Por Gustavo Kreiman | @guskreiman
¿Qué es una Cinemateca? ¿De dónde viene? ¿A dónde va? Mejor escuchar a quienes trabajan que opinar de cómo trabajan.
Latido BEAT fue hasta Cinemateca para conversar con María José Santacreu, actual directora/coordinadora de la institución. Es directora de Cinemateca Uruguaya, el archivo fílmico más importante de Uruguay, en el que se encuentra, además, a cargo de la programación de ciclos y muestras de cine de histórico y de repertorio en las tres salas de la sede en la Ciudad Vieja de Montevideo.
Codirige el Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay, que se realiza en la capital uruguaya desde 1982. Desde 1996, se dedica al periodismo cultural, escribiendo en medios de Uruguay y Argentina. Participó de la creación de “Insomnia”, el suplemento cultural de la revista Posdata, y es periodista del semanario Brecha.
En esos días se estaba proyectando un ciclo en homenaje a Manuel Martínez Carril, fundador histórico de la Cinemateca y crítico de cine.
María José Santacreu sabe lo que hace y habla en nombre propio. Coordina un equipo multidisciplinario, porque la función de Cinemateca no es sólo la exhibición de películas: aborda muchas disciplinas y actividades diferentes. Ella es periodista de profesión, y devino en este rol, en este lugar, en este tiempo. Nadie sabe explicar lo que hace mejor que ella.
¿Cómo te ves vos a vos misma? A nivel personal y en relación a la labor que hacen en Cinemateca, ¿cómo te ves y qué haces acá?
Es una buena pregunta porque el cargo que yo tengo, como dices, coordinadora, te dice bastante de cómo es la visión dentro de la Cinemateca y no es una visión mía, sino es una visión histórica. ¿Por qué? Porque coordinás un montón de áreas y dirigís después a partir de eso. Es como una noción horizontal, más que vertical, porque tiene que ver con el origen de la Cinemateca, que es un desprendimiento del cineclubismo. El cineclubismo es como cualquier club.
Tiene una organización horizontal en el que las personas que integran ese club cumplen distintas funciones en esa organización que reúne a aficionados al cine. Yo aprendí de Manuel Martínez Carril, que es el director histórico de la Cinemateca, él siempre variaba un poco, era coordinador general, pero claro, de repente decís, “bueno, en realidad es el director”. La Cinemateca es una institución que engloba muchísimas áreas distintas. Nosotros exhibimos cine, lo preservamos, lo distribuimos. Tenemos un centro de documentación cinematográfica donde vienen los investigadores a investigar. Tenemos una escuela de cine. Es una Cinemateca, y como su nombre lo indica, tiene distintas áreas de especialización, si se quiere.
Mi tarea, en realidad, es coordinar todas esas áreas y sus actividades, que son muy diversas y diferentes entre sí, y a veces genera tensiones, por ejemplo, de lo más claro que demuestra esas tensiones a la interna de una Cinemateca es que la preservación a veces puede atentar contra la exhibición. Si la copia no está manejada correctamente, o incluso porque la preservación tiene sus complejidades que hay que atender en el momento de pasar la película. Entonces, en esas tensiones hacia adentro, hay áreas que dan recursos y áreas que restan recursos, hablando desde un punto de vista económico. El centro de documentación es un lugar donde no se produce riqueza, lo que genera ingresos es la exhibición. Entonces, hay que hacer un balance entre todas las áreas para una gestión correcta. La escuela de cine enseña a hacer cine, pero la lógica de la producción no es la misma que la lógica de la exhibición, es como un rompecabezas que yo trato de coordinar de la mejor manera posible y unos equipos que todavía siguen siendo, conservando como ese espíritu de cineclub que es muy vocacional. Nadie trabaja en la Cinemateca para hacerse rico, para tener un salario elevado. Estamos acá porque nos gusta el cine.
También sos periodista. ¿Tuviste ganas de transformarte en la coordinadora de Cinemateca o fue un poco por casualidad?
