Documento sin título
Contenido creado por Sofia Durand
Literatura
Los libros y sus autores

Olympia Frick: "Escriban", le diría a quienes buscan su voz y estilo literario

La autora de "La ciudad de los nombres olvidados" responde preguntas sobre su obra, el bloqueo del escritor y otros autores.

01.02.2024 13:36

Lectura: 9'

2024-02-01T13:36:00-03:00
Compartir en

Antes de Olympia Frick, fue O. F. Slims. Detrás de ambas, y desde el plano narrativo, se encuentra Constanza Moreira (1960), académica y política. 

"Cualquier parecido con la ciudad en la que habitamos es pura coincidencia", esa es la primera advertencia sobre La ciudad de los nombres olvidados (Estuario, 2023). Hay política, violencia y amor. Hay dos ciudades enfrentadas. Hay una historia con guerras y conflictos, sedimentada en el olvido. El relato juega con la fantasía, con la ciencia ficción e, incluso, con el género de novela negra. 

En 2001, Diez relatos fantásticos, libro de Frick, integró la colección dirigida por Mario Levrero De los flexes terpines. En 2006, su novela De regreso a casa fue parte de la colección Narrares de editorial Artefato. Cuentos de su autoría han sido publicados en diversas antologías, entre ellos: 22 mujeres, vol. 3 (2014), Ruido Blanco, vol. 10 (2022) y Contaminación Futura, vol. 7 (2023). En 2022, obtuvo el Primer Premio en el concurso de cuentos de ciencia ficción Carbono Alterado con el cuento Correspondencia.

Estuario

Estuario

¿Preferirías viajar al futuro o al pasado?

Al futuro.

Si pudieras ser un personaje de tu libro, ¿cuál serías?

La Srta. Pritchie.

Si pudieras cambiar el final de cualquier libro famoso, ¿cuál elegirías y cómo sería el nuevo final?

El Príncipe Andrei no moriría, y haría un segundo final para Natasha y Andrei en La Guerra y la Paz.

¿Cuál es tu técnica más extraña o inusual para superar el bloqueo de escritor?

Escribir lo primero que surja.

¿Qué cinco cosas guardarías en una cápsula del tiempo?

El Concierto de Colonia (1975) de Keith Jarret, Cien Años de Soledad (1967) de Gabriel García Márquez, las fotos de mi familia, una máquina de escribir y una copia de la película Belleza Americana (1999).

Tu autobiografía en una frase.

Si lo sé, no vengo.

Contanos qué estás leyendo ahora.

El Hombre de Calcuta (2021) de Abir Mukerjee.

Si pudieras tener una conversación de una hora con cualquier escritor famoso, pero después nunca más podrías leer ninguna de sus obras, ¿a quién elegirías para tener esa conversación?

Con [Jorge Luis] Borges.

Si tus libros fueran adaptados al cine, ¿quién te gustaría que interpretara al personaje principal?

Juliette Binoche.

El primer verso que te viene a la mente.

Sus ojos se cerraron y el mundo siguió andando.

¿Para qué literatura en el tiempos de desamparo?

¿Qué es el tiempo de desamparo?

Lo último que comiste va a ser el menú para toda tu vida, ¿qué es?

Carne y verduras, guisadas, asadas, fritas, de cualquier manera.

Contanos sobre esa vez que un lector te reconoció en la vía pública.

Estaba bajando del auto en la calle Colonia y alguien me gritó: ¡Olympia Frick! Era una muchacha joven y creo que llevaba una remera oscura. Solo alcancé a verla cuando se alejaba.

Tu idea de felicidad y tu idea de miseria.

La felicidad: la vida.

La miseria: no haber nacido.

Si pudieras invitar a tres personajes literarios a cenar, ¿quiénes serían y por qué?

Invitaría gente divertida, y que le guste comer y beber como Vázquez Montalban, John Fante, Camilierri o Laura Esquivel.

¿Por qué La ciudad de los nombres olvidados?

¿Por qué el nombre? Se iba a llamar "Ciudad partida". El editor eligió este nombre. Y funciona mejor.

¿Cuánto tiempo te llevó escribir este libro, desde la concepción de la idea hasta la publicación final?

Mucho. Empezó en diciembre de 2019 y fue impreso en marzo de 2023.

Contanos sobre una lectura que haya tenido un impacto significativo en tu vida. ¿Qué libro fue y por qué fue tan importante para vos?

Muchos libros. La conjura de los necios (1980), de John Kennedy Toole, o La Guerra y la Paz (1868), porque me sumergieron en otro mundo durante días y días. La crítica de la razón pura (1781) de Kant porque me ayudó a entender la estructura del pensamiento. En mi juventud Rayuela (1963), El lobo estepario (1927), A puerta cerrada (1944). 

Si tuvieras que describir tu libro en una sola frase, ¿cómo la formularías?

Una travesía.

Si pudieras vivir en el mundo de cualquier libro, ¿cuál elegirías y por qué?

La aguja del Dr. Costigan (1977) de Jerry Sohl. Porque construyen un mundo nuevo.

¿Qué consejo o frase inspiradora darías a otros escritores que están buscando su voz y estilo literario?

Escriban.

______________________________________________________________________________________

Fragmento de La ciudad de los nombres olvidados

Dios, ayúdame

Al norte de Oras, se extiende el desierto rojo. Al sur, está el mar. Oras, la tierra prometida, se yergue como un pequeño oasis en medio de esas dos llanuras infinitas.

