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Contenido creado por Federica Bordaberry
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Escribe Francisco O´Reilly

Opinión | La vida de las preguntas

"Las preguntas filosóficas implican que hemos aprendido a ver algo que no terminamos de conocer del todo", escribe Francisco O´Reilly.

17.03.2022 12:07

Lectura: 4'

2022-03-17T12:07:00-03:00
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En la novela clásica del absurdo Guía del autoestopista galáctico (1979), de Douglas Adams, se le encomienda a la computadora más potente jamás construida en la galaxia, Pensamiento Profundo, indagar por la respuesta última de la vida, el universo y el todo. Sin embargo, para poder dar la respuesta necesitará de siete millones y medio de años. Así es que setenta y cinco mil generaciones más tarde la galaxia entera se reúne. Organizan una gran ceremonia para escuchar la respuesta a la gran pregunta y Pensamiento Profundo responde: “cuarenta y dos”.

La respuesta es decepcionante y absurda. Adams pone en boca de Pensamiento Profundo una de las claves en defensa a su respuesta: “Para ser franco con vosotros, creo que el problema consiste en que nunca habéis sabido realmente cuál es la pregunta… en cuanto sepáis cuál es realmente la pregunta, sabréis cuál es la respuesta”.

No es extraño escuchar a la gente decir que la filosofía no es más que un conjunto de arabescos retóricos para no responder ninguna pregunta. Para algunos la filosofía no es otra cosa que formular preguntas y destruir todo intento de dar con una respuesta. Su finalidad está allí. Se entiende que la pregunta no implicaba un esfuerzo por dar con una respuesta, sino que buscaba deshacer las cosas con los dardos de la duda. La pregunta no es una guía en la búsqueda, sino una destrucción de lo real.

¿Es la naturaleza misma de la pregunta el destruir la realidad? ¿Está allí la esencia de la filosofía? La pregunta no es algo que surge como un dardo, o un martillazo, para poner a prueba la veracidad de la afirmación de otro. Eso es verdad en cierto juego dialéctico, y es una función de la pregunta. Pero también la pregunta es un elemento central en la respuesta. La pregunta surge ante el asombro, la conciencia de cierta ignorancia frente a lo que veo y digo: ¿cómo es que esto aparece aquí? Por eso Sócrates ve en la pregunta y en su naturaleza el camino de superación de la ignorancia: ¿cómo me daré cuenta si encontré algo que desconozco?

Encontrar una respuesta implica primero conocer bien la pregunta. Cuando cada día hacemos una pregunta de la vida cotidiana (“¿a qué hora es la clase?”, “¿dónde es la parada de ómnibus?”), siempre respondemos a partir de lo que hemos vivido y de lo que conocemos. Del mismo modo, las preguntas filosóficas implican que hemos aprendido a ver algo que no terminamos de conocer del todo. Así surgen las preguntas vitales y filosóficas. Las preguntas son luces que aparecen en el camino: debemos acercarnos a ellas para ir clarificando el recorrido. La tentación de utilizar las preguntas para destruir las cosas es la de evadir la conciencia de la propia ignorancia. Sin embargo, apropiándonos de las preguntas, aprendiendo a vivir con ellas es que resolveremos parte del asunto; es más, como dice Rilke, es apropiándonos de las preguntas que aprendemos a vivirlas, y será en esa vida de las preguntas que daremos con las respuestas.

Esta intuición de Rilke muestra cómo la filosofía ha ido encontrando respuestas. La filosofía no es un ejército de preguntas que busca quitarnos el sentido. Más bien es la apertura al mundo. Gracias a esas preguntas, teniendo “el ojo atento al ser de las cosas” (Heráclito), podemos encontrar las respuestas.

El desafío mayor es reconocer la vida de las preguntas, cómo persisten en el tiempo y cómo fueron encontrando respuestas en las experiencias de los hombres. No tiene mucho sentido arrojar respuestas, por muy elaboradas que sean, a preguntas que no hemos sabido vivir, porque toda respuesta nos sonará igual que “cuarenta y dos”. La materialidad de la respuesta carece de sentido si no está impregnada del espíritu de la pregunta. La filosofía, en su historia y en sus textos, tiene que ver con la pregunta, con vivir en las preguntas, para darle vida al conjunto de respuestas que encontramos.

Francisco O'Reilly es licenciado y profesor en Filosofía de la UNSTA (Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino), en Argentina, y doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra, en España.

Es decano de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Montevideo (UM). Fue director del Departamento de Filosofía de la UM y dicta clases de Ética y Cuestiones de Teología en varias facultades de esta universidad. En la carrera de Filosofía es docente de Historia de la Filosofía Antigua y Medieval, y de Teodicea. También es investigador Nivel I del SNI-ANII.