En La mosca (1986), vemos las consecuencias tras un experimento de teletransportación fallido de un científico loco que fusiona su ADN con el de un insecto. Cronenberg retrata de manera explícita y detallada cómo el cuerpo se desintegra y renace de una forma aterradora. A medida que Brundle sufre su metamorfosis, no solo su cuerpo cambia, sino también su conexión con el mundo que lo rodea.
Pero vayamos a algo más cotidiano. “Apagá la tele”, hoy ya suena un poco a slogan, y gran parte de la gente (o, quizá no sea tanta) está al tanto de su peligro inherente; aún así, nadie puede negar sus efectos de dominio de control masivos. 40 años atrás, la sociedad no era la misma cuando Cronenberg se dio el lujo de exhibir a un director de un canal de televisión obsesionado con las imágenes de tortura y violencia extrema. Eso es Videodrome (1983). Según Andy Warhol, “La Naranja Mecánica de los 80”.
La "nueva carne" en Videodrome se materializa en Max, cuyo cuerpo se convierte en una extensión de la mierda que consume. Su abdomen pasa a ser una abertura viscosa para cintas de vídeo. Esta mutación física es una metáfora de cómo los medios de comunicación pueden penetrar y alterar nuestra conciencia.
En eXistenZ (1999), vuelve a insistir mediante la integración de la realidad virtual en el cuerpo a través de bio-puertos, implantes orgánicos que permiten la conexión directa a los videojuegos. A medida que los personajes se sumergen en un mundo donde lo real y lo virtual se entrelazan, Cronenberg plantea una distopía de cómo la tecnología redefine nuestra realidad y nuestra propia corporeidad en la era digital.
Dicen que un buen director siempre está filmando la misma película, y por eso, en cada una de sus obras, vas a encontrar algo que te haga pensar, "¿otra vez con lo mismo?". Es la gran diferencia entre un director y un autor, según los gurúes de la Nouvelle Vague, Jean-Luc Godard y compañía. Y nadie puede dudar de la autoría del canadiense, quien abrazó su oscuro imaginario como si fuera su único destino inevitable.
Los efectos especiales son fundamentales para su distintivo estilo de body-horror, con una fuerte preferencia por los prácticos sobre los digitales. La maestría de Cronenberg en la manipulación de lo tangible y lo orgánico va desde las explosiones de cabezas en Scanners, hasta los instrumentos quirúrgicos en Dead Ringers. Su capacidad para hacer que lo abstracto y lo corporal se sientan palpables intensifica que sus películas sean inolvidables y profundamente corrosivas.
Mucho se habla del body-horror últimamente: Suspiria (2018), de Luca Guadagnino, Maligno (2021), de James Wan, Men (2022), de Alex Garland, Huesera (2022), de la mexicana Michelle Garza Cervera, incluso la argentina Cuando acecha la maldad (2024), de Demián Rugna. Pero quién no conoce a Dios, a cualquier santo le reza. Obras prematuras como Shivers, Rabia y Scanners muestran cómo los cuerpos se corrompen y se reinventan. Tema que seguiría en películas posteriores desde finales de los 80 con Dead Ringers, hasta lo último que hizo, Crímenes del futuro (2022).
Si sos un "friki" y, al momento de estrenarse, el título te sonaba familiar, estabas en lo cierto. Ya que Crímenes del futuro fue estrenada originalmente en 1970, y marcó una de las primeras incursiones significativas de Cronenberg en el cine. Pero solo fue un disparador, ya que en el fondo son sumamente distintas.
En la primera, un dermatólogo descubre una enfermedad que transforma la piel en nuevos órganos. Cronenberg utiliza un enfoque surrealista y distópico para contar sobre mujeres desaparecidas debido a una enigmática condición causada por productos cosméticos. En la última, Viggo Mortensen, y Léa Seydoux, forman una pareja de performers que se dedican a la extracción y exhibición de nuevos órganos que surgen en el cuerpo debido a un síndrome de evolución acelerada. Ya sea en el pasado, o en el presente, a Cronenberg le interesan los crímenes del futuro.
Hay más, mucho más. En The Brood (1979), introduce la "nueva carne" a través de Nola Carveth, cuyo trauma emocional se manifiesta físicamente en la forma de criaturas deformes, nacidas de su cuerpo en un proceso de "psicoplasmia" dirigido por el Dr. Raglan. Estas criaturas, una extensión literal de su ira y sufrimiento, encarnan la idea de que el dolor psicológico puede mutar la carne, haciendo tangible lo intangible en una danza macabra dentro de uno.
En Crash (1996), va mucho más allá. El cineasta explora la fusión de la carne con el metal a través de personajes que encuentran una conexión erótica en los accidentes automovilísticos. Las cicatrices y heridas resultantes de los choques se convierten en símbolos de deseo, donde la colisión entre maquinaria y cuerpo redefine la sexualidad y la identidad en un mundo posmoderno obsesionado con la imagen y la violencia. La película nos invita a reflexionar sobre cómo la tecnología y la cultura de consumo están afectando nuestra relación con nuestro propio cuerpo y con los demás.
