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Contenido creado por Federica Bordaberry
Literatura
Los libros y sus autores

Rafael Massa y el policial que vuelve al Montevideo desolado del sur

El lugar al que volvería es su rancho en Atlántida. Eso dice Massa, ingeniero, periodista y escritor. Una colaboración con HUM y Estuario.

25.08.2022 16:35

Lectura: 8'

2022-08-25T16:35:00-03:00
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Rafael Massa es ingeniero Civil y, además, auditor de sistemas de gestión de la calidad. Es experto en Gestión de Proyectos, materia en la que es docente en UNIT. Sin embargo, también ha trabajado como periodista en diversos medios: Asamblea, Mediomundo, La República, El Espectador, Brecha y actualmente en el semanario Voces.

En el ámbito cultural, ha realizado producciones teatrales, entre las que destacan los espectáculos Elena Quinteros, presente (2003), Manhattan Medea (2003) y Las tres hermanas (2004). Es el creador de La Pedrera Short Film Festival, evento del que fue Director entre los años 2004 y 2012.

Su novela La estafa de la muerte resultó finalista en el Concurso Medellín Negro (2016), y Todos mienten  recibió una Mención de Honor en los Premios Nacionales de Literatura (2015).

¿Cuándo empezaste a escribir?

A los cincuenta y dos años.

¿Te acordás de cuál fue el primer libro que te marcó?

Van dos libros que al comenzarlos no pude parar de leer: Viaje al fin de la noche, Celine; Crimen y castigo, Dostoievski. Y cuando digo que no pude parar, es literal.

¿Dejar de leer o dejar de escribir? ¿Por qué?

Dejar de leer, imposible. Dejar de escribir, sí, porque tengo que leer.

Contanos qué estás leyendo ahora.

Rojo y negro, Stendhal; La roja insignia del coraje, Stephen Crane; Cuarteles de invierno, Osvaldo Soriano.

¿Cuáles son tus escritores uruguayos favoritos?

De los que faltan, Juan Carlos Onetti, Carlos Martínez Moreno, Mario Levrero. De los que están, Gustavo Espinosa, Henry Trujillo.

Montevideo Portal I Javier Noceti

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¿Identificás influencias?

Sí.

¿Cuáles?

Onetti, Saer, Faulkner, Borges, Kafka, Camus.

¿Alguno que te guste recomendar?

Los adioses, de Juan Carlos Onetti; Glosa, de Juan José Saer; Las palmeras salvajes, de William Faulkner.

¿Sos de releer?

Sí.

¿A qué libro solés volver?

El extranjero, de Albert Camus: perdí la cuenta de cuántas veces lo leí.

Releo a Saer, Onetti, Faulkner —Santuario la leí muchas veces, de a pedazos—. Abro sus libros en cualquier página, releo, me pregunto para qué escribo, pero inexplicablemente me vuelven las ganas de escribir. Supongo que quien escribe entenderá un poco mejor de qué se trata.

El Aleph, Borges; Enrique V, Shakespeare.

El sueño de los héroes, Bioy Casares.

Para este fin de semana recomendanos un libro, un disco y una película.

Oso de trapo, un gran libro de Horacio Cavallo. Una de las mejores novelas uruguayas de los últimos veinte años.

Naumay, de Juan Ibarra, un joven uruguayo de un talento que mete miedo.

El gran Lebowski, de los Cohen.

Contanos sobre esa vez que un lector te reconoció en la vía pública.

No lo tomen a mal, pero la pregunta me resulta muy graciosa. ¿A mí? ¿En la vía pública?

Tu autobiografía en una frase.

Nací en Montevideo, vivo en el Barrio Sur junto a una mujer que amo y admiro; tengo tres hijos, un nieto, dos perros y los amigos suficientes; me gano la vida como ingeniero y me la gasto fumando, escribiendo, leyendo, juntándome con los amigos y viendo a Peñarol.

Tenés que convivir un mes con una autora o un autor: ¿a quién elegís?

¿Para convivir? Al Fito Santullo: un gran narrador, pero más aún, un gran tipo, un amigo y un loco muy, pero muy divertido, que siempre encuentra motivos para el festejo.

Un lugar para volver.

A mi rancho en Atlántida.

El primer verso que te viene a la mente.

Entre los pliegues de tu sueño

está despierta la realidad.

