Por María Sofía Romano Braga
alcafecafe
A las 11:46 me llega una foto del Gaucho ya pintado. La Generación Lubola, la comparsa de Maldonado, arranca a primera hora para un desfile que preparan todo el año y que los invita a la capital. Ahí lo sentí y pensé exactamente con las mismas palabras: es hoy.
En estos días fui testigo del armado: vivir en Ciudad Vieja e ir diariamente al Palermo [Boxing Club] me obligó a ver la evolución de sillas, vallado, tribunas y baños químicos. Esa misma mañana visualicé la llegada temprana de los trabajadores vecinos que son parte fundamental del espectáculo: los puestos de panchos y chorizos. A cuál mejor. Carlos Gardel e Isla de Flores poniéndose a tono día a día un poco más para el recorrido que invita desde Zelmar Michelini a la calle Minas.
Entrené con el disco Candombe, de Julieta Rada, para entrar en sintonía y al salir del Palermo me llamaron la atención los colores. A mitad de cuadra, Batea de Tacuarí ya estaba en aprontes sobre el mediodía y su estandarte, los tambores y las coronas de plumas de las bailarinas vestían calle y vereda. Otra vez el pensamiento que esconde sensación: es hoy. Algo en el aire del barrio me decía que la velada iba a estar buena.
“Es una noche de mucha música”, me dijo el Negro, mi amigo. Y a eso fuimos. Lo que no sabíamos es que esa música nos siguió conquistando hasta no dejarnos ir.

Ducha refrescante, café frío y a aprontarme. Hice el mate y salí a ver cómo venía C1080 en el famoso galpón del tambor en la calle Paraguay. Ahí vi un ensayo de Alejandro Luzardo que nunca voy a olvidar. Y en la puerta me encontré con Javi Noceti, el fotógrafo, con el que íbamos a ir presenciando los aprontes.
En carne propia, siendo explorada y consciente. Qué difícil ser consciente. Por momentos es necesario, por otros presiona. En este caso, la consciencia plena de la abundancia de información y estímulos que imponen las Llamadas. Esa fiesta popular máxima de nuestro país repleta de historia: desde la primera aparición de las comparsas de negros y lubolos en 1876, hasta convertirse en algo tan imponente que terminó siendo un desfile oficial cien años después. Desde ese entonces, la herencia africana de tradición ancestral sigue vigente.
La presión se fue rápido, a los minutos de entrar y tras ver a alguien que no solo fue mi ídolo, sino que a lo largo de los años, cada vez que me lo encuentro, es con quien tengo charlas memorables. Óscar Javier Morales (N. del. E: O.J., el exjugador de Nacional) me saludó con la sonrisa que lo caracteriza. Una cara conocida suele dar comodidad. Con un calor impresionante, los tamborileros hacían la fila para maquillarse. Al costado de la fila una estructura gigante, una esfera blanca, estaba siendo agujereada y soldada.

Fotos: Javier Noceti
—No se puede filmar ni sacarle fotos. Queremos que sorprenda en el desfile—.
Eso nos dijeron y así acatamos. Más allá de la sorpresa, me pareció una cuestión de respeto. La Luna, por más que la quieras fotografiar, se guarda para lo vivo. Una foto nunca le hace justicia a su belleza. La Luna es clandestina. La Luna no se sabe. No es sencillo sacarle la ficha de por dónde sale, cuándo y cómo. Impredecible.
Me quedé hablando con O.J. un rato. Me contó que hace 7 años que sale con C1080, que a veces por algún ensayo se le complica con el fútbol y que esa noche lo daba todo, pero que al otro día tenía dos partidos para ir a ver y hacer scouting. Me dijo que estaba contento con ese nuevo rol y también hablamos del clásico.
“Dos manifestaciones populares en una”, pensé. Candombe y fútbol. Sumamos el asado y definís un país. Así es el Uruguay, bases simples y sólidas. Gozador.
En la fila también estaba Pitufo Lombardo. Cuando terminó de pintarse, antes de irse a fumar un pucho, nos contó que era la primera vez que sale en las Llamadas. Era una cuenta pendiente y la estaba cumpliendo. Me validé a través de él, una atrevida. Pero es que el sueño sigue intacto, ¿y el de cuántos más? Mi amigo Juan es de las personas más talentosas que conozco a nivel musical, ejecución, oído, composición, interpretación, amante del candombe, percusionista del carajo y aún no ha salido. Su deseo también sigue intacto.
En mi caso, no tengo el talento de Pitufo Lombardo ni de mi amigo Juan, pero sí la misma pasión o, más racionalmente, la comprensión de que expresar el más autóctono folclore que aquí existe tiene sentido, como una herencia que proclama a través de su ritmo seguir siendo reproducida. No es un mandato, es una especie de hipnosis.

