Documento sin título
Contenido creado por Manuel Serra
Cine
Columna picante #6

Opinión | De la “sociedad de la nieve”, la pandemia y el olvido una vez vueltos al “llano”

Sin quitarle lo heroico a la tragedia de los Andes, uno ve un cortocircuito entre los valores aplicados en la montaña y los del regreso.

25.01.2024 14:35

Lectura: 10'

2024-01-25T14:35:00-03:00
Compartir en

Por Diego Paseyro
dpaseyro

La sociedad de la nieve fue finalmente reconocida con dos nominaciones a los Premios Óscar, ceremonia que se llevará a cabo el próximo domingo 10 de marzo en Los Ángeles. La película del catalán J. A. Bayona, que viene arrasando en Netflix y se colocó rápidamente dentro de las diez películas no habladas en inglés más vistas de toda la plataforma, peleará por llevarse la estatuilla a mejor maquillaje y peinado y a mejor película internacional. Un acierto narrativo y mejoras técnicas respecto a la hollywoodense Viven, hicieron que fuese acogida por el público rápidamente y que los halagos no se demoraran en llegar. Finalmente, se cuenta con un largometraje ficcional que nos deja saber qué pasó en la montaña. Y mucho tiene que ver este logro con el nombre de la película, que ya no hace referencia al milagro ni a la tragedia, sino a una sociedad que habría tenido lugar a 3.500 metros de altura y que fue lo que, a la postre, le permitió a dieciséis contar la historia. El nombre obedece al libro de Pablo Vierci editado en el 2008 por Sudamericana, que, a su vez, fue bautizado así por el documental dirigido por Gonzalo Arijón.

Es decir, el rumbo de los acontecimientos narrativos tuvo un corrimiento desde el momento en que se comenzó a utilizar este concepto de sociedad para lo que tuvo lugar en la cordillera argentina desde el viernes 13 de octubre de 1972 hasta el 22 de diciembre de ese mismo año. Hablar de sociedad es hablar de un conjunto de personas que viven bajo normas comunes. Y, como los propios sobrevivientes lo dirían luego en repetidas oportunidades, y en particular en el libro de Vierci, estas nuevas normas de la montaña no se parecían necesariamente a las del llano, a las de la vida en la clase alta montevideana. Un primer concepto que despunta de esta nueva configuración es un socialismo sin precedentes. A cada cual lo que necesita. Imaginemos por un instante qué hubiese pasado si en la montaña primaba la meritocracia. A cada cual lo que merece. Si se premiaba la proactividad. Me pregunto cuál hubiese sido la suerte de Álvaro Mangino o Alfredo Delgado, quienes estuvieron los 72 días dentro del fuselaje con las piernas rotas. Sin embargo, a nadie dentro de los “sanos” se le hubiera ocurrido pensar que, como no aportaban nada a la causa común, eran merecedores de menores porciones de alimento o abrigo. De hecho, en algunos casos, sucedió a la inversa. Los más sanos eran los que más se entregaban al otro sin miramientos, como nos deja saber la película de Bayona a través del cautivante personaje de Numa Turcatti, protagonizado por Enzo Vogrincic, actor oriundo de Gruta de Lourdes y que estudió en el Liceo Jubilar.  

Otro elemento en el que los sobrevivientes insistieron mucho a la vuelta de la montaña tiene que ver con el valor de lo material. Todos hacen hincapié en que allá arriba lo más importante eran los afectos y, en un acto sin dudas muy poético, llegaron a quemar billetes para hacer un fuego, lo que demuestra que, en esta nueva sociedad, los tótems occidentales burgueses no aplicaban. Lo más codiciado era dar y recibir un abrazo, ayudar al otro y agradecer estar vivo. El proyecto, el ahorro, los préstamos y todas las ficciones capitalistas que se basan en manosear altaneramente al tiempo, como si nos perteneciera, o especular y medirse en función de lo que el otro tiene o es, allá no corría. El bienestar mío depende del bienestar del grupo. Y viceversa. O nos salvamos todos o no se salva nadie. La velocidad del grupo la determina el que va más lento, y así. Uno a uno los aprendizajes de la montaña nos remiten, en lo ético, al estoicismo, donde sin ningún tipo de injerencia sobre el entorno, solo queda la autarquía sobre uno mismo, para cuidar celosamente lo que pienso y lo que hago. Y, en lo político, una comunidad en la que nadie era más que nadie, todos cumplían un rol crucial conforme a sus posibilidades y eran recompensados ecuánimemente.

Así, el grupo, la sociedad, era un organismo que tenía distintas facetas o secciones, pero no se hablaba de individualidades. Este es, tal vez, uno de los motivos por el que la película del año 1993 generó más suspicacias. Canessa y Parrado como los héroes de la historia, y el resto, meros actores de reparto. La nueva versión de la epopeya andina pretende desarmar la idea clásica del héroe trágico: si Parrado y Canessa llegaron a Los Maitenes es porque Vizintín se volvió al avión, o porque Adolfo Strauch ideó una máquina para derretir hielo y anteojos para protegerse del sol, o porque ocho pasajeros murieron en el alud para ser el alimento que todos necesitaron para sobrevivir tanto tiempo.