Yo, en realidad, soy periodista de profesión, si se quiere, pero periodista de la vieja escuela, que es una profesión que se adquiere, no en la universidad, sino como hacían los periodistas viejos. La carrera de Ciencias de la Comunicación, si mal no recuerdo, se abrió en Uruguay, en los años 80 o casi cerca de los 90. Antes, de repente, habían escuelas de periodismo, pero no había una carrera universitaria de periodismo. Desde allí hasta la realidad de hoy hay un abismo. Pero cuando yo empecé a estudiar, eso no existía prácticamente, y el periodismo es algo vocacional.
Yo me informé más bien en las aulas de la universidad, de la Facultad de Humanidades, y no tenía muy claro a qué me iba a dedicar. Después fue decantándose por la escritura, por la cultura. Y luego terminé en la Cinemateca. Yo fui socia de la Cinemateca desde los 16 años. Digo como espectadora, luego me presenté para trabajar, hice un buen concurso y quedé. Por lo general, los periodistas somos pluriempleados. No es algo que, salvo excepciones, puedas decir, “yo puedo vivir solamente del periodismo”. Entonces, naturalmente, el carril fue la cultura, y me llevó a Manuel Martínez Carril.
¿Qué aprendiste de Manuel Martínez Carril? ¿Cómo fue pasar tiempo cerca de él?
Para entender la naturaleza de algo hay que leer, estudiar, comprender, y para entender Cinemateca hay que comprender también lo que sucede en Uruguay respecto a los archivos fílmicos.
La Cinemateca Uruguaya, cuando sale fuera de las fronteras, piensan que es una cinemateca nacional pública, pero no es así. Aquí hay aportes del Estado, pero te diría que cubren un 20% del costo de nuestra actividad, y estoy siendo generosa. El 80% restante es autogestionado, y por eso mi responsabilidad como coordinadora de todas las áreas y también corresponsable de su sustento económico, no es menor. Normalmente, los países tienen cinematecas públicas nacionales que preservan el patrimonio audiovisual del país y son instituciones que tienen ese cometido, así como el de la formación de espectadores, de la exhibición de cine, organizan ciclos. Eso es lo que hacemos como Cinemateca, pero el origen es distinto. Suelen ser públicas.
En Uruguay existió y existe todavía una Cinemateca pública que es el Archivo Nacional del Sodre, de la imagen y la palabra, del Sodre, que tuvo una actuación muy importante en los años 40 y 50, pero que en los años 60 empezó a decaer. Su importancia estaba dirigida por Danilo Trelles, que organizaba, por ejemplo, el Festival de Cine Experimental, que fue un festival increíble para la época en que se organizó. Un poco como balance de esa cinematografía pública, es que se fundó la Cinemateca Uruguaya, que era una cinematografía privada que surgía del cineclubismo. Cuando empezó a decaer la atención que el Estado le prestó a su cinemateca, fue inversamente proporcional lo que sucedió con la cinemateca privada. Y esta cinemateca empezó a crecer y se transformó en la cinemateca que guarda el mayor patrimonio fílmico que existe en el país, y con una actividad de exhibición muy importante.
¿Por qué decís que es importante?
Porque el modelo de gestión de la Cinemateca, al estar un poco también obligados a extraer los recursos de algún lado, por no ser una cinemateca pública que está subvencionada, tenía un fuerte acento en la exhibición, por su origen, por venir del cineclubismo, que básicamente es gente junta que se junta a ver cine. Y se necesita que se pague una cuota mensual para pagar a los trabajadores y para la manutención del archivo. La Cinemateca creció muchísimo, se mantuvo abierta durante la dictadura, en una época durísima, fue una institución de resistencia, donde la gente encontraba un lugar donde reunirse y donde sobreentender un montón de cosas.
En un país donde estaba prohibido reunirse más de tres personas, porque se había suspendido el derecho de reunión, igual podías reunirte en un cine. Encontrarte. Ese es, concretamente, el papel de la Cinemateca en la ciudad.
¿Y fue Manuel Martínez Carril quien inventó ese papel?
