Por Nicolás Medina
nicomedav
En un tiempo no tan lejano, The Last of Us irrumpió como el acontecimiento que finalmente desarmó el prejuicio histórico contra las adaptaciones de videojuegos.
Aquella primera temporada estrenada en 2023 fue algo más que un simple triunfo en lo que a rating respectaba: fue un pacto emocional entre la fidelidad al material original y la expansión hacia un público amplio, que incluía desde gamers conmovidos por el juego de 2013 hasta espectadores casuales que se sumaban cada domingo a HBO solo porque todos la estaban viendo. También porque tenía a la cabeza a Pedro Pascal, que de la mano de TLOU y The Mandalorian (2019), entre muchas otras cosas, se ha vuelto el nuevo novio de internet.
Lo cierto es que, como pocas veces, la televisión mainstream y el legado gamer se dieron la mano y acordaron que las cosas estaban bien.
La primera temporada funcionaba no solo por lo que contaba, sino por cómo lo contaba. Era una historia de vínculo entre dos sobrevivientes, una exploración de lo humano entre ruinas, con el cordyceps acechando siempre desde el fondo, siendo más una amenaza latente que una presencia constante. Funcionaba como un espejo de afectos deformados por el apocalipsis. Y al hacerlo tan bien, se convirtió, inevitablemente, en un producto estrella.
HBO, que aún digiere la resaca post-Game of Thrones, necesitaba otra máquina de engagement global. Y el riesgo era claro: que lo que había sido concebido como una obra emocionalmente autocontenida se transformara en una franquicia que debía crecer sí o sí. Y ya sabemos lo que ocurre cuando las cadenas necesitan prolongar el entusiasmo más allá del relato, o se estira, o se apura. Ambas son formas de desgaste.
Tras una larga espera, The Last of Us regresó en abril de 2025 con su segunda temporada. La promesa no era solo la de continuar la primera, sino también la de adaptar uno de los relatos más divisivos del universo de Naughty Dog, aquel que traumatizó a medio planeta gamer allá por 2020, cuando se lanzó la segunda parte del videojuego.
Sin entrar en spoilers, basta con decir que lo que sucede con el personaje de Joel en ese juego no es solo un giro narrativo, es una decisión sobre cómo contar una historia cuando ya no se busca complacer al espectador, sino que confrontarlo. Es el tipo de elección que rompe con la lógica del fan service y obliga a repensar quién lleva la carga emocional del relato. Un quiebre que no está al servicio del impacto fácil, sino del sentido profundo de pérdida y transformación. Porque a veces, para que una historia avance, el relato necesita traicionar sus propias certezas. Y adaptarlo implicaba asumir que The Last of Us no iba a ser la misma serie de antes, ni podía pretenderlo.
La temporada dos de TLOU arranca cinco años después del cierre anterior, con Ellie (Bella Ramsey) intentando habitar una adolescencia que nunca le fue concedida, atrapada entre la necesidad de construir vínculos y el peso de una verdad que carcome en silencio. Joel, por su parte, juega a ser padre sin haber resuelto la culpa del sacrificio que impuso en nombre del amor. Lo que da comienzo a esta nueva temporada no es solo una continuación de eventos, sino una exploración más oscura del trauma como herencia y de cómo las decisiones morales —y las mentiras que las recubren— se infiltran en lo cotidiano hasta deformarlo. Todo mientras una nueva amenaza emerge desde los escombros de Seattle y aparece Abby (Kaitlyn Dever), endurecida por la tragedia, cuya conexión con los eventos previos girará en torno a uno de los temas favoritos del cine: la venganza.
El inicio fue prometedor. El estreno fue exhibido incluso en salas de cine uruguayas gracias a una colaboración entre Montecable y Life Cinemas. El nivel de diseño de producción se mantuvo de alto nivel. En términos visuales y sonoros, The Last of Us sigue siendo una superproducción que le da mil vueltas a grandes blockbusters que van al cine. La textura de sus imágenes, los silencios densos, los destellos de violencia repentina: todo sigue en su lugar.
Y luego llegó el segundo episodio, uno que podría considerarse el mejor de toda la serie hasta el momento. La batalla en Jackson, la confrontación brutal entre Joel y Abby, la manera en que se coreografiaba el caos con una emocionalidad contenida. Un episodio que remitía, en términos de escala y shock, a las grandes gestas que supo tener Game of Thrones: la batalla de los bastardos, la boda roja. Así de fuerte. Pero fue, también, el comienzo del declive.

