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Historias
Materializar la pérdida

Opinión | La necesidad de los velorios como forma de despedir a nuestros muertos

No obstante, la rígida solemnidad de nuestros servicios son un fiel reflejo de nuestra sociedad gris. ¿Habrá otras formas de decir adiós?

16.02.2023 16:42

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2023-02-16T16:42:00-03:00
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Por Manuel Serra

Hace unos días falleció una persona muy importante en el curso de mi vida. De esas que dejan una marca en la existencia de uno y que son formativas para la personalidad y los valores propios. Estaba enferma, se sabía con tiempo que le quedaba poco tiempo, y, sin embargo, no dejó —ni deja— de ser un golpe. Además, no tenía una edad especialmente grande. Lo que lo hace más dramático aún.

La noche anterior a su velorio, una amiga me preguntó por qué iba a asistir al servicio. Que por qué precisaba ir para poder despedirlo. Que si no era mejor despedirlo por mi propia vía, solo, en casa. Y eso me despertó todo tipo de cuestionamientos y me ayudó a pensar por qué pensaba —y sigo pensando— que es algo necesario. Debo aclarar, antes de continuar, que, por vericuetos de mi vida personal, terminé no asistiendo, muy a mi pesar. Y me sigue carcomiendo un dolor por no haber ido. Pero prosigamos.

“Para mí, el velorio tiene primero eso de acompañar a la familia. Sin embargo, no es lo primordial: tiene que ver mucho con la libertad y el compromiso. Generalmente, asistir no es algo ‘lindo’ ni disfrutable. Puede parecer más algo molesto. Un ‘encare’, por decirlo de alguna forma. Y el hecho de sobreponerse a todo esto e ir igual, y hacerlo en honor a la persona fallecida, me parece una manera de mandarle respeto a él y también a uno mismo. A la propia voluntad de uno al ir contra esas dificultades. Es, simplemente, el hecho de ritualizar una despedida que me parece que es como una señal al cosmos y a uno mismo. Tiene bastante que ver con el imperativo categórico de Kant, ¿no? Pero tampoco quiero decir que ese imperativo tenga que ser interpersonal, que todos deban tener el mismo. Está perfecto que haya otras formas de despedir a las personas. A mí me hace sentir que cumplo con la persona y, lo más importante, que cumplo conmigo mismo yendo a un lugar que, a priori, no sería el más bello del mundo, y, sin embargo, me voy con el sentimiento del deber cumplido. Ese sería para mí el significado del velorio. Pero eso no quita tampoco que podrían ser diferentes: en vez de algo triste y solemne, podrían ser una fiesta. Como hacen, por ejemplo, en Irlanda, donde la gente va a tomar y a contar anécdotas de la persona. La rígida solemnidad de los velorios uruguayos creo que es un fiel reflejo de la sociedad gris que tenemos. Debería utilizarlos como una oportunidad para celebrar la vida y no para lamentar la muerte. Pero, quizá por eso, y sobre todo por eso, se me hace importante ir: porque es algo que no quiero”, algo así le mandaba por audio de WhatsApp para explicarle mi pensamiento respecto a concurrir a estos eventos de despedida.

Y creo que la demostración de que, al menos, mi psiquis funciona de esta forma, que, al no haber podido ir, sigo sin soltar ni aceptar la desaparición física de esta persona querida. Obviamente, y como planteaba arriba, es algo personal y es la forma de cada uno de procesar los fallecimientos.

Es importantes separar las muertes; sin duda, hay algunas menos esperables y más trágicas que otras. De un momento a otro o sin aviso alguno. Justas por un sentido etario o injustas. De causas naturales o violentas. Producto de una enfermedad o autoinfligida. Respecto a esto, no me surge otra cosa que citar la canción “Ni siquiera las flores” del Darno: “No maldigas del alma que se ausenta / Dejando la memoria del suicida / Quién sabe qué oleajes, qué tormentas / Lo alejaron de las playas de la vida”.

Más allá de esto último, es claro que la naturaleza del suceso es importante a la hora de cómo lo vivimos y lo procesamos para adentro. Esto no quita el quid de esta argumentación —personalísima, no hay ni que decirlo—, que es ir contra el impulso de evitar las situaciones incómodas y protocolizar, de alguna manera, es el primer paso para poder decir adiós.

Sin embargo, no quiero dejar hacer énfasis en que sería bueno, para mi forma de pensar, cambiar el espíritu detrás de la “ritualización de la pérdida”. Es fundamental tener formas para despedirse, sin embargo, ¿deben ser de la forma que la hacemos? ¿Tienen que ser vividas como un flagelo con un cajón como centro y poniendo el eje en el final y no en lo sucedido en el camino? ¿No hay otras formas de vivirlo?

Y claro que las hay: es ahí donde me surge la pregunta si es posible aplicarlas en Uruguay, o en otros países que se viva igual, porque, a su vez, la cultura es algo a respetar. Pero tengo la certeza de que el día que me toque partir —que inexorablemente llegará— voy a dejar escrito la consigna de cómo quiero que se me despida. En mi caso, con canciones de los Stones, con caliboratos varios y con el toque de alguna banda amiga. Pero eso no debe ser una regla. Cada uno debe elegir cómo hacerlo. Qué lindo hacerse cargo de su propia libertad.

Por Manuel Serra