Por Rodrigo Bacigalupe
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Por una serie de factores que combinan talento, incorrección política, la consiguiente actitud provocadora, y hasta una serie de opiniones y acciones que trascienden su propia literatura, Michel Houellebecq es, desde hace tres décadas, uno de los personajes de la cultura francesa —y podríamos decir occidental— más apocalípticos. Aunque también, y astutamente, integrado.
Se ha atrevido a criticar al islam y la inmigración africana en Europa, al sistema democrático francés, del que descree y aboga por una democracia de participación directa, al feminismo violento, del que piensa que poco y nada tiene que ver con aquel movimiento primigenio surgido en EE.UU. a comienzos del siglo pasado, y hasta ha sido partícipe —según él, por engaño— de un film pornográfico. Todo eso y más se encuentra en las páginas de sus libros y en su mente, tan intrincada como un jardín de senderos que se bifurcan.
Fijamos la fecha de inicio de esa treintena de popularidad con la publicación de su primera novela, Ampliación del campo de batalla (1994), obra que advierte y anticipa uno de los tópicos sobresalientes de la literatura europea de la siguiente década: la decadencia de la civilización occidental y del hombre blanco heterosexual. Esta obra, ganadora del respetable Premio de Flore (Prix de Flore), es la encargada de inaugurar el estilo y la voz de los clásicos narradores de Houellebecq: cínicos, desengañados, depresivos, pesimistas, misóginos, xenófobos, etnocentristas, racistas y con una crisis existencial que suele acarrear problemas de libido, de fe (en Dios y en el hombre) y de autoestima —evidentemente—. Pero también con una innegable lucidez analítica que muchas veces viene de la mano de esa misma desaprensión por la vida de la que hacen gala sus antihéroes (quizás ni siquiera eso).
A su ópera prima le siguieron Las partículas elementales (1998), Lanzarote (2000), Plataforma (2001), La posibilidad de una isla (2005) (con una versión cinematográfica dirigida por el propio autor), El mapa y el territorio (2010), Sumisión (2015), Serotonina (2019) y, su última novela, Aniquilación (2022). Varios de sus títulos se han llevado a la gran pantalla —cada vez más pequeña, amén de las pulgada que se interpongan— y en algunas de estas cintas (término demodé si los hay) el mismo Houellebecq he tenido sus pequeñas apariciones (cameos, según el neologismo español). Sin embargo, lo realmente llamativo es su transición al mundo de la actuación como protagonista de sus propios films. No porque haya sido él el encargado de dirigir(se/los), sino porque la trilogía que aquí comentamos gira en torno —y de manera incisiva— a la figura del autor, con una coincidencia nominal entre este, el actor y el personaje protagónico, muchas veces sin más distancia que la que va de la vida a la pantalla, del hombre al avatar ficcional. Mato y voy.
Hay tres films que bien podemos denominar como trilogía, no solo por el motivo anteriormente mencionado, sino porque existe una continuidad entre la historia y el universo de personajes secundarios que colaboran con el personaje principal: el propio autor. Nos referimos a los tres largometrajes dirigidos por Guillaume Nicloux, que conforman una saga en el sentido tradicional (no ¿netflixtiano? del término), en tanto que es una historia de familia. En este caso, de una que en principio es unimembre, que parte de la sola presencia del escritor, pero que se va ampliando a medida que avanzamos en las sucesivas tramas, independientes pero emparentadas al mismo tiempo con la primera de las producciones, la que abre la tríada: El secuestro de Michel Houellebecq (2014).
En esa obra inaugural, calificada como "comedia documental", el escritor es secuestrado por un grupo de personajes singulares (también familiares entre sí), compuesto por un luchador de MMA, un exmilitar judío/gitano experto en krav-maga (sistema de combate del ejército israelí) y un fisicoculturista amateur, tan sentimental como una magdalena (de Proust). Este grupete, aparentemente por encargo del entonces presidente francés, François Hollande (2012-2017), ha acordado raptar al escritor, quien, en su mente se describe como un posible presidenciable y, por lo tanto, rival de peligro para la reelección del primer mandatario. Esos tres tristes tigres llevan al novelista a las afueras de París y lo mantienen aislado hasta poder cobrar el dinero del rescate, la peripecia del argumento. Por si fuera poco, la prisión no es otro lugar que una humilde casa de campo de los padres de uno de los raptores, dos ancianos tan simpáticos como buenos anfitriones. Mientras el escritor se encuentra secuestrado se desarrolla una muy entretenida versión del síndrome de Estocolmo, ya que tanto sus secuestradores como el propio narrador comienzan a empatizar y acaban compartiendo más de una cena en familia. Luego de poco más de hora y media de situaciones tan hilarantes como intimistas, pues el escritor se desnuda para dar a conocer más de una filia y fobia personales, asistimos al final que será el comienzo del segundo film en nuestra lista.
