Por Manuel Serra
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Para ser sincero, la primera vez que oí hablar de Leiva fue en 2017 cuando Joaquín Sabina sacó su disco Lo niego todo, un trabajo que venía con una novedad particular: el cambio de productor de Sabina a un jovencito. En el momento, no le di tanta importancia. Pero, a la postre, sucedió que era, precisamente, José Miguel Conejo Torres, el nombre que lleva en los documentos este músico.
Seguramente debí haberlo conocido antes. Por ejemplo, su primer trabajo con el “Juglar del asfalto” —no me importa que él haya negado todo, por mí parte me opongo a dejar de usar tales apelativos tan poéticos que le fueron delegando el tiempo— fue “Tiramisú de limón”. Y quien escribe, como fanático acérrimo del oriundo de Úbeda, debió saberlo. Pero, ¿por qué mentir? La verdad es que no lo supe hasta meses después cuando preparaba mi propia entrevista con el cantor andaluz.
Pero no solo por esa canción debí conocerlo: también tendría que tenerlo en mi mente por su propia carrera personal. En España desde mediados de los años 2000 ya ostenta un éxito más que respetable —tocando para decenas de miles de personas, en sus propias palabras— con su primera banda exitosa, Pereza, y luego desde la disolución del grupo, en el año 2011, viene cosechando, sesudamente, una sólida carrera solista que lo ha llevado a recorrer su país y el globo en incontables ocasiones.
Cabe decir que tiene algo de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, aunque no basado en la bondad y la maldad, sino en su doble condición de productor ajeno y compositor propio. Sin embargo, da la impresión que se lleva bien con ambas facetas de su vida, y nunca está impostando dependiendo el rol que está cumpliendo. Sino, al contrario, que tiene un celo importante porque su esencia se mantenga en todas las situaciones que se encuentra.
El año pasado presentó Cuando te muerdes el labio, un trabajo discográfico repleto de colaboraciones; todas estas con artistas mujeres latinoamericanas. Quédense tranquilos que le dimos el reproche de rigor por no incluir ninguna uruguaya y confesó que “algo que les quedó afuera con dolor”. No obstante, tiene una relación muy cercana con nuestro país. Desde sus inmensos toques acompañando a Joaquín Sabina, a sus grabaciones con No Te Va Gustar —en eso estaba en el momento de la entrevista— como de la gang uruguaya que armó en Nueva York y de la que le gusta presumir, con artistas y figuras importantes de nuestra cultura, a la que los une el “amor por los vinilos”.
Como solista, atracó por primera vez en nuestro país en el año 2019, sin ser tan conocido, pero ahora vuelve este lunes 5 de diciembre. ¿El lugar? El mismo escenario de la otra vez: La Trastienda (Daniel Fernández Crespo 1763). Me atrevo a decir que, quizá, uno de los mejores lugares para escuchar las canciones del madrileño, ya que el tamaño del lugar permite que tenga la fisonomía de concierto de “club” —palabra con la que Leiva parece estar obsesionado—, pero sin perder la intimidad de verlo de cerca.
Respecto a sus venidas a Uruguay, explica que no viene con el “hacha de la conquista”, sino, al revés, a hacer conocer su música y, sobre todo, a disfrutar de un anonimato que, hoy día, en España le está resultando imposible. Además, de seguir conociendo artistas y amigos nuevos: una obsesión que atraviesa su visión del mundo.
Aprovechando que se encontraba en el país, desde LatidoBEAT pudimos tener una entrevista face to face —una pequeña digresión, ¡cuánto mejor que las charlas por Zoom!— en la que la charla fue tomando matices intimistas y terminamos hablando de todo. Y, por momentos, también a las carcajadas. Algo que “Lei” —como le gusta que le digan— valora mucho. También hablamos de otros temas fuera de micrófono, pero esos quedan para nosotros. Sin duda alguna, encontramos en el español una persona que vale la pena conocer y, citando al viejo Neil Young, por lo que parece, con un “corazón de oro”.
¿Cómo te recibió Uruguay y, especialmente, la ciudad de Montevideo?
Bueno, pues muy bien. Porque desde el principio hemos estado aquí en familia. Vinieron al aeropuerto por nosotros nuestros amigos de No Te Va Gustar. Y ha sido todo muy familiar: llegar aquí, hacer asados. Estamos haciendo cosas juntos, hemos pasado estos en su estudio. Todo con una onda muy de hermandad. Me he encontrado con buenos amigos. Y ya empieza a ser un lugar con el que tenemos cierta familiaridad.
Estos días tocó Joan Manuel Serrat. Tú has venido más de una vez con Sabina también. ¿Por qué considerás que el público uruguayo es tan fanático de la música española? Dicho de la propia boca de Joaquín, es el país en el mundo donde es más popular, ya que, proporcionalmente a la gente, es el lugar en el que más entradas y discos vende.
