Pararse cerca del trofeo. Esperar a la prensa, a los fotógrafos o a lo peor de la raza: los paparazzi. Saber que hay que planificar la estética. Dos con cinturon, dos sin. Tres con jeans, uno con pantalón. Todos de patillas largas. Solo uno con bigote. Los botones abrochados para todos, son cuatro camisas las que indican la seriedad del asunto.

Esperan los cuatro parados delante del avión que ellos mismos crearon. Ese pájaro mecánico que revolucionará la industria de los viajes, que los hará millonarios, que cruzará el Atlántico una y mil veces ahorrando tiempo, combustible y vidas. Aunque no ahorrará en ozono. Esa es la contraparte.

Ellos, cuatro ingenieros que creyeron que dedicarían su vida a diseñar máquinas que picaran mejor la carne, o que pintaran mejor los juguetes de madera, o incluso que redujeran la resina de los jabones de fábrica. 

Ellos, que se conocieron cuando eran niños viviendo en el mismo barrio. Que construyeron un sinfín de naves espaciales con cartones y latas de cerveza vacías. Que se envolvían con papel de aluminio para poder respirar fuera de la Tierra y tolerar el calor del sol. Que armaron radios que nunca funcionaron y aspiradoras que nunca limpiaron.

Ellos, que vivieron adolescencias ilusionadas. Que sabían que brillarían, pero que aceptaron el capitalismo sobre los hombros y vivieron por mucho tiempo de trabajos aburridos. Que fueron la decepción de sus padres y sintieron la conmiseración de sus madres. Que tuvieron tíos o tías que nunca creyeron en ellos y los humillaron en varios almuerzos familiares. 

Ellos, ellos cuatro, finalmente lo habían logrado. Vendieron los planos del avión que les llevó años diseñar a una aerolínea y se convirtió en el primer transatlántico aereo. Y sus historias personales enloquecieron al mundo.

Entonces, allí se encuentran. Parados frente a la trompa, mirando hacia la torre de control. Hay silencio absoluto hasta que se escucha un águila que avistó, a lo lejos, una paloma. Las aves que cuidan los aeropuertos hacen su trabajo y son meticulosas.

Los ingenieros levantan la cabeza y la ven, a lo lejos. Asienten en señal de agradecimiento porque saben que una paloma cerca de una hélice podría causar un desastre, un accidente grandísimo. Eso solo podría significar mala publicidad y el final de sus carreras. 

De pronto, escuchan el grito de una mujer desde el lado del avión. Les grita que vayan, que se acerquen, que se apuren. ¡Que corran! ¡Que en este momento! ¡Que no hay tiempo que perder! Ellos, los cuatro, se apuran hasta allí y ven a una mujer bajita, rubia, elegantísima, haciéndoles señas. 

Cuando se acercan, quedan al lado de la hélice. De su hélice. Ella se presenta y dice que es quien maneja la imagen de la aerolínea y, ahora, también la suya. 

Ellos no dicen nada. Ella se aleja unos pasos. Frunce el ceño. Se acerca de vuelta. Le dice a los dos de los extremos que se abran las camisas. Se desatan un par de botones. Ella dice que no, que así no, que se las abran por completo. Ellos acatan con miedo. La mujer es temerosa. 

Ella grita: ¡ahora! 

La hélice se enciende.

La prensa, los fotógrafos y lo peor de la raza, los paparazzi, entran corriendo a la pista. 

Comienzan los flashes y los obturadores. Uno, cinco, miles.

Un tornado de viento comienza a volarles el pelo. El ingeniero del extremo izquierdo se sostiene la camisa abierta y apoya las manos en la cintura. El que le sigue, el del bigote, deja caer sus brazos. El otro, el de al lado, recuerda a su madre probándose vestidos frente al espejo de su baño y la imita. El último ríe, levanta los brazos y toca el avión, el avión de los cuatro, y posa. 

Foto: Bob Gruen.

Aunque no, esta historia no está ni cerca de ser cierta. Se trata, en realidad, de una fotografía tomada por el legendario Bob Gruen. Son John Paul Jones, John Bonham, Jimmy Page y Robert Plant, los miembros de Led Zeppelin, parados frente a su avión, el Starship. 

Allí se encuentran, el 24 de julio de 1973, en el Aeropuerto Internacional JFK de Nueva York por dirigirse a la ciudad de Pittsburgh. De aquel día, según la revista Rolling Stone, Gruen recordó lo siguiente: 

“Cuando llegamos [la periodista] Lisa Robinson dijo: ‘Bob, tomemos una foto de la banda con su avión’. Los llamé y se pararon junto al motor, donde pude ver el nombre de la banda pintado en el costado. El avión era tan grande que no cabe en la foto. ¡Captura el puro exceso de estos jóvenes arrogantes con la camisa abierta, que tienen su propio avión! El Starship 1 en sí era lujoso, seis filas de asientos de primera clase en el frente, una gran área en el medio con una barra de latón, con teclados eléctricos incorporados y asientos tipo banqueta en el otro lado. En la parte de atrás había dos dormitorios, uno con una chimenea eléctrica incorporada. Tomé muchas fotos alrededor del avión. No hubo mucha fiesta ese día, ya que había muchos abogados y gente de compañías discográficas en el viaje”.

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The Music Photo Gallery es una galería con base en Nueva York que cuenta con el derecho de las fotos más icónicas —la de Mick Jagger y Keith Richards, una de ellas— de la historia del rock. Las que toda la vida vimos en revistas: bueno, esas. Y por primera vez presenta una muestra colectiva en Uruguay. El lugar es el Club Cultural PIONERO (ruta 10, kilómetro 177,5), esa hermosa iglesia del rock and roll que esconde el balneario de Santa Mónica en Maldonado.

Todas las fotografías de la exhibición estarán disponibles para la venta en forma exclusiva para Uruguay y podrán adquirirse a través de la página oficial del lugar y de la galería en MusicPhoto.net. Este 20 de diciembre se realizó el lanzamiento de la muestra, que permanecerá todo el verano en el club. Todas las semanas publicaremos en LatidoBEAT la historia de las diferentes fotos con las que uno puede deslumbrarse.