Lalo Barrubia, una de las voces más singulares y potentes de la literatura uruguaya. Jorge Galemire, uno de los músicos más respetados y admirados de su generación. La primera escribe sobre el segundo. En realidad, escribe sobre Ferrocarriles, el disco publicado por Galemire en 1987. Para ello, Barrubia se vale de la voz de un personaje que, en una novela anterior, había permanecido en silencio.
En esta ocasión, esa mujer reflexiona sobre su vida, el amor, la música y otros temas a partir de una revisión crítica de aquel disco que fuera fundamental durante su juventud.
Con una prosa que oscila entre la austeridad y la poesía, y con la capacidad analítica a la que nos tiene acostumbrados, la autora nos ofrece una nueva versión de una historia sentimental ya narrada en otra novela suya, mientras se va internando en las canciones que componen el disco, a fin de elucidar su estructura, sus detalles, su funcionamiento, tanto en lo musical como en lo lírico.
De esta manera, Barrubia construye un mecanismo de relojería que tiene alma, pulso firme, pasión e inteligencia. Luego de su lectura, nuestra apreciación de este álbum y de la música de Galemire será más completa, lúcida y profunda.
Lalo Barrubia (Montevideo, 1967) es escritora, traductora y artista de performance. Formó parte de la generación que removió el panorama cultural uruguayo después de la caída de la dictadura en los años ochenta. Desde entonces, experimenta con la poesía en diversos formatos y espacios alternativos.
Recibió la beca estatal Fondos Concursables para la Cultura y la del Fondo Sueco de Escritores (Sveriges Författarfond). Ha participado en festivales de diferentes partes del mundo y su obra ha sido traducida a varios idiomas.
De su poesía, se destacan los libros Suzuki 400 (1989; 2017), Tabaco (1999) y Borracha en las ciudades (2011). Realizó, entre otros, los espectáculos La puta madre (1991) y Rap de la Pocha (1999-2000). Como narradora, publicó las novelas Arena (2004; 2018), Pegame que me gusta (2009; 2014), Los misterios dolorosos (2013), Rompe la quietud (2019), y el libro de cuentos Ratas (2012; Premio Nacional de Literatura en 2014).
¿Preferirías viajar al futuro o al pasado?
Preferiría no viajar ni al futuro ni al pasado. De cualquier manera, tengo mucha más información sobre el pasado, lo que hace que algunos momentos resulten tentadores, como estar en la tribuna del Maracaná en la final de 1950, o en el debut de Serú Girán en el Estadio Obras, o subir el Pan de Azúcar antes de que estuviera la maldita cruz. El futuro no me convoca para nada.
Si pudieras ser un personaje de tu libro, ¿cuál serías?
Soy todos los personajes de mis libros.
Si pudieras cambiar el final de cualquier libro famoso, ¿cuál elegirías y cómo sería el nuevo final?
Yo lo cambiaría todo siempre. Casi todos los libros que leo me sugieren una versión propia. Pero los personajes y las historias tienen que quedarse donde están.
Si pudieras vivir en el mundo de cualquier libro, ¿cuál elegirías y por qué?
Cuando tengo el impulso de vivir en el mundo particular de algún libro, lo que hago es escribir ese libro.
¿Cuál es tu técnica más extraña o inusual para superar el bloqueo de escritor?
Nunca tuve necesidad de superar un bloqueo. Si no tengo ganas, no escribo. No le vería mucho el sentido. Creo que lo más difícil es lo contrario, o sea, cómo frenar el chorro cuando te tenés que ir a trabajar en otra cosa.
¿Qué cinco cosas guardarías en una cápsula del tiempo?
Lo primero que se me ocurre es herramientas. Amo las herramientas mecánicas. Me atemoriza que los avances tecnológicos terminen por dejarnos sin posibilidad de elección. Pero, en realidad, creo que la escritura ya cumple la función de dejar registro de una época. En mi próxima novela habrá un capítulo sobre herramientas.
Tu autobiografía en una frase.
Pudo ser peor.
Contanos qué estás leyendo ahora.
Cuentos de Armonía Somers, Los ojos azules pelo negro de Marguerite Duras, Lotería de Elizabeth Torres.
Si pudieras tener una conversación de una hora con cualquier escritor famoso, pero después nunca más podrías leer ninguna de sus obras, ¿a quién elegirías para tener esa conversación?
No aceptaría nunca ese reto. No siento admiración por las personas sino por sus trabajos. He tenido oportunidad de conversar con artistas famosos de muchas disciplinas. No tienen nada especial que decir por el hecho de ser famosos. Unos te caen bien y otros no. Me quedo con la posibilidad de leer sus obras.
Si tus libros fueran adaptados al cine, ¿quién te gustaría que interpretara al personaje principal?
Creo que eso dependerá más de la versión de les directores que lo realicen. Me gustaría, sobre todo, que fueran producciones y actores locales, uruguayos o argentinos. En este momento estamos conversando con una productora uruguaya, y la propuesta estética va por la línea de trabajar con actores no profesionales. Tengo mucha fe en ese proyecto.
El primer verso que te viene a la mente.
Soy un armatoste, una tostadora, una tostada.
