Por Sofía Durand Fernández
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Mariana Enriquez es una fanática con fanáticos. En los agradecimientos de Un lugar soleado para gente sombría (2024), su último libro de cuentos, menciona los álbumes y canciones que la acompañaron durante el proceso de escritura. Su cuenta de Instagram es un altar a sus fanatismos. Incluso escribió un libro sobre su afición de larga data por la banda británica Suede, Porque demasiado no es suficiente: Mi historia de amor con Suede (2023).
Musas provenientes del cine y de la música, más específicamente del rock, como Nick Cave, Caleb Laundry Jones y Florence Welch. Hoteles abandonados y leyendas paganas. Amuletos y talismanes. Bellezas reventadas y cuerpos maltratados. Compulsión y autodestrucción. Un libro de Mariana Enriquez puede oficiar como la puerta de entrada a un universo literario compuesto de sus obsesiones e inquietudes, que en los últimos años ha resultado ser un centro magnético de lectores.
No es novedad, entonces, que haya infinidad de fan art de los personajes de sus cuentos y novelas, y que sus historias tengan adaptaciones cinematográficas y teatrales. El 18 de septiembre, en el Teatro Solís, se estrena "Las cosas que perdimos en el fuego".
Incluso la misma Enriquez ha decidido trasladar sus textos a diferentes formatos. En "No traigan flores", un espectáculo integral, lee una serie de textos de ficción, autoficción y periodísticos —fue subeditora del suplemento cultural Radar y periodista en el diario argentino Página/12—. "La idea es que todo sea muy efímero", explica en entrevista con Latido BEAT, porque el evento también cuenta con ilustraciones con arena y un músico en vivo. El 4 de noviembre, en el Teatro El Galpón, "No traigan flores" llega a Montevideo.
Y porque, en sus palabras, "demasiado no es suficiente", también dirá presente en "Espectro Enriquez", una serie de actividades culturales desde el 16 hasta el 22 de septiembre, y en la segunda edición del Festival Internacional Literario del Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry.
Al respecto de la capital uruguaya, la escritora halla algo "muy familiar, pero también más melancólico". Recuerda que, años atrás, se alojó en el Palacio Salvo e hizo un tour en el que estuvieron incluidas las visitas al Hotel Argentino y "todas las cosas de Piria". Ahora, afirma que las actividades que tiene por delante en el país corresponden a los años en los que no pudo venir.
¿Cómo te llevás con las adaptaciones de tus obras literarias?
Bien, para mí son lecturas ampliadas. Hace muchos años que hacen fan art de mis cosas, pinturas, comics, ahora sale un comic de Las cosas que perdimos en el fuego, está esta adaptación de teatro, hay un cuento de Los peligros de fumar en la cama que están editando la película, que la hace Laura Casabé. A mí me gusta, no siempre sale bien, pero no me molesta mucho porque es ver cómo la gente lee lo tuyo y cómo lo adapta de la mejor manera posible. Otros medios tienen otras posibilidades, no es lo mismo, requiere más gente, es otra cuestión. En general, no me involucro con las adaptaciones. No quiere decir que no lo vaya a hacer si hace falta o si alguno de los que está adaptando me lo pide, porque también hay otras cosas audiovisuales por ahí dando vueltas y nunca se sabe si un guionista te puede pedir. Pero no es lo que más me gusta, lo que más me gusta es ver cómo lo hacen los demás y estar lo menos involucrada posible.
¿Para la adaptación teatral de Las Cosas que Perdimos en el Fuego hablaron con vos?
Sí, leí la dramaturgia, pero hace poco. Lo armaron ellos, fue una cuestión de que me contaran el proyecto, las posibilidades reales que tenían de hacerlo, y no mucho más. Era un proyecto ambicioso, entonces se charló las posibilidades de hacerlo y la escala en la que lo querían hacer. Así que lo voy a ver con la misma sorpresa que los espectadores, porque leer una dramaturgia no es lo mismo que ver la puesta en escena. Como yo no lo hice, me resulta mucho menos tenso y más divertido, y mucho más gratificante, también.
El auge que han tenido tus libros en los últimos años es similar al que ocurrió con Bajar es lo peor. ¿Cómo vivís la experiencia de que tus obras sean traducidas y tengas reconocimiento internacional?
