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Contenido creado por Manuel Serra
Música
El infierno estuvo encantador

Los Fundamentalistas estremecieron el Velódromo y conquistaron al público uruguayo

En un show de más de dos horas, los argentinos invocaron una misa que tuvo el rock and roll y la liturgia ricotera como centro.

25.09.2022 17:17

Lectura: 10'

2022-09-25T17:17:00-03:00
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Escribe Markitos No Ice*

Es sabido que el equipo de LatidoBEAT está integrado por grandes tomadores —entre otras cosas— de riesgos. Quizá por eso han dejado en manos de un servidor la tarea de narrar el show que Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado dieron anoche en el Velódromo Municipal, con la presencia virtual del Indio Solari, luego de diecisiete años sin tocar de este lado del charco. Mas este cronista no pretende —¿cómo podría?— ser un periodista musical; trasmitir la experiencia de una canción es imposible en todo lenguaje que no sea el de la música, tanto o más trasmitir la experiencia de un show como el de este sábado. La argentinos estremecieron al público uruguayo a todo rock and roll durante más de dos horas y media, con treinta y siete canciones: una noche realmente larga.

Pero, antes que nada, debo reconocer que mi asistencia se debió más a la manija de los amigos y la necesidad de sentir la euforia del rock en vivo, como antes de la peste, que a la devoción genuina por la banda. Si bien este cronista es un ricotero confeso, no se definiría como un fanático de Los Fundamentalistas, a quienes hasta ahora solo consideraba la mejor banda tributo de Los Redondos: ¡qué gran error! Son una selección de nueve músicos absolutamente increíbles que, en el vivo, despliegan toda la potencia de una superbanda; queda claro por qué fueron elegidos por uno de los artistas más importantes del rock latinoamericano.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

La previa del show comienza muchas horas antes para los fieles. Desde la mañana se escucha rock and roll (o mejor, rocanrol, a lo criollo), se canta, se toma, se fuma. Pensé durante el viaje que debería ahorrar batería (entre otras cosas); más tarde la necesitaría para hacer estas líneas. Esa cosa tan civilizada de la previsión y el autocontrol, en apariencia tan ajena a este público —mucho más heterogéneo de lo que parece, como observara mi amigo Lea— del que soy una ínfima parte. Sin embargo, el ambiente en las afueras del Velódromo se mantuvo tranquilo y el ánimo es de fiesta popular; banderas colgadas y extendidas en el pasto (se destaca una con las imágenes del Indio y del Diego, y la leyenda “siempre tengo a mi lado a mi Dios”), alguna carpa, rondas de amigos, se ven combis y algún ómnibus de Argentina. Solo unos pocos agitan fuerte, con cánticos y pogo incluido. Se respiran humos y vapores diversos que recuerdan el perfume de la tempestad. Algunos condimentan la espera como es de esperar (malva loca y pimienta blanca, si he visto bien) y acompañan con vino, birra u otras bebidas. Abundan los colores de Oktubre y, justo es decirlo, también los de Peñarol, aunque había banderas y remeras también de otros clubes, de ambos márgenes del Plata.

Los boletos que todos han tenido entre sus manos desde temprano se exhiben desde el celular, y costaron entre dos y cuatro veces más que las remeras de los vendedores que han venido al templo a buscar el jornal. Entre los peregrinos, no siempre es fácil distinguir fieles y fariseos, aunque algunas caretas cuelgan flácidas de los elásticos; ya en el show es fácil identificarlos puesto que se incomodan con facilidad hasta en los mejores pogos.

Hay varias generaciones, desde adolescentes hasta veteranos; los que vivieron aquella primera incursión de Los Redondos en el 89 al oriente del río; los que fueron parte de la masividad descomunal del Indio solista; los que quizá solo podrán verlo a través de las máquinas que sostienen al hombre cuando este ya no puede manipularlas; los testigos de la leyenda analógica y los creyentes de la leyenda digital viviente se encuentran en la fiesta.

Cerca de las diecinueve horas abre Julio Cobelli Trío: tres guitarras criollas, magistrales, que deleitan al público con canciones de Zitarrosa. Si no viera la pista del Velódromo pensaría que estoy en un festival de cualquier ciudad del interior. Mientras suena “Stéfanie”, una pareja chuponea rabiosamente en medio del campo que empieza a llenarse. La gente le pone voz a la interpretación instrumental de los guitarristas y pide “A don José”, que es cantada a viva voz por el público: una verdadera fiesta popular.

Hacia las veinte y treinta, el Velódromo casi completa su capacidad, el público se impacienta y corea “Vamo los redó”, “Olé olé, Indio”. Las luces se apagan un segundo y se escucha la apertura tan deseada: “Damas y caballeros, con ustedes: Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado”. “Ella debe estar tan linda” es el tema elegido para abrir un show hipereléctrico, y el escenario se agita al ritmo de uno de los clásicos de Patricio Rey.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Luego viene “Golpe de suerte”, y, en “Botija Rapado”, el saxo de Sergio Colombo hace de las suyas. Después del estallido de la primera canción, el siguiente momento de euforia aparece con “Motor Psico”; el público canta junto a Benegas y corea el solo al ritmo de los vientos jazzeros, que alcanzan la máxima sensualidad en “Superlógico”, interpretada en la voz de Sbaraglia.

