Por Nicolás Medina
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¿Qué se necesita para crear un nuevo hogar cuando todo parece perdido? Esta pregunta ronda como un susurro en Baby, la nueva película de Marcelo Caetano, que debutó en la 63ª Semana de la Crítica en Cannes.
En esta historia, São Paulo funciona no solo como telón de fondo y escenario: es un refugio, pero también es desafiante. A la vez, es una oportunidad de reinvención para Wellington, un joven que, tras dos años en una cárcel de menores, es liberado para quedar atrapado entre el rechazo de su pasado y una promesa incierta futuro.
En su viaje de “reinserción” —si es que la reinserción luego de la privación de libertad es algo posible— Wellington, interpretado por el brasileño João Pedro Mariano, descubre que ya no tiene un hogar al que regresar. Los lazos tradicionales se han roto y, al encontrarse desamparado en las caóticas calles de São Paulo, Wellington —o “Baby”, como lo rebautizará su mentor— encuentra un nuevo tipo de familia en personajes tan parias como él. Entre ellos está Ronaldo —interpretado por Ricardo Teodoro—, un hombre maduro a quien conoce en un cine porno y con quien entabla una relación bastante difícil de definir: mitad paternal, mitad sexoafectiva, en la que también existe un interés mutuo de sobrevivencia en un entorno hostil, uno que ya acostumbramos ver en el cine brasileño, el cual retrata a su país tan alegre como amenazante.
Con la “ayuda” de Ronaldo, si a eso se le puede llamar ayuda, Wellington se inicia en el trabajo sexual, y aunque esta relación comienza desde la necesidad, ambos llegan a construir una conexión genuina. Y es a través de este vínculo, que Caetano explora la fina línea entre la protección y la explotación, contando una historia de cómo las personas pueden a veces encontrarse si comparten heridas.
Caetano, conocido por su enfoque en cuestiones de diversidad y el retrato de realidades marginadas en películas como Body Electric (2017), propone en este caso una visión aún más cruda y honesta. Con Baby, parece continuar una misión autoimpuesta de darle espacio y dignidad a las historias de quienes viven en los bordes de la sociedad. Lejos de usar la solemnidad o el melodrama como herramientas, la narrativa del relato mantiene un equilibrio entre lo tierno y lo confrontativo, invitando al espectador a empatizar, pero sin juzgar, a entender sin etiquetar.
Las situaciones que va enfrentando Wellington —deudas, conflictos con la ley, violencia— podrían caer fácilmente en lo estereotipado, pero el guion (escrito en conjunto con Gabriel Domingues) evita este riesgo al tratar cada momento con sensibilidad. La historia explora cómo el protagonista construye una especie de familia alternativa, una red de afecto y apoyo emocional que de cierta manera ocupa el lugar vacío de los lazos tradicionales de los que carece.
El trabajo de los actores también es clave para el impacto de Baby. Teodoro y Mariano logran plasmar, con sutileza, una relación bastante ambigua, lo cual la hace fascinante. Le añaden capas de complejidad a una trama que rehúye de la categorización fácil, ya que los personajes se desenvuelven entre el cariño y el pragmatismo, en una relación que cuestiona las convenciones que podemos tener de lo familiar y lo afectivo. No por menos en Cannes, la interpretación de Ricardo Teodoro se llevó el Rising Star Award de la Semana de la Crítica.
A través de la imagen y la elección del dispositivo narrativo que construyen con la fotografía la dupla de Joana Luz y Pedro Sotero, se destaca la dualidad de São Paulo: dura pero bella, más allá de la realidad de las calles, hay destellos de calidez en lugares inesperados, como en una peluquería de barrio o en la casa suburbana de un “cliente”. Aportando así una atmósfera que a veces parece tan frágil y esperanzadora como sus personajes.
Hay que decirlo con cautela, la película no deja de tratar realidades que siempre en el cine quedan al borde de la romantización, pero Baby no termina por ser algo que va mucho más allá del trabajo sexual o de sobrevivir. Se aproxima a la búsqueda de la identidad y el sentido de pertenencia en un contexto más que desafiante.
Caetano presenta un retrato de personajes que buscan construir su propio hogar —sin paredes, sin apellido, pero con la misma o incluso una mayor fuerza de cualquier lazo de sangre— recordando que, a veces, el lugar que llamamos hogar es aquel en el que somos aceptados, aunque sea en las esquinas más olvidadas de la ciudad.
En Cannes, Latido BEAT charló con el director brasileño sobre la película, sus orígenes y sus motivaciones, quien a su vez, expresó antes de empezar su amor por Montevideo.
Pregunta básica, pero, ¿de dónde surge la idea de la película?
La idea surge de una observación de la ciudad de São Paulo. Yo vivo en el centro de la ciudad. Y en mi cotidianeidad camino mucho, no tengo coche y mi vida es caminar por la ciudad. Y a veces conozco gente, gente que me interesa, vecinos, amantes. Entonces cuando empecé a pensar en hacer una segunda película quería hacer una película que fuera como una road movie. Donde los personajes andaran y bailaran por la ciudad. Y me vino la idea de hablar de un chico que pasa de cama en cama. Que tiene diferentes amantes, que a veces no tiene cama entonces duerme en la calle. Ese fue el punto de partida. Después pasaron como siete años, porque tuvimos el gobierno de Bolsonaro y la pandemia. Entonces tardamos mucho en hacer la película y en ese tiempo entraron otros elementos como la cárcel, y muchas cosas que no había en el inicio. Pero la idea general es “el movimiento para evitar la soledad”. Es una idea de trabajar el movimiento como pulsación de ciudad, de deseo. Como los cuerpos pasan por la ciudad.
La película es una coproducción con Francia y Holanda, ¿cómo llegás a involucrarte con ellos para producir?
