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Literatura
Vidas para nada breves

Macondo y Santa María: dos avenidas (o ciudades) que podrían cruzarse de alguna forma

La Comedia Nacional contó con un conversatorio sobre el posible vínculo entre la Santa María de Onetti y el Macondo de García Márquez.

29.10.2023 20:43

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2023-10-29T20:43:00-03:00
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Por Federica Bordaberry

“Los trabajos y los castigos. Cuidar la agonía del viejo que era el primero de la serie de sus venganzas sin motivo proporcional. Ella y yo preferíamos acostarnos con mujeres y alguna noche sin recuerdo chocamos en Santa María y yo no gané por merecerlo sino porque la mujercita en juego tuvo más miedo de mi carnet de comisario que avidez por lo que ella, Frieda, le estaba ofreciendo en el restaurante de la costa, sin intención de cumplir. Era un juego; y tarde en la madrugada Frieda perdió, hizo caer un chorro de saliva dentro de su vaso, se pintó la cara y pudo sonreírme antes de levantarse para salir y buscar su coche. Era, entonces, un Dedion Bouton crema, pequeño y sin capota. Habíamos estado los tres, tan cordiales, en la misma mesa. La mujercita, joven, flaca, sucia, se quedó conmigo. No puedo descubrir otra causa y esta misma es confusa”.

Dejemos hablar al viento (1980) de Juan Carlos Onetti.

Onetti, uno de los grandes narradores del siglo XX. Uruguayo. Uno de los tres ganadores del Premio Cervantes de su país. Creador de Santa María, una ciudad literaria.

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos”.

Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez.

García Márquez, otro de los grandes narradores del siglo XX. Referente del realismo máfico, ganador del Nobel de Literatura. Creador de Macondo, otra ciudad literaria.

La excusa, la tan obvia excusa para cruzar dos ciudades creadas por la literatura, es la producción de Macondo de la Comedia Nacional en el Solís. Así como García Márquez inventó Macondo, el uruguayo Juan Carlos Onetti inventó Santa María. De hecho, esta última apareció antes con La vida breve (1950). 

Sin embargo, "Macondo barrió a Santa María. Porque Macondo tiene una fuerza superior a la inventada por mí. Tiene una vitalidad arrasadora. En mi pobrecita Santa María nunca ocurren milagros", le dijo el propio Onetti a María Esther Gillio en una conversación que publicó la revista crisis #47. 

Parecerían, en primera instancia, dos ciudades alejadas. Una en un país fantástico, colorido, caótico. La otra, en un país con carácter de realismo desgastado, decadente, derrotado. Pero la crítica literaria habla de ciudades míticas (entre las que también incluyen ciudades como Comala, de Juan Rulfo). De que ambas son ciudades míticas. De que tienen puntos en común.

El pasado 17 de octubre, en la Sala Delmira Agustini del Teatro Solís, se dio una conferencia bajo el nombre "Macondo esquina Santa María", en el contexto de la producción de Macondo, por la Comedia Nacional.

Se trató de un conversatorio en torno a sus geografías personales y territorios de ficción a cargo de Pablo Rocca (docente, ensayista, crítico), Alejandro Ferreiro (periodista, escritor), Alicia Torres (ensayista, crítica literaria, docente) y Deborah Rostán (docente, crítica literaria). LatidoBEAT habló con esta última para retomar, y dejar registro, de algo de lo hablado durante aquella hora. 

Cortesía Comedia Nacional

Cortesía Comedia Nacional

Dentro del mundo de ciudades inventadas en la literatura uruguaya, ¿por qué se tomó la decisión de hacer el cruce entre Macondo y Santa María?

Podemos pensar que la idea parte de una base de la consideración de Santa María como la ciudad imaginada dentro de nuestro universo nacional, que como metáfora geográfica podría dialogar con ese Macondo más latinoamericano.

Es decir, si en nuestras letras hay un “Macondo” legendario, en ese sentido de pueblo simbólico, esta puede representarse con la Santa María onettiana, aunque, como dije en la mesa, Santa María nace literariamente antes que Macondo. El paralelismo funciona de este modo. Hay un cuento de García Márquez, “Isabel viendo llover en Macondo”, que es publicado en 1950, mientras ejercía su función periodística. Según Rufinelli, Santa María aparece antes de La vida breve, en un cuento de 1949 llamado “La casa en la arena” (allí está Díaz Grey y el imaginario de la ciudad). Entonces, el espíritu de ese tipo de creación topográfica está presente en ambos por los años ‘50.

