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Música
La vida es solo un viaje

Marcelo Cross: “Cuando te empezás a creer que sos legendario, la quedás”

Tras el estreno de Rock Salvaje, la película de la banda, y antes de su próximo show, hablamos con una de las leyendas de la música pesada.

01.12.2023 16:25

Lectura: 19'

2023-12-01T16:25:00-03:00
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Por Carlos Dopico
Carlos Dopico

La historia de Cross es al mismo tiempo la de Marcelo Lilienheim, guitarrista, compositor y cantante fundador del power trío que irrumpió en 1984, en medio de aquella escena efervescente y rockera. Por entonces, se identificaba con el heavy metal quizá como muy pocas otras lo hacían, más como una moda que como insignia. “Me identificaba porque era lo que había visto de chiquito, era la moda. En ese momento, a los 15, o te tirabas para el metal o ibas para el lado del punk o sus derivados como The Police. Yo ya escuchaba Deep Purple, Led Zeppelin, Thin Lizzy, AC/DC y me agarró la impronta del rock. Me daba la impresión de que el punk de acá ya era postpunk, se había alejado del rock tradicional, del hard rock de los 70. Además, había ido a ver V8 con 14 años en Bs.As. y en Montevideo fui a ver a Barón Rojo (Cilindro Municipal, 1983). Álvaro (Raso) tenía el número 001 y yo el 002.”, señala Marcelo Cross.

En Uruguay, a Cross le antecedía Ácido, una banda pionera, fundada en el 81, de clara impronta hard rock e influencias de Riff, y le sucedía muy de cerca Alvacast, otro exponente metalero con notorio influjo de Iron Maiden, que fue la que finalmente trascendió.

Desde entonces, Marcelo Cross ha pilotado esta nave distorsionada una y otra vez, surcando el río de la Plata, planeando sin combustible o aterrizando a la fuerza. Marcelo, vive en Buenos Aires, la ciudad paterna en la que eligió residir intermitentemente desde el 88, cuando desistió de buscar quién editara su música en estas tierras. Tanto había soñado con la publicación de un disco que no aceptó el rechazo, y antes de irse lo manifestó con insurgencia. Pintó una serie de graffitis frente al Palacio de la Música, sede de Orfeo, con frases como: “Carbone, rey de la cumbia!” o "Viva la chala”, y hasta firmó la sentencia. “Fue una pendejada eso que hice. Le pinté tremendas hojas de chala (risas). Yo no tenía más nada que perder. Le pinté todo con unos amigos, ahí en frente. Pero no se hacen esas cosas. Lo que pasa es que era tremendo, Carbone nos tenía horas y nunca te decía que eras horrible. Es una técnica perversa que tienen los productores, por si en algún momento alcanzas un éxito. Yo no lo entendía en ese momento. Orfeo era el único sello. Ayuí no se dedicaba al rock y Sondor, que había sacado cosas fundamentales, en esa época hacía muy poco. El sello insignia era Orfeo y ni siquiera nos habían incluido en la ensalada Brigadas metálicas. Yo en esa época no ponía ponerme en el lugar del productor, me parecía una injusticia”.

Fue así que armó las valijas, se fue y la banda quedó por esa. Al tiempo, Álvaro Raso, amigo desde la escuela, y futuro bajista, lo llamó para contarle que saldría un casete. Era 1991, cuando Orfeo finalmente publica Solo quiero salir de aquí, una producción musical con múltiples carencias pero que contenía la esencia de una banda salvaje y sedienta. La escena estaba casi desierta y el formato no era atractivo cuando lo nuevo comenzaba a llegar en disco compacto. Apenas alcanzaba el éxito Níquel con sus Gargoland pero Buitres veía esfumarse las chances con La Bruja, segundo intento en su discografía. “En el 91 dejan de prensar vinilos en Uruguay y Argentina y se comienza a fabricar CDs. Pero los hacían en Canadá y eran carísimos. Solamente un par de artistas uruguayos pudieron editar CDs. Caímos en el casete”, explica Cross. Al año siguiente, es que también en casete se publica Instinto Salvaje, un disco mejor concebido y que junto al debut de Chicos Eléctricos mostraría el lado más crudo de un rock de garaje con alaridos y estridencias. Ya por entonces, Cross no podía ser catalogado de heavy metal. Su repertorio y su música mezclaban punk, grunge, y psicodelia. Sin embargo, cargaba con el estigma de un género que por entonces no despertaba gran simpatía.

