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Contenido creado por Agustina Lombardi
Entrevistas
Narigón compadre

Melingo: “El conocimiento de uno mismo es bastante infinito, siempre hay algún vericueto”

El músico y actor argentino celebra 25 años de su pulsión por el tango en La Trastienda; recorrerá los emblemáticos “Tangos bajos” y “Ufa”.

26.06.2023 15:03

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2023-06-26T15:03:00-03:00
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Por Carlos Dopico
Carlos Dopico

En ocasión del concierto celebratorio por los 25 años de Tangos bajos —segundo álbum de su recorrido solista—, conversamos con Daniel Melingo, un protagonista multifacético de la música argentina; músico, compositor, performer, actor y escritor que atravesó proyectos fundamentales del rock porteño. “El teatro, lo perfomático, lo gestual siempre estuvo acompañándome como parte de la música”, apunta Melingo.

Fue parte importante de Los Abuelos de la Nada; fundador de Los Twist; miembro de una de las bandas más célebres de Charly García en épocas de Piano Bar; parte del proyecto con Horacio Fontova; invitado por Sumo en su debut discográfico; fundador de los Lions in Love una vez radicado en España; y dueño de una carrera con carácter propio y personalidad que desplegó una vez que regresó a la Argentina en el 95. Aquel año llegaba con la propuesta discográfica de versionar himnos del primigenio rock argento, un tributo a bandas como Almendra, Vox Dei o Manal. Sin embargo, desarrolló un álbum propio y urgente que rápidamente entró en el olvido, H20. La razón es probablemente, en parte, por el pulso desenfrenado de su autor tras el tango y una búsqueda errática, aunque firme, tras el género sobre el que edificaría un homenaje orillero en Tangos bajos, el álbum bisagra en su carrera, publicado en 1998.

“La vorágine que venía desarrollando en el rock, con esta idea de la fusión, de amalgamar e hibridar diferentes ritmos y timbres, devino en mi intención de hacerla en el tango”, confiesa con voz áspera y gastada.

Tiene 65 años y acaba de estrenar un largometraje como codirector y actor; una ópera como dramaturgo y compositor; un noveno álbum como solista; una gira más a bordo de su “milonga lunfarda”, al decir de don Edmundo Rivero. Melingo es un inquieto creador, un impaciente viajero en busca de su voz propia, un vagabundo que hurga entre los rincones del inconsciente, el linyera mestizo a bordo de la fusión del bajo fondo. “El conocimiento de uno mismo es bastante infinito, siempre hay algún vericueto. Creo que esa es mi labor, descubrir todo lo escondido que tenemos cada uno dentro”, confiesa.

Sobre su recorrido artístico, su búsqueda etnográfica ancestral, sus maestros desde el rock al tango, su vigilia por Carlos García —“don Charlo, como le digo yo”—, sobre su personaje en eterna construcción, los puertos, la ópera, el cine, el teatro musical y hasta la serie de Fito, El amor después del amor, es que va esta charla sin amarre con Alejandro Daniel Melingo, el linyera de Parque de los Patricios.

Melingo y Los Abuelos de la Nada. Foto: cortesía

Melingo y Los Abuelos de la Nada. Foto: cortesía

Tangos bajos, este disco del que celebrás sus 25 años no es en absoluto un trabajo más en tu carrera, es un álbum bisagra —el segundo de tu cosecha en solitario luego de regresar a la Argentina y a partir del cual encontrás todo un concepto compositivo—. ¿Cuál es tu valoración de este?

¡Exacto! Es un antes y un después por muchos motivos, debido también a este concierto vamos a unificar Tangos bajos y Ufa, porque son contemporáneos con una diferencia de meses. Ahí doy con una llave, por decirlo de alguna manera, a una forma de componer, musicalizar, expresarme. No es menor este álbum y esta conmemoración. ¡Vamos a recorrer todo el repertorio entero de Tangos bajos y también de Ufa!

¿La pulsión del tango la sentiste mismo durante el proceso final de H2O, tu primer disco solista, ese que grabaste ni bien llegaste de Londres? ¿Qué la despertó?

