Escribe Juan Gabriel López | @galopezjuan
Cuando alguien piensa en cine experimental, las primeras imágenes que se le cuelan son de extravagantes largometrajes, coloridos vestuarios y escenas bizarras. Sin embargo, existió en Argentina una cineasta oriunda de Alemania que marcó la cultura a fuerza de experimentación fílmica y happenings performáticos, con austeros recursos y una creatividad que nada tuvo de grandilocuente, sino más bien, apelando a la simpleza y el montaje.
La filmografía de Narcisa es enorme y data de más de sesenta películas (muchas de ellas son cortometrajes). El reconocimiento a nivel mundial la ha llevado a exhibir sus films en diversos rincones del planeta.
Narcisa Hirsch nació en Berlín (República de Weimar) en 1928 y se radicó en Argentina desde su infancia, casi de casualidad, ya que su madre argentina la trajo por visitas, pero la guerra les impidió el regreso.
Hasta su último día de vida, el pasado 4 de mayo, se erigió como una figura seminal en el ámbito del cine experimental latinoamericano. Su vasta obra, que abarca desde la década de 1960 hasta la actualidad, desafió las convenciones narrativas tradicionales y abrió nuevas fronteras en la expresión artística. A través de su carrera, Hirsch ha tejido una narrativa visual única que la sitúa como una pionera del cine de vanguardia en América Latina.
La influencia de su padre, Heinrich Heuser (reconocido pintor expresionista de la Alemania de entreguerras) fue notoria de tal modo que Hirsch comenzó su carrera artística en el ámbito de las artes plásticas, explorando la pintura y el dibujo. Sin embargo, pronto encontró en el cine un medio más adecuado para expresar sus inquietudes y reflexiones.
Para la época, la ciudad de Buenos Aires tenía una ebullición tremenda en términos de artistas extranjeros que la visitaban a diario. Para entremezclarse como público en los espectáculos locales, o para presentar los propios. Esa fue su segunda marca: la efervescencia cultural de la ciudad hizo que Hirsch se adentrara en el cine experimental, terreno prácticamente virgen en la Argentina de la década del 50.
Su primer contacto con las cámaras fue a través de la publicidad, pero la cineasta pronto se distanció de este ámbito para dedicarse plenamente a la creación artística. Quizá, fue su personalidad curiosa o sus anhelos experimentales, lo cierto es que su palo no iba a ser nunca el de la publicidad.
En alguna entrevista, Narcisa afirmó sobre éstos años que “El cine experimental de nuestra época era ideológico, quería ir en contra de lo industrial y comercial. Venía con la militancia y la vehemencia de hacer un arte distinto. Tenía más que ver con la poesía. Lo realizábamos con la conciencia que lo podía hacer cualquiera sin tener que ser un gran empresario. En la mayoría de los casos éramos autodidactas”
Así llegó a 1967, año en el que realizó su primer cortometraje de siete minutos y medio llamado Marabunta, una obra que combinó imágenes de la naturaleza con elementos urbanos, creando un contraste que se convertiría en una constante en su filmografía.
Pero para hacerse una idea de quién fue Narcisa, hay que preguntarse, ¿qué fue exactamente la Marabunta? Éste fue un esqueleto gigante de mujer, cubierto con sanguches y frutas, que en su interior tenía nada más y nada menos que palomas y cotorras vivas.
La instalación estaba planeada para hacerse en la calle, pero la dictadura de Juan Carlos Onganía privaba a los artistas de realizar sus happenings en público. La sede elegida fue el Teatro Coliseo, justo en simultáneo con la presentación de la película Blow-Up (1966), de Michelangelo Antonioni, inspirada en un cuento de Julio Cortázar.
El material fílmico muestra cómo la clase media y educada porteña se abalanza, sin tapujos, hacia el muñeco gigante. Filmado por Raymundo Gleizer y con la colaboración de Marie Louise Alemann, Narcisa creó así su primer cortometraje. Fusionó lo cotidiano con lo abstracto, una característica que definiría el estilo de la directora.