“¿Para qué va a ir un tipo que escucha metal a escuchar ‘Espirales’? No tiene sentido. Es una especie de robo a The end de The Doors mezcla con Pink Floyd. No tiene nada de metal. Lo que tiene que ver es que yo fui el segundo del movimiento en Uruguay, nada más”, explica el músico y compositor. 

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Este año vio luz Rock Salvaje, una suerte de homenaje a una banda que en el tiempo que debió ser reconocida no lo fue, pero que, por suerte, de a poco, el tiempo parece estar poniendo en su lugar. Las próximas proyecciones de la película son el 2 de diciembre en la Sala B del Auditorio Nacional del Sodre a las 21 horas o el propio 14 de este mismo mes a la misma hora en la Sala Zitarrosa.

Se trata de un extenso documental (95 minutos) de largo aliento no biográfico, centrado en la formación del segundo disco del grupo Instinto Salvaje y varios de los conciertos de regreso. El largometraje (Moabit Films) propone una mirada introspectiva de la banda y el testimonio de alguno de sus fieles seguidores. La búsqueda está centrada en rescatar la esencia compositiva de Cross, su búsqueda musical y no en establecer referencias de contexto o miradas externas de la escena metalera local.

“Pensamos en referir a la parte histórica y que quienes vieran la película supiesen de su recorrido, pero después empezamos a dar cosas por sabidas. Si querés saber más, tenés que ir a buscar, llegar a tu casa y escuchar las canciones. Si te pasa eso es un montón”, explica su director Javier Hayrabedian.

La búsqueda visual es clara. Establecer la mayor proximidad posible con los protagonistas, con primerísimos planos y detalles permanentes en cada instancia: ensayos, pruebas de sonido, backstage o shows en vivo.

Cortesía: Moabit Studios

Cortesía: Moabit Studios

“Hay mucho de cuerpo, la cámara está al lado de ellos, cuerpo a cuerpo. Yo quería ver qué pasaba entre ellos y yo. Filmar todos estos procesos que son tan largos tienen que tener algo que te una, más allá de la música. Tiene que haber esa química y de ellos también, ganas de ser filmados. Cuando ellos tocan, la cámara está arriba del escenario. Yo sentía que eso era Cross, un estado salvaje, estar ahí al lado. Yo sentía en la piel que tenía que pararme ahí”, confiesa el director.

Hayrabedian logra una absoluta cercanía sin distraer la dinámica de la banda ni entorpecer el resultado. El protagonista central, Marcelo Lilienheim, así como el resto de los miembros entrevistados (Álvaro Raso y Daniel Tomikian), se muestra natural, marcando con vehemencia las pautas del ensayo, insistiendo en la estructura de las canciones o la filosofía que hizo de Cross una banda de culto.

“Marcelo siempre fue muy generoso, muy transparente. No puso reparos en nada, salvo unas pocas partes de la película, como todo músico, advirtiendo algún momento en que sentía que no estaba tocando bien. Con la experiencia de tener tres películas, ya sabés que hay algunas áreas que negociar, cuidando que no afecte la narrativa”.

Realizadores, fanáticos y parte de la banda en el preestreno de Rock Salvaje. Foto: Uzi Sabah.

Realizadores, fanáticos y parte de la banda en el preestreno de Rock Salvaje. Foto: Uzi Sabah.

Rock Salvaje logra reunir además un buen porcentaje del archivo existente, tanto fotográfico como audiovisual, con fragmentos de ensayo en Alto Voltaje o algún toque en Juntacadáveres. “Me parecía muy importante retratar el espíritu del creador, esa fuerza de seguir. Me seduce mucho eso gesto épico. Me gusta eso del tipo que toca hace cuarenta años y lo hace de la misma manera, aunque sean mil o uno el que lo vaya a ver. Eso me emociona mucho. Quizá porque me siento también identificado, en que esto es una pasión”. La película incluye, además, casi como un tributo adicional la observación precisa de Pablo Melogno, filosofo, psicólogo y periodista, pero además un excelso archivista del metal local que falleciera en febrero de este año.