Mirá, creo que viene de mucho antes. En el año 83, en el primer álbum de Los Twist (La dicha en movimiento) ya hay unos visos de tango, y mismo en el álbum La Máquina del Tiempo (1985) hay tango directamente, arreglado por Carlos Villavicencio, donde Marcone toca el bandoneón y el violín nada menos que Suárez Paz.

¿Y qué es lo que despierta entonces ese impulso?

Es debido a mi influencia familiar. Yo crecí en Parque de los Patricios, en una familia plenamente tanguera, de bailarines, poetas, gente de tango. Mis dos tíos eran poetas del lunfardo, bailarines; mi madre y sus hermanas eran altamente tangueras. Por eso te digo, mi influencia viene prácticamente desde la cuna.

O sea que es más errático tu arribo al rock que al tango mismo.

Sí, exacto. [Risas]. Llevo más años haciendo tango propiamente dicho que rock.

Por entonces rondabas los 40 años, ¿cómo era aquel Melingo 25 años menor?

Y, bastante menos canoso, con muchas ganas de querer expresarme y encontrar mi propia voz. De eso se trata el trabajo del artista, de encontrar su voz propia, algo que busco hasta hoy.

Venías de atravesar toda la fiebre rockera de los 80: formar parte de Los Abuelos de la Nada, fundar Los Twist, tocar con Charly, grabar con Sumo, emigrar a España, fundar Lions in love, producir… ¿En carne propia se sentía también tanto vértigo? ¿Cómo eran aquellos días para el actual Melingo?

Mirá, te puedo decir que el tango estuvo siempre presente, incluso en los Lions in Love, que parecería diametralmente opuesto, más incluso que todo lo que compuse y produje. Pero te puedo decir que en el primer álbum Lions in love (1990) en una canción como “Lacoudéme”, hay prácticamente tango electrónico. La vorágine que venía desarrollando en el rock, con esta idea de la fusión, amalgamar y de hibridar diferentes ritmos y timbres, devino en mi intención de hacerla en el tango. Era otro lenguaje enorme como el rock, y si bien en la historia del tango no hay claras influencias de hibridación con otros géneros, sí hubo inspiración. En muchos de los grandes compositores y músicos encontramos reseñas de nutrirse de distintos géneros. Mi trabajo desde un comienzo con Tangos bajos fue hacer este gran mestizaje, no solo de estilos sino de timbres, de instrumentos, de letras, de poetas. Tomo un poco la posta que aprendí en el rock de misturar géneros. El rock eso lo hace muy bien. Intenté un trabajo de hibridación, tanto con la psicodelia como de todos los elementos que he ido aprendiendo en el rock.

Te he escuchado hablar de Miguel Abuelo como un gran referente en tu carrera musical. Un músico y compositor de refinada fusión. ¿Su combinación, entre intelectual y callejero, sumaba también atracción?

Sí, claro. Compartí muchos años con Miguel, aprendí de mano directa lo que es ser un erudito y un callejero. De alguna manera, alcanzaba la conjunción perfecta de estas dos tendencias. Tanto él como Charly, y el resto de mis compañeros de ruta, hicieron un poco mi aprendizaje de mano directa, trabajando con ellos en la prueba y el error.

Todos ellos eran mayores que vos, te llevan al menos cinco años. Hoy quizás no es grande la diferencia, pero a los 20 se nota la madurez y experiencia.

Sí, todos eran mayores salvo Andrés [Calamaro], que es dos años menor que yo.

¿Qué aprendiste con ellos?

La exigencia era mucha y la apertura era también mucha. Si Miguel se caracterizaba en algo era en la fusión, era un especialista en fusionar dentro de su rock muchas tendencias. Eso también lo encuentro en Charly García, una fusión directa que aporta a nuestro rock; una infinidad de legado. Mucho tiene que ver con el rock y mucho no, vienen de otros géneros. Aprendí mucho con ellos, en el ensayo y el error.

