Por Sebastián Chittadini
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La década de 1990 estaba llegando a su fin. Se jugaba un Mundial de fútbol en Francia, país considerado sinónimo de la moda, y un intercambio de camisetas entre dos jugadores terminaría siendo una postal inolvidable del torneo. David Beckham, futbolista de la selección inglesa conocido por su destreza en los tiros libres, era todavía eso y nada más. Ya sería novio de una de las Spice Girls, superestrella publicitaria, sex symbol, galáctico y la indiscutible popstar del fútbol mundial.
Faltaban cuatro días para el partido contra Argentina, en el que un cruce con el Cholo Simeone le iba a costar la roja y el escarnio público. Frente al seleccionado inglés se encontraba Colombia. Era el último partido de la fase de grupos, el del primer gol de Beckham con la camiseta de Inglaterra y el último con la selección Colombia de un hombre que siempre había sido como un faro dentro de la cancha. Para propios y extraños, la presencia de Carlos Alberto Valderrama Palacio era ineludible.
Beckham nunca escuchó hablar de Diomedes Díaz, cantante colombiano signado casi de forma unánime como la última rockstar de su país, pero sí podemos estar seguros de que podía reconocer a una estrella de rock con nada más verla pararse dentro de una cancha. Eso era el Pibe Valderrama. Hacia él iría con decisión el joven inglés al finalizar el partido: tenía que tener su camiseta. Apretón de manos, respeto mutuo. Esa foto transmitía mucho más que una simple imagen. Siempre se dijo que el 7 británico olía a perfume cuando jugaba y, al decir de Pacho Maturana, el 10 de Colombia era “el perfume del equipo”.
El de Francia ‘98 era el tercer Mundial del símbolo de una selección de un país que hasta Italia ‘90 solo había jugado solo una vez una Copa del Mundo. Carlos Valderrama ya era fútbol del que sale en las canciones y era rock del que se juega con el cuero al ras del pasto. Ya había habilitado a Freddy Rincón para empatarle a Alemania bajo el cielo de un verano italiano y liderado el 5-0 a Argentina en el que Diego Maradona se rindió a la magia de sus pies. Promediando la década, América entera se movió al ritmo de una canción de Carlos Vives, también nacido en Santa Marta y amigo de la infancia, que clamaba que era Pacífico, era Caribe y en su ciudad natal jugaba fútbol con El Pibe. En tiempos de CD’s y MTV, los Illya Kuryaki and The Valderramas hacían bailar al continente al ritmo de Abarajame, donde un verso decía Hazte a un lado, que voy rumbo a tu tierra, como Valderrama le meto gol a tus perras.
"Porque yo tengo una banda de rock and roll (ooo)”
Por 1992, bastante antes de que se concretara el intercambio de camisetas con Beckham, los Illya Kuryaki se encontraron con la selección colombiana en un aeropuerto. Emmanuel Horvilleur se escabulló entre la seguridad, llegó hasta el Pibe Valderrama y le entregó el primer CD de la banda. Cuando le dijo que el nombre era en homenaje él, el 10 no lo podía creer y le quiso regalar su campera de la selección, pero el utilero no lo dejó porque iba a tomar frío. Para el dúo argentino que fusionaba rock, pop, funk, hip hop y soul, Valderrama era –y es– “el jugador más funkero de la historia”, un futbolista cuasi artístico con melena afro rubia, medias bajas y camiseta por fuera del pantalón.
Horvilleur, Dante Spinetta, Beckham, Carlos Vives y cualquiera que alguna vez lo haya visto sabe que El Pibe es Groovy porque su juego era rítmico e hipnótico, que es Funky por lo singular de su apariencia y que es Rock and Roll por todo lo que irradia desde su actitud. Con esa fusión de atributos, no era sorpresa que se haya convertido en algo así como el frontman de la inolvidable Colombia de los ’90, esa banda de vallenato funk que jugaba a la pelota. Maturana, el entrenador que había construido aquel equipo que durante una década animó los escenarios del fútbol a toda cumbia colombiana, entendía que el futbol, el arte y la belleza eran parte de lo mismo.