Sí, y también lo que hay en Uruguay es, en proporción, el mayor número de poetas por metro cuadrado del mundo. Y siento ahí también hay una conexión con el texto muy importante. Con la canción. Y con el compromiso y rigor con la lírica. Y los grandes letristas como Joaquín o Serrat son, por eso, gente aquí muy querida. Entonces, eso: hay aquí un rigor con lo lírico… que Joaquín tiene un ejército de fans y Joan Manuel también. Estuvimos juntos aquí el otro día, que era donde estaba hospedado Joan Manuel y su banda.
Siento que sí, que hay una pasión muy importante para la canción española. Sea pop, sea rock, sea de autor. Y hay una serie de artistas que han ido allanándonos el caminito para que nosotros podamos transitarlo más fácil.
Incluso, José Luis Perales dio el último show de su carrera en Montevideo. Cosa que nosotros nos tomamos como un honor muy grande: que un artista de su calibre se haya retirado en nuestro país es un enorme motivo de orgullo…
Sí, yo creo que, más con la canción de autor que con el rock, hay una querencia importante y un lazo entre Uruguay y España. Sí, claro. Pero vamos. Joaquín siempre dice que es uno de los sitios donde se siente más querido del mundo.
Me llama la atención que una de tus primeras bandas se llamaba “Pereza” y, si algo no hay que ser si uno quiere ser productor, es perezoso. ¿Cómo surgió eso? ¿Qué recordás de esos tiempos?
Pereza ha sido una banda muy importante en mi vida. Mi primer grupo se llamaba Mala Yerba, que era algo así de rock and roll, setentas… que era un poco con la que yo quería comerme el mundo. Y Pereza fue una banda que montamos tres amigos para hacer versiones y acabó siendo una banda muy popular en mi país. Y teniendo una dimensión popular muy grande. Hicimos como seis discos y tuvimos una carrera muy pequeñita: mucho club, mucho club, mucho club. Y de repente, empezó a hacerse muy grande… una banda, pues, de convocar veinte mil en Madrid. Y esos años fueron como mi escuela; aprendí todo lo que tenía que aprender del oficio. Como que me profesionalicé, de alguna manera. Pereza es como si fuera mi universidad en el rock.
Sos consciente que en Uruguay no tenés la misma popularidad o reconocimiento que en España. ¿Cómo te llevás con esa situación?
Para mí, todo son aprendizajes y tiene que ver con la libertad. Para mí venir a La Trastienda tiene algo de venir a tocar para convencer que me sienta bien. En España, quizá, tocas más para deleitar, aquí tocas más para convencer. Y tener que hacerlo, tener un anonimato en las calles: todo eso me brinda más cosas buenas que malas. Yo no estoy comparando la dimensión ni estoy con la visión de conquista. Yo vengo aquí a salir con amigos, a ensayar, a grabar, a tocar, a salir a cenar. No vengo con el hacha de la conquista. Vengo con la suerte de poder volver a vivir una vida anónima, de volver a tocar en clubs (cosa que en mi país se hace más complicado). Para mí, son todas cosas buenas.
Y quizá te retrotrae también a aquellos primeros años donde tocabas para bandas con menos gente…
Realmente, si lo pienso en proporción, yo he pasado gran parte de mi vida musical sin éxito. Por eso, para mí tocar en clubs y salas es algo que he hecho mucho. No es algo nuevo. Es algo familiar, que me gusta. Hace poco estábamos tocando en México en salas de mil personas y me encanta. Ese aforo, manejar el público cerca, saber que es todo es parte de un viaje. Que estás disfrutando, que estás aprendiendo, que estás encontrándote con gente nueva. Y mostrándole a gente nueva tu música, que no tienen un juicio tuyo porque no tienen un historial en ese país. Todo es muy limpio.
Si tuvieras que decidir, ¿dónde te gusta tocar más? ¿En clubes o en grandes escenarios de conciertos?
A ver, se disfruta más en clubs. Por una cuestión casi física. En los clubes hay un contacto muy cercano. Obviamente, tocar en un lugar para miles de personas es un ritual muy fuerte. Es un privilegio tan enorme que no puedo decir prefiero más tocar en clubs. Estar en sitios grandes es una locura y una maravilla. Pero hay algo del aforo, una conexión física con la gente, que me parece imbatible.
Sos un artista que tiene dos facetas bien marcadas: la de productor de otros artistas y la de compositor propio. ¿Cuál te sienta mejor?