En Oasis, tu más reciente trabajo discográfico (banda sonora de la ópera Linyera), explorás una tímbrica nueva, que involucra no solo el sonido orgánico sino la electrónica, estableciendo además una mezcla entre el tango y la música rebétika, ese folk griego que descubriste siguiendo tu rastro ancestral por Grecia. En esta celebración aniversario de los Tangos bajos, ¿van están teñidos por este hallazgo mestizo?

Es en lo que más he trabajado, en el sonido de los instrumentos orientales al tocar el tango. Tal vez no nos vaya a dar el tiempo esta vez de desarrollar toda esta fase porque nos estamos enfocando en el gran repertorio de Tangos bajos y Ufa; vamos a tocar más de 25 canciones. Realmente quisimos atrapar ese espíritu inicial que era prácticamente minimalista, yo lo llamo proto-tango, donde la rusticidad toma cuerpo: la guitarra criolla, el bandoneón, contrabajo y poca cosa más puede acompañar y dar la tanguedad. En esta etapa vamos a celebrar este repertorio de la mano de Mohammad Habbibi en guitarra criolla, Camilo Ferrero en bandoneón y el histórico Patricio Pato Cotella en contrabajo. A esto le vamos a sumar a dos grandes cantores que nos van a acompañar: Maxi Prieto, de Los Espíritus, y Juli Lasso.

Dentro de los varios referentes del tango que manejás, Gardel, Troilo, Pugliese… Edmundo Rivero es el más claro. ¿Qué características del Feo son las que te cautivaron?

Te puedo decir que tuve la suerte de conocerlo a don Edmundo cuando era chico. Siempre estuve impactado por esa presencia. Lo veía en casa, era amigo de mis tíos. Y tuve incluso la suerte de ir alguna vez al viejo almacén a verlo. Yo todavía no me dedicaba a la música, era muy pequeño. Con el tiempo me fue quedando este semblante tan nuestro, y ese trabajo que hizo con el lunfardo y la vuelta a las guitarras en su etapa de los 70 con el Lunfa Reo (1975). Para mí es muy fuerte la imagen de don Edmundo porque me marcó a fuego musicalmente y en mi infancia con su presencia. Me daba un cierto temor estar cerca de él y sus manos tan grandes.

Leí en una de tus entrevistas que concebís “cinco músicas de resistencia: el tango, la rebétika, el blues, el flamenco y el fado”. ¿La murga podría también ser parte de esa clasificación?

Sí, totalmente. La murga, tal vez tenga detractores con lo que diga, pero la veo como el gran corpus del tango. Si bien hay especialistas en murga, tanto en Uruguay como Argentina, podemos decir que es hermana del tango, parte del corpus del tango. Yo no la veo nada ajena. Tiene otras características y conceptualizada de forma diferente, tanto a nivel de ritmo como el enfoque de sus letras, pero tranquilamente la murga está dentro de esa clasificación como música de resistencia. La chirigota —antecedente de la murga gaditana— también lo está, por eso está cercana al fado.

¿Y el rock cuán lejos quedó de todo eso?

El rock sí fue de resistencia, pero al comienzo, luego fue absorbido por el mainstream. Dejó de resistir. [Risas].

¿Cuán importante es para vos trabajar sobre esa línea expresiva rebelde y reflexiva?

Me da mucha tela para cortar, son grandes culturas genéricas que marcan muchos caminos a seguir y muchas posibilidades. No solo con los ritmos y temáticas, sino con la tímbrica, los instrumentos que se utilizan para cada género. Eso me da posibilidad de profundizar en muchas ideas que se encuadran muy bien dentro de esas texturas y timbres que tiene la rebétika con el tango y viceversa.

Siendo tan nómade, viajero y vagabundo, ¿cargás igualmente la sensación de haber dejado algo atrás? ¿O ese es un sentimiento de quienes se dejan amarrar a las comodidades?

