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Literatura
El padre del beat

Las fracturas de Jack Kerouac, el guía que escribió el camino de la generación Beat

En el aniversario de su nacimiento, es importante recordar tanto el camino, como las fracturas del escritor beatnik.

12.03.2024 20:48

Lectura: 7'

2024-03-12T20:48:00-03:00
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Por Sofía Durand Fernández
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Anfetaminas, café, cigarros y sopa. Esa era la dieta. Estaba frente a una máquina de escribir, en su apartamento de Manhattan. Para él era una suerte de confesionario, y así se mantuvo durante veinte días consecutivos. La fórmula de Jack Kerouac para culminar con el borrador final de En el camino (1957). Un jeroglífico cargado de frenesí, que el mismo escritor definió como “espontáneo” y que requirió tiempo y coraje para que una editorial decidiera entregárselo al mundo. Para ponerlo en perspectiva, la edición publicada, que por momentos puede ser abrumadora, es una versión extremadamente editada de aquel rollo de papel manchado de tinta y vida.  

En 1965, Bob Dylan lanza “Like a Rolling Stone”, una canción que trata de una vida nómada, carente de hogar, que por momentos puede asemejarse a una piedra que rueda sin rumbo. En 1957, Kerouac lo había perpetuado en la literatura. Paradójicamente, y sumado a los esfuerzos de colegas como Allen Ginsberg y William S. Burroughs, marcó la ruta de muchos y se convirtió en uno de los mayores artífices de la Generación Beat. 

Pero antes de Sal Paradise, antes de la explosión cerebral que detonó en la cabeza de tantos por aquel entonces, antes de que se mencione esa generación —seguida de una lista de características y nombres célebres—. Antes de toda esa parafernalia, Kerouac había adoptado ese sistema como filosofía de vida. Irreverente, rebelde, crítico de la sociedad. El mismo que en ese apartamentucho de Manhattan apretó las teclas con una fuerza y velocidad envidiables, pero que se escondió detrás de un personaje. Incluso después del éxito de En el camino, continuó utilizando doppelgängers literarios, como Jack Duluoz.

La situación es paradójica. Kerouac lo era aún más. Un católico acérrimo, en la búsqueda eterna de la redención a causa de su condición crónica de roto. El mismo que luego se convertiría en un estudioso del budismo. ¿Qué parte de él estaba fracturada? ¿Cuándo se rompió? ¿Qué tan profunda era esa fisura, responsable de dar a luz a la voz de una generación entera?  

Las preguntas son muchísimas, la única certeza es que el escritor cargaba con esa herida en pleno estado de consciencia. Escribió en un idioma que, a pesar de no ser entendido por la mayoría, continua sin extinguirse. Mientras Sal Paradise encontraba a Dios en un campo de algodón de California, acostado junto a un amor eterno que duraría lo mismo que un suspiro, Jack Kerouac encontraba la paz en el medio del caos. 

Jack Kerouac, 1956. Foto: Tom Palumbo

Jack Kerouac, 1956. Foto: Tom Palumbo

Nacido bajo el nombre de Jean-Louis Lebris de Kérouack el 12 de marzo de 1922 en Massachusetts. Producto de una madre católica devota y un padre abandónico, ambos francocanadienses. Kerouac primero habló en francés. Puede que la primera fractura haya sido cuando su hermano mayor falleció a los nueve años a causa de una fiebre reumática. Puede que la segunda haya sido a causa de escuchar a Dios decirle que sufriría en vida y moriría del dolor.  

Físicamente hegemónico, ganador de una beca en la Universidad de Columbia gracias a su talento en fútbol americano. Chico de fraternidad, escritor en el diario de la institución. Una pierna fracturada terminaría con todo eso. Sin poder practicar el deporte que lo había llevado hasta ahí, Kerouac abandonó los estudios. ¿Qué hubiera pasado si esa pierna no se hubiera fracturado? No puede precisarse, pero —probablemente— este magazine cultural se llamaría solo Latido. Por ese entonces, vivía en el Upper East Side de Nueva York, un caldo de cultivo beatnik. En esa parte de la ciudad conocería a Allen Gingsberg, William S. Burroughs y, por supuesto, el mismísimo Neal Cassidy.  