Visto de arriba, desde un avión que volara de noche, Oras sólo es un puñadito de luces doradas, un montón de fueguitos prendidos en medio de las grandes masas oscuras del mar y del desierto. 

Su casa está en el desierto, muy lejos del mar. Sopla un viento frío por las noches, que ulula con la voz de un animal agonizante. Al amanecer el viento se detiene completamente.

El silencio es perfecto a esa hora. Y es su mejor hora.

Al amanecer se detiene la fiebre. Ella se levanta de la cama, descalza, apoyando los pies sobre la losa fría que le devuelve el sentido del agua. Se abriga con una gran manta que huele a sol, a humo y a pasto seco, y se sienta en la única silla que hay a respirar la salida del sol.

Esa es la única hora donde disfruta un poco de la lucidez perdida. Al mediodía comienza a subir la fiebre, y a la noche duerme en un sopor lleno de sueños que son como sombras chinas en su mente. 

En los sueños siempre hay un lobo, con el pelaje parduzco y los ojos amarillos. El lobo se acomoda en el piso, frente a la puerta sin cerradura, y permanece horas con la cabeza completamente erguida, olfateando el aire.

A veces se levanta y busca agua. El lobo está sediento.

Edna no tiene un aljibe, ni un pozo, y en el desierto no llueve nunca.

Hay un latón atrás de la casa, cubierto con una lona oscura, donde un ojo de agua fresca los alimenta a ambos.

Edna raciona el agua. A él le llena un tazón grande de lata, que acaba en tres de la noche.

A la noche reparte el agua entre la que bebe y la que usa para remojarse la cara, los brazos, el cuerpo. A medianoche está ardiendo de fiebre.

No sabe ni el día ni la hora que es. No recuerda cómo llegó aquí, ni cuánto tiempo hace que la han abandonado en esa casa en el desierto.

A veces piensa: Dios, por qué me abandonaste. Luego recuerda que no sabe qué quiere decir la palabra Dios. Pero la palabra abandonar sí que la reconoce. Y no importa si es Dios, su padre, Bruno, la ciudad. Edna sabe que la han abandonado.

Le han dejado sus diccionarios, sin embargo. En ellos Edna busca la palabra abandono. Dice (es un esfuerzo infinito sólo encontrar las palbras): “la peripecia pasiva a través de la cual la persona acepta males y sufrimientos  para encontrarse con Dios”. Entonces cuando dice ¡Dios, ayúdame! es porque no termina de aceptar que Dios la ha abandonado, o porque confía en sus diccionarios y cree en la peripecia pasiva a través de la cual la persona acepta sufrimientos para encontrarse con Dios. Pero ese es el abandono de sí mismo. Nadie la ha abandonado: ella se ha abandonado a sí misma.

La fiebre ayuda. La falta de todo o casi todo también.  Ni que hablar del desierto, que parece abandonado de la mano de Dios. No crecen las plantas, no hay agua, y los pocos arbustos que se prenden al suelo pedregoso son amarillos y ocres, y duros y tenaces. Tampoco hay pájaros, salvo unos zopilotes que de tanto en tanto pasan como buscando algo. 

Sin embargo, nunca antes ha estado tan en contacto con Dios como en ese lugar. La inmensidad del cielo alcanzaría, por sí sola, para creer en él. La naturaleza se impone con tal fuerza que la pequeñez de su presencia allí es como un contraste a gritos. Y le recuerda que la vida es dolor. Y que Dios es indiferente al dolor de la vida. Pero ese sólo pensamiento la va sedando, tranquilizando. Y ella comienza a compenetrarse de esa indiferencia. Y entonces se abandona.

Abandonar. Descuidar, desatender, dejar, desamparar a una persona, animal o cosa. Caer de ánimo, rendirse en las adversidades y contratiempos. Pero también significa entregar, confiar algo a una persona o cosa. 

Recorre el diccionario de Ohm y encuentra esta cita: “El término “abandono” o “abandono de sí” es utilizado por escritores de obras ascéticas y místicas cristianas para referirse a la primera etapa de la unión del alma con Dios. Es descrito como el primer paso en la vía unitiva o perfecta para acercarse a Dios mediante la contemplación. Es la purificación pasiva a través de la cual la persona pasa a aceptar pruebas y sufrimientos permitidos por Dios para volver las almas hacia “Él”. Queda agotada de solo leerlo. 

En ese abandono, pasa horas tirada en la cama viendo cómo cambia la luz en la ventana, como se levanta el viento al mediodía, como cambia de tamaño la luna con las noches. Mira las constelaciones, las nombra, le parece tocarlas con los dedos. Camina con un bastón mientras espera que su tobillo sane. Pero camina. Camina alrededor de la casa, y la va descubriendo. Sin prisa. Cada día trae un nuevo descubrimiento. Cada día su pierna va sanando. 

La casa es pequeña, construida con la misma greda roja del desierto. Las ventanas están permanentemente abiertas, y la puerta es sólo un tablón que se empuja contra un marco destartalado, sin cerradura alguna. Hay una silla, y una mesa pequeñísima. Un sillón grande con los almohadones contrahechos. Al lado de su cama, cubierta con un viejo colchón de muelle, hay una mesa de luz. Y encima una lámpara de queroseno. Y velas por todos lados. A Edna le llevó dos días enteros encontrar el queroseno.

Cuando su esposo enfermó, Edna sintió el milagro de la fe. Era una suerte de creencia en Dios invertida. Sólo algo superior, incomprensible, imponente, podía ser capaz de causar un mal tan gigante. Claro que Dios existía. Y tenía la cara de la muerte. 

______________________________________________________________________________________