[Risas]. Sí, decididamente lo siento, pero tal vez es un sentimiento nostálgico que no proviene de mi experiencia. Pienso siempre que venimos de familiares que vienen de los barcos, que dejaron algo atrás. El ser humano siempre renuncia a algo, deja atrás, y la nostalgia es uno de los grandes motores, sobre todo de los lenguajes culturales. La nostalgia… Siempre tenemos alguien que dejó algo atrás, y en el tango nos pasa eso. Familiarmente somos presa de eso, nos nutre lo que dejamos atrás. Muchas veces no llegamos a conocerlo siquiera. Nuestros abuelos dejaron cosas atrás y nosotros mantenemos ese sentimiento, esa emoción.

En vez de renegar, sacas provecho de eso.

Sí, claro. Renegar no lleva a una actitud que pueda dar forma a una producción. Yo siempre intento ver el medio vaso lleno.

“Mi intención no es encajar sino correrme de todos lados”, dijiste en una nota argentina. ¿Esa evasión es la que te mantiene vivo artísticamente?

Sí, pero tiene referencia a la búsqueda de la voz propia. Están tan acostumbrados hoy a sonar todos igual por no desarrollar un método artesanal, propio. Eso hace que la terminación de los mensajes sea muy parecida. Por eso para mí es muy importante dar el paso al costado y buscar en la artesanía la voz propia, los propios elementos que nos van a conducir a la gran pregunta cuando terminemos la canción. Más que respuesta, son preguntas.

¿Algo de eso hay en “El laberinto” de Tangos bajos? “El laberinto se pianta pa’ la izquierda / Vos buscas el centro, pero no llegarás / El laberinto te quiere atrapar”?

Sí, habla de la incertidumbre y de la forma en la que arremetemos en la vida.

En los últimos 20 años, con tu proyecto tanguero tocaste en más de 300 ciudades de Europa (más de 3.000 conciertos), algo que jamás podría haber imaginado aquel joven Melingo estudiante del Conservatorio Nacional Carlos López Buchardo. ¿Cómo sucedió?

La verdad que no sé. [Risas]. Lo que sí sé es que después de Tangos bajos y Ufa comencé a soñar, propiamente, con imágenes en otras calles y en otros tiempos. Sobre todo, me remitía a las típicas casas y calles pequeñas y con vueltas que tiene todo el continente europeo: el callejón, el empedrado. Me pasaba muy asiduamente. Al poco tiempo tuve una llamada de unos productores desde Francia, se ve que había corrido de boca en boca mis Tangos bajos y Ufa, y fue lo que me permitió comenzar mi periplo en el 2003. Y fue para no parar nunca más desde ese momento. Si bien no me lo imaginé en el momento que era estudiante, sí tuve una premonición en mis sueños, un poco de lo que después, durante 20 años continuos, me adentré en la aventura de viajar en infinidades de conciertos a lo largo de toda Europa y Asia Menor. Sobre todo, viajo por la Europa profunda: Europa Central, Europa del Este. El país donde menos toqué fue España. Si bien toqué mucho ahí, lo he hecho mucho más en Francia, Alemania, Italia, Suiza, Bélgica o Inglaterra. Estuve en todos los países y las más grandes ciudades de toda Europa, más de 300.

Una de las particularidades que tiene tu puesta escena es que no te quedás con la estampa del cantor frente al micrófono, sino que desarrollás toda una construcción perfomática, un trabajo escénico muy interesante. Quiero que me cuentes, ¿de dónde viene eso y por qué para vos es tan importante en un show musical?