Fotos: Javier Noceti
Seguía llegando gente al galpón, que paulatinamente iba tomando color. Animales africanos pintados en telares gigantes, las modistas en vivo ultimando detalles. Y un cartel que graficaba mi pensamiento, sobre un cartón alguien escribió en mayúsculas: es hoy.
Afuera estaba Rosa Luna, maravillosa y enorme, una estructura de Batea del Tacuari que reposaba al sol frente a sus vecinos.
El sol fue bajando y el ritmo del barrio subiendo. Ómnibus repletos, camiones que también trajeron a la cuna del candombe a quienes iban a brindar el espectáculo. Fuegos prendidos para templar las lonjas y una adrenalina que traspasaba la piel. Ninguno, nadie puede decir qué flota en el aire cuando llama el tambor.
"Entre 19:30 y 19:45 nos encontramos en Durazno y Ejido", me dijo el Negro. Le avisé a Gabi, otra amiga, que fue la primera en llegar. Nos dimos un abrazo y esperamos con ansias a Pablito y a el Negro. Los vimos llegar por Durazno, uno con la heladerita en mano y el otro con una bolsa de hielo. Qué dupla.
El menú iba a ser 7 y 3 y refuerzos de jamón y queso. La sensación era especial: la expectativa de algo bueno. Esa que con certeza te dice que todo lo que vaya a pasar, sea como sea, va a ser disfrutable. Donde no hay lugar para el miedo ni para el futuro. Pasa poco y, cuando sucede, hay que ir. Hay que ir y bailarla. Puede suceder que algo cargado de expectativa no sea lo que esperás. Pero eso tiene más sentido cuando no lo conocés. Ir a las Llamadas siempre fue un evento festivo desde que tengo memoria. Y desde que tengo memoria me encantan las fiestas.
Empezó en hora. Una organización muy diferente a la que sucedía cuando era niña, que ya de pique no había tal cosa. Era más bajar a la cuadra y revolverte por ahí. Años después empezó el control. Ya había una entrada y rigurosidad en el filtro de acceso. Hace 15 años fuimos con Maren a los alrededores, tomando un vino en caja que recuerdo con cariño. Nos pararon unos policías, a dos cuadras del ingreso y nos obligaron a tirarla si es que queríamos seguir en la vuelta. En ese momento empezaba a estudiar derecho, quería ser abogada y me consideraba con la potestad para discutir con el policía.

