Por Daniela Kaplan
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Hace pocos días estaba viendo las novedades del escenario artístico uruguayo y me encontré con una grata noticia. La exposición itinerante “Petrona Viera: creación sin fin”, concebida en el Museo Nacional de Artes Visuales de Uruguay y curada por María Eugenia Grau, se está desarrollando en el Museo de Arte de las Américas de la OEA, en Washington D.C., desde el 15 de junio y hasta el 27 de setiembre. Esto es parte de una política de internacionalización de la cultura uruguaya del Ministerio de Educación y Cultura, que ya había comenzado con una gira latinoamericana, en el Museo Nacional de Bellas Artes de Chile y en el Palacio de Bellas Artes de la República Dominicana.
Petrona Viera: creación sin fin" (Petrona Viera: Endless creation) Now on view (through September 27)@JMLambert1 @OAS_official @adrianaospinaj@MEC_Uruguay @MuseoMNAV @inavculturamec@mwainstein_uy @AguerreEnrique pic.twitter.com/PpoXegWpja
— Art Museum of the Americas (@AMAmuseum) June 22, 2023
Petrona Viera nació en Montevideo en 1895. Su padre fue Feliciano Viera, un personaje importante en la modernización del país, que llegó a la presidencia entre 1915 y 1919. Petrona fue la hermana mayor de una familia de once hermanos. A los dos años sufrió una enfermedad, por la que quedó sorda y, por su temprana edad, no le permitió desarrollar el habla. Empezó a estudiar arte con Vicente Puig y luego con Guillermo Laborde, su maestro, con quien consolidó su carrera artística. Claro, siendo mujer y con una discapacidad auditiva, Petrona no asistió a clases presenciales en el Círculo de Fomento de Bellas Artes ni viajó por el mundo. A partir de su vínculo con Laborde, ingresó en la corriente planista, un movimiento artístico desarrollado en Uruguay entre 1920 y 1930, caracterizado por la utilización de planos de color prácticamente puro, con dibujos sin detalles y ausencia volúmenes, donde importa tanto el fondo como las figuras. Sus obras más conocidas se caracterizan por temas que mucho tienen que ver con su realidad, con esa Petrona observadora, que vivía la mayor parte de su tiempo en el contexto familiar, rodeada de sus hermanos, sus juegos infantiles y sus paisajes. Sin embargo, a partir de 1943 muestra su capacidad multifacética, incursionando en nuevas técnicas como acuarela y grabados en madera y metal, hasta su muerte en 1960.
Recuerdo que en 2020 fui a ver la exposición Petrona Viera. El hacer insondable en el MNAV, en plena pandemia. Y tanto me gustó, que fui más de una vez. Llevé amigas y a mi madre. No conocía la potencia de su obra, me perdí en sus planos de color y en su mirada que me resultó única y profunda. Una mujer que denotaba una forma de ver singular y una forma distinta de expresar. Después me puse a investigar más, a partir del gran trabajo de María Eugenia Grau y Verónica Panella desde la curaduría, y la situación era más que evidente: el MNAV tenía 1001 obras de Petrona (hace más de 50 años) pero nunca, hasta el 2020, se le había dedicado una exposición monográfica a la primera artista profesional de nuestro país, una mujer con trayectoria, sin dudas.
¿Y por qué se la conoce tan poco? Como dicen las curadoras, si bien fue la primera pintora profesional, se la marginó del análisis profundo de la historia del arte nacional. Secundada, ignorada y silenciada. Petrona siempre fue aludida en función a determinados hombres que la rodearon: la “hija del presidente” o “la alumna de Laborde”. Además, por las temáticas que frecuentó, siempre se la llamó “la pintora de niños”. De hecho, sobre la obra presentada por Petrona en el Salón de Otoño de 1927, un artículo sin firmar de La Pluma decía: «Nuestros mejores artistas no han concurrido o han estado mal representados. […] Sigue fielmente la Srta. de Viera la tendencia de su profesor, no sabemos si por simple determinación de esa circunstancia casual, o por una afinidad íntima de temperamento. De todos modos, hay en la inteligente discípula una cierta sensibilidad femenina que hace más frescas y graciosas sus figuras, no obstante percibirse en la elegancia de la composición, el gusto decorativo del maestro, acaso ya asimilado por ella».[1] Es decir, que este tipo de discursos ubicaron a la artista como un ser pasivo, con una sensibilidad femenina, para pintar figuras frescas y graciosas y, no puede faltar, el concepto de lo decorativo. En general, en la Historia del Arte, no suelen usarse estos conceptos para referir a las grandes obras… ni a sus artistas. Lo cierto es que María Eugenia Grau y Verónica Panella hicieron un excelente trabajo al revisar estas miradas -que son, por lo menos, reduccionistas- y poner en valor una producción que, de hecho, ahora está en Washington D.C. representando a nuestro país.
