La búsqueda de un sentido. El azar sobreponiéndose ante cualquier tipo de odisea. Como protagonistas, tres seres solitarios. Esos son los ingredientes que Matías Paparamborda utiliza para darle vida a El ocurrir cotidiano, su segunda novela.
Su debut como autor fue en 2007, de la mano de El luchador invisible. Además de escritor, es realizador audiovisual y artista plástico. Su obra pictórica recibió distintos reconocimientos nacionales e internacionales, y también ha sido expuesta tanto en Uruguay, como en Argentina.
Ahora, con El ocurrir cotidiano, se propone analizar la conciencia de estar vivo. Sumergirse, y consecuentemente también a sus lectores, a un viaje que busca respuestas, pero propone aún más interrogantes.
¿Preferirías viajar al futuro o al pasado?
Al futuro, sin dudas.
A veces, tengo la impresión de que los cercanos a mí piensan que me obsesiona el pasado, pero la verdad es que eso no es exacto. Es comprensible que lo piensen, sin embargo, primero que nada porque también me fascina el pasado, pero además porque cualquiera que haya caminado unas cuadras conmigo sabe que siempre tengo a flor de labios algún comentario acerca de cómo tal o cuál edificio era de tal o cuál manera antes, o cosas por el estilo.
Pero no es el pasado lo que me obsesiona, ni mucho menos la “nostalgia de un pasado mejor”, cosa que no solo no me interesa para nada sino que hasta me genera cierto rechazo, sino la idea de cómo podemos hacer para tener una experiencia de vida lo más apasionante posible. Es decir, cómo podríamos conseguir que más y más aspectos de nuestro día a día revistan algún interés que no nos deje indiferentes, que nos motive y nos impulse a vivir.
Y además: al futuro estamos viajando ¡Hagamos de ese viaje uno apasionante!
¿Qué libro de otro autor/a te afectó de tal manera que te gustaría generar ese mismo efecto en tus lectores?
Había algo en la literatura que me atrajo desde muy joven. Supongo que era la idea de que con esas mismas palabras que uno podía utilizar para decir frases como “enseguida vuelvo” o “alcanzame el salero”, se podían decir también cosas que lo dejaban a uno perplejo, cosas que tenían resonancias hondas. Tuve la suerte de cruzarme muy pronto con algunos escritores que hacían de ese hecho algo evidente. El primero que me viene a la memoria es William Faulkner. Uno lee cualquier página de William Faulkner y de inmediato piensa: esto está hecho con palabras, pero aquí están utilizadas como si cada una de ellas fuera una suerte de piedra preciosa que, combinada además con otras, producen una suerte de brillo fabuloso.
¿Qué cinco cosas guardarías en una cápsula del tiempo?
No son cinco, pero la respuesta más interesante que yo he conocido a esa pregunta es la que da Isaac Asimov en su novela Fundación. La idea es la siguiente: lo único capaz salvar al hombre de sus propias tinieblas es el conocimiento. Ese es, desde mi punto de vista, el valor sustancial a preservar en la cápsula del tiempo: el acumulado del saber humano. Porque además, el conocimiento verdadero no es tan solo aquel que brinda satisfacción intelectual sino también afectiva. Como bien decía Paracelso: “Cuánto mayor es el conocimiento, mayor es el amor”.
Si estuvieras en la Biblioteca Nacional de Uruguay y te pudieras robar un libro sin que nadie lo sepa, ¿cuál sería?
No robaría ningún libro de ningún lado. Menos de una biblioteca. Lo interesante de las bibliotecas, justamente, es que no se interrumpa nunca el constante viaje de los libros. Hecha esa salvedad, entiendo a qué apunta la pregunta, de modo que procedo a responderla.
Hace ya bastante tiempo que me interesa más encontrar libros que buscarlos. Es decir, más que un libro en particular, lo que le diría al buen lector es que puede dar por hecho que en cualquier buena librería —e incluso en muchas de las regulares— es posible hallar material apasionante para toda una vida. Que aprenda, pues, a reconocer los buenos libros, que esté atento a los indicios valiosos y permanezca indiferente a sus prejuicios.
Tu autobiografía en una frase.
Matías Paparamborda vivió de acuerdo a la premisa de que, bien mirado, todo es interesante.
Contános qué estás leyendo ahora.
Para mi fortuna, en la puerta misma de mi casa abrió una pequeña librería llevada adelante por Eduardo Rabelino, un fantástico librero interesado lo suficiente en la cultura como para abrir el comercio lejos del centro o de los circuitos culturales más habituales. Allí voy todas las semanas a charlar un rato con Eduardo y encontrar libros. La librería es pequeña, pero siempre descubro algún tomo nuevo. Luego, ya en casa, los voy leyendo.
