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Contenido creado por Valentina Temesio
Música
Jack Soul Brasileiro

Lenine: “Tengo un número muy significativo de canciones que no me siento capaz de cantar”

Este sábado el músico brasileño presenta Rizoma, a dúo junto con su hijo Bruno, en Enjoy de Punta del Este.

04.04.2023 19:03

Lectura: 13'

2023-04-04T19:03:00-03:00
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Por Carlos Dopico
Carlos Dopico

El músico pernambucano Oswaldo Lenine regresa a Uruguay con un concierto y concepto con el que logró renacer: Rizoma. En medio del confinamiento y el retroceso de los derechos sociales que sufrió su país, el compositor y productor de 64 años había perdido por completo las ganas de volver a tocar. La insistencia del menor de sus hijos, Bruno Giorgi —multiinstrumentista y productor artístico musical—, fue la que logró persuadirle hasta volver al lugar donde se siente vivo y del que jamás debió salir: el escenario.

Lenine ha venido a nuestro país en varias oportunidades y en distintos formatos, desde el Teatro Solís a la Sala del Museo, o del Auditorio del Sodre al Festival Medio y Medio de Punta Ballena. Sin embargo, jamás podrá olvidar —confiesa— la magia que se produjo en su primer desembarco, del que pasaron ya 15 años, en el extinto escenario de La Pataia. Ese día, el público le hacía reverencias y alabanzas durante el eterno aplauso que coronó aquel magnético concierto al aire libre.

Lenine es uno de los músicos más talentosos que han surgido de Brasil en las últimas cuatro décadas. Si bien hace muchos años que vive en Río, el haber nacido en la ciudad portuaria de Recife le ha aportado corrientes de influencia que su música jamás ha podido disimular. Eso es lo que canta en “Jack Soul Braileiro” y que profesa en cada canción: “Aí eu vou misturar Miami com Copacabana / chiclete eu misturo com banana / E o meu samba, e o meu samba / vai ficar assim”. Su obra, potente y rítmica, contiene rock y funk, pero, también, abreva samba, bossa y toda la música popular brasileña que se pueda imaginar. Sus discos son un relato preciso de distintas épocas, cuya poética se exhibe siempre honesta e interpelante.

Este coleccionador de vocablos y fonemas, amante de la botánica y experto cronista de la realidad circundante, encontró en el término “rizoma” no solo el nombre de su proyecto refundacional, sino la magnitud filosófica de volver a resurgir en familia. “Fue muy estimulante para mí; me reconocí en esa palabra. Con Bruno, independientemente de ser singulares, somos padre e hijo. Es una cuestión rizomatica”, señala.

Quienes lo vieron en vivo alguna vez saben del potencial que este músico es capaz de desplegar en escena, tanto en lo instrumental como en lo vocal; desde el susurro al estruendo, o desde el samba rítmico y potente al rock frenético y distorsionante.

Este 2023 se cumplen 40 años de carrera discográfica documentada; sin embargo, Lenine lleva más tiempo componiendo piezas que grabaría en el futuro, y otras que cantarían figuras como Gilberto Gil, Milton Nascimento, Ney Matogrosso o Maria Bethania.

El encuentro se produce por Zoom, él desde su casa en Río de Janeiro. Sin embargo, por misteriosas cuestiones técnicas, la aplicación se niega a dejarme grabar. Lenine, siempre cálido y paciente, advierte: “Tranquilo, Carlos. Yo estoy pronto. Son cosas que pasan. Yo vivo en el presente, entonces estoy pleno siempre”.

Llegaste por primera vez en 2008 al Uruguay para un concierto memorable en La Pataia, al que venías con Labiata, tu séptimo álbum de estudio, bajo el brazo. ¿Qué recordás de aquel primer show en nuestro país?