A fin de cuentas, se ha tendido a marginar la producción femenina de los relatos de la historia del arte. Y no porque no existieran mujeres artistas. Las hubo siempre, aunque, claro, sin las mismas oportunidades ni facilidades que sus pares masculinos. Ha sido por falta de reconocimiento, investigación y, muchas veces invisibilizadas, porque, como dice Virginia Woolf, “anónimo” era una mujer. La historiadora Linda Nochlin entiende que en la historia del arte se ha tendido a aceptar a la mujer como pasiva, débil, con una función asociada a lo doméstico y, sobre todo, como objeto artístico, pero no sujeto de arte; como tema, no como creadora. No en vano, el grupo de activistas feministas Guerrilla Girls empapeló las calles de Nueva York en 1989 con el icónico cartel que preguntaba “¿Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar en el Metropolitan?”.
Viendo nuestro país, empecemos por lo primero. En Uruguay no existe una especificidad disciplinar en cuanto a la Historia del Arte. No hay una carrera específica. Por supuesto, producir conocimiento en este contexto es muy difícil. Y es evidente que no se fomenta; tan solo basta ver el “Plan de Educación Media Superior 2023” presentado por la ANEP hace unos días, para ver cómo se pierden horas de Historia del Arte. Es que hay un tema de base y es la marginación de esta disciplina. Quizás porque no se le ve “utilidad”. Y no me voy a poner a discutir la importancia del arte en la educación integral de la persona; solo basta decir que, si de “utilidad” se trata, el arte y el patrimonio producen economía, pero eso es algo que Uruguay no parece comprender. O fíjense en Bilbao, con el “efecto Guggenheim”, en el que la instalación de un museo de arte, y solo por verlo en términos económicos, aportó 172,3 millones al PBI. Para eso se necesitan profesionales, investigación e incentivo. Pero no me quiero ir por las ramas.
El hecho es que, aun teniendo en cuenta las dificultades que implica producir e investigar en Historia del Arte en Uruguay, hay mucha más producción en cuanto a artistas hombres que mujeres. Y no porque no las haya: María Freire, Amalia Nieto, Elsa Andrada, Hilda López, Josefa Palacios, Linda Kohen, Lacy Duarte, Carla Witte, Amalia Polleri, Eva Olivietti, Margarita Fabini, Gladys Afamado, Martha Escondeur. Y podría seguir. También me puse a pensar que, en la poca presencia que tuvo el arte nacional en toda mi educación, eran muy contadas las veces que había sido mencionada una artista local. Y eso no es algo solamente de Uruguay. Es genérico. Y no se trata, entonces, de recuperar historias particulares. No se trata de contar historias excepcionales, de mujeres que escaparon de la norma. Tampoco se trata de centrarse en las biografías de estas mujeres.
Lo que deja en evidencia el caso de Petrona es que el discurso creado desde la Historia del Arte ha silenciado a las mujeres y la importancia de revisarlos. Porque las palabras pesan. Y los discursos operan en la realidad. Y hoy Petrona, que no es “la pintora de niños”, sino Petrona Viera una creadora sin fin, llegó a Washington D.C.
*Daniela es licenciada y profesora de Historia. Centrada en los campos de la Historia del Arte y de la Cultura, y amante de la escritura, actualmente trabaja en el área educativa y en producción cultural.
[1] Tomado del Catálogo de la Exposición “Petrona, el hacer insondable”, p.38. Disponible en PDF: https://mnav.gub.uy/catpdf/petrona2020.pdf
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