Fue marino mercante, pero sirvió por ocho días. Ese camino comenzó en 1942 y terminó con un diagnóstico de personalidad esquizoide. En el medio, y con solo veintiún años, escribió El mar es mi hermano, su primera novela y aparentemente definida como “una vasija de mierda literaria” por él mismo. En 2011, setenta años después, lo publicaron. Dadas las circunstancias, es relevante aclarar que, cuando ocurrió, Jack Kerouac llevaba muerto el tiempo suficiente, exactamente cuarenta y dos años, para no protestar.  

Jack Kerouac (1943). Foto: National Archives

Jack Kerouac (1943). Foto: National Archives

Ayudó al periodista Lucien Carr a desaparecer el arma con la que este mató a un hombre. Terminaron entregándose a la policía. De yapa, Kerouac se casó con su novia de ese entonces, Edie Parker, a cambio de la fianza. El matrimonio se anuló en 1948. Dos años después, publicó El pueblo y la ciudad, con malas ventas y 400 páginas eliminadas en la edición. El espíritu catártico de su escritura sería, entonces, una constante. Su conducta errática y cuestionable ante la sociedad, también. Tardaría nueve años en reconocer a su hija, producto de su matrimonio con Joan Haverty, consumiría alcohol de manera excesiva y, por supuesto, seguiría levantando controversia con su prosa. La discusión de si se debe separar al artista de su obra es mejor dejarla para otro momento.  

Además de En el camino, la catapulta hacia la consagración que los editores consideraban inadecuada y él como un encuentro con Dios, Kerouac publicó Los Vagabundos del Dharma (1958), Los Subterráneos (1958), Maggie Cassidy (1959), Tristeza (1960), Big Sur (1962), Ángeles de desolación (1965) y La Vanidad de los Duluoz (1967).  

La última fractura, la definitiva, se dio el 21 de octubre de 1969 en Florida. Su vida le pasó factura en forma de hemorragia interna. A los 47 años, el camino de Jack Kerouac se topaba con una calle cerrada.  

Pero no se puede hablar de Jack Kerouac, sin hablar de Neal Cassidy. El alma detrás de Dean Moriarty, el personaje equivalente al Súperman de los beatniks y a quien, tal vez, se le dedican las palabras más dulces de En el camino. “Pero la inteligencia de Dean era tan auténtica y brillante y completa, y además carecía del tedioso intelectualismo de la de todos los demás. Y su «criminalidad» no era nada arisca ni despreciativa; era una afirmación salvaje de explosiva alegría americana; era el Oeste, el viento del Oeste, una oda procedente de las Praderas, algo nuevo, profetizado hace mucho, venido de muy lejos (sólo robaba coches para divertirse paseando)”, esta es una de las descripciones iniciales de Moriarty.  

Cassidy también fue Cody Pomeray en el universo literario de su amigo y apareció en pasajes de la obra de Bukowski. Fiel a sus representaciones ficcionales, vivió el furor y la adrenalina de esos tiempos. Falleció de una sobredosis a los 41 años. Al igual que su fiel amigo, falleció de manera prematura.  

Neal Cassady (1960)

Neal Cassady (1960)

"Las únicas personas para mí son los locos, locos por vivir, locos por hablar, locos por salvarse, deseosos de todo al mismo tiempo, los que nunca bostezan o dicen cosas comunes, aquellos que queman, queman, queman como fabulosas velas romanas amarillas explotando como arañas a través de las estrellas y, en al centro, se ve el color azul claro, y todo el mundo dice ahh...".

Esto escribió Kerouac en las primeras páginas de En el camino.  

Hay libros que no fueron escritos para que todos los lean. Hay libros que deben leerse a cierta edad si lo que uno quiere es que les lleguen a las entrañas. “Llegué tarde a Kerouac”, es una expresión que se suele escucharse. A Kerouac no hay que buscar entenderlo, a su obra menos. Un subidón adrenalínico, una piña existencial que deja grogui a cualquiera. La búsqueda del sentido, su encuentro y su consiguiente pérdida. El vacío y lo que hay dentro de él, por más insólito que parezca. Recibir el golpe, pero también el consuelo. Un círculo vicioso. Una fractura.  

Por Sofía Durand Fernández
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