Por Jimena Bulgarelli | @jimebulgarelli
"Si eres artista, eso significa que te vas despojando (desnudando) cada vez más, que en el momento de morir estás completamente desnudo y con las entrañas hacia afuera". Henry Miller
Se dice que Henry Miller fue quien comenzó la revolución sexual en los Estados Unidos, que con él llegó el escándalo. Se habla mucho de su pene, de su vida sexual y amorosa, de su narcisismo y victimización machista. Se habla de su vida sórdida y de la penumbra, aun con toda la luminosidad que ha dejado, aunque ha dado expresión a ciertos sentimientos hondamente arraigados en la cultura masculina. Defiende la obscenidad como un procedimiento depurativo.
Es el gran iconoclasta. Se lanzó sin dudarlo a las sombras del placer. Fue acusado de ser autor de novelas pornográficas sin ningún sentido más que el de la carne. Claro, el sexo es importante en toda su obra, pero no es solo eso, sino que se habla del deseo de experimentar la vida entera. Todo gira alrededor del sexo y del misterio femenino: cómo entenderlo, cómo entrar en el de manera física y mental. Esa rebeldía e intensidad sexual se ve en su biografía, la cantidad de amantes y esposas conocidas, de las que también habla en su obra con seudónimos. Pero la relación más intensa que tuvo fue con la escritora Anaïs Nin, también de estilo erótico: las aptitudes de los amantes eran coincidentes. En los diarios de la escritora está todo documentado, anteriormente a las novelas de él. Nin es autora de un libro llamado Henry y June (1986): June, la esposa de Miller.
Henry Miller nació en el siglo XIX, quizás por eso su estampida en la literatura del siglo XX es tan frontal. Nació en 1891 en el barrio neoyorquino de Yorkville. Sus padres eran estadounidenses, hijos de inmigrantes alemanes.
Es su afirmación de que el arte consiste, al fin y al cabo, en la exposición entera de uno mismo —al mundo exterior y a sí mismo—, lo que lo convirtió en un escritor en el que se podía confiar. La exposición y la revelación fueron su luz guía, e hicieron de su escritura un camino audaz hacia la libertad.
Para Miller, la escritura es un viaje de descubrimiento, conocimiento y sabiduría para transmutar la información. Defiende la existencia de un estado indiferente y sublime, insiste en escribir con alegría: antídoto necesario contra el mito del genio torturado. "El paraíso está en todas partes y cualquier camino, si uno continúa recorriéndolo lo suficiente, conduce a él", dice.
Defiende, también, la diferencia vital entre las palabras y el lenguaje. Miller creía en el lenguaje, en que es algo más allá de las palabras, algo que las palabras solo aluden. Pues las palabras sin lenguaje están muertas y no esconden ningún secreto.
Henry Miller (1940)
“El secreto que el lenguaje misterioso oculta, no es algo que el escritor buscara comprender, sino aceptarlo, vivir con él, en él y a través de él”, dijo Miller. Esto es un concepto de "capacidad negativa", que también utilizaron Rilke y Keats.
Se centra en el propósito esencial y vital del escritor, con gran precisión poética para transmitir un espíritu que recuerda a su amante Anaïs Nin: el signo de la existencia es la esencia de la vida. El último objetivo del escritor, supone, es acercarse a la verdad, a medida que deja de luchar y abandona sus voluntades. El escritor es el símbolo de la vida, de lo imperfecto que se hace pasar por perfecto desde un centro universal, no cerebral, que está conectado con un ritmo sólido y anárquico, sin propósito; el arte solo nos enseña el significado de la vida.
Las novelas de Henry Miller siempre giran alrededor de esta lógica. Muchas veces es confundida con narcisismo. Pero debemos reconocer que estamos frente a una definición sobre el arte muy lúcida. Una definición que trasciende las esferas e influencias del arte, que lo considera solo como un medio para la vida abundante, un camino para llegar a ella. La vida se derrota, junto con el arte, en el momento en el que nos enfrentamos a ella. Dijo creer firmemente en que el arte desaparecerá y quedará el artista, dejando a la vida misma convertida en el arte; en algún sentido verdadero, aún no estamos vivos.