El proceso de registro fue extenso en el tiempo y se completó tras siete años de trabajo continuado, luego de superar dificultades técnicas (como la avería de un disco duro) y presupuestales. “Es un acto de justicia, yo creo que lo merecían. A mí me interesa mucho esa década porque no hay registros. A nosotros en Moabi Films, a Magalí (Agerre) y a mí, nos interesa que las nuevas generaciones puedan saber qué pasaba, que haya un testimonio, un acervo. Yo siento que lo di todo, me agoté pero estoy feliz con el resultado”.

Daniel Tomikian, baterista y único miembro original presente durante el preestreno del film, confesó ni bien terminó la proyección: “Para mí es alucinante. Está hecha en calidad de cine y el sonido es espectacular. Fueron como seis años de ellos yendo a los ensayos, cubriendo el backstage en los conciertos. Hizo un poco de justicia en la historia de la banda. El documental se centra en la formación de Instinto Salvaje, Álvaro, Macelo y yo, pero creo que era una banda que merecía algo de esto. Cross es un grupo único; el primero en decir muchas cosas, el último en ser grabado. Cross fue el primero en llevar punkies y heavies a los conciertos. Esa es una cosa que, como Motorhead, mantuvimos siempre”.

El recorrido artístico de Cross es un viaje bastante particular. Si bien hoy tiene los ribetes de una banda de culto, reediciones discográficas, un público fiel y ahora hasta una película, fue una banda a la que le costó mucho llegar. ¿Por qué se dilató aquel primer registro?

M. Cross: Y porque los tópicos de los temas no eran aceptados. Hoy no tengo idea de qué es la industria musical. Antes había muchos sellos en el mundo, pero en Uruguay tras el regreso del páramo de la dictadura, lo primero que aparece es Carbone tratando de sacar cosas por Orfeo. Cuando era chico yo no podía verlo como hoy, en perspectiva. Él hizo mucha cosa importante, impulsó el rock nacional de una manera increíble. Sin él, calculo que no existiría. Pero nuestra propuesta, en el 87, cuando debería haber salido nuestro primer disco, creo que le parecía un poco excesiva. Mis letras decían: “Asombrado y confundido / voy camino al infierno con ustedes como testigos. / Destilando agonías en un mundo de mentiras / es la muerte nuestro destino”. No va… “Los políticos te engañan / te prometen mucha plata y te dicen lo correcto/ y así te vas caminando a poner un voto débil y anotarte en la gran fiesta, / mientras que ellos en la esquina prenden fuego mi cerebro en las noches de luna llena”… ¡Eso no va! “El manicomio no es para mí” y cosas de esas.

Sin embargo, en el 85 ya había editado a Los Estómagos con temas como “Torturador”, o Los Traidores con “La Muerte Elegante” o “Juegos de Poder”.

M. Cross: Sí, es verdad, un par de cosas. Pero el primer disco de Los Estómagos es mas parecido a In The Flat Field de Bauhaus que a los Pistols. Y la actitud era mas de sugerir que de poner al frente. Está muy bien… Donde Carbone se focalizaba era en cosas como Los Tontos, con un cariz más chistoso, dicharachero, para pasar un poco la cosa. Por un lado, el género de música dura de por sí es complicado, música distorsionada, actitud extrema y las letras muy en el borde. Eso hizo que quizá el se haya decidido a editar primero los discos de Alvacast, que, en definitiva, son prolijos pero bueh… no hay una critica al sistema. Es otra cosa. Está muy bien pero no. Recién en el 91 sale nuestro primer casete. Y sale además con una leyenda de “Cuidado, este casete incluye lenguaje que puede resultar ofensivo” (risas).

De regreso en Uruguay, y con la incorporación de Walo Crespo —antes de la fundación de Motosierra—,  Cross publicó Asesinos (1995), y dos años más tarde, con otra formación, editó A miles de kilómetros de acá (1997). Por entonces Marcelo Cross —como un buen porcentaje le conoce en la escena—, trabajó en una sala propia de ensayos a la que asiduamente asistían Chicos Eléctricos, Buenos Muchachos o La Vela Puerca. De hecho, fue Lilienheim, quién estaba tras la consola frente al bar El Tigre, cuando Sebastián Teysera entonaba desde la batería “Madre Resistencia”. “Yo vivía de eso, ellos iban a la sala. Eran muy serios. En esos toques, sacábamos la electricidad del bar. Les hice el sonido un par de años. Yo estaba trabajando. Me pidieron que les grabe un casete, lo mandaron a un concurso y lo ganaron. Ese tipo de expresión la considero música hecha con instrumentos eléctricos, con una raíz que tiene que ver con Latinoamérica, pero no la considero rock. Eso viene de la mano de Mano Negra, o Extremoduro. Pero las letras de Extremo son más parecidas a lo que hago yo que a de ellos”.