Tengo una memoria afectiva muy clara, cariñosa, muy poderosa para mí. Era realmente la primera vez que tocaba en Uruguay y lo hacía en un festival, que fue todo un descubrimiento porque tenía lugar en un espacio al aire libre, maravilloso. El público estaba ávido, no lo olvidaré jamás; lo tengo grabado con claridad en mi memoria. A pesar de ser aquella la primera vez, el público tenía una avidez como si conociera ya mi repertorio a la distancia. Todo eso hizo que aquel momento quedara en mi memoria de una manera muy especial.

Llegaste, además, con una banda inolvidable, conformada por grandes músicos y compositores.

Sí, es verdad. A mí me gusta mucho ir cambiando las formaciones. De cada disco que he hecho la banda siempre tuvo variaciones. Siempre estoy “procurando” otros timbres, otras sonoridades. En aquel momento, además de la formación básica de bajo, batería y guitarra teníamos la colaboración de tres músicos muy poderosos de aquí y eso le daba un núcleo sonoro adicional.

(N. de R.: La formación de aquel momento incluía nada menos que a Pantico Rocha, baterista y compositor; Guila en bajo, también con carrera propia; pero, además, integraba a JR Tostoi, un guitarrista y programador incandescente. Sumado a estos, trombón, clarinete y samples de los arreglos de cuerda originales de la placa que había grabado el Quinteto da Paraíba: contrabajo, violoncelo, viola y violín).

A lo largo de tu vida has encontrado diferentes modalidades para hacer música: bandas sonoras, componer para otros, producir discos de otros artistas y edificar una carrera compositiva que luego saliste a defender por distintos escenarios. ¿Cómo vivís el proceso de desdoblarte y componer para otra persona?

Lo que antecede a todo es que soy compositor, eso viene desde mucho antes de ser intérprete. Antes de grabar mi primer disco (hace 40 años) ya era compositor, y era parte de mi trabajo querer frecuentar los álbumes de los intérpretes brasileños que yo tenía cerca de mí. Así que la composición fue antes que todo. Después fui haciendo otras cosas y descubriendo otras posibilidades en el universo musical a lo largo del tiempo.

¿Y qué fue lo que te empujó a construir tu propia carrera como cantautor?

Siempre junto a la composición existió el proceso do palco (del escenario) de tocar en vivo para las personas. Eso también lo había hecho antes, incluso de grabar. Es un tipo de mecánica totalmente diferente la del compositor y la del intérprete. Tengo un número muy significativo de canciones que no me siento siquiera capaz de cantar, porque los criterios que tengo para ser el intérprete que soy son completamente diferentes de los que tengo como compositor. Hoy en día estoy componiendo mucho menos, siento que no necesito tanto hacerlo. Hace un tiempo ya que solo compongo para hacer mis discos. Desde aquella época es que hago álbumes, por eso es que creo que soy un ser anacrónico. Es lo que aprendí y lo que sé hacer; es una especie de artesanía la de componer como la de producir. Son cosas que se han ido desarrollando con el tiempo. Componer es un proceso muy solitario, muy intimista; incluso cuando hago una composición con un parcero. Pero hacer un show es lo contrario, está cargado de exhibicionismo. Estás para darte a los demás, para entregarte al público. Adoro hacer ambos trabajos, pero por sobre todo amo salir al escenario. En ese momento tengo casi una relación divina. No me sucede siempre, pero en algunas raras ocasiones la música me eleva, me lleva a otros lugares. Muchas veces olvido de la letra de mis propias canciones porque me viajo y, por fracción de segundos, me pregunto dónde estoy. Lo que pasa es que la música algunas veces te coloca en otra vibración. Es algo que no sucede a menudo, pero la verdad es algo que los artistas perseguimos bastante. El escenario es definitivamente un placer para mí, es mi lugar para decir cosas.

Un detalle muy curioso al comienzo de tu constante producción discográfica (12 álbumes) es la década que separa tu debut del título siguiente. ¿Por qué demoraste tanto tiempo en publicar nuevas canciones?

