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Cine
Terror desde el Oriente

Los 70 años de Godzilla, el rey de los monstruos que encarnó los horrores del ser humano

El famosísimo monstruo japonés cumple 70 años y todavía hoy funciona como un espejo que devela lo peor de la humanidad

17.01.2024 19:04

Lectura: 5'

2024-01-17T19:04:00-03:00
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Por Sofía Durand Fernández
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Es 1º de marzo de 1954. Atolón Bikini, uno de los atolones que compone a las Islas Marshall, en medio del Océano Pacífico. Daigo Fukuryu Maru, así se llama el barco pesquero que está a 74 kilómetros de la zona delimitada para pruebas atómicas estadounidenses de bombas de hidrógeno. Una bomba, que tiene el doble del poder del que se había calculado, es lanzada y los pescadores sufren las consecuencias. Náuseas. Dolores de cabeza. Quemaduras.  

Esa historia inspirará a otra. La realidad a la ficción. Se volverá más que conocida a nivel mundial. Setenta años después, seguimos hablando de ello. 

Primera escena. Un barco pesquero es destruido por una aparente explosión. Más adelante se descubriría que el culpable es un monstruo cuyo nombre surge de la combinación entre dos palabras. Gorira y Kujira. Gorila y ballena, en japonés. Setenta años más tarde, el Occidente del mundo lo convertiría en Godzilla.

Para Japón, el lanzamiento de Gojira (1954) representó un reclamo y una reivindicación sobre los acontecimientos más dolorosos de su historia a través del séptimo arte, el cine.  

La intención del director Ishiro Honda de generar un sentimiento ominoso con la primera escena de la película tiene fundamento. Stephen King habla reiteradas veces del poder de reflejar los terrores de la sociedad en el arte. Godzilla fue el primer producto perteneciente al género kaiju producido en Japón.  

Kaiju significa bestia gigante en japonés. Se traduce al español como monstruo. Se utiliza para hablar de las criaturas que atacan o protegen al mundo en el género tokasatsu y, en su gran mayoría, provienen de Asia.  

Se cree que Toho, la productora de la película, pensó en Gojira como una representación del miedo que sintió Japón tras el bombardeo atómico sufrido en la Segunda Guerra Mundial. “Si seguimos con pruebas nucleares, es posible que otro Godzilla pueda aparecer en alguna parte en el mundo, otra vez”, dice una de las últimas líneas de la película. 

En un mundo que vivía una carrera de armas nucleares, Godzilla propuso también lanzar una advertencia. 

Si bien la película lleva el nombre de la criatura y, hasta el día de hoy, siguen produciéndose otras cintas que lo tienen como protagonista, su rol inicial consistía en articular una pieza cinematográfica cuyo leitmotiv iba más allá del entretenimiento. Está ligado con lo que, justamente, lo despierta: una bomba de hidrógeno.  

De hecho, la consecuente deformación del personaje habla de su carácter. En la versión de 1954, Godzilla muere. Luego, vuelve a la pantalla y comienza a sufrir transformaciones a lo largo del tiempo, llevando a, al menos, tres etapas diferentes.  

Showa, la primera, abarca desde 1954 hasta 1975 y Godzilla pasa de ser villano a defensor de Japón. En la segunda, Heisei, desde 1984 hasta 1995, ataca no solo a otros monstruos, sino también a Japón. En la etapa Millenium, Toho recupera los derechos e intenta reconstruir no solo el mito, sino también la mirada adulta en las historias.  

Las diferencias entre las representaciones y sus correspondientes etapas son claras. La versión estadounidense de 1998 fue criticada por los fanáticos. Shin Godzilla (2016), dirigida por Hideaki Anno –creador de Neon Genesis Evangelion– tiene un rol metafórico sobre el accidente nuclear de Fukushima.  

El motor de acción de Godzilla es destructivo, no hay un motivo mayor ni un porqué más que su origen radioactivo. No tiene un objetivo, un deseo o un principio en particular. Es estático. Es metafórico.  

La película de 1954 se concentra en el sufrimiento de la gente. La madre que llora abrazada a sus hijos y les decía que todo iba a estar bien. Los hospitales llenos de gente. El caos. La ciudad destruida. Los vestigios de una realidad cruda trasladados a la ficción.  

La problemática tangible viene de la mano de otros dos personajes, que proponen un debate que es el centro de la guerra nuclear. Ligado al mismo dilema que Robert Oppenheimer, apodado el Prometeo americano y cuyas acciones volvieron a ponerse en discusión tras Oppenheimer (2023), la película dirigida por Christopher Nolan, lanzada el año pasado.  

El Doctor Serizawa. El científico con amor por el conocimiento que descubre la única manera de destruir al monstruo, pero, a su vez, dilucida que es un arma de destrucción masiva. Un arma inevitablemente se proliferará.

El Doctor Yamane, un paleontólogo que aboga para que no maten al monstruo, ya que puede ser un objeto de investigación que permite extraer el secreto de la resistencia a la radiación.  

El primero comete el error de develar su secreto por amor. Y, es justo eso, lo que lo lleva a usar su creación. Finalmente, muere junto a Godzilla. Se sacrifica en pos del mundo, junto a él también muere su conocimiento.

Godzilla sigue manteniendo relevancia luego de 70 años porque encarna temáticas aun latentes. Temáticas que pensábamos haber dejado atrás como sociedad universal, pero que, frente a un mundo que sigue apostando a las guerras como solución, vuelven a la superficie. 

La figura del monstruo evoca al otro, a lo opuesto del yo. El ser humano necesita de esa figura para diferenciarse. Godzilla encarnó el símbolo del horror humano. Pero lo que más perturba del gigante con aspecto de reptil que escupe rayos nucleares es que, en realidad, el verdadero monstruo es el ser humano. 

Por Sofía Durand Fernández
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