En 2020 hicimos un estudio con 1839 personas veganas uruguayas para analizar la demografía de esta población. Solo el 17% declaraban ser hombres. Al publicar ese dato en las redes el primer comentario que recibimos fue de un hombre diciendo: “Las estadísticas hablan: ser vegano es de trolo”.
Con confianza puedo predecir que esta misma nota también será bardeada en las redes con comentarios de hombres (que no leyeron la nota), intentando humillar, bromear y rebajar al que tenga el atrevimiento de cuestionar las normas y costumbres de la masculinidad hegemónica.
¿A qué se debe esta reacción? ¿Por qué es tan interpelante para los hombres el respeto hacia los demás animales? ¿Cómo se vinculan el especismo (la discriminación moral de los animales) con el machismo?
No hay nada más aterrador para un hombre patriarcal que le cuestionen sus privilegios, porque es en el privilegio (esa ventaja asignada socialmente al nacer dentro de un grupo dominante) desde donde se construye la identidad y el poder de los hombres.
Con el avance del feminismo, el privilegio patriarcal cada vez se va desmantelando, dejando en evidencia la famosa “masculinidad frágil”. Esta es la necesidad de demostrarse importantes y poderosos hacia afuera en respuesta a una inseguridad interna, como la inseguridad que les produce ver que oprimir a otros es algo cada vez más cuestionado.
Y con otros no solo me refiero a humanos, dentro de “otros” también se encuentran los billones de animales que son explotados y matados para consumo (más de 25 millones al año solo en Uruguay). Por esa razón, ahora también avanzan otras causas sociales como el veganismo, que buscan la deconstrucción de otras lógicas opresivas, diferentes en la práctica, pero similares en la raíz.
A continuación haré un breve recorrido por algunos de los pilares ocultos del comportamiento patriarcal, que se ven estrechamente vinculados a su relación con los demás animales.
Consumo de cuerpos
En su libro La política sexual de la carne, la autora Carol J.Addams hace un análisis de la intersección entre el machismo y el especismo, donde muestra cómo en el lenguaje, la publicidad y las culturas, tanto mujeres como animales son cosificados para consumo del hombre. Donde un individuo complejo con voluntades y consciencia propia, es reducido meramente a un cuerpo de consumo (consumo sexual o literal), pero en definitiva, cuerpos convertidos forzadamente en productos para servicio y placer del hombre.
Cuando un hombre no consume mujeres o animales, en ambos casos es igualmente etiquetado por sus pares como “trolo”, mientras que los que más consumen mujeres y animales, son considerados machos ganadores.
La publicidad tiene un gran papel de reafirmar y aprovechar estereotipos de género. “Los hombres de verdad comen carne”. Foto: Joaquín Osimani
Como es de esperar, el modelo consumista se ha aprovechado de los estándares de masculinidad para lucrar con ellos, donde la falta de consumo de mujeres o animales (que implican pérdida de masculinidad), se puede compensar consumiendo otros productos, salvando al hombre de ser considerado “trolo”, “marica”, “nenita”, por sus pares.
El siguiente comercial de camionetas Hummer es un ejemplo perfecto de esta “compensación de puntos de masculinidad”, donde una persona se siente “menos hombre” al comparar su surtido de vegetales y tofu, con el de carne y brasas del hombre que está a su lado. El anuncio termina con la frase “restaura el balance”.
“Están para servirme y obedecerme”
Cuando las estructuras sociales se basan en sistemas de poder, dominar a otros se vuelve la herramienta para mantenerse arriba en la jerarquía.
La psicóloga social Melanie Joy plantea el concepto de “poderarquía” (powerarchy), como un meta-sistema por encima de todas las ideologías supremacistas. Esta determina la forma en que las opresiones funcionan, donde las relaciones sociales, interpersonales e intrapersonales, se basan en desbalances de poder y dominación, que anestesian la empatía de los opresores y silencian el enojo y los intereses de los oprimidos, al punto que estos mismos terminan muchas veces cediendo al sistema.
No es de extrañar que si analizamos las actividades tradicionalmente consideradas viriles, la violencia hacia los demás animales está muy presente. El consumo de carne, las jineteadas, las corridas de toros, la caza y las yerras, todas ellas son inconscientemente una forma de festejar y reafirmar la dominación del hombre hacia otros, una demostración de poder y de virilidad.
Incluso la pesca, que culturalmente se sigue romantizando como una actividad de “paz y contacto con la naturaleza”, implica violentarle la vida a otro ser sintiente, que es asfixiado hasta la muerte, o “liberado” luego de perforarle la boca con un gancho afilado.
Un ejercicio interesante para visibilizar la simbología del poder del hombre, es analizar las estatuas de los famosos personajes históricos que vemos por la ciudad. Con excepción de artistas e intelectuales, la mayoría se encuentran montados a caballo: un símbolo de estatus y jerarquía.