Una de las cosas que dijeron estando ahí es que Macondo no es esquina de Santa María, sino que son dos avenidas que probablemente jamás se toquen, ¿por qué?

Los organizadores de la mesa, con el título que le adjudicaron, me hicieron pensar en la idea de “esquina”. Eso me resonó en el parlamento de un personaje que, en la representación de la obra Macondo, juega con la metaficción cuestionando, dentro de la obra en sí y a los espectadores, sobre el hecho de estar trayendo una idea colombiana a un lugar (nuestra ciudad de Montevideo) donde hay un Macondo en cada esquina.

Entonces, se me ocurre cuestionarnos sobre el cruce. Pensar si, en efecto, estos dos universos se cruzan. Pablo Rocca planteó la idea de avenidas paralelas que tienen su circulación, sin tocarse. Ferreiro piensa que esas líneas sí podrían tocarse en algún punto. No lo dije en público, pero creo que, a pesar de ser dos avenidas se construyen con una geografía diferente. Aquí la métafora de la avenida se explica si pensamos estas ciudades no como un todo, sino como un espacio o camino más pequeño que toma un rumbo más allá de su limitación y camina por sí.

Macondo es más bien tropical y desordenada. Es más bien un pueblo que, de unas chozas, se va modernizando en su armado a medida que el tiempo pasa. Se crea desde un origen remoto donde no hay delimitación de casas, calles, ni siquiera del nombre de las cosas en sí que para que existan hay que señalarlas con el dedo. Se va creando en esa mitificación adánica.

Santa María, en cambio, posee un organigrama de ciudad con calles más actuales para el lector del momento de la publicación y que dialoga en ese contexto de producción de la obra con el lector de ese mismo universo. Una ciudad con un río. Y nace de una idea más fija en la cabeza de su creador dentro de la ficción, que asimismo lo expone.

Cada uno de los espacios construyen personajes y, por tanto, acciones narrativas con conflictos que son bien diferentes para un caso o para el otro. Ese espacio, como muchas veces ocurre en el plano narrativo o literario (según la perspectiva conque se mire/lea) construye, limita o amplifica justamente la acción narrativa en sí. El espacio o contexto es diferente, por tanto, esas acciones y todo lo que las hace funcionar (como los personajes) también lo son.

El material (la palabra, como abogaba Rocca) es diferente en cada autor. Más allá de ser ambos escritores latinoamericanos regionales y contemporáneos, el uso del lenguaje es distinto en cada texto. La polisemia opera de manera diferente y crea simbólicamente ideas distintas. Ahí la riqueza de la literatura. En parte basada en nuestra lengua, tan rica como compleja. Y gracias por eso. A veces siento que deberíamos valorar mucho más la lengua española y esa propuesta tan amplia que ella misma hace culturalmente. Mirarnos a nosotros con ojos de acá, para mirar menos a Europa (Francia, Inglaterra particularmente pensando en los idiomas). Qué importante en este marco, todo el festival para pensarnos una vez más.

Uno de los panelistas comentó que cree que sí podrían tocarse en algún momento, ¿dónde ves que eso podría pasar?

Sí, se tocan en varios puntos. Podemos decir que también se cruzan. Ambos son espacios imaginados, pero anclados en la realidad en el sentido de que proponen verosimilitud y no fantasía. La magia, lo maravilloso o hasta “fantástico” de Macondo no está motivado por la fantasía, sino por la propia realidad latinoamericana.

En la entrevista para Brecha, realizada por Soledad Castro, Mauricio Kartún dice que Macondo es la metáfora de América Latina. Ambos proponen la idea central de la creación en sí. Ambos construyen aspectos fundamentales de la etopeya de los personajes que lo integran. Y también funcionan como espacios estereotípicos dentro de la región que representan. Quizás, Macondo mapee una zona de América más central y, en ese sentido, adquiere mayor amplitud. Y Santa María se signe mayormente a lo rioplatense o regional en este sentido. Pero cómo o para qué delimitar la magnitud de significancia. Puede proyectarse en otros aspectos.

Vos, puntualmente, volviste mucho a lo circular entre los distintos usos de la palabra, sea en lo escénico, en el canto, o en la propia literatura, ¿por qué insistir en esa idea cuando en la propia obra se hace referencia a los pocos pasajes que toma el guión de la novela?

