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Contenido creado por Agustina Lombardi
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Los libros y sus autores

Pablo Casacuberta: “Me he vuelto un poco cascarrabias al juzgar productos culturales”

“Una vida llena de propósito” es la nueva novela del escritor, una historia que se construyó entre las paredes del hospital.

24.11.2022 17:29

Lectura: 9'

2022-11-24T17:29:00-03:00
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Para el escritor, artista visual y director de largometrajes, la contemporaneidad podría ser “el período de menor desamparo de toda la historia”. En ese caso, la literatura no vendría a salvarla. Pero eso no le quita la punción para seguir escribiendo. Es reconocido desde 1996, cuando ganó su primer Premio Nacional de Literatura Uruguaya. El segundo le llegó en 2019. Por otra parte, su obra ha estado expuesta en Venecia y Nueva York, además de Montevideo. En su trayectoria dirigió Another George, Clemente: los aprendizajes de un maestro y Soñar robots. Publicó un libro de fotografías y otro de pinturas. Ahora vuelve con Una vida llena de propósito, una novela que terminó en la habitación de cuidados intermedios de un hospital.

Javier Noceti

Javier Noceti

¿Cuándo empezaste a escribir?

Empecé a escribir con intenciones literarias a los seis años. Después dejé en pos de intentos más o menos desesperados por parecerme a los demás niños. No funcionó del todo, aunque puse en el asunto bastante empeño. Así que volví a la escritura varias veces y desistí cada vez menos.

¿Te acordás de cuál fue el primer libro que te marcó?

Los Hermanos Karamazov. Lo leí en la adolescencia temprana. Recuerdo que me impresionó lo increíblemente crudo que puede resultar un libro, sin que el lector resulte tan herido como los personajes. Esa oportunidad de explorar auténticos vórtices de dolor me impactó aún más que la posibilidad de imaginar mundos.

¿Dejar de leer o dejar de escribir? ¿Por qué?

No entiendo la pregunta. ¿Hay que dejar de hacer cosas para poder apreciarlas cabalmente? ¿Y si el ejercicio, en vez de imaginar su falta, invitara a pensar cómo hacer para poder leer y escribir más? No tengo una respuesta unívoca, pero me siento tentado a ofrecer un par de propuestas: abandonar las redes sociales completamente, y abandonar cualquier consumo de pantalla que involucre exposición a publicidad. Si vamos a dejar alguna cosa, comencemos por ahí.

¿Qué estás leyendo ahora?

Estoy leyendo Volver a comer del árbol de la ciencia, de Juan Cárdenas, El origen de las palabras, de Damián González Bertolino, y Los bárbaros, de Alessandro Baricco.

¿Cuáles son tus escritores uruguayos favoritos? ¿Identificás influencias? ¿Cuáles? ¿Alguno que te guste recomendar?

No soy, de ninguna manera, un conocedor de la literatura y, mucho menos, de la literatura uruguaya. Soy un lector salteado. Pero hay, por supuesto, escritores uruguayos que leí en algún momento propicio, y que recomendaría entusiastamente. De los muertos, Felisberto Hernández, Paco Espínola, Horacio Quiroga, Juan Carlos Onetti, Acevedo Díaz, Mario Levrero, Marosa di Giorgio. De los vivos, Gustavo Espinosa, Damián Gonzalez Bertolino, Inés Bortagaray.

¿Sos de releer? ¿A qué libro solés volver?

No tengo el hábito de releer títulos completos. En cambio, me encuentro a menudo abriendo un libro para buscar un pasaje concreto que en su momento me influyó mucho. Intento repasar exactamente cómo es que esa idea estaba formulada, qué palabras se usaron para plasmarla y en qué contexto aparecía. La mitad de las veces descubro que el pasaje no existe, o que tiene apenas un vago parecido con la idea que una vez retuve.

Recomendanos un libro, un disco y una película para este fin de semana.

Me he vuelto un poco cascarrabias a la hora de juzgar productos culturales. No es que no me guste nada. Simplemente me convertí en un sujeto fundamentalmente atento a los consejos de personas veinte años menores que yo. También me ocurre que hace tiempo que no encuentro un libro que me tome por las solapas y me sacuda por completo. Ni una película. Ni un disco. Aunque hay cosas muy buenas, ciertamente. Especialmente si uno no se ve limitado por el inexorable mandamiento de resultar contemporáneo.

Recomiendo, acaso por puro despecho, Historia de un amor turbio, de Quiroga. He oído decir que sus novelas son malas y que no debería haber abandonado jamás el corral de los cuentistas, que es al que lo condenaron, como si las personas debieran hacer una y solo una cosa. Nunca entendí por qué. Si esa novela hubiera sido escrita por otro contemporáneo suyo, se estudiaría en los liceos. Recomiendo el disco Reunión cumbre de Astor Piazzolla y Gerry Mulligan. No ha envejecido ni un ápice en medio siglo. Por último, invito a ver una película que está en cartel: El empleado y el patrón, de Manuel Nieto Zas. Es realmente impactante encontrar una película uruguaya tan bien contada y tan removedora.