Martínez Carril fue muy importante para mantenerla. Incluso llegó a meter películas en las cárceles, lo cual nunca estará suficientemente reconocido, lo increíblemente raro que era eso. Hay un libro que se llama Cine de planchada en donde se eso se explica muy claramente. Los presos políticos se emprolijaban para ir a ver las películas que él programaba ahí, se bañaban, intentaban ponerse lindos como podían dentro de la cárcel, justamente porque era el momento de encuentro, de celebración. Bueno, y eso era Manuel. Y él lo hizo negociando, negociando con los militares, de qué se podía, qué no se podía, cuál era la visión de la Cinemateca, qué podían hacer sin que los milicos se den cuenta.
¿El origen de la Cinemateca viene por ahí entonces?
Cinemateca supo tener siete salas de cine por toda la ciudad, que la gente te hablará mucho, si vos empezás a hablar con la gente veterana, te vas a decir “Estudio 1”, “Estudio 3”, “La linterna mágica”, “Cinemateca 18”, “la de Carnelli”, “Cinemateca Pocitos”, o sea, ese es el arraigo que tiene el espectador uruguayo, lo tiene porque la gente vio el patrimonio. Tenemos un archivo fílmico, sí, pero si yo tengo a La Gioconda en el sótano y no se lo muestro a nadie, La Gioconda ni siquiera es La Gioconda. No basta con tenerla. O sea, no sale para afuera. Y el arte es expresión, pero también comunicación. La cinemateca ha tenido la capacidad de que, por ejemplo, una murga haga un cuplé sobre una película en rumano con sus subtítulos en coreano y que la gente se ría.
¿Cómo puede reírse la gente si no conoce cómo es la ciudad de Mateo? O sea, que ya que una murga haga chistes sobre eso, habla de cuánto conoce la gente de Montevideo. El Ciclo Martínez Carril que hicimos hace poco estuvo centrado en su actividad como periodista y crítico de cine. Cinemateca está en muchos lados porque tiene un arraigo en la sociedad uruguaya muy, muy grande.
Aprovechamos el número redondo, se cumplen 10 años de la muerte de Manuel Martínez Carril, y para nosotros es importante porque está en cuestión todavía el tema de la preservación del patrimonio fílmico: cómo se preserva, qué se necesita. Hay una gran discusión respecto a cómo interactúa el cine como negocio con el cine como arte. Hay una gran discusión en la gente que se dedica a esto, pero no necesariamente en la sociedad, y eso es lo que ha cambiado. Lo que ha cambiado de manera dramática y que es muchas veces muy difícil. Estos temas estaban muy presentes antes y ahora no, porque la gente está pensando en otras cosas.
Entonces, celebrar la figura de Manuel Martínez Carril es celebrar el origen de la Cinemateca y de la tarea que seguimos intentando hacer, que tiene que ver con el archivo, que tiene que ver con la formación de espectadores que tiene que ver con la cultura, el arte y cómo uno ve una obra audiovisual. Darle a los espectadores las herramientas para que puedan apreciar otra cosa que no sea el mismo relato de siempre del cine comercial, que más o menos siempre es bastante parecido.
¿Cómo trabajan en equipo acá?
Yo creo que es imposible hacerlo de manera completamente vertical, es horizontal, por más que haya una cadena de mando. La jerarquía no es lo importante, eso son roles, con responsabilidades distintas, pero este es un espacio donde vos necesitás escuchar lo que opinan los demás y también ponerlo en práctica, porque no hay nadie que pueda manejar toda la complejidad que tiene. En mi día, por ejemplo, yo tengo que confiar mucho en las competencias de los demás. Porque, de lo contrario, es imposible. No hay persona capaz de manejar tantas decisiones y estar informada y tener la decisión correcta de todo, no podés.
Hay personas, por ejemplo, que saben más que yo del archivo fílmico. O de la Escuela de Cine. O de la Documentación, que no es lo mismo que el archivo, la documentación preserva la crítica cinematográfica. Eso se tiene que digitalizar, para poder ser preservado, porque los libros se degradan con el tiempo. Entonces hay una interacción de esas áreas. Yo coordino y tomo decisiones, eso es lo que hago, pero de ninguna manera quiere decir que sea la que más sepa. También es cierto que tomar decisiones no es fácil y esas personas no están en este lugar en el que estoy trabajando yo.