Yo grabé mi primer disco en el 83, Baque Solto (junto con el músico y cineasta pernambucano Lula Queirolo) y, 10 años después, grabé un disco que yo siento como el verdadero inicio de mi carrera, Olho de peixe. Esos 10 años pueden parecer un “hiato”, una brecha, pero la verdad que no lo son. En esa década yo creé mi repertorio y fui haciendo música. Lo que hice en esos 10 años fueron las composiciones que fui grabando en los tres discos que sucedieron a Olho de peixe. Cuando hice O Dia em que Faremos Contato, del 97, Na Pressão, del 99, y Falange Canibal, del 2002, la mayoría de las canciones las había compuesto en esos 10 años que la industria demoró para mí y mi trabajo. Fue esa la razón por la que comencé a producir, a hacer. Yo mismo descubrí la manera de hacerlo.

El confinamiento por la pandemia te puso en un lugar nuevo, distante de la música. ¿Cómo viviste ese proceso de abandonar casi por completo lo que hacías?

Durante el período de la pandemia, y también porque yo tengo otras pasiones, fue, de cierta forma, fácil para mí dejar la música de lado. Durante casi dos años, pero por sobre todo el primer año, sentí que no quería hacer más lo que hacía. No era algo que me causara dolor, era algo natural. Claramente, luego, cuando hicimos Rizoma —el espectáculo con el que regresamos ahora a Punta— redescubrí el palco. En el primer show que hice con Bruno pensé: “Qué idiota, cómo pensé alguna vez que podría vivir sin esto”. Fue el recomienzo.

¿Dónde encontraste el primer rebrote?

Yo soy un coleccionador de palabras, tengo una fascinación por los fonemas, los significados y la etimología de las palabras. Rizoma es una que conocí por la botánica, antes de saber de Deleuze y conocer su significado filosófico. Yo tenía ya el concepto de rizoma; el crecimiento horizontal de las raíces imposible de prever. Ante un pequeño estímulo, a la planta nace otro ser con sus características propias; es otro ser que nace y que no necesariamente es la misma planta. Ese lugar, ese punto donde se da el rizoma tiene mucho que ver con la creación, de alguna manera, es imposible que lo puedas prever. Cuando acontece, acontece; exuberantemente sucede. La palabra ya trae esa cosa fascinante. Cuando entendí el concepto filosófico del rizoma, de la confusión entre el caos y el orden, donde la vida puede acontecer, descubrí que puede ser aleatorio. Fue muy estimulante para mí, me reconocí en esa palabra. Con Bruno, independientemente de ser singulares, somos padre e hijo. Es una cuestión rizomatica. Me pareció muy honesta para definir el estímulo que me lleva a hacer, a concretar. Nunca se sabe cuándo sucede, pero, cuando sucede, prefiero percibir, como mi padre decía.

Mi padre era un ateo cristiano, y me enseñó que la distancia entre el comunista y el cristiano es solamente la muerte. Cuando uno de ellos trabaja toda la vida para llegar al paraíso luego de morir, el otro quiere el paraíso aquí, ahora, antes de morir. Yo creo divino, muy bueno para definir el misterio de lo inalcanzable. No es necesario idealizarlo como supremo, pero sí como constatación del trabajo, del efecto y causa. Para mí, ese momento divino, cuando estoy con la guitarra, me lleva a hacer otra cosa. Abro la ventana y me llegan palabras, conceptos… La mayoría de las canciones, o al menos las que surgen desde la guitarra —como elemento sonoro presente en la composición—, surgen de un error y es aceptando el error que surge lo nuevo.

Ese concepto del rizoma define mucho el show que hacemos con Bruno, que fue concebido y concretado durante la pandemia en mucha soledad. Claro que la intimidad que tenemos fue muy benéfica, porque, a pesar de estar todos aislados, yo estaba con mi hijo. Bruno trae al escenario el ambiente sonoro de cada una de las grabaciones originales de las músicas que elegimos hacer.

