Por Bruno Guerra
brunogdarriulat
Natalia Parodi nació en Montevideo en 1992. Estudió actuación y luego psicología. Eso es todo lo necesario a saber de su vida, aunque quisiera agregar que sospecho que pasó mucho tiempo entre libros, quizás buscando las respuestas que no encontraba en ningún lado, quizás tratando de encontrar la letra de un tango redondo y maldito y, a lo mejor, por no encontrarlo, intentando componer uno.
Es así que Íntimo (Fardo, 2021) funciona como la puerta de entrada a un universo en gestación. Los personajes son potentes y tremendamente humanos, definidos, sobre todo, por sus asquerosas falencias. Íntimo es realismo sucio y puro, algo que conocemos bien, pero que en las voces narradoras se siente como aire fresco, aunque con mal aliento.
“Sábado” es el primer cuento y, por tanto, el punto de partida que nos sumerge a prepo en el submundo del libro. Así como este relato nos envuelve en las sombras de la obra, el primer párrafo es una potente impresión que bien puede resumir todo: “La gente creé que tus asuntos van bien si vas por la calle con un ramo de flores. Yo no soy más que eso, una mujer que va por la calle con un ramo de flores. Aunque mis asuntos no anden especialmente bien. Lo que quiero decir es que yo misma compré las flores.”
Es tan ostensible la soledad y la desesperación que atraviesan no solo a “Sábado”, sino todo el libro, que en algún punto parece hacerse carne o paja en el ojo propio. Nosotros, que no somos más que pobres lectores, tenemos que comprarnos las historias que queremos creernos para sentirnos menos solos.
A “Sábado” le sigue “Nada es mío”. Este es un intento desesperado de la protagonista por pertenecer a su propia vida. Un esfuerzo, aunque no explícito, de alguien en automático por apropiarse de lo que sea, incluso de cosas que, a priori, parecen suyas: de sus sueños, de su hija, de la herencia material, del gato de un vecino y de una ola de mierda de convenciones sociales con las que no puede, porque está rota, y nos recuerda que, a nuestra manera, todos podemos estarlo.
“Abrazos” es el tercer cuento. En este encontramos, excepcionalmente, un narrador masculino; sin embargo, el relato centra a personajes femeninos: una expareja y una hija en común. Es una historia gratuitamente melancólica. No parece que el personaje quiera de vuelta su antigua vida, sino que coloca sus anhelos en lo que ya no está por mero deporte de tristeza presente. Nada es suficiente: ni la paternidad, ni el sexo, ni el cigarro, ni el tamaño de su pija, ni extrañar a su ex. Los abrazos, en este cuento, faltan.
“Destellos”, por su parte, es mi favorito. Tiene como eje un personaje que parece entregarse a la perfidia o a la pura inercia de las cosas y los acontecimientos ajenos. Es una especie de voyeur infeliz, con desgano hasta para mirar lo que le rodea, hasta que aparece un elemento que parece distintivo: las flores, de nuevo. Y el cuento se llena de un aroma diferente. Es como un inmenso signo de exclamación. Un grito que nadie escucha.
“Ratas”, de su lado, es la historia de dos amantes intentando encontrar vida entre la basura inerte a su alrededor. Esto aparece claro en la imagen de la protagonista encendiendo una vela y poniéndola en una maceta con el cadáver de una planta. En la sensación de su hígado “apelmazado como carne podrida”. En la certeza de que, si muriera esa noche, estaría bien. En la misma muerte que la habitó y ya no. “Ratas” es pura impresión y es, a mi entender, un excelente cuento sobre el amor.
El siguiente cuento comienza de forma contundente desde el título: “El teléfono del dealer”, y, a mi entender, continúa de alguna forma con la temática del amor. Los excesos aquí aparecen de lleno, pero de una forma algo lateral. El centro de los placeres dionisíacos está puesto en el amor, o en el desamor, y todo lo demás son simples excusas para el flagelo. En “El teléfono del dealer” se imprime todo el patetismo y la mezquindad de una ruptura amorosa.
Es “En nombre de ese dolor” que completa una trilogía de amor/desamor. En este, a diferencia del anterior, la protagonista, en un intento casi fallido por vivir dignamente su duelo, y víctima de sus impulsos, termina en un paraje que recuerda mucho a los moteles de las películas de terror estadounidenses. Con un escenario cutre musicalizado por Sandro, vemos un despliegue de tristeza tan patético como abrumador. “En nombre de ese dolor”, engancha, sobre todo, desde lo visual.
Con esto concluye la mitad del libro y este artículo. Hasta la próxima.
Por Bruno Guerra
brunogdarriulat
Acerca de los comentarios
Hemos reformulado nuestra manera de mostrar comentarios, agregando tecnología de forma de que cada lector pueda decidir qué comentarios se le mostrarán en base a la valoración que tengan estos por parte de la comunidad. AMPLIAREsto es para poder mejorar el intercambio entre los usuarios y que sea un lugar que respete las normas de convivencia.
A su vez, habilitamos la casilla reportarcomentario@montevideo.com.uy, para que los lectores puedan reportar comentarios que consideren fuera de lugar y que rompan las normas de convivencia.
Si querés leerlo hacé clic aquí[+]