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Los textos de Cross siempre fueron un diferencial en el movimiento. Letras poéticas que abordaban conflictos cotidianos de la vida local, sin evadirse con mitología o letras épicas. ¿Cuál era la referencia y el método para componer?

M. Cross: Hay un tema que es interesante, toda la parte lírica se podría decir que hay elementos del punk. Yo hago una mezcla entre ambas cosas. Ya desde el primer disco no se puede decir que es metal, sino una especie de alarido. El segundo, yo ya estaba escuchando Doors, Velvet Underground, Stooges, mucho punk rock. A mi siempre me gustaron los poetas malditos franceses del siglo XIX. Leí, por ejemplo, Los Cantos del Madoror de Isidore Ducasse, el Conde de Lautréamont. En realidad, era uruguayo. Una vez leí en un libro la frase: “Patético obelisco que Uruguay le regaló a Francia”. Claro, era francés, pero su libro lo escribió en Montevideo. Montevideo tiene una atmosfera muy especial sobretodo en invierno, como ciudad costera, gótica. Tiene un carisma muy maldito.

Luego de un tiempo, Marcelo regresó a Buenos Aires y tomó distancia de la escena, la música y el personaje que había habitado durante años. “A Cross lo separé un poco de Lilienheim en el 98, cuando me vine para Bs.As.”, explica seriamente. “Cross es un personaje un poco difícil de llevar. Cualquier músico o artista, con una historia bastante cargada e intensa como la mía, tiene que tomar distancia del personaje para poder sobrevivir. Si te come, no es negocio. Cuando te empezás a creer que sos legendario, la quedás, no te conviene”.

¿Te referis al personaje escénico o al tóxico y autodestructivo?

M. Cross: Es que el escénico y el autodestructivo viene de la mano en el rock; bueno también podría hablar del jazz del 50 y quizá también de la música clásica. ¡Tenés que separarlo! La autodestrucción, la visita a los paraísos artificiales, hay que separarlas. Frank Zappa no lo necesitó nunca. De hecho, si agarraba a alguien en la banda medio volado lo echaba.

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Marcelo había comenzado a transitar un espiral de heroína y alcohol que casi le cuesta la vida. Esa fue la razón por la que se alejó de todo y se dedicó a coleccionar. “Iggy Pop, un tipo que en los 70 y después de Raw Power estaba destruido por la heroína, logró sacarse de encima todo eso y aprendió a poder llevar su propia historia. De lo que se trata de es ser un sobreviviente en todo esto. Yo aprendí de esa enseñanza. A mí me sirvió mucho la melomanía para encontrar una vía de escape para mis obsesiones. Yo hace más de 20 años que ni tomo alcohol. Dejé todo. Mi objetivo es mantenerme vivo y lucir bien arriba del escenario”, responde convencido.

Lilienheim, es un melómano empedernido y un coleccionista contumaz, especializado en Shakers, Mockers y todo el rock de los 60 y 70 en Latinoamérica. Su discoteca de vinilos supera los cinco mil ejemplares y los que conserva son las mejores ediciones o los álbumes con un plus a custodiar, como el de Jesús Figueroa que me enseña, en cuyo interior guarda una lista de puño y letra que dirige a Carlos Martins con la explicación de cada tema.

Foto: Cortesía de Moebit Films

Foto: Cortesía de Moebit Films

Cómo fanático de Shakers y experto en el rock latino, ¿qué te pareció Rompan Todo, la serie de Netflix que coprodujo Santaolalla?

