Por Valentina Temesio
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Hasta el 5 de junio, “cerquita de la medianoche”, el Spotify de Patricia Turnes “estaba re tranquilo”. Ese día, el mismo del Ambiente, la artista lanzó El disco de las plantas, su cuarto álbum.
Dice que “pila de gente ya tiene su conexión con las plantas”, que creció con la pandemia, pero que ella la tuvo desde hace tiempo. Quizá sea porque vivió dos años “fundamentales” de su vida en Maldonado, cerca del mar, del verde, entre la naturaleza. Antes, había vivido en Montevideo y Buenos Aires; en dictadura, su familia se exilió en Argentina.
Entonces, pasó de vivir en un apartamento a correr en el bosque: “Cuando había una tormenta, se caía un árbol y hacíamos campamento. Ahí empezó una relación con la naturaleza que viene hasta el día de hoy y potente.” La vida de Turnes hasta ese entonces, en comparación con una planta, era “un clavel del aire”: “Ahí eché raíces”.
En el 85, con el fin de la dictadura militar, las personas volvieron a recuperar sus trabajos, cuenta. Así, inició, otra vez, su vida en Montevideo. Al principio volvía a Maldonado todos los fines de semana, la capital le parecía inhóspita; comenzó a valorar, de alguna manera, el “control social” del interior. Por ejemplo, cuando le preguntaban por toda su “vida y obra”, la de sus amigas, la de su familia.
En Montevideo vivía con su abuela, que tenía un balcón y un pajarito en una jaula. Era amarillo y se llamaba Carusso. Capaz, dice, por esas cosas “que quedan en el inconsciente de uno”, ahora es “recontra bichera”. Pero no con pájaros, sino que con perros. Tiene cuatro, que le demandan tiempo. Por eso, camina una hora y media por día.
Su camino artístico comenzó con la escritura. Estudió y trabajó como periodista, hizo cursos de cine. Pero, cuando más escribió, le “explotó” la cabeza y comenzó a tener ataques de pánico. Ese momento, en el mismo que empezó a hacer talleres con Mario Levrero, marcó un cambio en su vida. Dejó de estudiar lo “clásico” y se movió “hacia lo creativo”, lo esotérico: “No quería la parte mental”.
Después llegarían el tarot, la astrología, la música; los lentes oscuros, las canciones de amor, las curas, las plantas, la conservación.
Este viernes 14 de julio Patricia Turnes y Los Paquitos — Flavio Lira, Fabrizio Rossi Giordano, Ismael Varela, Miguel Recalde, Carolina Gil y Matías Chouhy— tocarán con Dani Umpi y Amigovio. Juntos presentarán Futura Nostalgia, una fecha inspirada en el artista argentino Federico Klemm.
¿Hay diferencias entre Patricia música y Patricia escritora?
Patricia escritora está medio trancada en este momento. Sobre todo, porque yo venía de una cosa de retratar la vida, de dibujar viñetas, que es parecido a la música, pero, en la escritura, se había vuelto casi una obsesión el ir con la lupa atrás de cada vivencia mía para poder traducirlo a un libro. En un momento, eso te cansa, te mata. Porque siempre estás desfazado y, a su vez, estás generando otro mundo que tergiversa un poco este. Si bien en las canciones también, tenés otra libertad, las podés disfrazar un poco más.
¿En qué sentido?
Son más cortas, no podés decir tantas cosas. Es mucho más escueto. Aunque es lo mismo, pero me doy menos cuenta.
¿Influye el sonido?
Sí, va por otro lado. La diferencia sería cómo me siento al hacer música: mucho mejor, es mucho más vital que escribir. Porque escribir es más cerebral; hacer música es con el cuerpo, sale de otro lugar, más del alma. Cuando hacés música, es con gente, es más sociable. La escritura es muy solitaria. Esa es la diferencia mayor que te va generando la práctica de cada arte, aunque para componer también pasás solo.
¿Cuándo llegaste al mundo de las canciones?
Eran en plan fines de semana con una pareja; cuando estábamos aburridos o en nuestro tiempo libre. Le dábamos a la guitarra, cantábamos. Ahí salieron varias canciones que están en Lentes oscuros [su primer disco, de 2018]. Después, cuando me separé, no solo me di cuenta de que estaba en una crisis emocional, sino que me dejó en un lugar muy vulnerable. Pensaba: “¿Ahora qué hago con todo esto? Era una diversión y yo estaba por empezar a publicar mis novelas y cuentos”. Pero, otra parte de mí decía: “Ya no me conforma solo eso, quiero seguir cantando”. Me parecía una locura, pero dije: “Voy a aprender a tocar yo”. Sino, iba a depender toda la vida de alguien que tocara la guitarra, o de su estilo. Desde ese entonces estoy con mi novio actual, que le gustan otras cosas (no tan distintas a las mías), pero quizá le gusta más la música por el sonido, el ruido, el noise.
¿Cómo empezaste tu camino musical?