Las últimas semanas son muy francófonas, porque entró a la librería una partida de viejos libros franceses o en francés: La vida de las hormigas (1926), de Mauricio Maeterlinck; Las confesiones (1782), de Juan Jacobo Rousseau; L’éducation sentimentale (1869), de Gustave Flaubert; Jean Cristophe (1904), de Romain Rolland.
Tu idea de felicidad.
Mi idea de la felicidad es tener el sentimiento de que uno está formando parte de algo que vale la pena. Considerada la felicidad así suceden algunas paradojas, por ejemplo, se puede ser por completo feliz en situaciones aciagas e incluso dolorosas. Es decir, la felicidad y las tristeza no son necesariamente incompatibles.
¿Qué libro nunca te aburrís de releer?
Nunca me aburro de releer. Me gusta casi tanto como leer.
¿Por qué El ocurrir cotidiano?
Porque la “conciencia de estar vivo” se despierta gradualmente en las personas, sin que nos demos cuenta. Y como sucede de esa forma imperceptible, y cuando queremos acordar estamos allí, aceptamos ese hecho como si fuera la cosa más normal del mundo, pero lo cierto es que aquello dista mucho de ser “la cosa más normal del mundo”.
¿Qué consejo o frase inspiradora darías a otros escritores que están buscando su voz y estilo literario?
Creo que la mejor receta para escribir algo que resulte interesante es vivir de un modo que resulte interesante. Porque aquello que llamamos la voz o el estilo literario no es otra cosa, creo yo, que haberse interesado lo suficiente en el mundo como para adquirir, a la larga y de tanto hacerlo, un modo único, particular, de verlo.
Si de la noche a la mañana pudieras hablar de manera fluida cualquier idioma, ¿cuál sería y a qué lugar viajarías para probarlo?
Es una linda pregunta porque, inesperadamente, se relaciona con los libros. Es decir, como tengo la dicha de haber aprendido lo suficiente de inglés, de francés y de portugués, viajo a los libros para probarlo. Me encantaría aprender, antes de morir, dos o tres idiomas más para poder continuar viajando a otros libros escritos en otras lenguas para probarlo.
Al otro sitio que me gusta viajar con los idiomas es a la conversación. Me gusta pensarlo de la siguiente manera: por haber tenido la suerte de nacer en un país de habla hispana me es posible comunicarme con más de 700 millones de personas. Si un hispano parlante, además de Español sabe Inglés, ya le es posible comunicarse con una enorme proporción de gente. Y si al inglés suma el Chino y el Hindi ya podrá hablar con algo así como tres quintos de la humanidad. Es muy reconfortante pensar que uno virtualmente podría comunicarse con 3 de cada 5 humanos que se cruce. Poder comunicarnos es una aspecto central de lo humano.
Escribir para...
...escribirnos. Es decir, el lenguaje es la herramienta humana por excelencia, la forma que halló esta especie particular de expresarse a sí misma, de comprender la realidad en la que está inmersa y de ser, como decía el gran Carl Sagan, la herramienta que encontró el universo para pensarse a sí mismo.
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Fragmento de El ocurrir cotidiano:
De pronto el silencio de la casa no era tal, lo habitaban de un modo palpable los ruidos de la calle, y en él bullían los sonidos casi imperceptibles de la casa misma. Un torrente de agua corría por cañerías invisibles, embutidas en la pared, acaso alimentando las calderas de la calefacción, o tal vez colmando cisternas y tanques, la vibración del motor de la heladera estremecía el aire con un agudo chillido apenas apreciable, los relojes mecánicos hacían girar sus manecillas, acaso los cimientos mismos del edificio se asentaban a cada segundo, cediendo espacio a las leyes físicas que desafiaban su mera existencia. Desde algún recodo remoto un viento venía a agitar las persianas con vehemencia. A veces a Christina le divertía imaginarse en qué lugar se habría generado ese viento que llegaba hasta ahí, y en su mente se dibujaban brumosos paisajes blancos en la Antártida, enormes extensiones de glaciares que jamás habían albergado presencia humana, pero también el cálido vapor que exhalan los árboles del bosque tropical luego de recibir la luz del sol por horas, o el que sube a la atmósfera desde las insondables extensiones oceánicas, y que de alguna forma, aunque ella nunca hubiera estado ahí, acababan golpeando en su humilde persiana del mismo modo en que lo hacían ahora mismo.
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