Montar a caballo es un acto de poder porque implica lograr la sumisión total del otro, al punto que el otro hace lo que yo quiera si se lo ordeno, porque ya le quité su independencia, su resistencia, su voluntad propia. Ningún caballo nace sumiso, al igual que ninguna mujer ni persona esclavizada lo hace. Estos son sometidos a manipulaciones psicológicas, castigos físicos y amenazas por parte de su opresor, que los condiciona a terminar en la sumisión.
Si lo analizamos, la jineteada es la cúspide simbólica de la cultura nacional de la opresión, un espectáculo donde se admira el poder del hombre para dominar la vida de alguien que no quiere ser dominado, que lucha con todas sus fuerzas para que esto no ocurra. Paradójicamente, el deporte nacional de Uruguay implica quitarle la libertad a quien simboliza la libertad en nuestro escudo nacional.
Incluso si dejamos de lado los problemas mas evidentes de violencia física o los casos donde el caballo termina en la muerte, el mayor problema de las jineteadas es simbólico, educando a nuevas generaciones que dominar a otros en contra de su voluntad es algo admirable, algo digno de valor y de ser respetado. ¿Qué repercusiones tiene eso a nivel social?
Foto: Joaquín Osimani
“Los hombres no lloran”
Como las relaciones de dominación se basan en el poder y la violencia, mostrar piedad, compasión y empatía sería renunciar a ese sistema y “rebajarse” al nivel del oprimido, “rebajarse” a características tradicionalmente asociadas a la feminidad.
Empatizar con un animal, o incluso argumentar que estos sufren injustamente, suele ser acusado como “sentimentalismo” e irracionalidad, al igual que se hizo con cada mujer en la historia al plantear cualquier tipo de opinión diferente a la del hombre. Acusar a alguien de sentimentalista es una herramienta usada para ignorar completamente todos los argumentos científicos, éticos, filosóficos o socioculturales que se planteen, y también para rebajar la importancia que la sensibilidad debería tener en un mundo donde el humano se vuelve más frío y egoísta.
La sensibilidad, o mejor dicho, la aceptación y exteriorización de los sentimientos, fueron y siguen siendo temas tabú entre los hombres. Todos hemos escuchado desde niños que “los hombres no lloran”, y si lo hacen, no son raros los comentarios como “no seas nenita”.
Si estará enferma nuestra sociedad, que los sentimientos mas esperables en los hombres son el enojo, la lujuria, el orgullo, la venganza, etc, mientras que sentimientos como la ternura, la empatía o la tristeza deben ser reprimidas, ignoradas, negadas al punto de pretender que no existen. Como sabemos, esa negación de las emociones humanas pone en riesgo la salud mental de la persona, y por ende, sus formas de vincularse con otras y consigo misma. No por casualidad en torno al 80% de los suicidios son realizados por hombres, otro ejemplo de como el patriarcado también impone roles y expectativas perjudiciales para los hombres.
“Hacele frente al despelo, que por algo sos varón.
Los hombres no lloran si ella los deja,
ni ruegan la triste limosna de amor”
Dice un tango de Juan D’Arienzo del 1962.
“¿Qué pensará la barra?”
Cuando un hombre piensa en hacerse vegano, una pregunta que suele pasar por la cabeza es: “¿Qué pensará la barra de amigos?”. La aprobación del grupo sigue siendo un determinante a la hora de considerar las tomas de decisiones. Si un hombre deja de comportarse como el grupo espera, este puede ser humillado y excluído, ya no será digno de ser llamado hombre (sea lo que eso signifique).
Todo intento de sensibilizar, de cuestionar y de deconstruir al grupo será tomado como una amenaza, ya que estos debilitan la complicidad y el tejido del sistema patriarcal.
El siguiente video ejemplifica a la perfección el clásico comportamiento masculino en grupo y lo que sucede cuando uno plantea una visión distinta. Lo que comienza con la clásica discusión semántica sobre la que hablo en mi nota anterior, termina desviándose a la burla de quienes no consumen cosas “de hombres”, como las hamburguesas de “lentejitas” y la cerveza sin alcohol. Clásico comportamiento machista: cuando ya no tengo argumentos que respalden mi postura, ataco con burlas, insultos o golpes, porque eso coloca al enfrentamiento en el plano del poder físico y no el de la argumentación y la razón.
“Un aplauso para el asador”
Tan arraigada está la carne al machismo, que lo único que tradicionalmente cocina el “jefe de familia”, es el asado. Esto no solo es aceptado socialmente, sino que es admirado, ya que cuando lo hace, es merecedor de un aplauso de elogio y admiración por parte de todos los comensales. Sin embargo, las mujeres que en sus casas, en algunos casos, cocinan todos los días, incluso elaboraciones más complejas, nunca son aplaudidas, después de todo para eso están en la cultura patriarcal: servir al hombre sin esperar nada a cambio.
¿Y de qué se encargan las mujeres mientras los hombres preparan el asado?… la ensalada, ¿casualidad?
