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Contenido creado por Federica Bordaberry
Música
Bacterias desde cerca

Misal Parvo: crónica de un microscopio que vio la ceremonia de los Buenos Muchachos

El 25 y 26 de julio, los Buenos Muchachos se presentaron en el Auditorio Nacional del Sodre en colaboración con el IIBCE.

28.07.2022 19:14

Lectura: 8'

2022-07-28T19:14:00-03:00
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Por Federica Bordaberry

Misal, un adjetivo. Se dice de un libro que tiene orden y celebra una misa. Parvo, otro adjetivo. Se usa para referirse al tamaño, importancia o cantidad de algo, siempre que sea pequeño.

Misal parvo, un sustantivo. Un libro pequeño o un par de conciertos a finales de julio en 2022, en Montevideo.

Quienes leen, quien escribe y quienes tocaron los instrumentos son personas. Como son personas, también son órganos, son células, son bacterias. Son un conjunto de cosas que andan por ahí. Y ahí está el vínculo entre ciencia y música. En que la música es conjunto y en que los humanos son conjunto.

En que lo macro, el cuerpo, produce un sonido (con o sin instrumentos), y en que lo micro, nuestras bacterias, también. Y todo lo que se ve con un microscopio, que agranda lo que es chico, crea un mundo nuevo. Inmenso. Es un túnel hacia eso que está en todos nosotros.

Misal Parvo fue, en definitiva, eso mismo: un túnel hacia eso que está en todos nosotros.

Aunque la conexión entre Buenos Muchachos y la ciencia ya existía de forma pública y evidente. Existe, por lo menos, desde Dendritas contra el bicho feo, ese disco que salió en 2001. Allí se musicalizan momentos relacionados con la biología y con la ciencia.

El Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE) cumple 95 años y, por eso, está realizando varias actividades cercanas a la cultura uruguaya. El ejemplo de eso es su colaboración con los espectáculos musicales. Uno de ellos, este, el de esta crónica. Es que la ciencia puede, perfectamente, existir en la música.

Montevideo Portal I Javier Noceti

Montevideo Portal I Javier Noceti

Quizás el formato de Misal Parvo sea una mutación. Quizás los Buenos Muchachos hayan mutado hacia otro tipo de bacteria. Seguro hacia una mucho más potente, mucho más experimental, mucho más viva y mucho más latente.

Aunque lo que pasó no tiene que ver solo con la ciencia y con la música, sino que además tiene que ver con una comunión. Porque el Auditorio Nacional del Sodre, específicamente la sala Eduardo Fabini, es enorme. Y ellos, los que estaban en el escenario, los Buenos Muchachos, parecían muy chiquitos.

Lo mismo sucedió con un grupo de microbios o con un librito que se usa para una misa. La enfermedad o el milagro de fe que pueden generar podría, tranquilamente, llenar la sala.

Eso sucedió.

Los Buenos Muchachos fueron un grupo de bacterias.

Los Buenos Muchachos fueron una ceremonia pagana.

Los Buenos Muchachos hicieron el show con más avances técnicos que armaron hasta el momento.

Montevideo Portal I Javier Noceti

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Los Buenos Muchachos armaron del sonido una estructura de cine. En tres partes, con un clímax, con situaciones que bien podrían haber sido de una película de David Cronenberg. Hicieron del sonido una experiencia. Es decir, lo hicieron espacio y tiempo.

Y lo hicieron, también, imagen. El material que se utilizó para el audiovisual fue cedido por, al menos, siete grupos de investigación del Clemente Estable. Participaron de todo aquello, de todo esto, Federico Battistoni, Cecilia Taulé (Departamento de Microbiología) e Inés Ponce de León (Departamento de Biología Molecular), además del material generado por el Instituto hace décadas.

Lo primero que sucedió fue eso. Una pantalla semi transparente en la que se proyectaron microbios, bacterias y todo ese micro(macro)mundo durante cinco minutos haciendo sonido, o haciendo música.

Después de aquello fue que empezó todo. Y comenzó con “En la nada” (Uno con uno y así sucesivamente, 2006), con “Nico Cuevas” (Se pule la colmena, 2011), con “Brother Day” (Dendritas contra el bicho feo, 2001), con “Mi rincón (parte 2)” (disco sin nombre u #8, 2017).

Después, pudimos verlos más, aunque no tanto: mantuvieron una pantalla que los dejó entre visuales de bacterias, detrás y delante. Quedaron envueltos en todo aquello, pero revelaron la formación poco típica para una banda de rock. Todos, todos estaban en fila, un semicírculo leve. En las puntas, las dos potencias sonoras. La batería de José Nozar por un lado y, por el otro, Pedro Dalton, el hombre con la voz rota que le ha dado parte de la identidad a los Buenos Muchachos.