Aquel equipo que Valderrama lideraba desde el capitanato y la posesión de la pelota fue una selección que puso a celebrar a un país y un faro para un pueblo castigado por los conflictos armados, el narcotráfico, la corrupción y la violencia. No se puede entender a ese equipo fuera de su contexto. Junto con Shakira, Carlos Vives y las telenovelas, representaron a su país en el exterior y se convirtieron en estrellas de rock para el pueblo colombiano. A partir del fútbol, se construyó nación e identidad. Y en los bigotes, las melenas y la manera de sentir el fútbol de Carlos Valderrama, René Higuita y Leonel Álvarez, se podían reconocer patrones de tres tipos diferentes de estrellas de rock.
René Higuita era el genio rebelde, el distinto, el transgresor, el polémico. Leonel Álvarez, el guardaespaldas, el perfil bajo, el carácter en apariencia en segundo plano. En esa alineación, el Pibe Valderrama era ese frontman más carismático que controvertido, el de la humildad y los pies sobre la tierra, que se encargaba de dar el show. Durante aquellos años, se convirtieron en celebridades. Todo lo que hacían se conocía y, a veces, se magnificaba. Como buenos personajes de culto, las nuevas generaciones de fanáticos conocen su legado aún después de retirados de las canchas y siguen siendo modelos a seguir para sus colegas pese a la evolución natural del fútbol.
"Abrirás una revista y me encontrarás a mí"
No es necesario ser músico de rock para ser rockstar. Se trata de influencia más allá de un género, de capacidad para crear admiración, de ser distinto. Como el faro de Bell Rock, situado a 18 km. mar adentro en aguas escocesas, Valderrama era imposible de ignorar para cualquiera que lo haya visto por creatividad, por look, por sabor, por calidad. Así lo entendieron en Estados Unidos, acaso el país con mayor sentido del espectáculo, cuando buscaban a una estrella para levantar al fútbol local.
Como más tarde lo serían el propio David Beckham o Lionel Messi, el colombiano fue una de las primeras figuras de la recientemente creada Major League Soccer, la liga de fútbol de los Estados Unidos. Cuando llegó, en 1996, la competencia tenía diez equipos que ni siquiera tenían estadio propio. Se estaban dando los primeros pasos para conseguir hinchas, identidad, todo. Como en su momento lo habían hecho con Pelé, Franz Beckenbauer, George Best o Johan Cruyff, los impulsores del soccer norteamericano pensaron en el capitán de la selección colombiana como cara visible.
La calidad indiscutible de Valderrama lo hizo acreedor a una distinción que ningún otro jugador tuvo en la historia de la MLS: un día propio, el Valderrama Day. Los encargados de marketing de la liga no eran ajenos al furor que causaba la presencia del 10 en los estadios, donde los espectadores lucían pelucas que emulaban su característica cabellera. El 18 de julio de 1996, en el partido entre el Tampa Bay Mutiny de Valderrama y los Kansas City Wizards, absolutamente todos los presentes se caracterizaron con pelucas alusivas al look distintivo de El Pibe. Todos significa compañeros, rivales, público, cuerpos técnicos de los dos equipos, árbitros y equipo de transmisión televisiva rendidos ante quien sería el Jugador Más Valioso (MVP) de esa temporada inaugural de la MLS.
Todavía no surgió un jugador parecido y es probable que eso nunca ocurra. Hablamos de alguien que tiene un monumento en su ciudad natal, como los que se erigen en honor de los íconos, de los héroes, de las rockstars. La estatua de Carlos Alberto Valderrama en Santa Marta es de bronce, mide seis metros de altura y pesa ocho toneladas. Desde su inauguración, en 2002, más de 100 mil personas al año peregrinan hacia ella con el fanatismo intacto. De eso se trata trascender, aunque al homenajeado no le haya gustado que no lo hicieran con las medias bajas y la actitud relajada que siempre lo caracterizó.
En 2008, diez años después del Mundial de Francia y de la postal intercambiando camisetas con David Beckham en el fin de una era, Valderrama era tapa de la revista Rolling Stone como los Illya Kuryaki, como Carlos Vives, como Maradona, como cualquier rockstar. Hacía tiempo que el rock and roll había dejado de ser solamente un estilo musical. Con los años, el hombre definido por Beckham como “un tremendo personaje, un gran jugador y un buen hombre” seguiría siendo un embajador del fútbol colombiano y un ícono cultural que hasta se daría el gusto de actuar en una película. Jugando como vivía y viviendo como jugaba.
Pero no olvides, no traiciones
Lo que siempre te ha hecho vivir
No olvides, no traiciones
Lo que llevas muy dentro de ti
Porque no muere jamás tu rock and roll actitud
Loquillo. Rock and roll actitud
Por Sebastián Chittadini
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