Documento sin título
Contenido creado por Manuel Serra
Música
Flores en la tumba de un vasquito

Mezo Bigarrena: de morar con Sid Vicious y traicionar a Sabina a ternar con los Fattoruso

La vida maldita de un vasco recio o de cómo las viejas redes sociales ayudan a las nuevas a rescatar joyas olvidadas que superan la ficción.

27.09.2023 15:12

Lectura: 9'

2023-09-27T15:12:00-03:00
Compartir en

Por Rodrigo Bacigalupe
   rodri...@gmail.com

Debido a la preparación de una antología del malditismo en la cultura uruguaya (próximamente, cortesía de LatidoBEAT) se han ido sofisticando mis radares o, podríamos decir, sensibilizado mis antenas para la detección de aquellos perfiles de artistas que, por “h” o por “b”, comparten rasgos comunes (a veces unos pocos pero determinantes) que nos permiten clasificarlos como malditos. La expresión, como casi todo, está sujeta a debate, pero suele aplicarse para aquellos casos de personas/personajes cuyo sino (destino) ha tomado o tomó un rumbo casi inversamente proporcional al que su talento, consistencia o potencia creativa les podría haber reservado. Desde casos de ostracismo forzado hasta suicidios inesperados (o no tanto) se relacionan con estos malditos artistas que, en la mayor parte de los casos, muy lejos estuvieron de hacer el mal, a caso lo más cercano a tal expresión puede atribuirse al daño que a su propia integridad infligieron. Este es el caso de un artista cuyo valor lírico pudo haberlo convertido en una figura estelar del panteón de cantautores en lengua española/castellana (a estas alturas, cualquier distinción acaba restando).

El descubrimiento comienza así: Pico, un amigo, me pasa el dato a mí, y a él Maní, y a Maní, quién sabe, pero gracias a esta mecánica que podríamos denominar como parte de esas viejas redes sociales que mencionaba antes es que di con la voz de este vasco vagamundo, arraigado finalmente en Buenos Aires y a quien Joaquín Sabina dedicara una canción en un muy interesante Diario de un peatón (disco que incluye pinturas del legendario cantor andaluz nacido en Úbeda), la canción: “Flores en la tumba de un vasquito”, de ahí el título de esta nota que ahora leés. ¿Y quién es el “vasquito” homenajeado en esa elegía sabinera? Respuesta: Mezo Bigarrena.

Casi honrando un arquetipo del ser vasco (pocos uruguayos habrá sin unas gotas de sangre que fluya en euskera), Mezo Bigarrena era de carácter recio, de pocas palabras vanas, y un vitalismo y consistencia moral admirables. Vizcaíno como el del Quijote, nació un 22 de julio del 1951, cerca de Bilbao, en Algorta, y aunque fue inscrito bajo el nombre de José Luis Ugarte Mezo, como su padre, decidió agregar al suyo el de bigarrena, adjetivo ordinal que en euskera significa segundo y lo distinguiría de su progenitor, tanto como una cicatriz que llevaría desde el primer año de vida hasta el último, marcando una diagonal que solo su característico bigote llegaría a disimular (mínimamente).

Cuando escuché por primera vez su voz, y sobre todo su forma de versificar, pensé que estaba escuchando una muy particular versión de algún ignoto tema de Baglietto, pero no. Había algo más, un plus ultra que las canciones del cantautor rosarino no tienen (distintos jardines). Lo que sorprende de sus composiciones es una extraña intensidad, una respiración tenaz, una punzante necesidad de interpelar, por momentos anárquica al estilo de las más rebeldes y reivindicativas canciones de Chicho Sánchez Ferlosio, en ocasiones tan profundas y delicadas que recuerdan, como “La rosa fantasma”, a algunas baladas de Chico Buarque, con quien supo colaborar en su disco en español. Y es que Bigarrena anduvo por todos lados. De pequeño, con apenas tres años cumplidos, viajó con sus padres a Venezuela, pero entre sus destinos —una vez cumplida la mayoría de edad— estarían también Suecia, Inglaterra (donde cuenta la leyenda que llegó a ser buscado por la Interpol, estuvo preso varias veces y perdió cada una de sus muelas), Brasil y finalmente la Argentina, su último amor, donde grabaría sus únicos dos discos (el último publicado de manera póstuma). Todas estas andanzas completan la semblanza de poeta maldito, de artista a contracorriente, de fuoriclasse incorruptible.