Bueno, a mí me gusta mucho la alquimia del estudio. Probar, grabar, estar probando, buscando el arreglo, el padrón. Para mí, esa alquimia de la producción me hace aprender mucho. Y me hace ser muy libre. Porque cuando produzco soy muy libre. Mucha más que con mis propias producciones de mi carrera personal, donde estoy más clavado. Pero siento que, en el fondo, yo soy productor por accidente. Nunca fue un sueño, fue sucediendo y de repente me he visto produciendo discos, que no es algo que yo ansiara. Así que disfruto las dos cosas, pero mi estado natural es salir de gira.
Puede que sea un poco como los consejos con los amigos; es muy fácil ver su situación y recomendarles. Pero cuando uno lo vive en carne propia es otro cantar. ¿Iría un poco por ese lado?
Sí, también yo, al final, cuando grabo mis propios discos, trato de no ser mi propio productor, ¿sabes? Siempre tiene que haber una mirada externa y que no tenga una conexión emocional con el repertorio para poder tomar decisiones objetivas. Creo que siempre está bien que haya unos oídos externos. El concepto de producción es muy importante.
En Uruguay, lo sabés, sos muy conocido por tu condición de productor de Joaquín Sabina. ¿Qué decís que te haya dejado él en todos estos años? ¿Enseñanzas? ¿Anécdotas?
Bueno, Joaquín, en realidad, me ha dejado muchas cosas. Más allá de lo profesional. Obviamente, también aprendizajes del oficio: a la hora de generar una estructura de canción, ser conciso en el escenario, con el tiempo. Pero, básicamente, lo que me ha enseñado es que todo tiene que estar bajo el sentido del humor. Y él nunca va a tener solemnidad en su trabajo; todo va a ir siempre gobernado por una broma. Y todo lo que le ha pasado en la vida, para él tiene algo de chiste. Esa filosofía de vida para enfrentrse al oficio que tenemos, que, en ocasiones, es duro, es el gran aprendizaje de mi vida. Y me lo ha dejado él. Me lo ha dejado Joaquín. “Nada es tan importante, la vida va seguir sin mí. Aunque yo no esté, la vida va a ser exactamente igual”.
Es como una suerte de baño de humildad entre comillas…
De humildad, de no tomarse en serio. Joaquín es un tipo que ha venido a pasársela bien. No ha venido a dejar huella o a dejar un sermón, ha venido a pasársela bien. Punto. Ese es el objetivo de Joaquín Sabina: reírse de la vida. Y eso te da mucho; cuando tú estás con alguien trabajando muchos años —lo conozco hace veinte, y llevo quince junto con él— y que siempre estén las risas de por medio me parece el mejor legado que me puede dejar un amigo. Y él es uno de mis mejores amigos y, realmente, me ha dejado un legado muy valioso y sé que lo voy a aplicar por el resto de mis días.
Claro. Bueno, ¿qué sería “morderse los labios”? No el disco, sino la expresión…
Yo creo que tiene que ver con que algo está pasando. Para mí, es un gesto que siempre me dio mucha información de cosas. Cuando alguien se está mordiendo el labio es que algo le está pasando por dentro; es como que estás exteriorizando que algo está sucediendo. Como rabia, o contención de lágrimas, o que algo te está poniendo nervioso. Y siempre me pareció que había un disco detrás de ese concepto de morderse el labio. Siempre me lo pareció.
¿Y vos solés estar nervioso?
Yo siempre estoy nervioso, soy un tipo muy inquieto.
¿El hacer un disco colaborativo viene del lado del productor? ¿Del no querer renunciar a esa condición de trabajar con otros?
No, no. Tiene que ver con algo mucho menos estratégico: que es la amistad. Llevo muchos años viajando por Latinoamérica y hay amigas artistas que me han dejado muchas cosas. Y me apetecía hacer música con ellas. La idea del disco es que quería pasar horas en el estudio con mis amigas. No tiene más historia que esa.
Te tengo que hacer un pequeño reproche si me lo permitís: no hay ninguna artista uruguaya en el disco…
Ya (risas). Sabes que estuvimos barajando y mira que es algo que se nos quedó afuera con dolor. Pero no descarto que lo podamos hacer pronto.
Si tuvieras que definir el lugar ideal para escuchar el disco, ¿cuál sería? ¿El lugar que vos te imaginás que calza a la perfección?
No, para mí la manera de conectar o de entrar en un disco en estos tiempos tan voraces, tan atroces, de consumo rápido —de música que parece fast food—, siempre es conduciendo. Ahí estás con la música, no te da el tiempo de pasar las canciones rápidas. Estás conectando con la música, entrando. Para mí los discos se tienen que escuchar conduciendo.
Te presentaste por primera vez en Uruguay en 2019. ¿Qué recuerdos tenés de aquel desembarco?