Ahora que mencionas a tu papá, he leído por ahí que siempre te hacía tres preguntas fundamentales: “¿Qué hacés, por qué lo hacés y para quién lo hacés?”. ¿Podrías responderlas para mí?

La verdad es que sí, siempre respondo esas preguntas. Sí, fue un pedido de mi papá, y creo que todo ser humano tiene que hacerse esas preguntas al menos una vez al año. ¿Qué hago? Música. ¿Por qué lo hago? Porque no podría vivir sin hacerlo. ¿Para quién lo hago? Lo hago para la posteridad. Realmente quiero pensar que, en un futuro distante, si alguien escucha mi trabajo consiga entender cuál es la realidad de aquel momento; que sea una crónica musical la que encuentre en cada disco que he hecho y que sirva para describir mi presente. Eso es lo que estoy haciendo…

Quiero pedirte una referencia de alguna de las composiciones más destacadas de tu carrera, esas que siempre integran tu repertorio y que tanto tuvieron que ver con el proceso reciente. Podés contarme el contexto, la motivación o el significado que tiene aún para ti “Paciencia”, del disco Na Pressão de 1999.

“Paciencia” fue una composición que hice con mi parcero Dudu Falcao. Él es un parcero muy divertido, y a lo largo de los años fuimos encontrando una manera común de hacer las cosas. Ambos hacemos textos y música, y eso nos ha aportado una química especial para componer, para hacer las baladas, las canciones más introspectivas. No es que fuimos a buscarlo, pero a lo largo del tiempo fuimos encontrando canciones que tienen un costado lúdico pero que son baladas.

“Paciencia” surge para Na Pressao, un disco en el que sucedió una cosa muy curiosa. El primer disco lo hice junto a Tom Capone (reconocido productor musical brasileño). Y luego, al primer momento en que nos encontramos, cuando llevé las canciones para el siguiente disco, mientras le estaba mostrando una música, llegué a la conclusión de que aquel no era un disco que quisiera hacer. Era Falange Canibal, un disco que hice mucho después (2002). Él lo entendió y me dijo: “Está bien, hazlo después”. Entonces me fui a mi casa a escribir. Fue el primer estímulo que sentí de distanciarme de un repertorio que ya tenía compuesto. La primera canción que surgió fue “Na Pressao”, que terminó dándole título a un disco. “Paciencia” surgió un poco después, cuando buscaba una canción para susurrar, para cantar de una manera muy íntima con las personas. Fue así que surgió, a partir del estímulo mismo de tomar distancia. Jamás imaginé que tendría el poder de tocar tantas almas. Cuando haces una canción esperas que genere un vínculo fuerte, pero generalmente no sucede; son contadas ocasiones cuando ocurre. Y la verdad es que conozco una enorme cantidad de vivencias que las personas han tenido con esa canción, algo así como un trampolín de esperanza.

¿Cuál es el caso de “Medo” (Miedo), aquel tema compuesto a medias con Pedro Guerra que publicás en el Acústico MTV de 2006?

“Miedo” es de Pedro Guerra. La canción ya existía, él la estaba produciendo y quería que yo participara. Nos habíamos conocido en ocasión de un encuentro de música iberoamericana en Galicia, y luego me contactó para hacer una participación en la canción. Cuando me propone cantarla, me acordé de un texto que ya tenía escrito sobre el mismo tema: el miedo. Toda la parte final de la canción la escribí después de escuchar la canción, juntando palabras y conceptos. Fue interesante porque devine parcero de Pedro. Luego, cuando estaba grabando el acústico, invité a Julieta Venegas a cantar. Pero en el disco Ofrenda de Pedro Guerra somos él y yo cantando. La grabamos aquí, en Río de Janeiro.

Por Carlos Dopico
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