Hay dos motivos importantes, uno, el principal e iniciático para mí es el teatro musical. Desde finales de los 70, siempre concebí la música como una puerta a la teatralidad. De hecho, allá por el 76, 77, fines de los 70, le di forma a un colectivo que se llamó Ring Club. El último concierto lo dimos el 21 de diciembre de 1981, en la ciudad de Buenos Aires. Fue el último espectáculo con Las obras del juicio oral del Dr. Moreau. Éramos en buena medida los que después nos llamaríamos Los Abuelos de la Nada, acompañando las escenas de esta suerte de sainete rock. Eran escenas en un formato de juicio. El juez era Miguel Abuelo; el abogado defensor era Miguel Zabaleta; el fiscal era Víctor Kesselman, que era el guionista de los diálogos; las Bay Biscuit, con Vivi Tellas y Fabiana Cantillo, eran las chicas que de alguna manera cumplían la función escenográfica, utilería y cantantes en el juicio oral; y estaban además Horacio Fontova; los hermanos Clavel y Patricio Bisso. Y, además, los que después fuimos Los Abuelos de la Nada: Andrés Calamaro, Cachorro López, Miguel Abuelo, Gustavo Bazterrica y yo; debutamos ahí como Los Gabanes, éramos la banda de ese espectáculo musical. Esa teatralidad por un lado siempre me marcó mucho, y después la reflejé en la estética de Los Twist. Pero a partir de que empiezo a hacer giras por Europa con mi repertorio musical, y me veo enfrentado a público local, ya no de habla hispana, empecé a notar que tenía que darle un valor agregado a esa música, por la necesidad de expresarme. Empecé a desarrollar una gestualidad, una especie de personaje que podemos encontrar en el Linyera, y que me fue acompañando en estos años y hasta hoy en día. Ese es el personaje que me acompañó a mí para decir toda esta cantidad de canciones.

Esa fue la entidad que alimentaste tanto en la ópera que escribiste como en algunos títulos cinematográficos.

Sí. Lo seguí desarrollando como un personaje más emblemático y profundo. Escribí todo el argumento de una ópera de la que, justamente, Oasis es parte de la música. El año próximo se va a editar Oasis II, que va a completar la música de esta ópera y voy a hacer un reestreno. Para mí el teatro, lo perfomático, lo gestual siempre estuvo acompañándome como parte de la música.

Quiero leerte algunos versos de proyectos en los que estuviste involucrado y que me des tu primera impresión:

“¡Flaca! pará un poco. / Tenés a todos los muchachos moqueando la nariz”, “En el bowling”, Los Twist.

Sí, es de Los Twist eso. Me parece una viñeta bastante costumbrista. Siempre me acompañaron a intentar describir, cuando las letras son más descriptivas que metafóricas o poéticas. Yo me aferro un poco a estas viñetas que llamo costumbristas y que ponen un poco la imagen de nuestra realidad.

Melingo y Los Twist. Foto: Andy Cherniavsky

Melingo y Los Twist. Foto: Andy Cherniavsky

“A veces pienso que ya no te necesito”, “Chalamán”, de Los Abuelos de la Nada.

Bueno, es un deseo. [Risas]. Ojalá fuera así.

Es uno de tus grandes aciertos compositivos.

Digamos que la mayoría de las veces dependemos de algo. Un poco el sueño es tener esa autonomía que no llegamos a tener.

“Y si mañana es como ayer otra vez / Lo que fue hermoso será horrible después. / No elegí este mundo, pero aprendí a querer”, “Cerca de la revolución”, de Charly García (Piano Bar, 1984).

Ah, claro. Esas son palabras del maestro, muy ciertas. Él es el gran maestro de nuestras metáforas; don Charlo, como le decimos nosotros.

“Del barrio me voy, / del barrio me fui, / triste melodía que oigo al partir…”, “Linyera”, de Melingo.

Bueno, muchas veces intentamos definir la palabra patria. Mirá, rescato una frase que en su momento estuvo pintada en cada pared de nuestro cementerio central: “Aquí descansan los restos de las personas que nos precedieron en el camino de la vida”. Con esto te quiero decir que he llegado a la conclusión de que nuestra patria es nuestro barrio. Muchas veces estamos esperando el momento de volver a donde somos. Tiene que ver con eso.

“De nada sirve, escaparse de uno mismo”, “De nada sirve”, de Moris Birabent (N. de. R.: Melingo cita sus versos en la ópera Linyera).

Esa es del libre pensador Moris Birabent, un grande de nuestro rock, nuestra poesía. Y sí, la mirada está hacia adentro. Si la mirada no es hacia adentro vas a querer escapar sin saber a dónde. Nuestro ser nos va a seguir acompañando, y eso es lo que muchas veces no nos damos cuenta, es indivisible. Muchas veces la ansiedad, nuestro gran enemigo, no lo vemos.