Fue un súper show. Sinceramente, lo recordamos todos como un concierto muy especial. Fue en La Trastienda, para un público nuevo. Fue una sensación muy fuerte, como te digo. Nos sentimos muy vivos, con muchas ganas de repetir. Ahora volvemos al mismo lugar, esta vez va a estar lleno, aquella vez no. Entonces, es eso: crecer poco a poco, seguir haciendo amigos y seguir aprendiendo.
¿Y qué ilusión te genera volver tres años después?
Bueno, seguir disfrutando. No es con ansias de conquista de tocar en sitios más grandes; es venir aquí y hacer cosas. Y seguir generando lazos. Eso es lo que me seduce.
Te voy a hacer una pregunta muy personal, podés no responderla, pero ¿te considerás una persona feliz? Viéndote de afuera, parece que sos una persona que está en paz…
Bueno, no siempre soy una persona que está feliz. Creo que está muy sobrevalorada, también. Siento que la vida tiene un trayecto lógico que hace que no pueda estar conectada siempre con la felicidad. Soy un tipo que, de repente, me cuelgo con pensamientos negativos por momentos. Pero hay algo ahí muy importante, que es que cuando tú estas ganándote la vida con lo que amás, tienes cierta serenidad. Y eso sí que lo tengo. Tengo un privilegio muy grande, yo me gano la vida con lo que hago. Tengo pocas cuentas pendientes, a pesar de que, obviamente, tengo mis miedos, mis precipicios, mis fantasmas. Pero hay algo muy importante que es el núcleo de mi vida: me gano la vida con lo que hago. Y eso no tiene precio.
Si te tuviera que preguntar para qué pensás que sirven las canciones, ¿qué me dirías?
Para hacer compañía, básicamente. Yo hago música para hacer compañía; me imagino que estoy conectando con alguien que no conozco de nada, que acaba de tener una pérdida gigante en su vida, está en su coche escuchando una canción mía y está pensando “ese tipo habla de mí”. Yo mismo, como fan de la música, siento que hay tanta gente que habla de mí. Que, al final, la música es hacer compañía. Punto.
¿Y para vos mismo qué es? ¿Un acto de catarsis? ¿Una forma de liberarte de esos fantasmas que estabas diciendo?
Tampoco como catarsis, es una manera de comunicarme. Yo compongo no como un trámite para hacer un disco; lo hago como una forma de expresarme conmigo mismo. No sería capaz de explicar las cosas que me pasan a mí mismo sin música. A veces las canciones me dan información mía que yo mismo no sabía. Y a canalizarla de otra manera. No siempre es catarsis, a veces es un modo de comunicarme.
Tiene algo psicoanalítico entonces…
Sí, sin dudas. Tiene algo psicoanalítico. Por supuesto que lo tiene. Pero es algo intrínseco en mí. Hago música desde que tengo trece años. Tocaba la armónica en una banda de rock. Tocaba el bajo. Hago música. No sabría hacer otra cosa; nunca he hecho nada más.
A tu corta edad —comparado con otros músicos—, ya llevás casi treinta años de carrera. ¿Cuál sentís que es el motor para seguir teniendo hambre?
Supongo que pasas por diferentes fases por la música. Primero, quieres ser popular. Que tu obra llegue. Quieres dejar huella. Y poco a poco, eso se va diluyendo y lo que quieres es conocer artistas y aprender. Yo, realmente viajo para encontrarme con gente mejor que yo. Esa es para mí el hambre. Yo hago canciones porque, de repente, me he juntado con alguien que me muestra algo que me gusta mucho. Y digo: “Wow, cómo me gustaría hacer una canción tan bonita”. Al final el hambre me lo da juntarme con gente; mi escuela es juntarme con gente. Siempre.
Podemos decir entonces que tu motor es la curiosidad…
Sin duda. La curiosidad es mi motor antes de ser músico. Ya era un niño curioso con todo. Y siempre quise aprender; nunca he pensado que tengo claro nada. Siempre tengo cosas por descubrir y aprender. Cuando era niño yo jugaba al fútbol…
¿De qué jugabas?
Yo jugaba en el medio del campo. Más tirado hacia la izquierda.
Una suerte de Iniesta…
Jaja, sí, en mis sueños más húmedos (risas mutuas). Pero sí, siempre estaba fijándome en los gestos de los demás, en cómo jugaban. Por eso digo, que desde niño he sido siempre muy curioso.
Ya para terminar. Estuvo un poco atravesado en toda la charla, pero ¿cuál sería el objetivo de Leiva o el mejor de los mundos que te podés imaginar?
Seguir tejiendo amistades por el mundo, seguir haciendo música con amigos. Pero, sobre todo, seguir estando en un escenario, darme la vuelta y ver que estoy con mi familia. Que eso siga. Ese es el sueño de mi vida.
Por Manuel Serra
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