La siguiente película es Thalasso (2019), en la que Nicloux nos lleva al momento final de su antecesora, donde un Houellebecq eufórico se encuentra conduciendo a más de 200 km/h el auto que habrá de dejarlo en libertad. Una vez liberado, y transcurrido el tiempo (más o menos el mismo que el que media entre uno y otro film), nos encontramos con un protagonista que es llevado por su pareja, la verdadera esposa del escritor, Qianyun Lysis Li, a uno de los tan populares centros de relax y autocuidado que pululan por la Europa burguesa. El nombre del film (thalasso significa mar en griego) anticipa y describe el entorno y las terapias que pretende recibir el autor para combatir el estrés y mejorar su salud. Una vez allí se encontrará con otro célebre concurrente, el famosísimo actor Gérard Depardieu, con quien conformarán una dupla cuya interacción no tiene desperdicio y acaba volviéndose más importante que la propia trama. Juntos, actor y escritor, tratarán de sobrevivir al régimen saludable que el establecimiento intenta imponerles y para el que no muestran ningún tipo de predisposición.
Por otra parte, el argumento consiste en la desaparición de Ginette, la cálida viejecita que supo recibir en su hogar al Houellebecq cautivo del film anterior, y quien le ha contado al novelista el motivo real de su ausencia: el amor. Ginette se fuga y abandona a su marido, Dedé, con un hombre 40 años menor, lo que despierta las sospechas de su hijo, que se encarga de reunir al resto de la pandilla de antiguos captores para buscar una respuesta que solo el afamado escritor puede darles. La película logra dar forma a varias de las obsesiones del mundo contemporáneo en clave humorística y paródica: el dilema del cuerpo, la religión, la búsqueda de la identidad y la desaparición de los valores tradicionales. Todo esto regado por vinos caros y altas dosis de surrealismo que incluyen, por ejemplo, la aparición de un onírico Silvester Stallone que dialoga en sueños con el protagonista sobre los más ontológicos asuntos.
La última pieza de la trilogía es la recientemente estrenada En la piel de Blanche Houellebecq (2024), la más breve del tríptico y de ágil y aún más extravagante factura a nivel argumental, pues las dosis de realismo lisérgico son tan literales como metafóricas. En esta entrega, Houellebecq está de vuelta como protagonista en un rol que, sin lugar a dudas, es el que más destaca en esta petit saga por su comicidad. Pero esta vez comparte protagonismo con la célebre humorista Blanche Gardin (Yannick, 2023). Esta peculiar dupla hace uso de buena parte de los códigos tradicionales de la comedia negra, dando como resultado un pastiche que nos recuerda otros films como ¿Quieres ser John Malkovich?(1999), de Spike Jonze, o Los diarios del ron (2011), de Bruce Robinson.
En esta oportunidad Houellebecq debe viajar a Guadalupe, en las Antillas francesas, acompañado de su nuevo guardaespaldas, Luc —uno de sus antiguos raptores—, para promocionar el lanzamiento de su nueva novela (un sucedáneo de la mencionada Aniquilación) y participar de un evento de promoción. Allí conoce a Blanche, que preside un patetiquísimo concurso de dobles del escritor organizado, a la sazón, en su honor. Sin embargo, parafraseando el título de otra película, una serie de eventos desafortunados hace del certamen y la estadía todo un pandemónium.
Esta última película se vio interrumpida por otra filmación que tiene a Houellebecq como protagonista y no precisamente en una faceta que exalta sus virtudes actorales (que las tiene, al menos por la vía de la autoparodia). Se trata de un rol más bien aceptado, según el escritor, por medio del engaño y las malas artes, y que lo llevaría a tribunales. Un film experimental con episodios pornográficos que tiene su origen en un arreglo bajo contrato con el cineasta holandés —miembro del colectivo KIRAC (Keeping It Real Art Critics)— Stefan Ruitenbeek, quien habría pactado con el escritor francés para filmar y distribuir un ménage a trois entre el narrador, su esposa y la actriz amateur Jini van Rooijen. Según Houellebecq, él solo habría dado autorización para una filmación casera, ya que la actriz era fanática suya y el cineasta solo habría oficiado de celestino. Lo cierto es que el escritor perdió el juicio y tuvo que afirmar que toda la responsabilidad había sido suya (por estar borracho y bajo los efectos de antidepresivos), ya que el contrato firmado aclaraba de forma prístina —aunque siempre, por supuesto, con letra pequeña— que estaba prevista la distribución del metraje. Como los buenos cocineros, Houellebecq aprovechó los restos de la cocción (la suya) para hacer la ropavieja, y, ni lerdo ni perezoso, se valió de la controversia generada por el film para dar origen a un nuevo libro: Unos meses en mi vida (2023). Nada se pierde, todo se transforma.
¿Habrá más del escritor devenido en actor? ¿Cuántas equis tendrán sus posibles nuevas filmaciones? Supongo que para todo eso habrá que esperar un tiempo, pues, como decía el chanchito Porky al despedirse, por ahora, “eso es todo, amigos”.
Por Rodrigo Bacigalupe
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