El personaje de Numa Turcatti se encarga de decirnos, al comienzo de la película, que hay que volver al pasado para saber lo que sucedió, teniendo en cuenta que el pasado es lo que más cambia. A 51 años del accidente podemos estar de acuerdo. De hecho, durante 36 años ningún relato sobre lo que tuvo lugar allá arriba había incluido este nuevo y potente matiz, de hacer un paralelismo con una sociedad. Y en parte se pudo hacer porque los sobrevivientes fueron creciendo y madurando, personalmente, y madurando su historia. Es así como, cuando Vierci los entrevista, es posible que el paso del tiempo les haya permitido tener una visión más reflexiva, saliéndose un poco del mero anecdotario, que tal vez tapizó la obra de Piers Paul Read. Sin embargo, el paso del tiempo también ofrece que el resto, los que consumimos la historia a través de distintos formatos, tengamos nuestras propias reflexiones. Y a propósito de todo lo expresado, la primera pregunta que me surge es cuál hubiese sido la diferencia para los dieciséis sobrevivientes si ese avión llegaba a Santiago. Temo que la respuesta sea “ninguna”. Es decir, más allá de la fama, los libros y películas, más allá de las conferencias y entrevistas, parecería que el materialismo dialéctico de la historia puso a todos en el lugar que la historia les tenía reservado. A pesar de los aprendizajes metafísicos, éticos y políticos que todos tuvieron la fortuna y desdicha de recibir, todos, casi sin excepción, han encarnado todo lo que en la montaña los hubiese condenado. No hay un solo sobreviviente que en pleno siglo XXI no simpatice, ideológicamente, con valores que no parecen ser los del fuselaje. A ninguno “les gusta mucho la izquierda”, como dijo Ramón Sabella en una entrevista en el 2016 en el programa Blanco y negro. Muchos creerían que la inseguridad se cura con mayor presencia policial, que el Estado debe ser chico, porque de otro modo sería ineficiente, que hay que recompensar los méritos individuales, y que los que se salvaron lo hicieron “porque amanecieron con una sonrisa”, como dijo Canessa para el diario digital Tribuna Salamanca en 2017.

Cuando en el año 2020 cayó la pandemia, un fenómeno similar tuvo lugar. De hecho, recuerdo que Presidencia hizo un spot publicitario con los sobrevivientes para que, apoyándose en su propia historia, pudiesen darnos al resto una pista acerca de cómo proceder en medio de una crisis sanitaria semejante. Cuatro años después nos parece que aquello sucedió hace décadas, pero se hablaba de “una nueva normalidad”. No quiero trazar paralelismos simpes u obtusos, pero seguramente en la montaña también debieron, aquellos jóvenes rugbiers, hablar de una nueva realidad. La nueva sociedad pandémica rezaba que “nos cuidáramos entre todos”, aplaudía a los médicos todas las noches, y se hablaba del civilismo y la solidaridad uruguaya. De libertad responsable. Parecía que una nueva sociedad estaba naciendo, en la que se valorara lo comunitario sobre lo individual, se le diera importancia a la salud mental, y se repensara el trabajo presencial, ya que todos vimos cómo pasábamos más de la cuenta en la oficina y tal vez eso no era del todo necesario. Pero un día la pandemia terminó, del mismo modo que un día los helicópteros llegaron y se volvió al llano de la vieja normalidad. Los billetes volvieron a ser billetes, dejamos de aplaudir a los médicos por las noches, y las ocho horas retornaron sin que nadie denunciara que, durante casi un año, muchos no las extrañaron. Los días del despertar espiritual habían terminado. Ya podíamos detener el simulacro y volver ser indiferentes con el de al lado. Los héroes de túnica blanca volverían a ser los mismos trabajadores precarizados de siempre y, como epítome de esto, una mutualista cerraría en el 2021 dejando a cientos en la calle. Todo lo que en pandemia pareció haber venido para quedarse despareció con la misma velocidad con la que los helicópteros se alejaban del maltrecho fuselaje del Fairchild.

No se trata aquí de empalidecer una historia que no necesita defensores para mantenerse vigente con los años, ni tampoco endilgarles a los sobrevivientes lo que no son, pero es indudable que este cortocircuito entre la anarquía espiritual que predicaron en la montaña, versus el liberalismo depredador de siempre que ostentaron todos a la vuelta, maquillado con caridad cristiana, hace que la historia sea comprada a medias, al menos por una parte de los que la valoramos en su justo término. No tengo dudas de la potencia de lo que lo dieciséis sobrevivientes y los veintinueve fallecidos padecieron en la montaña, y que puede resultar muy inspirador para muchos que tantos años después se acercan a la historia, pero no me parece en absoluto trivial denunciar esa esquizofrenia entre los valores aprendidos en la montaña y el discurso de la vuelta, que parecería que poco tiene que ver con el primero. ¿Cómo no volver de semejante experiencia teniendo claro la importancia de un Estado presente con derechos y oportunidades para todos? En una entrevista concedida para El Observador en 2013, Canessa aseguró ser “socialista de la boca para adentro y demócrata de la boca para afuera”. Asumo que quiso decir que no hay que jactarse de serlo, es decir, de adoptar condutas parecidas a las de la montaña, pero en esa misma entrevista afirmaba que “en Carrasco se está más inseguro que en Casavalle”. Me resulta irónico que haya elegido el barrio donde Enzo Vogrincic cursó la educación secundaria.

La historia de los Andes nos seguirá conmoviendo y seguirá inspirando a millones porque tiene todos los condimentos dramáticos necesarios para hacerlo. De hecho, muchos han dicho que fue un guion escrito por Dios, en quien la mayoría de los sobrevivientes cree, porque son muy buenos católicos. Me pregunto si son tan buenos cristianos. Más bien, si todos somos tan buenos cristianos. Porque es la historia de ellos, pero podría ser la nuestra.

Por Diego Paseyro
dpaseyro