Lo que pasa acá es que la gente se entusiasma porque la boletera, el portero, la chica de la librería, los proyectoristas, todos saben, interactúan, la gente puede hablar con ellos, nos hablamos bien. Trabajar acá hace que trabajar se parezca poco a un trabajo, conservamos ese espíritu de cineclubismo y no lo vamos a perder.
¿Qué pensás de los prejuicios en torno a las personas que nos gusta el cine y nos encontramos en lugares como este?
No sé, yo creo que tenemos un entorno muy hermoso, muy amigable. Entiendo sí que, a veces, hay un prejuicio, un sobreentendido sobre lo que une a las personas y que tiene que ver con la cultura, porque hay guiños en todas las cosas o cuidados en todas las cosas, tanto como cuidar la película, cuidar la cafetería, el café, cómo es el café, o cómo es la selección de los discos en vinilo.
Dicen que los vinilos son hipsters. Sí, sí, pero también son viejos, es un formato que tiene una textura de sonido diferente. No podés encontrar muchos lugares dónde ver París, Texas (1984) en fílmico.
Tiene que ver con lo analógico.
Claro, lo analógico. Tenemos una librería que es chiquitita. No podemos tener todo porque no hay espacio. Entonces, hay una selección y esa selección tiene que ver con determinados temas o con determinados perfiles que coinciden con lo que se pasa en las pantallas, en el sentido de que de repente es más cultural. Los best seller no necesitan que los cuiden, tienen lugar en todos lados.
Acá les damos lugar a algunos porque no son tan fáciles de encontrar. Y también hay otros que, bueno, hay que vender. Es como las películas. A mí me puede gustar ir a ver Avengers, y está bárbaro, pero este lugar no es el lugar donde Avengers ocupa las tres salas para que la gente la vea, porque tiene 26 salas en otro lado. Así es lo mismo, con la tienda, con las remeras, son remeras sobre películas, que en otro lugar no encontrás. Creo que es eso lo que a la gente le gusta, que entiende los guiños, porque es como una especie de comunidad.
Somos una comunidad a la que nos gustan estas cosas que tienen que ver con la cultura. Hay otras comunidades que les gustan otras cosas y es hermoso que existan también.
¿Podrías recomendar dos o tres realizadores o realizadoras que te gusten? Si alguno es uruguayo, mejor.
Siempre es difícil, pero lo intentaré, ya sea realizadores, películas o, incluso, productoras. Recuerdo vivamente como un gran descubrimiento que le debo a Martínez Carril el de la directora checa Vera Chytilová. Fue una función de Las margaritas (1966) en Centrocine (actualmente, La trastienda), probablemente en 1985 o 1986. Eran épocas particulares esas, salida de la dictadura y fui con unos amigos argentinos que se enojaron mucho con la película a la que tildaron de frívola y contrarrevolucionaria. Las margaritas es, hasta el día de hoy, una película amada por los socios de Cinemateca.
Del cine latinoamericano no puedo dejar de mencionar a Lucrecia Martel, nuestra santa patrona desde que la pintamos en el mural de 18 de julio, pero también a las películas que ha producido El pampero cine, que justo en estos momentos se agregaron al catálogo de nuestra plataforma de streaming: +Cinemateca.
Y de Uruguay me gustaría mencionar dos películas: Bosco (2020), de Alicia Cano, por la sensibilidad y la sencillez con la que logra tocarte profundamente el corazón y la mente y El nadador (2023), de Gabriela Guillermo, una película atípica y jugada, algo que es cada vez más inusual, que adapta exitosamente un libro escrito en los 60 y lo trae limpiamente hasta hoy, y por su genial visión como directora al sortear la imposibilidad económica de realizar una adaptación standard. Utiliza relato en off en imágenes tomadas en la ciudad, que llevan al espectador a realizar la operación mental de creer que un nadador al azar filmado en el Río de la Plata, es el nadador del título, o que una persona parada en las escalinatas de la Facultad de Derecho, es el profesor del que habla el guion.
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