“Había una vez” es la décima canción, y otro momento destacado de Sbaraglia, que hace brillar algunos de los versos más emblemáticos del Indio: “Con los puños en alto, deseando al final hacer la revolución / con una canción de amor”. A más de uno se le pianta un lagrimón con esa dulce amargura del desamor tan bien contada en este tema del disco Pajaritos, bravos muchachitos.

La tribu enloquece al ritmo electrónico de “El charro chino”, donde se luce la sección rítmica y, una vez más, los vientos de Colombo y Tallarita: todo el Velódromo baila de amor (algunos seguro hicieron bailar también las monedas), y hasta los más quietos saltan cantando el estribillo.

El Indio hace su primera aparición desde las pantallas en “Aerolíneas Rebeldes”, estremeciendo al público. Como en un ritual pagano donde el altar central yace vacío, la presencia virtual del Indio evoca la auténtica misa ricotera: en el centro está el rock and roll. Más allá del espectáculo, proporcional a las dimensiones del mito, la sensación es que el encanto está de este otro lado de las pantallas, en el encuentro, en la comunión, en la fiesta plebeya de Patricio Rey. El artista burlará la senectud y el show continuará, así debe ser, pero la verdad, “asusta un poco verte así”: ¿Se convertirá en un simulacro donde la crítica al sistema es incorporada al sistema, producida y vendida al público como un bálsamo? ¿El alma de la leyenda será el precio a pagar por la inmortalidad?

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Cuando pienso que la historia lo dirá, si hay quien la escriba, irrumpen los acordes de “Maldición, va a ser un día hermoso”. La voz de Deborah Dixon me saca de mis desvaríos y me pone a disfrutar el show otra vez: uno de las mejores canciones sin duda y, para colmo, se engancha con “El blues del noticiero”. Dixon brilla, y la banda también. Trompeta y saxo se despegan, Comotto le saca chispas a la Gibson.

Antes de seguir, Dixon llama a “cuidar y respetar a las pibas”. Después viene “Beemedobleve”, en la voz de Tallarita, y, más tarde, Solari reaparece con “Panasonic y el mundo a sus pies”. Sobrio y elegante, las pantallas lo muestran cantando y bailando con su estilo característico. Llegamos a la mitad del show que, antes de ir al descanso, cierra la primera parte con “Todo un palo”, otro clasicazo. Canta Luciana Palacios y un avión surca el cielo del Velódromo. “Yo voy en trenes / no tengo donde ir”. Es una fiesta, todo el mundo canta, salta y enloquece con las guitarras de Benegas y Comotto, uno de los mejores momentos del show. “¿Cómo no sentirme así?”.

La segunda parte del show abre con “Pura suerte, un tema inédito de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota del Demo RCA de 1982, una joyita que no conocía y que mi amigo Lea me presentó. Después, “Nadie es perfecto” se engancha con “Ñam fri frufi fali fru”: se baila el rock y se corea el inicio del solo.

Aparece una infaltable: “El tesoro de los inocentes”, en la voz de Benegas. El público —que ya llevaba más de una hora agitando— canta de principio a fin y delira con las destrezas de Comotto. Le sigue “El martillo de las brujas”, y, luego, Luciana Palacios canta “Ya nadie va a escuchar tu remera”, que trae uno de los pogos más lindos de la noche. Mi amigo me pregunta “¿lo tengo?”, señalando el colmillo superior izquierdo, y eso resume bien lo que fue. El pogo sigue con “El pibe de los astilleros” y después con “Vamos las bandas”, para apaciguarse al llegar “Encuentro con un ángel amateur” en la voz de Solari, acompañado con coro y palmas por el público. Algunos se emocionan: “Yo ya no puedo cumplir / hazañas que prometí / solo seguir cantando”.

Luego viene “Arca Monstery puede escucharse la intro de “Crua-Chan” en un puente: un guiño a Sumo de muy buen gusto. Le sigue “Todo preso es político”; los gemelos empiezan a flaquear en un arrebato descontrolado, y la sección de vientos brilla una vez más, al igual que en “Divina TV. Führer”.

Sbaraglia canta “Mi genio amor”, un mechón del pelo revuelto le cae sobre un ojo, la mirada perdida más allá de la multitud. Trasmite la resignación del servidor encadenado y es imposible no caer en el encanto del genio.

En la recta final del show, Benegas agradece y saluda al público, especialmente a los argentinos que hicieron un largo viaje para venir a la fiesta, y nos dedica “Un ángel para tu soledad, lo que desata una vez más la locura. Y le siguen “To beef or not to beef, donde la sección rítmica se destaca, “Juguetes perdidos”, la gente disfruta a más no poder, banderas y corazones se agitan. “Extrañamos al Indio en el escenario”, dice Benegas, y algunos fantasean que quizá aparezca. Y así es (pero, desde las pantallas): entonces, suena “Flight 956”, cantada por Solari, y luego “Mariposa Pontiac”, con voz de Benegas y Sbaraglia: es una fiesta. 

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

En ese clima, las guitarras de Benegas y Comotto vibran con el rasgueo muteado en re menor de “Jijiji”: ahora sí, se viene “el pogo más grande del mundo”. Apoteosis ricotera. Y así ,como después de semejante obra maestra no hicieron falta los bises, es inútil seguir escribiendo.

*Es el pseudónimo de una persona que dicen que es doctor, aunque no se sabe en qué materia. Puede ser puro verso. También es amante del rock and roll y le gusta pasar su tiempo libre jugándose la vida en motocicleta por las rutas del Uruguay.