Normal porque no soy tan internacional, soy más internacional en castellano, pero en otros idiomas no tanto porque el público en otros idiomas, aunque te vaya bien, es poco. Los autores en traducción que pueden notar la diferencia son más bien pocos y creo que lo notan en el ambiente literario. Creo que a Paul Auster, si estaba vivo, lo soltabas en Montevideo y Buenos Aires y lo conocía mucha gente, pero lo mandabas para un barrio y no lo iba a conocer nadie, y eso pasa con la literatura. La literatura y los escritores tienen un concepto más alto de sí mismos en todo sentido, pero especialmente en términos de popularidad, la resonancia que tenés es en el medio literario y en el medio de lectores que, por definición, es bastante chico.
A diferencia de lo que le pasa a un actor o un músico, puede ocurrir que no asocien tu obra con tu rostro. Sin embargo, tu nombre en la tapa de un libro es una especie de garantía. ¿Esto es un lastre o un privilegio?
Nunca es un lastre, al contrario. No entiendo muy bien, sobre todo hablando de literatura, cuál es la parte de lastre. Quizá algunos escritores sientan que tienen que cumplir con expectativas y eso no les gusta. Con la expectativa del público, o incluso una necesidad de que tu próximo libro sea o muy leído o bien criticado que, en general, suele ser contradictorio, porque la critica también se condiciona con lo popular y es una cosa medio compleja. Yo no siento eso, conscientemente al menos, en algún lado inconsciente obviamente que tiene que estar, pero ese sería para mí la contra más importante. Es la mirada de afuera que te influye en tu escritura en cuanto a las expectativas, no tanto en “tengo que escribir sobre esto” o “tengo que escribir en ese estilo”, sino en “a la gente le tiene que gustar”, que es diferente. Porque a lo mejor vas con algo que no es del mismo estilo y que tiene otro tipo de temas, y a la gente le encanta. Pero sí, esa es una especie de presión, cuando vos sentís que tenés lectores y cierta popularidad dentro del medio chico, lo que sentís es que querés que les guste. Es inevitable. Entonces ese es el único ruido que te puede hacer.
Pero después, que la gente te lea, te conozcan, que tengas un mini fenómeno fan, que te traduzcan en otros idiomas, que te consulten sobre la tapa de los libros en otros idiomas, poder hablar con lectores de países que nunca te imaginarías que iban a leer lo tuyo, todo eso es solo bueno. No tiene contra porque, además, al 80% de los escritores no les pasa. Lo demás es una cuestión de saber manejarlo, yo creo que si tenés mucha demanda y tenés que hacerte un tiempo para escribir, hay que ser firme, pero eso es casi que una cuestión de vida. Pero lo demás para mí es todo a favor, salvo esa programación para agradar que tenemos todos. Esa cosa de “ojalá les guste” no se te va nunca. Ese es el único momento que cambia, porque cuando nadie te lee, da igual.
Imagino, entonces, que el proceso de sentarte a escribir en la actualidad es diferente al de Bajar es lo peor, que nació por la necesidad de que exista literatura que hablara de ciertos temas.
Para mí fue más difícil el momento que se creó alrededor de Bajar es lo peor cuando era más chica porque no tenía con qué compararlo y no sabía mucho qué hacer. Y aunque era pequeño, yo también era muy pequeña, y cuando tenés 21 años que hagan publicidades con tu nombre y te inviten a la televisión era super raro. Y eran los 90, nadie tenía demasiada consideración con lo que te preguntaban, era una cosa muy directa. Ni a mí, ni a nadie que hoy va a un programa, o un podcast, le preguntan “¿Cómo sabés tanto de drogas?”, es muy raro. A mí esa es la primera pregunta que me hacían, a los 21 años, en un programa de televisión. Entonces creo que eso fue mucho más difícil de manejar, porque había un porcentaje de agresividad que creo que tenía que ver con que era muy chica de edad y con que era una chica, también.
Había muy pocas chicas escribiendo en ese momento, había mujeres más grandes que yo, pero yo ahora tengo pares de mí misma edad que, quieras o no, incluso aunque te lleves mal con ellas o no te guste lo que hacen, son tus compañeras. Con el tiempo, todas las otras cosas que van agregando en cuanto a fans, a popularidad, etcétera, lo comparás con ese primer impacto y es más fácil de llevar, porque yo soy más grande, porque trabajé de otras cosas, porque hubo libros a los que les fue muy mal y después muy bien. Aprendés, es un poco de autoayuda, pero aprendés, porque pasa el tiempo y empezás a tomarte las cosas de otra manera. También tiene que ver que esta última parte, donde se tradujo todo a más idiomas y empecé a viajar mucho, fue casi coincidente con la pandemia, entonces no me di mucha cuenta al principio, fue obligatoriamente gradual.
