Es uno de los grandes autores de la literatura americana, es cierto. Para algunos está en el podio, es cierto. Para otros, está abajo en el inframundo, también es cierto. Y todo eso se debe a que, a los ojos públicos, ese que es un hombre tan reconocido, también era persona.
Ese hombre de cara tan marcada, de nariz tan grande, que era un alcohólico, un fumador compulsivo, se volvió uno de los símbolos más importantes (si no el más importante) de la literatura maldita. Aunque él no lo pretendió, no lo calculó, no lo quiso. Todo lo contrario, lo padeció. Estuvo, casi toda su vida, en llamas.
Nació en Andernach, Alemania, el 16 de agosto de 1920 y murió en San Pedro, California, el 9 de marzo de 1994. Creció bajo la violencia de un padre que le pegaba y una madre que lo aceptaba, creció en una casa que, en vez de ser su hogar, fue un lugar del terror, creció sabiendo que el dolor podía no tener ningún sentido. Que el dolor, en su caso, podía estar porque sí.
Creció leyendo y escribiendo, a pesar de todo y contra todo. Creó un alter ego de narrativa, llamado Henry Chinaski, que es el protagonista de novelas como Cartero y Factótum. Y tantas otras. Creó historias terribles sobre las relaciones tormentosas de ese personaje con el mundo que lo rodeaba, con historias marginales, con personajes también marginales, con vicios, con violencia y con odio.
Escandalizó, obviamente, cuando se vio que todo aquello a partir de lo que creaba también se filtraba hacia su carácter, hacia la realidad. Conoció la estabilidad y el cuidado, recién, con su última pareja, Linda Lee Beighle. Aunque a ella también la destrataba.
Pero ese hombre, que era hombre, que era sensible, que escribía muy bien, que leyó toneladas de literatura, que sufrió infiernos, pudo poner a relucir su luz en otros formatos. Ahí es cuando aparecen sus diarios y sus poemas.
Es que es eso, para conocer a Bukowski hay que entrar en sus versos. Sin odio, sin juicio, sin susto.
John Martin, el editor de toda la vida de Charles Bukowski, publicó un total de veintirés poemarios. Once, durante la vida del autor y el resto, otros doce, luego de su muerte. Y, aunque la traducción mata muchísimas virtudes del idioma original, sobre todo cuando se pasa del inglés al español, desde Beat queremos dejar aquí tres de ellos. Tres que consideramos, a la ligera, geniales.
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Pájaro azul
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy demasiado duro para él,
le digo, quédate ahí dentro, no voy a
permitir que nadie te
vea.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero yo lo ahogo con whisky y
humo de cigarrillo,
y las prostitutas y los bármanes
y los cajeros de los supermercados
nunca se dan cuenta de que
está
ahí dentro.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy demasiado duro para él,
le digo,
quédate abajo, ¿quieres meterme en
líos?
¿quieres arruinarlo
todo?
¿quieres que se hundan las ventas de mis libros en
Europa?
hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy demasiado listo, sólo lo dejo salir
a veces por la noche
cuando todos duermen.
Le digo, yo sé que estás ahí,
así que no te pongas
triste.
luego lo vuelvo a meter,
pero él canta un poquito
ahí dentro, no lo he dejado
morir del todo
y dormimos juntos de esa
manera
con nuestro
pacto secreto
y es suficientemente tierno como
para hacer que un hombre
llore, pero yo no
lloro, ¿tú
sí?
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