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Contenido creado por Federica Bordaberry
Cine
Hermandad en el cine

Para los hermanos en todas partes

Sing Street, situada en Dublín, cuenta la historia de Conor, un joven de 15 años cuyo mundo entra en caos y busca la guía de su hermano.

13.04.2022 09:48

Lectura: 6'

2022-04-13T09:48:00-03:00
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Por Diego Sardi

Título original: Sing Street / Director: John Carney / Año: 2016

País de origen: Irlanda - Reino Unido / Duración: 1 hora y 46 minutos

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Muchos de mis dramas son un privilegio. No digo con esto que sea un placer transitarlos (no, jamás renunciaré al confort de sentirme una víctima). Lo que digo es que a veces me paro frente a la vida como si fuera el primero en llegar. Exijo que todo me sea más fácil, pero ignoro cuánto me han simplificado el camino quienes vinieron antes de mí. Pioneros que tuvieron que postergar sus proyectos por el bien de otros. Proyectos que, gracias a su sacrificio, para mí hoy son realizables.

Sobre esto me hizo reflexionar Sing Street. Situada en Dublín, que atravesaba una crisis económica en 1985, cuenta la historia de Conor, un joven de 15 años cuyo mundo entra en caos. El matrimonio de sus padres se cae a pedazos; por falta de dinero lo cambian a un liceo público con compañeros abusivos y curas golpeadores; y se enamora por primera vez de una chica que lo hace sentir emociones tan desconcertantes como estar triste y feliz al mismo tiempo (y he aquí el drama real).

Crecer implica aprender a navegar en aguas turbulentas sin ahogarse en el intento. En medio de la tempestad, nuestros padres suelen hacer de faro para ayudarnos a llegar a buen puerto. Pero Conor, al igual que varios en la película, no cuenta con esa suerte. “Pórtate como un hombre”, le dice su padre, citando el motto del nuevo colegio, cuando le explica que deberá aceptar el cambio de institución. Su madre no está de acuerdo, pero tampoco se anima a hablar. A pesar del consejo empático y sensible del neandertal de su progenitor para gestionar el cambio, Conor está cansado de aceptar y por eso busca la guía de su hermano mayor, Jack.

Si bien se lo presenta como la oveja negra de la casa, que tras haber abandonado el liceo no tiene un plan de futuro más que pasarse escuchando rock y fumando marihuana, Jack es el único con la lucidez y el coraje para enfrentar y cuestionar al padre por cómo trata a la familia. Conor admira el espíritu rebelde del hermano, se siente seguro con él y, por eso, recurre a su guía. Y su hermano acepta el rol de sherpa. Le enseña a Conor sobre la vida a través de una de sus pasiones: la música, especialmente el rock y pop rock de la época. Entre canciones y videos musicales, le muestra cómo las bandas se plantan frente a la vida. “O sea, ¿qué tiranía le puede hacer frente a eso?”, le dice a su hermano chico mientras ven en la tele el nuevo video musical de Duran Duran. En un hogar que se desmorona, Jack hace que su hermano se centre en el poder del arte. Así, Conor crea su propia banda de rock para conquistar a la chica que le gusta, Raphina, y rebelarse ante los dictadores del liceo.

Mientras que la trama de esta película resulta familiar, algo que la diferencia es el retrato peculiar que el director hace de la adolescencia. Los integrantes de la banda de Conor, a quienes les debemos los mejores momentos de comedia, son niños que se comportan como adultos en un mundo roto. Púberes sin esperanza de vello facial que fuman, vestidos con chaquetas de cuero y lentes de pasta, en un intento por fingir rudeza que solo resulta tierno. Quinceañeros que encarnan lo que, según Jack, es el espíritu del rock: el riesgo de parecer un ridículo. Y que cuando superan el miedo a quedar mal, se descubren valientes. De a momentos la película tiene verdades demasiado articuladas para gente tan pequeña, pero se le perdona.

Sing Street cuenta una historia de huérfanos emocionales, de adolescentes cuyos padres no estuvieron para enseñarles a navegar esos mares revueltos porque ni ellos mismos pudieron con la tormenta. Además del caso del protagonista, lo vemos en Billy, el hostigador de Conor. Es hijo de un hombre alcohólico que lo humilla y así provoca la ira que el joven desquita con los demás. Y también es el caso de Raphina, que vive en un hogar de niñas huérfanas. Su padre -quien se sugiere que era un alcohólico que abusó de ella de chica- murió en un accidente de tránsito y su madre está internada porque es maníaco-depresiva. “Es un amor extraño, ¿no?…”, le dice Raphina a Connor. Ellos saben que sus padres los quieren, pero intuyen que no saben amar.

Conor es el único afortunado de la película que cuenta con un hermano mayor. Pero lo que ignora es que detrás de ese espíritu rebelde de Jack que tanto admira, también hay enojo, en gran parte dirigido hacia él. Porque la rebeldía reprimida por mucho tiempo se convierte en resentimiento. Y así nos enteramos que de adolescente Jack intentó escapar de la familia y huir a Alemania, pero su madre le pidió que se quedara. Y se quedó. Quizá para cuidarla de su padre, quizá para que sus hermanos no sufrieran los mismos errores que sus padres cometieron con él. Lo cierto es que ese adolescente que tenía un futuro prometedor pasó rápidamente a las sombras. Y así se lo hace saber a Conor cuando se le ríe al decirle que quiere hacer algo serio con su vida: “Eres el menor, estás siguiendo el camino que yo abrí en esta jungla que es esta loca familia... ¿Crees que están locos ahora? Imagina cómo eran cuando tenían 20 años. Dos católicos en un apartamento alquilado, con un bebé llorón, que solo se casaron para tener sexo. Ni siquiera se amaban. Yo viví todo eso, solo”.

Sing Street es una película agridulce. El viaje de Conor con su banda tratando de conquistar a Raphina es divertido, conmovedor y tierno, pero cada momento en que Jack se ilusiona con las historias de su hermano menor pensando en la vida que pudo haber tenido, las lágrimas vienen a los ojos. Conor aprende que Jack envidia sus problemas de hijo menor. Que hubiera soñado con que le robaran el corazón de esa manera y armar una banda para reclamarlo. Que si se hubiera escapado de la familia cuando tuvo la oportunidad, su historia sería diferente.

“Para los hermanos en todas partes”, es la dedicatoria con la que el director cierra su obra. Esta película me hace recordar algo obvio: nadie elige en qué orden nacer (vamos, quizá ni siquiera elegimos nacer, pero esa es otra película). Los hermanos mayores fueron sorteados con el primer lugar. Solo por eso, les debemos el respeto de haber sido el conejillo de Indias de nuestros padres. Y así, cuando siento que mis dramas son excepcionalmente complejos, recuerdo que nací segundo y que soy de los que tienen un hermano mayor que, junto con tantos otros que vinieron antes de mí, me abrieron paso.

Por Diego Sardi