¿Creés que el hecho de que haya coincidido con la pandemia está relacionado con los temas sobre los que escribís?
Lo pensé mucho, yo creo que sí. Hay muchos factores. Nuestra parte de noche salió justo antes de la pandemia, entonces mucha gente lo agarró porque era largo y porque venía con la garantía, esto es lo más prosaico de todo, del Premio Herralde, que es un premio que a la gente le da mucha curiosidad. Es una novela de terror, fantástica y que tiene mucha trama, muchos personajes y te mete en un mundo. Creo que en ese momento la realidad era tan horrible, que la propuesta de un mundo diferente, un lugar donde te puedas meter, obsesionar y debatir con otra gente, es una novela que está hecha para eso. Eso no siempre pasa, a veces uno arma una novela para que tenga muchas posibilidades de debate y charla y tal, y no pasa nada, a nadie le interesa. Pero ahí estaba todo dado para que eso pasara. Yo al principio decía, “¿quién va a querer leer con todo este espanto? ¿Quién va a querer leer este libro?”, y después me di cuenta de que yo también estaba leyendo cosas así. No se podía compartir el mate, no tenía ganas de leer a alguien que tomara mate, me parecía que eso no se podía volver a hacer, entonces solamente me deprimía. De hecho, yo estaba leyendo Duna, o sea, monstruos de arena y eso. Entonces lo entendí de esa manera.
Supongo que también por el aislamiento y eso hubo más circulación, porque la gente lo recomendaba. A mí la novela me gusta, me parece que fueron un montón de circunstancias ingratas para todo el mundo que lograron que se lea un libro que capaz, en otras circunstancias, no se iba a leer de la misma manera. Y que gente descubriera que era un género que le gustaba, porque hay muchos que por reflejo dicen “no, esto no me gusta”, ahí otro le decía “te va a gustar”, y funcionó.
En Un lugar soleado para gente sombría hay dos cuentos, “Jullie” y el de nombre homónimo al libro, que se concentran en la cultura estadounidense, y con un tono crítico hacia su idiosincrasia. Si bien siempre estuvo medianamente presente en tus libros, ¿por qué ahora decidís profundizar en esto?
La literatura, la música, el cine norteamericano y las series me formaron y me encanta. Pero creo que esa relación que tiene América Latina con Estados Unidos es bastante dañina en muchos sentidos. Para mí es medio aspiracional, por más de que muchos de nosotros nos vayamos a Europa porque tenemos el pasaporte, nuestro aspiracional y el de los gobiernos es ese. También es, históricamente, la cultura y el imperio contra el que América Latina se enfrentó, yo no creo que alguno de nosotros en Latinoamérica tenga una relación tan compleja con ningún otro lado como con Estados Unidos. Y hay algo de toda esa cultura que a mí me formó, que para mí es indispensable y que yo amo, que tiene un porcentaje de dominación cultural. Es así, no nos formó la cultura rusa, sobre todo en términos populares. Hay una dominación cultural muy importante. “Jullie” es muy un cuento de la familia que se va afuera y vuelve y desprecia lo propio. También pasa con Europa, pero para mí, cuando pasa con Estados Unidos es diferente, es como el pariente que se hizo rico. El que se va a Europa es siempre una especie de inmigrante pobre, en Europa siempre sos un inmigrante pobre, en Estados Unidos no.
Estados Unidos tiene eso medio “trash”, también.