Fotos: Javier Noceti
No era la primera vez, pero yo persistía por la inmadurez de no comprender que cultivar y desarrollar el diálogo con los milicos aún es una materia pendiente del Ministerio del Interior. Por supuesto que esa discusión terminó en que tiramos el vino y caminamos un par de cuadras para comprarnos otro y así sentarnos en un banco a hablar de lo que había sucedido mientras sonaban las lonjas.
Pero volvamos a lo maravilloso. Chico repique y piano arrasan, ¡cómo está sonando Ansina!, y ¡cómo está quebrando Ansina!, y gracias, Mandrake Wolf, por hacer un concierto dedicado a todos tus candombes, que haya sido impresionante y decidieras convertirlo en un disco para tener esa noche a disposición de revivirla. Si tuviera que elegir un superpoder, sería el de la teletransportación y la música, que cuando te conmueve, tiene ese efecto.
Armé los 7/3 que se convirtieron en 8/2 al instante y apareció C1080. Ahora sí es hoy, está siendo hoy. La entrada nos costó $625, y la más barata estaba a $250. En primera fila, pero pegados a la valla, sentí poca libertad para moverme. Tampoco era que iba a hacer un recorrido de pista de ballroom, pero tuve que contornear un poco más en eje. La de Cuareim salió con su luna e iluminó el arranque. Le siguió Cenceribó y explotó. Nos llegó y comenzó la comunión del placer. Todos los asientos y los no asientos, las tribunas, los balcones y las terrazas estaban repletas. Hombres, mujeres, trans, adolescentes, niños y niñas invocados en el ritual que prevalece.
La fórmula mágica se devela: chico, repique y piano, palo y mano, caminan para que la gente goce. Las bailarinas son las primeras que transmiten el empuje de la cadera —cuánta fuerza tenemos ahí—. Pero, antes, las banderas que nos envuelven y nos devuelven la más fresca niñez. Conectando con los colores, con la cercanía extrema a una tela gigante que flamea al son del tambor. Nos miramos, nos reímos. No nos cansamos. Con cada comparsa ese momento es igual, nos paramos, levantamos las manos y nos agachamos, como una coreografía inocente, cómplice y alegre.
Los escobilleros son acróbatas de la buena energía, barren la mala vibra que pueda haber, y las mama vieja y los gramilleros conquistan con su performance que involucra las relaciones hombre-mujer. Romero y laurel invaden Isla de Flores, y solo pienso en qué pasaría en ese entonces, cuando los boticarios eran quienes te curaban con hierbas medicinales, y cómo en algún punto sigo prendida a esa forma de sanar. Ese pensamiento se me va cuando me agarra el tambor. Las vedetes con esa mezcla perfecta entre lo etéreo y la fuerza. Creo que a eso se le llama poder.

Fotos: Javier Noceti
Entre comparsa y comparsa charlamos desordenadamente y opinamos sin ningún tipo de conocimiento técnico más que el del gusto propio. Vino la comparsa de Maldonado y recordé todo ese esfuerzo. Estaban pletóricos. Quise ver al Gaucho, pero entre que estaba del otro lado y que el maquillaje los hace uno, no lo logré. Quienes tocan las lonjas van en una concentración máxima. Aprecian el entorno, supongo que se deben motivar con él, pero lo que los prende fuego es el tambor. Ahí van incendiando y quemando el cemento, y la mente se pierde en su coordinación, como un mantra.
De todos los barrios: de Buceo, La Unión, La Teja, Cordón, Ciudad Vieja, por supuesto Palermo y Barrio Sur y también de La Paz y Las Piedras, Canelones fueron apareciendo hasta que se acabó el vino. Tres botellas y dos de refresco alimonado estaban vacías y el Negro sin decirlo se ocupó. En ese lapso, charlamos con Gabi y en un momento algo disparó una carcajada. Los nuevos rituales, las viejas épocas, todos satirizados por dos amigas que siguen comprendiéndose con el paso de los años. Nuestro humor agresivo pero sincero, resistente a través del tiempo me dio vida y ganas de seguir.

