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Contenido creado por Federica Bordaberry
Literatura
Soledad y desencuentro

Pedro Dalton, la voz contemporánea de un ángel maldito

Los renglones de Pedro Dalton pueden ser como un caballo negro que es todo temperamento, vivo como un tormento.

18.08.2022 10:43

Lectura: 6'

2022-08-18T10:43:00-03:00
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Por Bruno Guerra
brunogdarriulat

Los poetas malditos son personajes corridos del plano moral convencional, asociados a la desgracia, los vicios y la búsqueda romántica de anestesia o de la sublimación. Perseguidos por fantasmas cómplices, vivos como un tormento y siempre acechantes desde el borde de la desmesura. 

La literatura de los malditos es un encuadre, un zoom, una especie de retazo de una instalación toda que bien puede ser historia propia. Claro está que la estética miseria no sería tal sin la bendición de los malditos.

En este sentido, a Alejandro Fernández (mejor conocido como Pedro Dalton) le cabe todo el título de maldito y, quizás, también el de un crooner romántico. Esto se desborda en su literatura, en su música y sus letras. En su voz, en su porte y en sus formas. En ser un enemigo del dolor. 

Es un espectro hermoso reflejado en cuadros que se callan con imágenes de un Dorian Gray bien llevado, también vivo como un tormento. Es que las presencias, en el plano literario, son la cosa más potente que existe, y de las cosas más densas y ominosas en el plano material. 

Los renglones de Pedro Dalton pueden ser como un caballo negro que es todo temperamento. Como la luz de un faro que ilumina, sí, pero no deja de encandilar a la hora de dormir. Como la escopeta que pega el tiro de la verdad.

Si algo que es característico en los malditos es la soledad y el desencuentro.

Si hay un poema que me deja, cada vez, estos dos gustos, amargándome el paladar, es “Puentes levadizos sin barcos”, con pasajes como «Cuando el mundo gira al revés para nosotros», «el calor impidió los ríos» y «más caminaremos… igual solos», cierran de forma contundente un texto por todo lo alto y con una floritura no tan recurrente en la literatura de Pedro. 

“Puentes levadizos sin barcos”, que se encuentra dentro de Cuatro libros de poesía y un montón de ojos en la cabeza, antología editada por Estuario en 2010 y que incluye Mentira el cielo (2006), No solo de hambre vive el hombre (2008), Poemas contundentes (2009) y Más de eso. Es de este mismo libro que destaco otros poemas que apestan a malditos: “Reunión de siete”, “Hay bosta en la hondanada”, “Horizonte” y “Poema chico”.

“Reunión de siete” me resulta un homenaje a la fealdad. Al fin y al cabo, (como dice el mismo autor), «la belleza no está dónde quieras verla/ sino dónde la puedas ver». En la frase: «No hay lamento que valga luego de lo ocurrido/ cuando la luna es metal fundido/ y/ Dios es un llanto/ en la dura almohada»; se cae en la desolación después de un escenario asqueroso y algo humorístico en que nos pone el poema. En un ejercicio eficiente de conectar una angustia hueca e insalvable con un patetismo bien cotidiano.

“Hay bosta en la hondanada” es un retrato redondo de un resentimiento lumpen. Con un personaje (Rogelio) experimentando una rubia que imagino sube como un vapor. Aparece la tristeza y parece brillar junto con sus ojos «como la puta luna de cielo despejado en invierno sobre la puta agua helada»; y la imagen de ángeles de las cunetas que le abren este paisaje oloroso y apretado, como letras de hojala apretadas en una taza sin café.

Por otra parte, en “Horizonte” también hay floritura, pero a diferencia de “Puentes levadizos sin barcos”, éste se mantiene en lo alto, sin una imagen que nos baje al barro porque simplemente no la necesita. «Él está siempre donde lo podemos ver,/ donde nunca tocar/ porque para eso lo inventamos,/ para alcanzarlo/ sin llegar». Esta es la imagen de todo lo real, pero imposible. Del escape de todos nuestros anhelos, que están ahí, siempre a la vista, pero inalcanzables.

“Poema chico”, de cinco versos (haciendo honor a su título), es, quizás, más volátil que un pensamiento. Termina con la frase «en ese disparo», que yo creo que es una impresión desesperada, o algo así como un grito de tinta.

Antes de terminar con “Cuatro libros de poesía y un montón de ojos en la cabeza” quiero hablar de “La ira de los humanos”. Un texto escrito casi de corrido en dónde, básicamente, baja de una preciosa pedrada de mierda a «los que se rascan las ideas pensando que son humanos», quien sospecho son los artistas.

En 2009 se edita La cara del ángel, una novela merquera de amor y muerte. De un maldito, sobre malditos y para malditos. Un relato crudo, visceral y hasta hilarante por momentos, que comienza con una tremenda impresión: un personaje haciéndose «carne picada» en un accidente de tránsito. “La cara del ángel” es de lectura rápida, pero no por eso simple. Está llena de guiños a pinturas, canciones, bandas y libros que no solo construyen al personaje llamado Esteban, sino también al personaje Pedro Dalton. Esta novela tiene mucho de poesía, pero más tiene de canción, de esas canciones que cuentan la historia de alguien que pasa por el mundo, vive (quizás, como maldito), y el universo sigue intacto, como nos pasa a cualquiera de nosotros.  

Si no alcanzara con su voz, sus libros, su historia y su música para colocarle el título de maldito, podemos también incluir sus dibujos de rostros derruidos, deformados, de mil lenguas y ojos. De bestias que chillan, de ángeles demasiado humanoides, y creo que con eso la discusión está ganada.

«Dejo el alcohol y las drogas de costado. No me interesa más eso» dice Pedro en una entrevista en el ciclo “En Estudio” en 2018. Quizás, el cuco aún esté en su manta, como lo está el peso de Nick Cave y de sus herencias, del infierno que no tiene etiquetita atrás, del whisky, las monedas y el encierro al que canta en un hermoso cover, como lo acompaña el rengo con Nike y el insectario; y aunque parezca una isla desierta y esa isla sea un camalote, aunque ya no esté tan abajo y viendo como topo, sobre su barco hermanito, a lo mejor, llega a nosotros: los miserables, para darnos un alarido de esperanza en esta sala de espera interminable, o en estas profundidades del cuarto rojo dónde salen a la luz los negativos de nuestras peores fotos intentando, como pueden, hacerse bellas.

Yo solo espero «que se arremoline el viento/ en el vuelo de coleópteros/ si usan el aire/ para intercambiar los jugos/ y que sean de amor/ para que lleguen al nido/ y no sea un fracaso…/ para que lleguen al nido/ los buenos y no solo los lindos».

Por Bruno Guerra
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