Claro, es que es América, es el nuevo mundo, es diferente. Europa también lo tiene, pero somos muy diferentes. En cambio, no somos tan diferentes a los gringos, y eso creo que también es un espejo un poco complicado. En “Un lugar soleado para gente sombría”, las tres chicas son latinas. Quería hablar un poco de eso porque yo cada vez que voy a Estados Unidos no hablo inglés directamente, hablo en español porque está lleno de latinos. Quería hablar de Los Ángeles porque es una ciudad a la que fui pocas veces, pero las veces que fui me pareció terrorífica y fascinante. Es una ciudad muy fantasmal en general, pero además por el cine, por esa idea de que ahí se producen fantasmas. Ves una película de los años 50, que es todo gente muerta, y ves sus imágenes para siempre proyectadas con luz, es rarísimo. Todos esos barrios abandonados y hermosos de los años 20, con toda la gente que vive en la calle, es un espectáculo muy postapocalíptico. Están todas las historias de tu vida, caminás 4 cuadras y está la casa donde se hizo Blade Runner, 20 cuadras para allá y está la casa donde se grabó “Thriller", de Michael Jackson. Llegás en avión y ves todas las autopistas que viste en True Detective 2. Es el déjà vu permanente. Y el caso policial de Elisa Lam me parece fascinante, ese hotel también, es super raro. Es un lugar, además, donde hay muchísima concentración de gente muy intoxicada y enferma que vive en la calle, es muy fácil quedarse porque no pasa nada. La gente es bastante agresiva en esa parte, entonces tenía muchas ganas de escribir sobre eso.
Siempre me llama la atención, sobre todo cuando viajo a Europa, que hay una idea de la cuestión poscolonial respecto a Latinoamérica que en Europa relacionan mucho con ellos. Yo suelo decirles que, en realidad, esa conquista a nosotros nos queda muy lejos. Los problemas que parten de la Revolución Cubana para acá tienen que ver con Estados Unidos, no con Europa, y la relación compleja de amor-odio con ese país que toma decisiones sobre los nuestros es con Estados Unidos y no con España, por más que hablemos en castellano. Latinoamérica es un continente que está marcado por la desigualdad y yo quería hablar de la desigualdad respecto a ese país y también la desigualdad que transcurre en ese país, Jullie termina abandonada entre Buenos Aires y Uruguay porque los padres no pueden pagar la salud en Estados Unidos porque es muy cara.
¿Dizz está levemente inspirado en River Phoenix?
Un poco, porque es como el chico que vive en la calle. Un poco en él y un poco en otro actor que a mí me gusta mucho, que se llama Caleb Laundry Jones, sobre todo en una película que no transcurre en Los Ángeles, sino en Nueva York, que es de los hermanos Safdie, Heaven Knows What (2014). Es una película hecha con no actores, salvo él, que viven todos en la calle. Están filmados de lejos, después ellos lo acercaron, pero estaban escondidos. Esa película me encanta por una cosa sobre la que hacía mucho que no lo escribía, pero que son como fantasmas de Bajar es lo peor, que es el tremendo estrés y trabajo que debe ser un adicto. El trabajo y la ansiedad para los demás, el que no es adicto no sabe, creo, cómo te consume la vida. Levantarse a ver dónde está la droga, la gente buscándote porque estás perdido por ahí, y es una cosa absolutamente urbana, es una enfermedad que está muy relacionada con la ciudad. Es una mezcla de esa idea, que también es una idea el cine, porque, en general, no es tan romántico lo que pasa en esas situaciones, es muchísimo más sórdido, está muy idealizado. Es un cuento que tiene mucho que ver con una mirada mía sobre el cine y también un poco crítica pero amorosa, al final.
Antes de publicarlo, ya habías anunciado que ibas a tratar la temática de los fantasmas. Pero saliste del lugar común, a lo largo del libro aparecen distintas interpretaciones sobre lo fantasmal. ¿Cómo desarrollaste estas diferentes visiones y formatos?
Venía pensando en la idea del fantasma literario, pero en otro sentido. No en el fantasma literario pensado como el alma de un muerto, porque esa es la idea muy espiritista, sino en una idea más metafórica del fantasma que en algunos cuentos de fantasmas clásicos aparece, que es la idea de la repetición. La idea de que lo que te acecha es el trauma, lo que te da miedo, el pasado, pero también el futuro, o lo que pensás que puede ser el futuro. Ideas medio teóricas también, yo nunca me siento y digo, “bueno, voy a escribir un cuento sobre hauntología”, que es el concepto de Mark Fisher, pero sí esa idea de vivir en un momento muy fantasmal. La crisis que vuelve, la falta de evolución de los formatos. El dispositivo evoluciona, pero el formato no. Hay un ejemplo que da Fisher, que es buenísimo: si le dieras a escuchar un disco de los primeros 2000 de Arctic Monkeys a una persona de principios de los 90, jamás se daría cuenta de que no salió en ese momento. En cambio, si a una persona de los años 60 le das a escuchar Madonna, no lo puede creer, o Kraftwerk a una persona de los 50. Son 20 años nada más y no hay algo muy comparable, hay mucha gente que te puede decir el trap. Bueno, pero el trap es el rap ralentizado, yo distingo la forma, cambia un poco el dispositivo. Entonces es esa idea del fantasma que no puede salir de ahí, a lo mejor camina de allá para acá y a lo mejor se detiene en el medio, pero es siempre el mismo, está atrapado ahí mientras todo lo de alrededor cambia. En la casa vive otra gente, la casa se derrumba y hacen un hospital, y el fantasma sigue ahí.