Contanos sobre esa vez que un lector te reconoció en la vía pública.

He sido abordado por lectores en calles y espacios públicos unas cuantas veces. Siempre me resulta bastante milagroso encontrar que un texto personal, que uno escribió solo y en una habitación, pueda ingresar en la vida de otra persona y significar algo en un plano íntimo. Hubo un libro en particular que era bastante críptico y cuya trama ocurría en un hospital. Una persona me dijo que lo había leído al lado de su madre, que atravesaba los últimos días de una enfermedad terminal en una sala de últimos cuidados, y que el libro lo había acompañado mientras ella estaba inconsciente. Otra vez, en una librería, una señora muy respetuosa me dijo: “Voy a quitarle solo un minuto de su tiempo para decirle que sus libros han sido importantes para mí”. Dijo esto y se fue con toda prisa. En otra ocasión una enfermera, a través de una gruesa máscara, antiparras y visera, me dijo, esta oportunidad mientras yo mismo estaba internado en un centro de terapia intensiva: “Aquí tenemos un círculo de lectores: sabemos quién es usted, así que ya ve, tiene que hacer un esfuerzo porque no puede morirse”. Trato de recordar estos episodios cada vez que alguien, por falsa modestia o por pose, sugiere que la literatura es un puro regodeo inútil. Guardo cada encuentro con un lector como un rarísimo, muy improbable, privilegio.

Tu autobiografía en una frase.

Ninguna autobiografía cabe en una frase. Arriesgo entonces un epitafio: “No hizo todo lo que pudo, sino apenas lo que vio”.

Tenés que convivir un mes con una autora o un autor: ¿a quién elegís?

Ya no nos acompaña ninguno de los dos. Pero optaría sin dudarlo por Oliver Sacks o Carl Sagan.

Un lugar para volver.

No es un lugar, sino una sensación recurrente: “Ah, entonces esto es en serio…”.

El primer verso que te viene a la mente.

“Miré los muros de la patria mía” de Quevedo.

¿Para qué literatura en el tiempo del desamparo?

Podría decirse con bastante sustento argumental que este es el período de menor desamparo de toda la historia. El hecho de que en el mundo se publiquen hoy más libros por día que en todo el siglo XVI sería uno de los argumentos que podrían enarbolarse en esa conversación. Que es larga, controversial y jugosa.

Lo último que comiste va a ser el menú para toda tu vida. ¿Qué es?

Cualquier platillo cocinado por la inigualable Andrea Arobba. Especialmente su carne al horno con boniatos.

Tu idea de felicidad y tu idea de miseria.

La felicidad es saber que hay una sola vida y que es finita, imperfecta, incompleta, dispersa, episódica. Saber que, en ella, uno será alternativamente muchas personas; variantes que se comunican poco entre sí y que resultan en un comportamiento a menudo contradictorio y caótico. Que la sociedad es la resultante, a gran escala, de esa infinidad de mundos interiores en estado de continua fricción. Y que los problemas que esa diversidad de aspiraciones y urgencias produce son inevitables, aunque ciertamente se puede trabajar sobre ellos y, eventualmente, al menos en alguna medida, aliviarlos. Aunque no sin generar nuevos problemas.

La miseria es no saber eso, creer que los humanos están constituidos fundamentalmente por ideas y valores o, peor aún, por entidades espirituales atrapadas en un cuerpo, y que se liberarán por fin un buen día, cuando no exista más la carne. Ese conjunto de postulados o creencias es la base para una profunda, sostenida y cíclica infelicidad. Y a gran escala socava la trama social, nos deshumaniza y nos aparta de la naturaleza.

Sobre Una vida llena de propósito.

“Todos los libros son de autoayuda”, dice uno de los personajes de esta novela delirante. A lo largo de un accidentado camino de torpezas, su protagonista, el incurable escéptico David Badenbauer, deberá emprender un proceso de autoayuda que haría palidecer al más ambicioso de los gurús. En la peor privación, instigado por una hostilidad que siempre atribuye a los demás, el frustrado neurofisiólogo se verá obligado a enfrentar todo aquello que ha evadido por décadas. Para soportarlo, deberá hallar refugio en el ejercicio de la ironía y del pensamiento, donde se expresa lo mejor de su existencia.

Pablo Casacuberta terminó esta novela en el módulo de cuidados intermedios de un hospital, luego de haber pasado algunos de los días más álgidos de su vida en un centro de terapia intensiva. El desquicio de la pandemia, con todas sus consecuencias terribles, contribuyó paradójicamente a que tanto la gloria como el absurdo de la vida ficcionada alcanzaran en sus páginas un tono apoteósico. La muerte, el misterio de la conciencia o la inexorabilidad de la entropía se exploran aquí en un recorrido tan íntimo como universal.

Para coronar la suma de raras resonancias históricas, apenas días antes de que esta edición entrara en imprenta, el tema exacto que investiga Badenbauer en la novela recibió, en la vida real, el Premio Nobel de Medicina. Es como si la Academia Sueca hubiera decidido compensar las penurias del personaje de ficción con un minuto de auténtico pasaje por el mundo de los vivos.