(Rike Bolte)
¿Para qué literatura en el tiempo del desamparo?
La literatura es para todos los tiempos. No creo que tenga que cumplir una función para un tiempo específico, sino que cada lector busca y encuentra cosas diferentes. También el desamparo puede venir de la literatura. Creo que, a veces, eso es lo bueno.
Lo último que comiste va a ser el menú para toda tu vida, ¿qué es?
Pasta. Podría sobrevivir. Pero presentaría una solicitud especial para poder agregar más parmesano.
Contanos sobre esa vez que un lector te reconoció en la vía pública.
La primera vez que me pasó fue en un 522, completamente lleno, a las 9 de la mañana. Una chica joven sacó su cabeza de entre la masa para hablarme y me agradeció por mi trabajo. Me sentí muy halagada, aunque creo que después la gente me miraba con una curiosidad un poco molesta.
Tu idea de felicidad y tu idea de miseria.
Mi idea de la felicidad es estar con gente que quiero.
Tengo muchas ideas de la miseria, ya he escrito quilómetros de palabras sobre el asunto.
Si pudieras invitar a tres personajes literarios a cenar, ¿quiénes serían y por qué?
No lo sé. Probablemente debería invitar a mis propios personajes para disculparme por las cosas que les he hecho pasar.
¿Por qué Ferrocarriles?
Hay muchas razones. Creo que Ferrocarriles representa una parte de la cultura de los 80 que ha sido dejada en el olvido. Me sorprende a veces que las nuevas generaciones crean que todo el rock de los 80 era punk, nihilismo y oscuridad. Pero no quiero adelantar demasiado. Todo está explicado en el libro.
¿Cuánto tiempo te llevó escribir este libro, desde la concepción de la idea hasta la publicación final?
No sabría decirlo. He trabajado por períodos, antes de concebir la idea, escuchando el disco, tomando notas. Luego fui escribiendo fragmentos, también sin saber mucho a dónde iba. Un día me di cuenta de quién era el personaje y, en dos meses, más o menos, puse todos los elementos en dónde tenían que ir y terminé de escribir lo que faltaba, o el personaje me lo fue dictando, para ser más exacta.
Contanos sobre una lectura que haya tenido un impacto significativo en tu vida. ¿Qué libro fue y por qué fue tan importante para vos?
Son muchos, porque te vas haciendo de fragmentos. Unos libros te despiertan un interés, otros te llevan para otro lado. Elijo uno al azar. Cuando leí También las vaqueras sienten melancolía, de Tom Robbins, a los 18 años, tuve la sensación de que el mundo y la literatura eran mucho más amplios de lo que yo sabía hasta el momento. Despertó mi pasión por la literatura no convencional.
Imaginá que tenés la oportunidad de escribir una secuela para cualquier libro clásico. ¿Cuál libro elegirías continuar y qué dirección tomaría la historia en tu secuela?
No escribiría una secuela para ningún libro clásico. No me interesan los clásicos, con algunas excepciones.
Si tuvieras que describir tu libro en una sola frase, ¿cómo la formularías?
Todas las canciones están escritas para mí.
¿Qué consejo o frase inspiradora darías a otros escritores que están buscando su voz y estilo literario?
Que no presten atención a los consejos ni frases inspiradoras y hagan lo que se les dé la gana.
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Fragmento de Ferrocarriles:
Después ya no sé, aquella gurisa cualquiera, con todas sus ideas equivocadas y drásticas, caminó muchas rutas sinuosas para llegar a esta cuerpo que soy en esta casa que soy. A la deriva, como la mayoría de las vidas. Sin un plan porque cualquier plan hubiera sido inabarcable. Solo sorteando los accidentes del terreno y la malla metálica del tejido social, la contaminación del aire y las sucesivas derrotas de los proyectos políticos. Pero algunas cosas permanecieron intactas, una especie de fuego, una especie de aire que lo alimenta. Quién sabe por qué, quién sabe cómo. Ni yo lo sé, que puedo calcular sin pensar la cantidad de aire y de leña para que la estufa no se apague hasta el amanecer. La gurisa aprendió esas cosas. Y aprendió a volar. O por lo menos aprendió que volar no era un estado alcanzable y duradero, una forma de existir, un saltar al vacío para no volver más, sino más bien una forma de mirar el cielo. Aprendió a volar en esos instantes en que se puede y no precisó hacer gran cosa de eso. No precisó victoria final, ni beso ni castillo. No pretendió quedarse con todo el botín para siempre. Aceptó que no hay ningún botín y que lo que sea que haya no es para siempre. Y aprendió a disfrutar el brillo de los planetas cuando se alineaban en cierto orden que alguna vez intentó entender pero que, en el fondo, nunca dejó de ser un abismo estelar imprevisible y caótico.
Muchos años me llevó darme cuenta de que era la única persona en el mundo que se acordaba de la canción y del disco, y también, de que ese tipo pudo haber sido un lugar en el que quedarse un rato. Reconocer una sonrisa que había quedado perdida en el tiempo tan corto y tan largo y escuchar, de pronto, que la canción ya decía desde antes, así, como frases sueltas que nunca íbamos a decir, que volveríamos a andar por los caminos.
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