Pero después empecé a pensar en los diferentes miedos. A la chica a la que se le aparece el fantasma de una mujer con cáncer, puede ser desde ella en el futuro, hasta ella dándose cuenta de que es joven pero que en un momento su cuerpo va a fallar, desde un fantasma de verdad que vive en una realidad paralela en la misma casa y en ese momento aparece. Infinitas cuestiones, pero lo que está ahí en el medio es el miedo, porque además ella es maquilladora, entonces el miedo es la falla del cuerpo, la enfermedad, el deterioro. Cómo la acecha el deterioro a una persona que trabaja en evitarlo, como si en un momento se diera cuenta de que todo eso que ella está haciendo no puede evitar lo inevitable, es como si algo le dijera: “Todo esto no es un arma para enfrentar al deterioro, a la enfermedad, a la muerte”.
Creo que la pandemia nos dio a todos una idea medio extraña de que la gente solo se moría de COVID. Pero mi sensación era aún más rara, en cuanto a las conversaciones de la gente, en cómo se contaban los muertos en televisión, toda la locura de las vacunas. Mi sensación era que lo que se estaba diciendo socialmente era “ahora la gente se muere”, punto. Como si no nos muriéramos antes. La muerte adquiere una especie de lugar. Lo que yo me di cuenta es que la muerte está cada vez más empujada, no importa que te vistas de vampiro, que mires muchas películas de terror y el terror esté de moda, quizá hasta sean formas de evasión. Pero entre todas esas medidas de evasión, de pronto, la presencia de una cosa biológica, una enfermedad, una epidemia en un momento de muchísima negación del deterioro y de la muerte le dio una presencia que resultó insoportable psicológicamente. La sensación de presencia de la muerte era apabullante, pavorosa, sobre todo entre la gente más grande, que además permitió muchas locuras.
Otro elemento común en tu literatura es la relación entre la mujer y lo compulsivo, lo neurótico y lo obsesivo.
Todo el mundo parte de la experiencia personal, y yo tengo, al igual que mucha gente, conductas muy compulsivas, entonces puedo hablar desde ahí. A mí me fascina todo el tema fan, el tema de la obsesión, y creo que, de todas las neurosis, es de las más rechazadas, no sé bien por qué. Hay algo de la obsesión, y sobre todo de la obsesión morbosa, más en una mujer. Supongo que es porque una mujer, incluso en su versión más salvaje y neurótica, finalmente es la que cuida, la que da la vida, la que tiene afecto por los niños y las pequeñas cosas. Y yo tengo a todas estas mujeres a las que no les pasa eso, que están fascinadas por la muerte, las heridas, las enfermedades, que no están fascinadas por nada que tenga que ver con el cuidado, al contrario, son bastante autodestructivas. Y creo que es bastante personal, no es que una persona a la que le pasa eso lo extiende, pero causa muchísimo rechazo porque no es lo que se pide de una mujer a un nivel más profundo. Creo que, a esta altura, la cuestión de las cosas más normales como tener hijos, casarse, socialmente pasa en cuestiones muy conservadoras, o son microagresiones. Pero hay rechazo hacia estas cosas más densas, una cosa realmente oscura, solitaria y obsesiva que una mujer no le cuenta absolutamente a nadie. Mi idea en estos cuentos es, sobre todo, tratar de pensar en qué hace una mujer sola en su casa, en su habitación, cuando no la mira absolutamente nadie. Qué hace una mujer en la oscuridad. Y una mujer en la oscuridad a veces hace cosas así, metafórica y realmente, pero sobre todo metafóricamente. Me parece que con los varones hay mucho sobre eso y que no es tan raro, hay hasta tangos donde el tipo se obsesiona con una mujer, o con un caballo. Hay un montón de historias de un varón que se obsesiona con algún tema, que lo pinta por el resto de su vida y no pasa nada.