Montevideo Portal / Javier Noceti

Montevideo Portal / Javier Noceti

En el medio, teclados y cuerdas. Aunque hubo otros personajes, que no fueron personas, sino instrumentos. Se presentaron, en el correr del show, elementos como un teremín, un bong, unos sintetizadores viejos, alguna otra cosa.

Esa primera parte, el comienzo de la película, terminó con el detonante: más bacterias. La diferencia con todo lo que seguiría, además de un telón frontal levantado, sería el uso más fuerte, o más recurrente, de la batería y del piano. Las cuerdas, casi nada.

Las tomaron, recién, luego de un intervalo de visuales con música de tres minutos. A partir de entonces, y comenzando con “¿Qué hacés, Joao?” (Uno con uno y así sucesivamente, 2006), las guitarras agarraron mucho más vuelo. Siguieron “Carlos, su auto y la calle mojada” (Amanecer búho, 2003) y “Purpurina” (Vendrás a verte morir, 2020); ahí, en esa, apareció por primera vez el gong.

Cuando Pedro se paró en el centro del escenario y levantó el brazo como si fuera un ala, y golpeó como ella (suave y peligrosa, al mismo tiempo, al decir de Leila Guerriero), entonces estuvo todo claro. Los Buenos Muchachos manejan grados de teatralidad altos en sus shows. Manejan, aunque ya se sabía, el concepto de experiencia.

Lo dejarían (lo dejaron) aún mucho más claro.

Montevideo Portal I Javier Noceti

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Y siguieron tocando hasta que, después de “Plasticol” (Dendritas contra el bicho feo, 2001) volvieron a siete minutos de visuales acompañados, esta vez, por los sintetizadores. Podría ser, en términos de cine, el segundo punto de giro. Sería natural porque, luego, vendría un clímax evidente, potente, inevitable.

“Venteveo” (Aire rico, 1999), “Barco hermanito” (sin nombre u #8, 2017).

“Temperamento” (versión de Amanecer búho, 2003), esa canción que, durante la pandemia y sin posibilidades de saltar, se volvió la expresión más fuerte del público. Se volvió un zapateo contra el piso, un murmullo, que acompaña ese sonido símil a un caballo cabalgando. Eso, esta vez, volvió a pasar.

El público y la banda se volvieron bacterias que se agitan entre sí. Que hierven, que burbujean, que se encuentran.

La penúltima canción del show fue el símbolo y la prueba de que Misal Parvo fue una ceremonia pagana. Pagana como contrario a religioso (como celebración de la vida, de los microbios), aunque también es cierto que aparecieron símbolos de cuernos hechos con la mano de Pedro.

Montevideo Portal I Javier Noceti

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“Hiedra de tirso” es, además, la penúltima canción del último disco, Vendrás a verte morir. Y para hacerla, para interpretarla, solo se vio a Pedro en el escenario, delante, cerca del público. Se vieron, también, su garganta, sus ojos, su estómago, su mandíbula. Se vio un cuerpo poseído por lo musical y por lo actoral.

Es casual (y no lo es) que Pedro estuviera vestido de camisa negra, de pantalón negro, sin lentes, con el pelo peinado hacia atrás. Que estuviera parecido a Nick Cave y a su forma de ser predicador en los conciertos.

Ayer, el 28 de julio, Nick Cave escribió en su blog llamado The Red Hand Files, sobre su proceso creativo:

“Encuentro que muchas de mis letras favoritas son aquellas que no entiendo completamente. Parecen existir en un mundo propio, en un lugar de potencialidad, adyacente al significado. Las palabras se sienten auténticas o verdaderas, pero siguen siendo misteriosas, como si una verdad mayor estuviera más allá de nuestro entendimiento. Veo esto, no solo dentro de una canción, sino dentro de la vida misma, donde el asombro y la maravilla viven en la tensión entre lo que entendemos y lo que no entendemos”.

De eso se trató la interpretación de Pedro, que fue oscuridad y luz. Turbulencias.

Pero el show cerró con la calma que viene luego de las tormentas. Los Buenos Muchachos interpretaron “Por ejemplo”, de Fernando Cabrera. Y luego de eso se redimieron. Terminaron de tocar, saludaron y no volvieron.

Montevideo Portal / Javier Noceti

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Por Federica Bordaberry