Por Juampa Barbero | @juampabarbero
Quentin Tarantino no inventó el cine, pero lo hizo suyo. En cada película que lleva su firma, se siente la presencia de un director que devora la historia del séptimo arte y la vomita en imágenes trepidantes. En historias que parecen a la vez familiares y radicalmente nuevas. Su filmografía es un homenaje a los géneros que amó: el wéstern, el cine negro, las artes marciales, la serie B. Además, su productora llevó el nombre de A Band Apart por la icónica película de Godard. Pero lo que hace de Tarantino un autor inconfundible no es solo su capacidad de referenciar, sino su habilidad para transformar esas influencias en algo visceralmente propio.
El cine de Tarantino es una declaración de amor al cine mismo. Sus películas están pobladas de personajes que hablan con pasión sobre otras películas, que discuten teorías sobre Madonna o acerca de que Superman es mejor que los demás. Su mundo está construido a partir de diálogos largos y de situaciones que parecen al borde del absurdo, pero que funcionan como mecanismos de relojería. Hay un ritmo en su escritura, una cadencia casi musical, que hace que cada escena, por trivial que parezca, tenga una tensión electrizante.
La violencia no es un recurso gratuito. Es una coreografía, un acto de belleza brutal. Puede ser exagerada, estilizada, grotesca, pero nunca es irrelevante. En su cine, la violencia es un lenguaje, una forma de comunicar lo inefable. Ya sea a través del sable de Hattori Hanzo, un revólver en un baño de Los Ángeles o un bate de béisbol en manos de un vengador judío, cada acto sangriento es una afirmación, un punto de inflexión.

Quentin Tarantino en Pulp Fiction
Si algo define a sus personajes, es su elocuencia. Los antihéroes de Tarantino pueden ser asesinos, ladrones, mercenarios o vengadores, pero todos comparten la capacidad de hablar sin freno, de convertir lo mundano en hipnótico. Un gánster puede disertar sobre hamburguesas con la misma intensidad con que discute sobre la lealtad y la traición. Las palabras importan tanto como las balas y, en ocasiones, incluso más.
Sus personajes no se preocupan por las consecuencias; solo quieren dejar su marca, como él. Vincent Vega, Jules Winnfield, Beatrix Kiddo, Aldo Raine, Django: todos hablan como Tarantino, caminan como Tarantino, matan como Tarantino. Son extensiones de su mente enferma y brillante, una que mezcla cultura pop, filosofía barata y chorros de sangre como si fueran ingredientes de una receta que nadie más se anima a cocinar.
Los villanos en su cine no son simples fuerzas del mal. Son carismáticos, sofisticados, a veces incluso entrañables. Desde Hans Landa hasta Bill, pasando por Calvin Candie y Ordell Robbie, sus antagonistas son tan memorables como sus protagonistas, lo que refuerza el nerviosismo en cada película. No hay una distinción clara entre el bien y el mal, sino un universo de grises donde la moral es una moneda de cambio.

Reservoir Dogs (1992), Quentin Tarantino
El tiempo y la estructura narrativa son conceptos maleables en su universo. Tarantino no se rige por las reglas de la línea de tiempo tradicional; prefiere el caos organizado, la historia contada en piezas que el espectador debe unir. Su uso de los flashbacks, los cambios de perspectiva y las narraciones fragmentadas hacen que cada película sea un rompecabezas donde la recompensa está en la reconstrucción del relato.
Su amor por los géneros se manifiesta en la hibridación. Django Unchained (2012) es un spaghetti western mezclado con blaxploitation. Kill Bill (2003) es una oda al cine de samuráis y al wuxia chino. Pulp Fiction (1994) es un noir bañado en pop culture. En cada obra, Tarantino toma elementos de distintos cines y los fusiona sin esfuerzo, creando algo distinto. Death Proof (2007) no es la excepción: mezcla thriller, slasher, cine de explotación de los años setenta, grindhouse y cine de autos y carreras, para culminar en una experiencia de violencia cruda y adrenalina desbordante.
El humor en su cine es una de sus armas más letales. Puede ser negro, ácido, brutalmente irónico. En las situaciones más tensas, cuando la tragedia parece inminente, surge un chiste inesperado, una línea que rompe la solemnidad y transforma el terror en carcajada. Basta con recordar la escena de Pulp Fiction en la que Vincent Vega dispara accidentalmente a Marvin en la cara dentro de un auto en movimiento. El momento es impactante, pero la reacción de los personajes y el diálogo posterior lo convierten en una secuencia hilarante.