"Mis muertos tristes" y "Ojos negros", el primer cuento y el último, respectivamente, juegan con la disyuntiva de dejar entrar o no a alguien a tu casa. Toman decisiones diferentes, pero en ambos casos sufren las consecuencias.
Son cosas que uno se va dando cuenta después. Cualquier cosa creativa que uno haga tiene un momento en el que vos, cuando lo estás haciendo, te das cuenta, pero después cuando se termina te sorprende. No mucha gente lo vio, pero la gente que sí dijo, “wow, claro”. No sé bien del todo qué es, pero sí es una relación con el fantasma en el sentido que estábamos hablando antes: ¿Dejás entrar al fantasma y dejás que te consuma y sea devastador o el fantasma puede ser entrenado de alguna manera?
A "Ojos negros” lo quise poner ultimo para que sea totalmente desesperanzador, Me parece que el primero es triste, pero tiene cierto optimismo, una posibilidad de convivencia. En el último no, con estos chicos no se puede vivir. Creo que todo el libro juega un poco con las dos hipótesis sobre qué hacer con el fantasma, como en el de la mujer que le desaparece la cara, ¿ponerlo en palabras va a hacer que esa borradura de la identidad vuelva o va a ser exactamente igual? En ese cuento es ambiguo, en el primero es esperanzador, en el último es definitivamente no, pero es tratar de jugar un poco con qué hacer. Tratar de dialogar con ellos o si es imposible. Hay diferentes respuestas, yo no trato de prescribir nada, es imaginación.
¿Cómo surge la idea de “No traigan flores”, tu espectáculo?
En realidad, fue una sugerencia de productores y amigos, que tenía que ver con mucha gente que venía a ver mis charlas y a las firmas. Al principio, a mí no me cerraba, pero después pensé que hay todo un entrenamiento de la escucha que tiene que ver con esto del cambio del dispositivo, pero no de la forma. La gente escucha audiolibros, podcasts, me incluyo. Entonces hay una escucha atenta y una posibilidad que yo no recuerdo de antes, es muy raro y muy anacrónico al mismo tiempo, es el radioteatro de mi bisabuela. Yo no puedo con el audiolibro porque además de que me perturba, no sé si puedo prestar tanta atención, entonces hasta cuestiono estas cosas del déficit de atención. A lo mejor no está en un texto, pero una persona que puede escuchar un libro durante cuatro días está lejos de no poder prestar atención, solo que es otra selectividad, lo cual está muy bien.
Nos divierte hacerlo, planear los dibujos, la ropa. No lo voy a hacer para siempre, pero es una forma de acercarse a los lectores y también de poder pensar el intercambio de la literatura desde otra manera, que no sea solamente el libro o el escritor en una feria hablando sobre una sola cosa, sino que también el escritor te pueda proponer una recorrida por su trabajo. Que no sea todo esclavo de lo inmediato y la novedad, sino hacer un arco más amplio, y divertirnos también un poco porque, bueno, no es muy solemne la cuestión.
¿Estás escribiendo algo nuevo? ¿Tenés alguna obsesión rondando que quieras plasmar ahora?
Estoy escribiendo un libro a pedido, que tenía bastantes ganas de escribir, para una colección de lectores que se hace acá en una editorial argentina llamada Ampersand. Es una historia de mis lecturas. Después, en ficción, tengo bastante avanzada una novela que tiene fantasmas. No es una novela de fantasmas, o sí, no sé. No creo que esté tan buena como Nuestra parte de noche, sinceramente, pero es como pasó, que había temas de los cuentos que después se cristalizaron en Nuestra parte de noche y ahora creo que habrá temas de los cuentos que acabarán cristalizando acá.
Lo único que puedo decir, porque la tengo bastante avanzada pero después puede cambiar todo, es que así como Nuestra parte de noche era una novela sobre la familia y los lazos familiares, más allá del culto, que también era familiar, este libro está un poco más cerca del universo afectivo de Bajar es lo peor. Es un libro de amigos que transcurre en la perpetua crisis económica argentina y es una novela de lazos no tan jerárquicos y relaciones más horizontales. Creo que va a transcurrir casi toda en Buenos Aires y un poco en Estados Unidos, así como la otra era un poco en Inglaterra, está es un poco en Estados Unidos, por eso digo que tiene cierta continuidad de ese universo, pero vamos a ver cómo termina.
Por Sofía Durand Fernández
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