Fotos: Javier Noceti
Aún quedaba. Y las Llamadas, a pesar de las eternas colas para ir al baño químico (no, no tengo nada que ver con esa empresa, quién pudiera, el negocio de la mierda será eterno), seguían llamando. La flor legal empezó a abrir la percepción, alta magia de olor dulzón que también me hizo conectar con aquella veinteañera que alguna vez fui y me hizo pensar en un posible cuento de Dolina donde el protagonista iba a unas Llamadas que nunca terminaban y vivía para siempre en ellas. El estandarte del Cordón me emocionó, sentí mis raíces, están ahí, son parte de mí.
El Negro apareció con unas latas heladas y en ese momento vimos que se venía Yambo Kenia. “Esta es un clásico”, me dijo serio. Me hizo reír porque cuando se afirma en una máxima suele tener razón. Y qué clásico. Yambo Kenia levantó todo y seguimos bailando. Siempre en sintonía, a veces más, a veces menos, pero siempre moviendo las piernas, las caderas, los hombros y arengando a quienes brindan el arte. Las vecinas de enfrente mantuvieron sus pasos toda la noche, seguramente con desfiles arriba porque esos movimientos, pero sobre todo esa gozadera era profesional.

Fotos: Javier Noceti
La noche se diluía según el diario que había agarrado Gabi, que mencionaba las integraciones de las comparsas que iban a estar esa noche: 23 en total, las mejores del año pasado. Quedaban un par y decidimos movernos hacia la esquina para tener más espacio y presenciar mejor los cortes. Ese quiebre coordinado del tambor en el que hay lugar para la complicidad.
El corte no es solo lo que le sumás a tu alcohol de preferencia o le que pedís en tu peluquería de confianza. En el candombe es un cambio decidido, programado, en la base rítmica del chico, repique y piano. La cuerda corta el sonido acompasado de los tres instrumentos y ejecuta durante unos minutos una figura musical distinta para después volver a ensamblarse.
Lo que sucede en estos minutos es realmente especial. Como si cada vez que se dispusiera otro ritmo, no importa si es más o menos osado, nos dejaran respirar para poder entender cuánta alegría tenemos para dar. Las miradas sonrientes entre desconocidos que presenciamos este acto es de una comunión tan absurda como absoluta.

Fotos: Javier Noceti
Vamos por la última cerveza helada, hace mucho calor y el baile y la transpiración van de la mano. Quien me atiende en el almacén de la esquina me pregunta cómo sale el clásico y esa pregunta me llega como un poema. Le dije que no hay favoritos en este tipo de partidos, haciendo una especie de representación del periodismo deportivo, y se rio. Candombe y fútbol, las dos manifestaciones culturales más fuertes y populares en su máxima expresión en el mismo fin de semana.
Y encontrarme con el Zurdo [Moreira] fue un recordatorio más. La pregunta de él fue distinta, me preguntó efusivamente: "¿¡Qué estás haciendo acá!?". Me salió una respuesta, ya con risa, cuando la palabra que solté fue "trabajando". Le conté de la crónica y le dije que en breves terminaba la noche porque iba a empezar a escribirla. Contento, me felicitó por el laburo, pero no me creyó que fuera a escribir de madrugada. Perfecto. Lo que necesitaba para realmente encararla. Quedé en mandarle un comprobante gráfico.
Tiramos los últimos pasos, agotamos recursos físicos y emprendimos la retirada a paso lento. Esa caminata suavecita, sin apuro. Un carro de chorizos y hamburguesas había copado la esquina. La plena al palo y el dueño alentando a que la gente se arrime a través de un micrófono. Subimos por Ejido hasta doblar por Maldonado y todo estaba estallado. Los bares llenos y un ambiente sin igual. Por supuesto que el Negro insistió para continuar la velada. Pero hay que saber retirarse a tiempo. Volver sobre las 02:30 es un buen horario si querés disfrutar el día después. Mañana sale el sol y todo estará bien. Fuck it, ¿qué pasa con los años? ¡¿qué pasa con los años?!
A las 03:26, después de bajar sensaciones en caracteres, documento en una foto la pantalla de la computadora con párrafos integrales y le reporto al Zurdo. Podría haberle agregado el sticker de el Diego diciendo una de sus frases célebres, pero me pareció redundante. Increíble cómo funciono a presión, una virtud desastrosa.
Y acá estamos.
Por María Sofía Romano Braga
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