A lo largo de su carrera, Hirsch produjo una serie de películas que exploran la subjetividad, el amor, el desamor, la muerte y la percepción. Obras como Come Out (1971) y El mito de Narciso (1976) revelan su fascinación por la mitología y la introspección, rasgo bastante contrario a la experimentación cinéfila de la época, ya que generalmente ésta apostaba al histrionismo y a la extroversión o exageración de los rasgos.
Come Out, por ejemplo, es una película que juega con la repetición y el sonido, creando una experiencia sensorial que envuelve al espectador en una atmósfera hipnótica. En El mito de Narciso, Hirsch reinterpreta el famoso mito griego, utilizando imágenes superpuestas y técnicas de montaje innovadoras para ofrecer una visión introspectiva sobre la identidad y la auto-reflexión.
Una de las características más notables de la obra de Hirsch es el uso de la cámara como una extensión de su propio cuerpo y mente. Sus películas a menudo se sienten como diarios visuales, en los que la cineasta documenta sus pensamientos, sentimientos y experiencias de manera íntima y personal. Este enfoque se puede ver en Testamento y vida interior (1976), una obra que mezcla imágenes de la vida cotidiana con reflexiones filosóficas y poéticas.
Ésta obra, súper estética y adelantada para la época, tiene la particularidad de haberse filmado en gran parte en la Patagonia nevada. El romance de la cineasta con la región más austral del mundo fue tan potente que, el último suspiro de Hirsch, fue dado en su residencia de la localidad de San Carlos de Bariloche. Otro de los hitos logrado en la fría región, fue Diario Patagónico (1972),y la última instalación Predicando En El Desierto.
Además de su trabajo como cineasta, Hirsch ha sido una figura clave en la difusión del cine experimental en Argentina. En los años 70, junto con otros cineastas y artistas, fundó el grupo Cine Experimental Argentino, una plataforma que promovía la exhibición y discusión de películas no convencionales. Este colectivo fue crucial para la creación de una comunidad de cineastas experimentales en el país y para la proyección de sus obras en el ámbito internacional.
Además, fue una clara demostración de la vitalidad que el cine experimental manejaba. Si bien nunca dejó de existir, sí tuvo etapas sombrías, siempre por consecuencias políticas. Puede que Salvador Dalí y Luis Buñuel hayan sido los pioneros de este tipo de films en España, y Hans Richter y los de la Bauhaus, en Alemania. Pero la segunda guerra mundial les arrebató protagonismo, teniendo que esperar hasta la década del 60 o 70 en Nueva York con John Mekas como líder del movimiento.
En lúcidas declaraciones, la cineasta describía al género como “enigmático, porque junto con la poesía, su lenguaje requiere de una participación abierta, se diría casi ingenua del espectador quien generalmente teme que las imágenes se vuelvan amenazantes por ser demasiado inesperadas".
Hirsch también ha incursionado en la performance y las instalaciones audiovisuales. Sus performances, a menudo realizadas en espacios públicos, combinaban cine, música y teatro, creando experiencias multisensoriales que desafiaban las fronteras entre las disciplinas artísticas. Este enfoque interdisciplinario se refleja en su instalación Mujer mirando al sudeste (1986), en la que utiliza proyecciones de video para explorar la relación entre el espectador y la obra de arte.
A lo largo de su trayectoria, Narcisa Hirsch ha recibido numerosos reconocimientos por su contribución al cine y al arte. Sin embargo, su obra ha permanecido en gran medida fuera del circuito comercial, siendo apreciada principalmente en festivales de cine y retrospecciones dedicadas a su trabajo en lugares como el ex Centro Cultural Kirchner o la Fundación Konex.
A pesar de esto, su influencia es innegable, y su legado perdura en las nuevas generaciones de cineastas que encuentran en su obra una fuente de inspiración y un modelo a seguir.
En resumen, Narcisa Hirsch ha construido una carrera marcada por la innovación y la exploración continua. Su cine, profundamente personal y experimental, ha ampliado los límites de la narrativa cinematográfica y ha dejado una huella indeleble en la historia del cine latinoamericano. Con una vida dedicada al arte y al cine, Hirsch continúa siendo una figura crucial cuya obra invita a reflexionar sobre la naturaleza de la percepción y la subjetividad humana.
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