"The Last Of Us"
El golpe fue tan demoledor como prematuro. En un gesto valiente, la serie decidió acelerar el conflicto y despedirse tempranamente de uno de sus pilares. Y lo que parecía osado, pronto se volvió contraproducente. Porque ni Ellie es Joel, ni Bella Ramsey es Pedro Pascal, ni la dinámica que tan bien funcionaba en la primera temporada se puede replicar en automático con otros personajes.
Ellie queda sola. O peor: queda acompañada, pero sin química real. El vínculo con Dina, su nueva compañera interpretada por Isabela Merced, intenta aportar algo de ternura y humanidad, pero nunca llega a encender la chispa necesaria. Y así empiezan las caminatas interminables por Seattle, las persecuciones de pasillo, los escondites de emergencia. Todo se siente mecánico, en automático, sin corazón.
La serie empieza a decir en voz alta lo que antes susurraba. El discurso sobre cómo los humanos regresan a sus impulsos primitivos tras la caída de la civilización se vuelve un mantra agotador. Ya lo vimos en The Walking Dead (2010-2022) y en prácticamente todo el subgénero zombie y post-apocalíptico. La pregunta por lo humano entre ruinas, si no se narra desde personajes con un mínimo de densidad emocional, se vuelve trámite. Y en la segunda temporada de The Last of Us, salvo contadas excepciones, los personajes son más conceptos que cuerpos.
Sin embargo, hay momentos que por más breves que parezcan, abren una grieta hacia algo más profundo. Uno de ellos: el uso de “Through the Valley”, de Shawn James, versionada por Ashley Johnson —la Ellie original del videojuego— como quien vuelve a pisar la tierra arrasada donde una vez se narró algo importante. No se trata de una concesión a la nostalgia ni de un simple cameo emocional. Es una elección estética que articula el corazón temático de The Last of Us: el viaje como forma de duelo, la travesía por un paisaje devastado que también es interior. El valle no es solo geografía: es herida, es memoria que no cicatriza, es la forma que toma la culpa cuando se canta. La canción opera como réquiem y como umbral, como eco de lo que se ha perdido y como gesto mínimo de resistencia frente al olvido.

"The Last Of Us"
Porque The Last of Us siempre fue eso: la tensión entre lo perdido y lo que queda. Entre la posibilidad del afecto y la imposibilidad de confiar. Entre la rabia y la ternura. Pero cuanto más explicita esa tensión, cuanto más intenta reiterarla, más corre el riesgo de volverse caricatura de sí misma.
La segunda temporada de The Last of Us tiene momentos altos, decisiones arriesgadas, y una factura técnica incuestionable. Pero también expone las limitaciones de una historia que, al perder a su ancla emocional más fuerte, intenta compensar con estructura y no siempre lo logra.
El futuro de la serie asoma prometedor: se entiende que la tercera temporada se centrará en Abby. Si logra revitalizar esa veta dual —como hizo el videojuego permitiendo que sintamos la violencia desde muy adentro—, aún hay respiro. Si vuelve a pensar que el apocalipsis se agota solo con sangre y atosigamiento, se habrá perdido algo.
No se trata solo de violencia; se trata de cómo se interpreta, cómo se sostiene, cómo se escucha. La fuerza del videojuego y de la primera temporada fue esa armonía tensa entre lo visceral y lo poético. Hoy, The Last of Us necesita volver a ese contraste. Necesita que la brutalidad internacional no eclipse la ternura íntima, y que su maquinaria técnica reencuentre el gesto humano que se expone en un susurro, no sólo en una explosión.
Ojalá recuerde que no basta con mostrar la brutalidad del mundo. Hay que hacernos sentir que, a pesar de todo, vale la pena sobrevivirlo.
Por Nicolás Medina
nicomedav
Acerca de los comentarios
Hemos reformulado nuestra manera de mostrar comentarios, agregando tecnología de forma de que cada lector pueda decidir qué comentarios se le mostrarán en base a la valoración que tengan estos por parte de la comunidad. AMPLIAREsto es para poder mejorar el intercambio entre los usuarios y que sea un lugar que respete las normas de convivencia.
A su vez, habilitamos la casilla reportarcomentario@montevideo.com.uy, para que los lectores puedan reportar comentarios que consideren fuera de lugar y que rompan las normas de convivencia.
Si querés leerlo hacé clic aquí[+]