M. Cross: Uh, prefiero no hablar de Santaolalla. Tengo los discos de Arcoíris y todo, pero no es de los personajes que me caen mejor. Para hablar del rock latino tenés que hablar en Chile de Los vidrios quebrados, Los Mac's, Agua Turbia, Los Blops, o en Perú de Los Shain's, Los Saicos, Traffic Sound, La Agonía, El Polen. Eso es lo que hubiese querido hacer Santaolalla y no le salió tan bien. Aunque no reniego del todo. Sudamérica o el regreso de la aurora está bien, muy bien grabado. No soy tan atrevido. Me gusta mucho Tiempo de resurrección, pero la verdad que él como personaje y su historia… bueh. Lo mejor que vi de ese equipo de gente es lo que hacen con El café de los maestros, y el rescate de Lagrima Ríos. Eso es un acto de justicia fantástico. Pero de rock no tiene la más mínima idea porque él cree que el rock son Los Caifanes y cosas así. Yo de México prefiero El tarro de Mostaza, Los Dug Dugs, cosas más viejas. Él es una persona que se encargaba de Universal en los años 90. La MTV latina necesitaba grupos y, al estar viviendo muchos años en Los Ángeles, con su grupo medio pelo Wet Picnic le dio la entrada a la industria a través del mundo latino parlante yankee a la mexicana vía Miami. Eso es lo que hace que él pueda generar esos contenidos, que luego podían ser vendidos por la MTV latina en los años 90. Por eso es productor de casi todo, y si no es el productor, es quien está detrás del productor.

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Marcelo Lilienheim mantuvo el proyecto de banda desactivado hasta que, a mediados del 2000, Kairo Herrera le convenció de regresar con Cross para el cierre de una fiesta radial. La banda volvió cada año, casi como un evento nostálgico, hasta que el retorno tuvo un efecto sorpresa. En 2015 el sello Caotic Records les propuso reeditar Instinto Salvaje y la banda original de aquel disco cobró fuerza. Álvaro Raso volvía de España, Marcelo de Argentina y en Montevideo se juntaban con Daniel Tomikian. La película de Moabit Films que dirige Javier Hayrabedian está centrada en esa formación y a partir de aquella iniciativa. “La historia de la banda es un poco mi historia también, más allá de que hay diferentes formaciones, diferentes períodos. Este documental toma la formación de Instinto Salvaje”, explica Marcelo desde Argentina.

Sin embargo, desde la pandemia, Lilienheim perdió su a su mamá y con ella también su casa. Hoy Cross tiene una formación porteña, la misma con la que Marcelo había recorrido sótanos y tugurios argentinos del 2010 a 2012, y con la que llegará el próximo 16 de diciembre a Live Era.

En 2024, conmemora cuatro décadas como parte de la escena, en la que aún se siente un músico amateur y un experto coleccionista. “Soy una especie de amateur profesional”, confiesa. “No tengo ningún aparato ni sustento detrás. Cuando viajo a Montevideo me cargo mis guitarras, mis equipos. Yo me hago el sonido. Soy amateur”.

Sobre la película que narra sus desventuras y alimenta el halo de culto que esta banda goza desde la marginalidad del reconocimiento industrial, Marcelo Cross se siente afortunado. “Estoy muy contento con el resultado. Hace no mucho tiempo estaba viendo Gimme Danger, un documental que hace Jim Jarmusch de Iggy Pop —a mí me gustan mucho los Stooges, Iggy y esas cosas— y pensaba ¿cuánto tiempo tuvo que pasar para que se haga justicia a una estrella como esta? Que salga algo así respecto de una banda uruguaya, con discografía limitada, un par de casete, dos cds, —yo me hice un vinilo para mí— es realmente muy importante. Me siento muy afortunado”.

¿Qué te pasa cuando te ves interactuando en ensayos con la banda y con tu público desde el escenario?

M. Cross: Es raro. No me gusta verme (risas). Te das cuenta que ha pasado mucho tiempo.

“¿Por qué lo de legendario? No sé, pero no me pasa solo a mí. Todo tipo de expresión artística que tenga un valor y diga cosas con las que otros seres se identifiquen, y cuya frecuencia vibratoria sea acorde con eso, más allá de no tener el beneplácito de la industria, promoción o medios a disposición, tarde o temprano termina por ser conocida. Es como Van Gogh. Él no vendió ni un cuadro en vida”.

Foto: Cortesía de Moebit Films

Foto: Cortesía de Moebit Films

[Bonus Track]: La charla tuvo lugar dos días antes de las elecciones en Argentina.

Se viene un domingo complejo, ¿tenes resuelto qué vas a hacer?

M. Cross: Nada, me quedo en mi casa. No voto. Nunca me interesó. Mi esposa e hijas son argentinas y tampoco les interesa. Estoy al tanto de la realidad política y económica, no vivo bajo un felpudo pero de momento no me veo participando en nada de eso. Me cuesta mucho ubicarme en un lugar donde me dan a elegir entre come insectos o excremento. Yo no como ninguna de las dos cosas.

Por Carlos Dopico
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