No se ha preocupado por la autenticidad ni de llevar una vida con propósito, queda claro que el propósito de la vida para Miller es el de la propia existencia. La escritura ha sido, para él, un manotazo de ahogado, una única salida y camino hacia la libertad. Cualquier camino sería válido para llegar a ella, aunque signifique el fracaso en este mundo, porque para Miller el fracaso es catarsis creativa. Escribir jamás fue un espacio de fuga, un medio de evasión de la realidad, sino, por lo contrario, significa una inmersión aún más profunda en un espacio-tiempo que está en constante movimiento.
En el mundo del arte, Miller es amo desesperado. Amo y esclavo a la vez. Adentrarse a este mundo, sin gloria aparente, es atrevimiento. Miller se adentra incapaz, torpe, paralizado por el miedo y la aprensión. Puso un ladrillo sobre otro, plasmó millones de palabras antes de escribir una palabra real, auténtica, arrancada de sus propias entrañas.
Para él, la facilidad que poseía en la palabra era un obstáculo: tenía todos los vicios del hombre culto. Tuvo que aprender a pensar, sentir y ver de una manera totalmente nueva, de una manera inculta, a su propia manera, que es lo más difícil. Saltó y no sabía si sobreviviría, pero se entregó voluntariamente a la experiencia.
Foto: Carl Van Vechten
No todo progreso en la vida se gana por adaptación, sino por audacia, por obedecer a un impulso ciego. Y la frase "ninguna audacia es fatal", de René Crevel, se le quedó grabada en la frente. Toda lógica del universo está contenida en ese impulso, en la audacia de crear a partir del soporte más endeble y delgado. Al principio, tal audacia puede confundirse con voluntad, pero al tiempo ella desaparece y toma su lugar el proceso automático, que a su vez debe romperse o abandonarse y establecer una nueva certeza que no tiene nada que ver con el conocimiento, la habilidad, la técnica o la fe. Y al hacerlo, se llega a la misteriosa posición del artista, es ese anclaje el que nadie puede describir con palabras, pero que aun así subsiste y destila de cada oración escrita.
Con las herramientas de Miller, hoy parece inútil la provocación, e igual está quien se ofende. Aunque parezca que ya no hay lugares sin señalar a los que Miller decía debía dirigirse.
Se queda insulsa la categorización de literatura erótica para la obra de Miller, que narraba en código de un realismo marginal sin tantas concesiones al mundo aprobado. Luego, en los setenta, vendría la revolución sexual, su obra fue el puente. Era un defensor de la liberación sexual, está claro, aunque ya no gusten sus modos viriles. Toda la generación Beat le agradeció a Miller por ese trabajo de movimiento continuo, de no estar solo en la máquina de escribir, sino que también pintando con acuarelas, tocando el piano, viviendo para luego escribir su testimonio.
No es lo que hoy tenemos, censura por un lado y exhibicionismo por el otro. Estamos viviendo la pena de la sexualidad. Se ha perdido, claro está, la sensualidad viril y femenina, todo se ha convertido en grotesco. El exhibicionismo sin más es una clara muestra del deterioro y empobrecimiento cultural, es obscenidad sin matices.
Henry Miller da data de haber sido un hombre poderoso, vital, obsceno, masculino. Da data de una rica sexualidad y curiosidad por la vida, al decir: "Soy insaciable. Comería pelo, cera sucia, coágulos de sangre, cualquier cosa y todo lo que sea tuyo. Preséntame a tu padre con sus trapisondas, con sus caballos de carreras, sus entradas gratis para la ópera; los comeré a todos, los tragaré vivos".