Kill Bill (2003)
La música en sus películas es un personaje importante como cualquier otro. No hay bandas sonoras convencionales, sino selecciones eclécticas que revalorizan canciones olvidadas. Un tema de surf en una pelea con katanas, un country en un tiroteo sureño, ¿una escena de tortura con "Stuck In The Middle With You" de fondo? Por supuesto. Tarantino entiende la potencia emocional de la música y la usa con una maestría quirúrgica.
Su relación con los actores es simbiótica. Resucitó carreras, creó íconos, dio roles inolvidables a actores que parecían olvidados por Hollywood. John Travolta, Uma Thurman, Samuel L. Jackson, Christoph Waltz, entre muchos otros, encontraron en sus guiones los papeles de sus vidas. Tarantino entiende la presencia escénica y sabe exprimir cada gota del carisma de sus actores.
Los actores que encarnaron a la familia Manson en Once Upon A Time In Hollywood (2019), hoy dominan la industria. Mickey Madison brilló en Scream 5 (2022) y ganó un Oscar por Anora (2024), Margaret Qualley se consagró con The Substance (2024) y Austin Butler pasó de asesino hippie a Elvis (2022) y Dune (2024). Dakota Fanning consolidó su versatilidad, Damon Herriman volvió a ser Manson en Mindhunter (2019) y Sidney Sweeney se convirtió en un ícono con Euphoria (2019) e Immaculate (2024). Tarantino no solo reescribió el pasado, también impulsó el futuro de Hollywood.
Su visión de la venganza es un tema recurrente. Es catártica, es un ajuste de cuentas poético. Sus protagonistas son personas que sufrieron injusticias y que encuentran en la violencia una redención. Ya sea en la mirada de la Novia antes de asestar su último golpe, en los cañones en alto de los bastardos que ejecutan su plan, o en la sonrisa de Django al final de su travesía, la venganza en Tarantino no es solo un acto de justicia, es una reivindicación de la voluntad.
Lo acusaron de todo: de sádico, de irresponsable, de glorificar la sangre. ¿Y? Los críticos se preguntaron si su cine era demasiado extremo. Y mientras tanto, Tarantino siguió sacando películas donde las cabezas volaban, las tripas se derramaban y la violencia era tan estilizada que terminaba siendo hermosa. No hay límite para él. No hay censura que lo pare. No hay corrección política que lo domestique. Y si alguien lo intenta, seguro le escribe un personaje que muera de la forma más humillante posible.
Mientras otros directores se preocupan por lo que dirán los críticos, él está pensando en qué canción de los sesenta suena mejor mientras alguien es acuchillado en cámara lenta. Su cine es una provocación constante, una bomba de tiempo que estalla en cada plano. El problema no es que Tarantino haga películas violentas, el problema es que lo haga mejor que nadie. Que su sangre digital sea más artística que cualquier drama de autor. Que sus tiroteos sean más emocionantes que cualquier historia de amor. Que su cine sea más real, más puro y más inolvidable que el de los que lo critican desde la cobardía.
Su última película, Once Upon A Time In Hollywood, se siente como una reflexión sobre su propia carrera. Es un cuento nostálgico, una reescritura de la historia a través de su imaginación. En este mundo, el cine no solo refleja la realidad, sino que la reconfigura. La película es un cierre simbólico, una muestra de que Tarantino estuvo jugando con la historia desde el principio.
El año pasado, Quentin Tarantino decidió cancelar The Movie Critic, la que iba a ser su décima y última película. Ambientada en la California de 1977, la historia seguiría a un crítico de cine mordaz y anónimo que escribía reseñas en una revista porno, un personaje que el director describió como un cruce entre el primer Howard Stern y un Travis Bickle cinéfilo. Con Brad Pitt ya confirmado en el elenco y rumores de una posible participación de Tom Cruise, el film prometía ser una continuación espiritual de Once Upon A Time In Hollywood. Sin embargo, Tarantino prefirió descartar el proyecto y empezar desde cero, reafirmando su obsesión por mantener su legado intacto.
Cuando Tarantino anunció que su próxima película será la última, el mundo del cine contuvo el aliento. Si algo nos enseñó su filmografía, es que cada película suya es un evento grandilocuente. No importa cuál sea su décima y última obra: sabemos que estará cargada de todo lo que lo definió. Y quizá, cuando los créditos finales aparezcan por última vez, nos daremos cuenta de que Tarantino nunca dejó de hacer lo que mejor sabe: contar historias que arden en la pantalla, como si el cine estuviera naciendo otra vez.
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