Es que yo sí creo que Macondo refiere continuamente a la obra. En ese sentido es circular. Se revisa y se relee un texto y, más de medio siglo después de publicado, seguimos hablando de lo mismo, pero de manera diferente y en formas distintas de la enunciación. La palabra y su polisémica. Lo que importa es eso: la interpretación.

He oído que muchas personas salen del Solís enojadas porque no se respeta el original, porque no se lleva a cabo una representación fiel de la obra. ¿De qué original hablamos? De nuevo, todos leemos lo mismo, de múltiples maneras. Si hay algo a lo que Cien años de Soledad es fiel es a la apertura de interpretaciones y vinculaciones sobre los elementos que se plasman de manera simbólica. Como toda obra, ¿no?

Creo que tanto Macondo como Santa María proponen un espacio cerrado y pequeño que, paradójicamente, en esa endogamia, abren un manantial de posibilidades a la imaginacion en las representaciones. Porque en el pueblo chico, donde no hay mucha cosa, tenés que poner a trabajar la cabeza, tenés que imaginar para que sea.

Úrsula dice que el tiempo da vueltas en redondo, explicando la repetición de las acciones cotidianas humanas, las características similares entre los Aurelianos y los Arcadios que, a veces, se cruzan. Onetti muestra ese apaciguamiento, esa monotonía que al fin y al cabo no es más que la inmersión en un ambiente que aparenta no tener salida sino en la autodestrucción. La contrapartida de la nada. Entonces, la creación.

El Macondo del Solís muestra eso a través de las diferentes posibilidades de representación espectacular. La creación colectiva del texto, la transformación de la topografía del edificio para la obra, la amplitud de actividades que transcurren y se reproducen en escena, los personajes leyendo el texto de la obra y pensándolo, la música de la Orquesta y la Filarmónica en armonía con la cumbia de Chávez, la elección de lo femenino como centro de toma de voz, las fuerzas armadas y la representación de éstas o del ejercicio totalitario de otras formas de poder. El diálogo es continuo.

Macondo, sus personajes, sus voces, las palabras del texto, el artificio de autoficción y metatextualidad, algunos pasajes textuales o transformados y la música del lenguaje y del espacio están todo el tiempo en ese juego de cajas chinas que se pone en escena durante unas horas de espectáculo que desde el título nos avisa que es otro el texto. ¿Qué sería que el texto estuviera presente? ¿De qué texto hablamos? ¿Dónde queda el original cuando leemos cualquier obra? Macondo tiene como uno de sus referentes una novela que se llama Cien años de Soledad, una novela que muchos leímos en nuestras casas, o de la que algo capaz hemos escuchado, o podemos mirar o leer luego de pasar por el Solís. El texto, los textos, se hacen presentes en sus infinitas posibilidades en la cabeza del lector que lo actualiza en la lectura o relectura.

Otra de las referencias que hiciste es a la reciente revista literaria Oro que, curiosamente, como contabas, las dos tapas tienen referencias bastantes macondescas, ¿creés que eso es casualidad o que, de alguna forma, ese tipo de símbolos en la literatura latinoamericana podrían haber quedado en nuestro inconsciente gracias a artistas tan importantes como García Márquez?

No sé si para los creadores de Oro la referencia funciona de manera inconsciente. Creo que, en general, la gallina, el gallo y la serpiente funcionan como símbolos no solo latinoamericanos, sino incluso hasta occidentales. Comprimen una tradición que se expone en diferentes modalidades si miramos con detenimiento los elementos que ilustran en el contexto propio de la revista, por ejemplo.

El título que alude al material precioso perdurable, como la palabra escrita, ya lo sugiere. De nuevo, la idea de la creación (el huevo o la gallina), el huevo quebrado, el diálogo con la tradición desde una mirada actual: la determinación de hacer dialogar escritores consagrados con escritores recientes o que publican por vez primera gracias a la revista. Lo que me generó la revisión de sentidos fue pensar en el gallo o la serpiente como signos de lucha, de pelea, de crisis. Macondo, Santa María y América Latina, en general, lo son. Las revistas literarias, también. Todos ellos luchan con el presente donde se imponen para ser y mirar hacia el futuro, a veces, alegóricamente.

Por Federica Bordaberry