En Buenos Aires llegó a colaborar, precisamente, con Baglietto (y la trova rosarina), quien grabaría, años después, algunos de sus temas con mayor recorrido. También, durante su estancia en Río de Janeiro hizo yunta no solo con el mentado Chico Buarque, sino también con Milton do Nascimento. En su paso por Bolivia coqueteó con la idea de hacerse guerrillero, pero acabó de periodista en un diario dirigido por Tomás Eloy Martínez. Se cuenta también (todos los testimonios son orales) que en Londres llegó a formar un tándem de okupas (squatters) nada menos que con Sid Vicious, con quien compartió la afición por la heroína. De esa época es su canción “Caballo rojo”, que solo grabó al recalar en el Río de la Plata: “Aunque así me reviente / y nunca me levante / ni pueda ir adelante / y mi mejor amante se fuera / Caballo rojo mío / vamos que yo te llevo / a beber agua amarga del río”. También en Londres se cree que empezó y terminó la amistad con Sabina, a quien el vasco le habría robado una novia (según la retórica de la época), y el andaluz alguna que otra canción. Algunos versos de Mezo, como los de su canción “En este barrio”, recuerdan la estilística de Joaquín: “Hablaban siempre de dinero / Y planeaban asaltar un banco / Y al llegar otro febrero / soñaban con fugarse en un barco / Uno se hizo maricón / otro se hizo marino mercante / Aquél cree en la revolución / mientras su hermano es un traficante”. Mitos y leyendas.

Lo cierto fue que una vez en Buenos Aires, luego de su etapa brasileña, llevado por Patricia Somoza, quien sería su pareja durante más de cinco años, comenzó a conocer a buena parte de la bohemia artística porteña, llegando a entablar vínculo con Luca Prodan, la Negra Poli y Skay Beilinson, entre otros. Eventualmente cruzaba el charco para reunirse con los hermanos Fattoruso, Rada, Ricardo Nolé y Beto Satragni, armando cofradía entre todos. Los vínculos trajeron consigo la posibilidad de grabar su primer disco, Viaje de vida (1990), pero el carácter recio del vasco no lo hacía afecto a las presentaciones, la publicidad, ni a las negociaciones con productores y productoras, a saber, a toda la maquinaria paralela al arte en sí, y son varias las anécdotas de problemas en shows que no llegaban a término. Esta actitud dificultó que se abrieran más puertas, más bien lo contrario, y la impronta combativa de Mezo trajo problemas también dentro de su propio hogar. Para el año 92 estaba viviendo en el fondo de la casa de unos amigos, en un galpón. Cuentan que, no obstante, una mágica resiliencia lo había cargado con la energía suficiente como para acometer la grabación de su segundo y último disco: Avión (1993). Sin embargo, la euforia duró poco, los excesos se incrementaron y, también como a Prodan, la ginebra empezó a llevarlo por las zonas más oscuras: paranoia y depresión. Esa bilis negra de la que habló Hipócrates en su teoría de los humores lo llevó a caer en una profunda melancolía que se transformó probablemente en depresión. Su disco, por disputas varias con productores y representantes, no vio la luz en vida de su autor.

Como ha sucedido con tantos artistas a los que bien les cabe el mote de malditos, Mezo Bigarrena encontró en el suicidio el éxito —en el sentido latino del término (exitus, salida)— que no tuvo en vida. El vasco que hablaba ocho idiomas, que como Ulises “recorrió muchos países y conoció las costumbres de muchos hombres”, una madrugada del 22 de enero de 1993, como el Arcano duodécimo del tarot, apareció colgado de un árbol en los Bosques de Palermo, tal y como cuentan que lo prometió: “Nací el día del loco y voy a morir el día del loco”.

Documental de eitb sobre vascos por el mundo que retrata en casi media hora la vida de Mezo Bigarrena.

Estas palabras no son sino un recambio de esas flores sabineras que aquí debajo compartimos, o como dijo otro cantautor: “Esto no es una elegía, ni es un romance, ni un verso/ Más bien una acción de gracias…”. Gracias por la poesía, Mezo, el segundo, siempre del mismo lado: “Galdu dutenekin” (con los que han perdido).

Flores en la tumba de un vasquito

Excepto las de la imaginación

Había perdido todas las batallas

Un domingo sin fútbol nos contó

Vencido, que tiraba la toalla

Y nadie lo creyó

Pero, esta vez, no iba de farol

Al día siguiente se afanó una cuerda

Y, en lugar de rezar una oración

Mandó el mundo a la mierda

Y de "un palo borracho" se colgó

Debía "luca y media" de alquiler

Dejó en herencia un verso de Neruda

Un tazón con pestañas de papel

Flotando en el café

Y una guitarra tísica y viuda

Lo poco que tenía lo invirtió

En un hueso de lujo para el perro

Y en pagar al contado la mejor

Corona que encontró

Para que hubiera flores en su entierro

Veinte años atrás lo conocí

En Londres, conspirando contra Franco

Era el rey del aceite de hachís

Y le excitaba más robar un banco

Que el mayo de París

Por Florida lo vi la última vez

Con su traje anacrónico y marchito

Estudiando el menú de un cabaret

"¡Hay comida, mi plato favorito!"

Gritó para joder

Debía "luca y media" de alquiler

Dejó en herencia un verso de Neruda

Una lágrima de Lilí Marlen

Flotando en el café

Y una guitarra tísica y viuda

Lo poco que tenía lo invirtió

En un hueso de lujo para el perro

Y en pagar al contado la mejor

Corona que encontró

Para que hubiera flores en su entierro

Parece que fue ayer cuando se fue

Al barrio que hay detrás de las estrellas

La muerte, que es celosa y es mujer

Se encaprichó con él

Y lo llevó a dormir siempre con ella

Joaquín Sabina

Por Rodrigo Bacigalupe
   rodri...@gmail.com