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Literatura
Coro literario

Para qué escribir: la honestidad brutal y existencial de Orwell, Didion, Ernaux y Carver

Si la necesidad de expresión oral existe desde que existe el ser humano, para qué escribir en una era cada vez más visual.

15.01.2024 16:56

Lectura: 7'

2024-01-15T16:56:00-03:00
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Por Sofía Durand Fernández
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En un mundo donde los lectores escriben y los escritores leen, poner la vida en palabras es una necesidad. Una tarea en conjunto donde se intentan llenar los baches creados por cuestiones existenciales. No habrá una única verdad, ni una única postura.  

"Escribo porque hay alguna mentira que quiero dejar al descubierto, algún hecho sobre el que deseo llamar la atención. Y mi preocupación inicial es lograr que me oigan”. Esto dice George Orwell (1903) en su ensayo Por qué escribo, publicado en 1946. Allí también enumera algunas razones por las que cree que un escritor se embarcaría en semejante tarea.  

Entre la necesidad de almacenar los acontecimientos históricos que lo rodean, señalar con el dedo el camino que se debería emprender –alterar lo establecido– y concebir algo bello, Orwell habla del deseo de ser recordado. De ganarle a la muerte. De dejar grabadas a fuego palabras lo suficientemente bien articuladas como para que pasen a la posteridad.  

En las palabras de la pluma detrás de obras como Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1945) existe una ambivalencia. Dicen, algunos, que hay retribución para el que escribe. También, que hay entrega al otro. Que se escribe para otro, para alguien. ¿Por qué se escribe y para quién, realmente, se escribe?  

George Orwell

George Orwell

Con la visión personal como punto de partida, el género narrativo se disputa entre el entorno, el otro, el mundo externo y el mundo interno. El yo. Hay una línea que define hasta dónde el que escribe puede ser parte sin que el relato deje de ser universal. Es un límite difuso. 

“Por el completo deseo egoísta de la composición, que para mí supera los falsos deseos de comer, tomar y tener sexo. Como no escribo para enseñarle nada a nadie, es un acto completamente egoísta. Pero me da una sensación de equilibrio y una razón de existencia. Nada me da tanto placer, cuando lo hago bien, como escribir”. Esta es la respuesta del poeta estadounidense Henri Cole (1956), en el número 209 de The Paris Review (2014). Una visión hedonista de la escritura.  

Para Joan Didion (1934), la escritura era una forma alternativa de investigación. “Averiguar qué estoy pensando, qué estoy mirando, qué veo y qué significa”, escribe en Lo que quiero decir (2021). Era también, algo de lo que agarrarse en tiempos donde todo lo que conocía se desmoronaba. Mircea Cartarescu (1956), el escritor rumano que estuvo hace poco en Uruguay, dijo en la quinta edición del festival literario Málaga 451 que escribe porque quiere entender su situación en el mundo.  

Cartarescu vive la literatura como un deber. Pero afirma que vive en cada libro que escribe. Didion habla de la escritura como algo hostil. “El escritor siempre está intentando engañar al lector para que escuche su sueño”.

Joan Didion

Joan Didion

Louise Glück (1943) entiende que escribir un poema “es, sobre todo, la búsqueda de un contexto”. Glück conjuga y simplifica al máximo el lenguaje para darle al clavo con sentimientos universales. El miedo a la muerte, el paso del tiempo, la inocencia de la niñez.

Annie Ernaux (1940) definió la escritura como “un acto político que abre los ojos a la desigualdad social”, cuando conversó con la Academia que le dio el Premio Nobel de Literatura. Glück, al igual que ella, ganó este reconocimiento. Las obras de las autoras tienen como objeto principal de inspiración su vida personal. Y escriben desde ese lugar.  

Suena contradictorio. ¿Qué es, entonces, lo que les permitió llevar lo personal a lo universal, la condición sine qua non de la literatura?  

A partir del mes de septiembre del año pasado, no hice otra cosa que esperar a un hombre: que me llamara y que viniera a verme”. Así comienza Pura Pasión, el libro que Ernaux publicó en 1993 y que cuenta su affaire con un diplomático.

Las posibilidades de que los lectores de la autora hayan tenido un affaire con ese mismo diplomático, en la misma época, y bajo las mismas circunstancias, son bajas. Por el contrario, que se hayan sentido “idiotizados”, al punto de esperar noches enteras al lado del teléfono, abriendo WhatsApp cada dos minutos, subiendo historias en Instagram para recibir la respuesta de alguien, son bastante altas. 

Joan Didion escribe El año del pensamiento mágico (2005) luego de la muerte de John Dunne, su marido durante casi cuarenta años. Luego, su hija moriría con tan solo 39 años, lo que la llevaría a escribir Noches azules (2011). Solo Didion estuvo casada con John y solo Didion fue madre de Quintana.  

"También sé que si queremos seguir vivos llega un momento en que tenemos que dejar ir a los muertos, dejarlos ir, dejarlos muertos", escribe en El año del pensamiento mágico.

Entonces, ya no son solo los duelos de Didion. La pluma no es una pluma, sino un bisturí manipulado con pulso quirúrgico. Un pulso lo suficientemente hábil para que lo que se escribe impregne a los demás. 

No querer tirar la ropa de un ser vivo que falleció, ni que se termine el año en que murieron, porque eso significa que, de alguna manera, quedan atrás. Didion solo es quien lo identificó y fue capaz de plasmarlo con la palabra justa. Encontrar huecos y llenarlos de palabras.

Raymond Carver escribió en su ensayo El oficio de escribir, publicado en 1981, que no era solo una cuestión de talento, sino la forma de observar lo que ya se ha visto y plasmarlo de la manera característica del escritor. Es en este punto donde la pluralidad de vivencias y posturas cobra valor.  

Hay una respuesta a por qué los relatos que, inicialmente son personales, se publican y se leen. Porque se convierten en propiedad del mundo, aunque en un principio hayan pertenecido a una sola persona. El autor lo publica porque el relato tiene la suficiente fuerza para que los demás se apropien de él.  

La razón por la que escriben en primer lugar, la otra parte de la ecuación, el yo, surge de la dualidad que le dio vida al oficio. Leer y escribir. Escribir y leer.  

En el prólogo de El otro lado (2020), Mariana Enríquez cuenta que escribió Bajar es lo peor (1995), su ópera prima, porque “no encontraba nada ni nadie que contara lo que me pasaba y lo que yo misma leía en los libros que compraba”.  

Teniendo en cuenta que el dolor por la pérdida es la aflicción más común, su literatura parecía notablemente escasa”. Eso fue lo que dijo Didion para justificar haberle dado vida a El año del pensamiento mágico.

Ni el hedonismo de Cole, ni el carácter personal de Ernaux o Didion, o los postulados de Orwell escapan a la necesidad humana de contar historias. Preservarlas por escrito para que sean útiles, para que resuenen en los demás y por generar la ilusión a aquellos que las escriben de que, aunque sea por un rato, pueden vencer a la muerte.  

Por Sofía Durand Fernández
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