En 2021 recibiste la distinción de la legislatura porteña como personalidad destacada de la cultura en Argentina. Más allá del regocijo personal, ¿qué creés que se te reconoce: la búsqueda, el hallazgo, la persistencia?

En principio es una gran conmemoración a la búsqueda. Hallazgos no sé, todavía sigo buscando, y sobre todo eso que decís del esfuerzo mantenido, porque es de lo más importante en el trabajo artístico, cultural. El esfuerzo mantenido que tantas veces es tan difícil.

Has buscado por todos lados: la música, la ópera, el cine. Se cumple una década de tu debut protagónico cinematográfico con Una noche sin luna, el largometraje de Germán Tejeira. ¿Qué valor tiene para vos con la perspectiva del tiempo?

Uh, fue mi primer protagónico, tan entrañable película. Ya había hecho música para cine y algún bolo tocando, pero ese fue mi debut protagónico. El cine siempre me acompañó, desde siempre. German Tejeira es un amigo, y con el tiempo se fue profundizando nuestra amistad. A partir de ahí no paré en el cine, seguí sumando experiencias. Seguí haciendo bandas sonoras, seguí incursionando en la actuación, siempre con directores amigos que sentían la necesidad de que hiciera los papeles. Nunca hice un casting, debo decirlo.

Melingo en

Melingo en "Una noche sin luna". Foto: cortesía

¿Una noche sin luna te sirvió para fortalecer la construcción del personaje del Linyera?

Sí, claro. Yo siempre fui llamado para diferentes personajes en el cine y eso me ayudó para construir mi propio personaje. En el día de hoy que me encuentra con las últimas dos películas que trabajé. Una es Reparo, ópera prima de Lucía Van Gelderen, una historia filmada en Puerto Pirámides en Península de Valdez; y a principio de este año participé, no solo haciendo la música sino actuando en un cameo, en una película francesa que se llama Saint ex. Trata sobre el año que a Antoine de Saint-Exupéry le tocó vivir como director de Aeropostale en Argentina, en 1930. Él era aventurero, escritor y aviador. Fue piloto en la Primera Guerra Mundial y desapareció con su avión en la Segunda. Esta película se enfoca en 15 días de 1930, durante los cuales pasó buscando a un amigo que había desaparecido en la provincia de Mendoza, que se había estrellado en la Cordillera.

Mi trayectoria en diferentes largometrajes se fue precipitando en otros protagónicos o coprotagónicos como: Surrealidad (2015), de Mariano Galperin, que fue una docuficción de una gira mía por Europa del álbum Linyera; en paralelo, como coprotagonista, actué en una hermosa película de Luis Ortega, Lulú. En 2021 estrené una película como realizador, El teorema de Mosner (codirección junto con Ricardo Mosner). Si bien actúo en la película, es un monográfico docuficción de un gran amigo y artista argentino que vive en París, Ricardo Mosner. Fue una experiencia muy interesante. Pudimos estrenar en el Bafici de Buenos Aires. Y además está mi labor como músico de cine, como esta película de Saint-Exupéry y otras dos películas nuevas de Luis Ortega. El cine tomó protagonismo en mi quehacer profesional.

Tu composición cinematográfica es mayormente instrumental. ¿Ese ejercicio hizo que entrenaras también esa otra faceta musical?

Mirá, si bien soy un cancionista y muchas veces incluí canciones mías o directamente toqué en películas, una gran pulsión musical es instrumental —música pura, como le decía Beethoven—. En mi música se puede insinuar la imagen paisajística de mi universo y eso es algo que me fascina. Estudié composición y orquestación en los 70, en mi época de estudiante, y siempre me fascinó. Después me hice cantautor, por llamarle de alguna manera.

Volviendo al principio de esta charla, se podría decir que encontraste tu voz. Tenés un repertorio con tu huella y hasta composiciones instrumentales con paisajes de tu universo.