El patrón se repite: carne = masculinidad, vegetales = feminidad.
Las proteínas
Como otra forma de poder, la masculinidad hegemónica también busca destacar la fuerza física del hombre. Esto no significa que hacer ejercicio o musculación sea un signo de masculinidad tóxica, pero sí lo es cuando el valor o respeto hacia alguien (o hacia uno mismo) es determinado por el tamaño de sus músculos.
Existe el mito ampliamente desmentido pero persistentemente presente, de que solo podemos obtener proteínas completas consumiendo productos de origen animal. Por lo tanto, según la desinformación colectiva, ser vegano implicaría también abandonar la fortaleza de las proteínas, abandonar la masculinidad de ser fuerte.
La ciencia demuestra la irrelevancia del origen de los aminoácidos para la formación de proteínas completas. Mientras cientos de atletas que siguen una alimentación basada en plantas destacan en deportes de resistencia, y cada vez más aparecen también en deportes de fuerza. Tanto está cambiando el mundo, que la final masculina de la copa Wimbledon de este año fue entre Djokovic y Kyrgios, dos deportistas de élite que mantienen una alimentación basada en plantas, sin ningún tipo de carne ni derivados animales.
No importa la cantidad de veces que se desmienta el mito, un hombre patriarcal no quiere aceptar que ni sus músculos ni su masculinidad están determinados por la cantidad de animales que coma.
“Siempre lo hicimos así”
La apelación a la tradición es una de las falacias argumentativas más comunes usadas por los reaccionarios de todos los cambios sociales. Cuando uno está cómodo en un sistema creado a su beneficio (a costa de la vida de otros), la tradición es algo que debe perdurar para mantener dicha comodidad.
Como bien sabemos al estudiar la historia, la tradición o permanencia de una costumbre en el tiempo no garantiza su ética. Si lo fuera, el progreso moral y legal no existiría, porque mantendríamos todas las cosas como siempre se hicieron. Antes era tradicional que la mujer no tenga independencia, la esclavitud, prender fuego a “brujas” y crucificar a “traidores”.
Sin irnos a la historia, hoy en día podemos analizar otras culturas, donde existen tradiciones muy diferentes a las nuestras, como consumir perros, cazar delfines, apedrear públicamente a mujeres, o la pedofilia. ¿Podemos decir que esas costumbres son éticas porque son tradicionales en sus culturas?
La moral y las leyes suelen ser siempre definidas por el grupo dominante que escribió la historia, sin consultar o analizar la posición de la víctima. Es por eso que la reflexión ética es necesaria para cualquier avance social, dejando la tradición por fuera del debate.
Resumiendo
A pesar de que las mujeres y los veganos seguimos siendo etiquetados de sentimentalistas, irracionales y débiles, al final no hay nada más cobarde e irracional que las lógicas del patriarcado y el especismo. Nada mas cobarde que bloquear los sentimientos humanos para poder oprimir a otros, nada más cobarde que rendirse a lo que los pares esperan de nosotros, incluso cuando va en contra de nuestros valores innatos. Nada más cobarde que utilizar el privilegio de la impunidad de oprimir, y victimizarse cuando se exige justicia para los oprimidos.
No hubo nada mas aterrador en mi vida que mirar sensiblemente los horrores que existen ocultos en nuestra vida cotidiana. Animarme a aceptar que yo era parte del problema, animarme a cuestionar hasta a mis propias creencias.
Valiente no es quien no siente, valiente es quien actúa sintiendo.
El patriarcado especista es cobarde porque le teme al cambio, le teme a que otros recuperen la potestad de sus cuerpos y sus vidas, le teme porque sólo piensa desde las lógicas del poder, donde solo hay un lado opresor y uno oprimido, no una convivencia respetuosa.
Invito a los hombres que estén leyendo este texto, a animarse a cuestionar de dónde vienen nuestras formas de actuar, de dónde vienen los miedos a ser distinto, a pararse frente a una injusticia, a sentir y empatizar con otros. El mundo no necesita más “machos” duros y llenos de odio e ignorancia, necesita más humanos, pensantes y sensibles.
También invito a quienes estén luchando por otras causas, a preguntarse si la opresión de los animales es algo digno de mantener en las nuevas construcciones sociales. Si la violenta lógica de convertir a alguien en un producto de consumo se vuelve aceptable cuando ese alguien no es una mujer u otro humano, sino un animal de una “especie inferior”.
Invito a pensar si definir moralmente a otros como inferiores o superiores, no es perpetuar las ideologías supremacistas que queremos erradicar.
Invito a pensar antes de consumir, pensar si detrás de ese consumo hubo “algo”, o alguien que ya no es.
Foto: Joaquín Osimani
* Joaquín Osimani es egresado de la licenciatura de Diseño Industrial (FADU, UDELAR), cursando tesis sobre economía circular. Es, además, investigador y activista vegano, y estudioso de lenguas y culturas asiáticas.