Un día fui a una plaza, que siempre iba con mi perro, Lobo, en Buceo y me encontré con Mandrake Wolf, fue como un momento estelar en el que se alinean cosas. Él, que estaba con su hijo, solo me dijo: ¿cómo andás? Y yo pensé en empezar clases de guitarra, y lo hice. Pero él no entendía qué miércoles quería, porque no practicaba mucho, no entendía mucho, tampoco quería tocar en un asado. No lograba clasificar si quería componer o no porque las canciones que yo le mostraba eran con melodía y letra mía, pero tocado por otro, ¡se volvía loco! Intercambiábamos libros. Paralelamente, empecé clases con Samantha Navarro, que me ayudó mucho a pensar en consignas simples para crear. Con Mandrake aprendía más canciones clásicas, pero veía que tenía esa dificultad y que no estaba muy clara, esa es la verdad. Lo que sí, él fue quien me tiró una línea, me dijo: este sábado van a tocar unos gurises, una onda tipo The Cure, capaz que te gusta. “¿Cómo se llaman?”, le pregunté; Carmen Sandiego, respondió. Ahí conocí a Flavio [Lira]. Conocí al nuevo grupo de gente con el que me vinculo ahora.
¿Ese fue el camino que te acercó al sello Feel de Agua?
Sí, todavía ni existía, o recién estaba empezado. Pero yo a Fabrizio [Rossi Giordano] no lo conocía. Lo que más me partió la cabeza de él fue El dúo melódico, que tenía con un niño de diez años.
¿En ese momento entendiste por qué camino querías ir?
No componía, miraba. Y dije: “Esto me gusta”. Con Carmen Sandiego piré. Porque no iba por el lado de sonar perfecto ni afinado. Era como ponerle el choque, medio punk, en ese sentido. Era muy especial: las letras eran rebuscadas, oscuras, pero, a la vez, cómicas. Me hice muy fan de ellos, los seguía a todos lados.
Yo iba como público. Después, analizando, me di cuenta de que detrás de los discos que yo escuchaba estaba Fabrizio o amigos. Había algo ahí. En determinado momento, empecé a visualizarme en eso. Porque las canciones estaban surgiendo, ya había empezado a componer. Ahí me di cuenta de que tenía que grabar.
Tu disco anterior, Todo Lo que No Se Cuenta en Las Canciones de Amor, y El disco de las plantas son conceptuales. ¿De dónde salió la idea de hacer un disco sobre plantas?
Pasaron varias cosas. Una es que empecé a tener canciones de plantas por ahí; había una sobre una esquina que tenía una pitanga, otra sobre la flor de pajarito, que queda cerca de mi casa. Empezaron a juntarse las canciones sobre plantas, encontré un motivo que se repetía.
¿Un hilo conductor?
Empecé a ver un camino. Donde yo vivo hay casas, hay un bosque al lado, mucha naturaleza. Por otro lado, creo que también influye el hecho de que escuché mucho folclore, porque en ese género se habla mucho de la tierra, de las plantas. Todo va llegando de algún lado, solo no viene. Lo conceptual es un poco consecuencia de eso.
Entonces, ¿viene por cosas que viste?
Sí, cosas que me llamaron la atención, por algunas personas que eran muy fanáticas de las plantas. Vi que había algo lindo por ahí, me gustaba que se mencionaran las plantas en las canciones. Después pensé que estaba bueno para cambiar; cortar con tanta crítica, autocrítica, revisionismo, de mirarme a mí misma todo el tiempo, que siempre lo hago cuando escribo. Pero necesitaba respirar un poco.
Hay cierta dosis de realidad en tu obra.
Yo soy muy fan del realismo lo que pasa, me cuesta lo mágico. En mi literatura pocas veces hice cosas mágicas. Cuanto más simple parece el retrato, mejor.
A veces, tus canciones parecen crónicas.
Me gusta eso. Algunas canciones del disco las escribí pensando en resumir una historia, tipo cuentito, media carilla escrita bien chiquita. Después, a eso lo resumía aún más; así salió “Parábola de la planta de morrón”. Una historia que me cuentan un día puede ser una canción.
¿Siempre partís de algo que ves?
Para mí, la realidad tiene cosas que superan cualquier invención. “Coquitos” es una historia relarga que pasó en mi barrio.
¿Cómo se dieron las colaboraciones del disco?
Primero, porque soy fan de Buenos Muchachos, de Pedro Dalton. Quise escribir una canción como él, aunque tiene otro estilo.
¿Sos muy fanática de artistas?
Sí, bastante fan.
¿Cómo te acercás?
Esta colaboración surgió por Isla de Encanta. Fui, canté unas canciones con él y ese día fue mágico porque había conocido a uno de mis ídolos. Él escuchó la canción “Frente a mí” y le conté de dónde venía. Salió en el compilado de Isla de Encanta. En ese momento pensé en invitarlo para mi próximo disco, porque es uno de mis referentes musicales, no tuvo que tranzar con nada.
Hay más colaboraciones también.
Sí, está Antolín. El año pasado tocamos con él en la sala Lazaroff, fue toda una aventura. Estuvo difícil hacer esa canción, porque canta sus canciones, no de otras personas. Es un ser fantástico, es un freak, es increíble.
¿Por qué elegís la autogestión?
No veo otro camino. Siempre estuve en eso de la contracultura, en todo sentido. Me gusta eso. Si bien, en este momento, apuesto un poco a la profesionalización. Es mucho esfuerzo, más si querés hacer algo distinto. Somos músicos de acá, acá tenemos determinados géneros... Hay que verlo a eso: dejar un poco las influencias extranjeras de lado. Todo bien con el rock, pero acá tenemos candombe, milonga, murga, una cantidad de cosas que también hay que nutrirse de eso.
Por Valentina Temesio
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