Bueno, sí, pero la sigo buscando y definiendo. Le voy dando forma. El conocimiento de uno mismo es bastante infinito, siempre hay algún vericueto. Y creo que esa es mi labor, descubrir todo lo escondido que tenemos cada uno dentro.

¿Sentís que tenés aún capas recónditas, sin exploración?

Sí, sin dudas, es lo que me mantiene activo. Ahora estoy muy metido con la ópera. Estuve grabando para las películas de Luis [Ortega], óperas propiamente dichas, arias icónicas con cantantes líricos. Es un trabajo que combino a pedido de Luis, que es un gran escritor y director. Logra notables contrastes con la ópera y sus imágenes en un dadaísmo en carne viva.

Una cosa bien clara en tu carrera es la determinación en los años tempranos, en los que uno generalmente duda o recorre con imprecisión, vos partiste con claridad. Querías estudiar música, composición, orquestación, y lo hiciste tempranamente, luego te dedicaste a explorar.

Sí, fue una época muy difícil. Tené en cuenta que ingresé en marzo de 1976 a la universidad y previo hice el conservatorio. Fueron años donde no había muchas alternativas, tiempos muy duros social y políticamente. Eran años en dictadura que hicieron que en la adversidad afilar los sentidos, creo que esa fue un poco mi base de todo lo que vino después en los 80.

Argentina, tras ese período e incluso después en el 82, durante la guerra de Malvinas, hizo una apuesta muy fuerte por la música local. El rock se vio exterminado al principio y poco después incentivado, justamente para llenar horas de aire hispanoparlante en una programación que no admitía la música anglo.

Fue devastada la escena nacional, en contrapartida a esa válvula de presión que explotó; salió todo el caldo de cultivo que veníamos trabajando todos esos años de incertidumbre. Estaba devastada la escena cultural. Pero había un montón de gente que estábamos agazapados esperando el momento. Por eso siempre hago referencia al 21 de diciembre del 81, que fue el último Ring Club, que fue un caldo de cultivo después del primer lustro de los años 80 que marcó toda la vuelta. Fue una década muy cargada de situaciones.

Esos años están también retratados en la serie audiovisual sobre Fito Páez, El amor después del amor. ¿Tuviste oportunidad de verla, de verte?

Por supuesto. Tengo una relación muy allegada con Fito; es una persona muy querida en el ambiente, no solo por su talento sino por su generosidad y don de gente. Realmente fue una caricia al alma estar dentro de ese territorio, porque si bien éramos soldados de Charly, los dos hicimos parte de la historia de la música argentina, como lo muestra esta serie tan laburada, tan linda. Me fascinó la interpretación sobre todo de Fabi Cantilo; la actriz [Micaela Riera] hizo un trabajo magnífico. Los que la conocemos y queremos a Fabi sabemos lo bien que está hecho ese trabajo. La actriz se puso en carne propia ese personaje, lo sacó adelante muy bien, es muy creíble. Es el personaje que está más cerca de la realidad. Si bien el personaje de Fito [Iván Hochman] está muy bien, el de Fabi supera la credibilidad, te parece estar viéndola.

Si bien aparecemos todos, esas bandas icónicas en las que participó Fito, como la de Clics Modernos, al lado de nuestros dos grandes maestros don Charlo y Luis Alberto Spinetta. Es una caricia al alma darse cuenta de que somos parte de la historia musical de esta tierra.

Sobre don Charlo, ¿sos del selecto grupo que puede visitarlo y reunirse con él?

Sí, por suerte estamos en contacto y muy pendiente de todo lo que acontezca de esas paredes para adentro. Tenemos muy buena relación. Este año tuvimos un contacto junto con Andrés Calamaro y Cachorro López; nos acercamos y estamos siempre pendientes de nuestro querido maestro don Charlo. La enormidad de ese ser es superlativa para todos nosotros, quienes vinimos después. Fue de mano directa su enseñanza y siempre vamos a estar agradecidos; es una deuda enorme que tenemos con él.

Por Carlos Dopico
Carlos Dopico