Cuando terminé mi primer película pensé que la próxima sería una coproducción. Primero por la situación política en Brasil, por cuestiones de presupuesto. Pero también me interesaba hacer una película con un discurso más universal. En Baby me encantó el proceso de coproducción. Porque yo tenía mucho miedo de que al trabajar con los europeos la película quedara como una película europea. Y lo que ellos todo el tiempo me decían es que guardara la identidad brasileña de la película. Que iba a trabajar con gente de Francia y de Holanda, pero que la identidad fuera siempre brasileña. Que no necesitaba de un actor francés para hacer una escena y cubrir la cuota, sino garantizar que esta historia pudiera pasar solo en mi país.
Los coproductores y la gente de afuera iban a posibilitar que esta película fuera vista en todo el mundo. La internacionalización del cine en Brasil es una cosa bastante reciente porque, infelizmente, nosotros como latinoamericanos necesitamos de la legitimación extranjera. Más con el cine de autor. Entonces las coproducciones nos ayudan mucho a eso, a estar acá [en Cannes]. No creo que fuera posible estar acá sin coproducción, pero también es muy bueno hacer coproducciones dentro de América Latina, como Simón de la montaña, por ejemplo.
Muchas veces el cine latinoamericano necesita de espacios de industria, talents, laboratorios, work in progress. En ese sentido, ¿participaste de algún espacio?
Yo lo que pienso es que toda película debe pasar por algún mercado o laboratorio. Pero creo que debe ser uno, hay que escoger uno. Para mi primer largometraje yo hice Berlín, el Berlinale Script Station. Fue increíble porque la gente que estaba conmigo era muy, muy interesante. Estaba Carla Simón que hizo Alcarrás (2022), por ejemplo. Y por Baby estuve en el Boost NL, que es un programa de promoción del gobierno de Holanda. Pero creo que siempre debe ser solo uno, porque cuando empiezas a hacer muchos laboratorios o mercados, la película empieza a perder un poco de su singularidad. Creo que el artista tiene que respetar su excentricidad, y eso se pierde si se hace mucho de esos espacios.
Con la película haces un retrato de tu São Paulo, ¿cómo esperas que sea recibida la película en Brasil?
Con mucha discusión. Porque creo que estoy representando por primera vez a São Paulo como una ciudad viva y colorida, pero también es una película sobre un país en construcción, sobre gente que está abandonada y que resiste fuertemente a la polarización que vive el país. Espero que haya gente que la ame, gente que la odie, es una película sobre luchas, sobre conflictos. No quiero que sea vista únicamente por el público que va al cine, que ve las películas queer, quiero que la película sea vista por más gente. Es muy importante estar acá y haber sido premiados porque para la gente significa que es una película interesante para discutir. Y también en Brasil hay, incluso en los espacios más progresistas, un deseo muy fuerte por hacer películas sobre todos los personajes que pertenezcan a minorías y no solo sobre personajes virtuosos y bellos. La gente es muy contradictoria. Los personajes deben ser así, confusos y caóticos. Eso quiero generar en Brasil.
Eso es algo que extrapolás a la puesta en escena, generás contradicciones, hubiera sido muy fácil romantizar lo que pasa en tu película, pero justamente jugas con el movimiento de tu puesta en escena.
Sí, como es una película de movimiento creo que la cámara tenía que estar todo el tiempo en movimiento. Y si la cámara no se movía, entonces se debían mover los cuerpos de los actores, o los fondos. La coreografía era muy importante. El ir a la calle, dejar a la calle entrar. Entonces creo que la forma de la película de cierta manera aceptó que la película no está controlada. Tiene artificio, tiene colores, trabajo de arte, un trabajo de fotografía que no es naturalista. Pero al mismo tiempo la realidad baila con el artificio.
Por todos los temas que tocas, asumo que hiciste mucho proceso de investigación, ¿cómo fue ese proceso?
Si, fue así. Todos los años que trabajé en el guion hice muchas entrevistas con gente, gente que estaba en condiciones similares a los personajes o que tenían información interesante. Como vivo en la región que filmo, fui a todos los cines porno a hablar con la gente y comprender sus deseos. Yo pienso la película como si estuviera viendo a la gente desde mi ventana, y elijo a alguna persona y hago un zoom. Hice eso durante años. Hice encuestas en la cárcel, encuestas con profesionales del sexo, personas que trabajan con el comercio de drogas. Fue muy muy interesante porque ni mi vida es tan interesante como la película, entonces tenemos que salir un poco de nosotros. Pienso que las películas pueden empezar autobiográficas pero se transforman en películas verdaderamente interesantes y relevantes cuando nos sobrepasan, cuando se nos escapan. Entonces todo ese trabajo de campo creo que hace que la película no sea solo una película del artista.
Y con todo esto que decís, y todo este proceso, ¿nunca pensaste la película como un documental?
Eso es interesante, porque mi formación es el documental. Comencé a trabajar con documental y luego entre a la ficción. Pero creo que lo interesante es traer las técnicas del documental hacia esta película. Por ejemplo, cuando voy a filmar la ciudad, no voy a cerrar las calles, traer a los extras y más. Es en la calle viva, el actor tiene que estar muy atento porque en cualquier momento puede pasar algo. Y eso viene del documental. Perder el control. Lo que aprendí con el documental es que me genera un placer enorme perder el control.
Además de Cannes, Baby ha recorrido un circuito importante de festivales, siendo seleccionada en más de veinte eventos internacionales. Entre sus paradas destacadas, la película fue presentada en el Festival de San Sebastián, donde recibió el 12º Premio Sebastiane Latino, así como en el BFI London Film Festival y el Festival Internacional de Cine de Morelia, entre otros
Por Nicolás Medina
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