La proyección de Crash en el Festival de Cine de Cannes en 1996 provocó una reacción bastante polarizada. La película fue recibida con una mezcla de fascinación y repulsión. Se cuenta que muchos espectadores abandonaron la sala debido a las intensas y, a menudo extrañas, escenas libidinosas. La reacción divisiva subrayó la visión subversiva de Cronenberg, consolidando su reputación como un director capaz de incomodar al statu quo. Años después, tuvo su revancha cuando la directora francesa Julia Ducournau ganó la Palma de Oro e hizo evidentes sus influencias.
Si bien David Cronenberg fue un maestro indiscutible del horror corporal durante décadas, su legado no quedó estancado en el pasado. En la figura de Julia Ducournau encontramos una sucesora rebelde que, a partir de la base establecida por el canadiense, constituyó una voz propia y una mirada singular dentro del género con películas controversiales de la talla de Raw (2016) y, la laureada Titane (2021), una heredera indiscutida de Crash. Vale la pena aclarar que no hablamos de la de Sandra Bullock, ese es el remake que vale la pena olvidar. Julia Ducournau, no importa lo demás.
Así como lo hizo con J.G.Ballard, David Cronenberg es alguien que sabe adaptar su estilo a diversos referentes literarios que no tienen nada que ver entre sí. En La Zona Muerta (1983), reinterpreta a Stephen King para contar la historia de un hombre que despierta de un coma con la capacidad de predecir el futuro. La película se aleja de algunos elementos sobrenaturales de la novela, enfocándose en el impacto psicológico alrededor de temas como la responsabilidad individual, el destino y la manipulación del poder.
Sin embargo, la adaptación más conocida, más celebrada, y a su vez, menos comprendida, es la de la novela alucinante de William S. Burroughs, El almuerzo desnudo (1991). La película sigue a un exterminador de insectos adicto a las drogas, que se hunde en un mundo de espionaje y alucinaciones. Cronenberg lleva al cine la distorsión y el caos de la novela, mostrando una realidad desquiciada donde la adicción y el control mental se manifiestan en alienación y pesadilla. La adaptación es un festín grotesco que captura la esencia vanguardista del material original.
Naturalmente, el canadiense no podía resistirse a dirigir una biopic sobre Sigmund Freud. Un método peligroso (2011) es irónicamente menos psicológica y visceral que sus obras más provocadoras. Centrada en los debates entre Freud y Jung, la película carece del impacto emocional y visual que define el estilo de Cronenberg. Opta por una narrativa más académica y contenida, dejando a los seguidores del director con ganas de la intensidad que determina sus representaciones habituales de la mente y sus conflictos internos.
Pero esto no quiere decir que todas las películas del canadiense que se alejen del concepto de la “nueva carne” sean una mierda. De hecho, hay dos, unidas por la presencia de Viggo Mortensen, que muestran otra cara del director. Igual de siniestra, pero distinta. En Promesas del Este (2007) y Una historia de violencia (2005), Cronenberg se aventura en territorios narrativos más convencionales, aunque violentos y turbios. Aquí, Mortensen se adentra en las mafias con personajes complejos, revelando las profundidades sórdidas y moralmente ambiguas de la naturaleza. Las dos caras de la misma moneda.
En el período post-2000, Cronenberg se alejó de su clásica "nueva carne" con películas como Cosmopolis (2012) y Polvo de estrellas (2014). Aunque son trabajos competentes, no dejan de parecer un poco desangelados, como si hubieran sido dirigidos por alguien que no tuviera su nombre. Estas películas podrían haber sido más memorables si hubieran sido obra de otros directores. Para los verdaderos fans de Cronenberg, el regreso al body horror se encuentra en Crímenes del futuro (2022), donde el director finalmente retoma el filo que lo hizo famoso.
Este año, David Cronenberg regresó al cine con The Shrouds (2024), donde un dispositivo innovador permite observar la descomposición en tiempo real de seres queridos fallecidos. Vincent Cassel encarna a un empresario cuyo revolucionario cementerio se ve amenazado cuando varias tumbas, incluida la de su esposa, son vandalizadas. The Shrouds es la obra más personal del director, al canalizar el duelo tras la pérdida de su esposa. La película hizo su debut en la última edición del Festival de Cannes, y todavía faltan varios meses para que llegue por estos lados. Solo nos queda esperar.
Con 81 años, David Cronenberg despierta una ansiedad colosal con la expectativa de The Shrouds, ya que la incertidumbre sobre su futuro cinematográfico siempre está presente. No obstante, para nuestra fortuna, el cineasta sigue activo, y su legado está en buenas manos. Además de Julia Ducournau, alguien que demostró que el talento se hereda fue su hijo Brando Cronenberg, con películas como Possessor (2020) e Infinity Pool (2023), garantizando que la visión de la familia continuará alarmando a las próximas generaciones. De tal palo, tal astilla.
Desde el vamos, David Cronenberg hizo lo que quiso. Nada de Hollywood para él. Se metió en un sótano de cine independiente y cocinó sus propios bichos mutantes, cuerpos deformes y tecnología que se metía en la piel como un virus. Tan amado como odiado, elogiado o subestimado, David Cronenberg mantuvo una constante a lo largo de su carrera, zigzagueando película a película con un capricho implacable, aberrante, pero de un modo raro, tan atrapante y seductor. Un punk hasta la médula al grito de ¡larga vida a la nueva carne!
Esperamos que así sea.
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