(Claros, Eduardo Darnauchans)

Montevideo Portal I Javier Noceti

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¿Para qué literatura en el tiempo del desamparo?

Como ejercicio de libertad. Quien escribe una novela, entre otras cosas, juega un rato a ser Dios: en media carilla puede dar la vida, oscurecer el cielo, declarar que a partir de este momento será abolida la explotación de un ser humano por otro, asesinar a un torturador. Por otra parte, si hablamos de desamparo, quizá la literatura sea la expresión artística que mejor lo puede resistir. Es tan poco lo que precisa: una hoja, un lápiz.

Lo último que comiste va a ser el menú para toda tu vida, ¿qué es?

Una tira de asado. Dije “asado”, no grasa con hueso a 230 mangos.

Tu idea de felicidad y tu idea de miseria.

La felicidad: el instante en que creo que todo es posible.

¿Mi idea de miseria? La escena de Esperando la carroza en que Luis Brandoni, mientras come una empanada con la boca llena, le explica a Tenuta, su cuñado, que lo que él tiene es una pobreza… digna.

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Sobre el libro: Sepultos en el fondo de un coffre-fort bancario, descansan documentos probatorios del accionar criminal de militares y de civiles durante la dictadura. Un día, como salido de abajo de las baldosas flojas del Barrio Sur montevideano, aparece un viejo camandulero en busca de justicia literaria y de plata rápida; trae consigo un pasado que vuelve a jugar en el presente, aunque ahora el juego sea nítidamente sucio y solitario.

Sucederá entonces que el involuntario protagonista, José V. Bruzzone, empezará a mover sus fichas, procurando no traicionar demasiado, no mentir demasiado y no querer demasiado, aunque esto menos por prudencia que por escasez de ímpetu. Mientras tanto, minuciosa e ingeniosamente, se habrá ido armando la trampa en la que protagonista y lector quedarán encerrados en la noche, “atentos y sin comprender”, como otrora Eladio Linacero.

Luego de Todos mienten, Rafael Massa vuelve a narrar como quien va tendiendo una celada, y vuelve a llevarnos a ese Montevideo al sur desolado, en cuyos boliches añosos cada tanto hay cobijo y en donde a veces perduran jirones de barrio.

La estafa de la muerte carga, en su andamiaje y en sus detalles, la emoción que procura una escritura inteligente, unánimemente poética y política. Compone así un paisaje, que ya es nuestro, arruinado por la costumbre de la impunidad y del no me importa.

Alma Bolón

Un fragmento:

Yo sé quién, cuándo, dónde y cómo lo mataron. Lo veo a la distancia, entre la rajas que dejan las chapas podridas, bajo el foco solitario, débil, que alumbra su cabeza envuelta en un trapo, atadas sus muñecas, colgando del techo del galpón, sus pies en el aire, a la orilla del río, de espaldas a la ciudad. Su cuerpo frágil, que se retuerce tras cada golpe. Su voz, ensartada por el miedo, irreconocible, como un chillido, preludio de su final. Imagino los oficios de los verdugos, que no conozco. No puedo ver el rostro del Jefe en penumbra, que dirige el tormento, aunque lo escucho todavía hoy. Le reclama los archivos, una vez más los malditos papeles. Oigo mi nombre en las palabras del Jefe al que adivino impecable, preocupado también por el barro que cubre sus zapatos. Los ejecutores no abren la boca, aunque a cada negativa del hombrecito, responden con una nueva descarga. Conserva, aunque desgarrado, empapado en sudor, espanto y sangre, su trajecito démodé. Reconozco, por su brillo inconfundible, el anillo ostentoso, de dudoso origen, que denota sus raíces. Resiste bajo ciertos códigos, que nunca creí que estuviesen tan firmes como para atravesar su verborragia presumida y pretenciosa que siempre me sonó falsa. Sabe que lo estoy viendo, en tiempo real, escondido, y sabe más en profundidad, porque me conoce, que no tendré el valor para resistir. Y esa será la razón de su éxito.

El Jefe se incorpora y se despereza, los brazos en jarra, sus manos en la cintura. Ensancha la espalda, esquivo, con su rostro aún fuera del cono de luz:

—Todos hablaron, Malfatti, hace cuarenta años... Y miralos hoy, en la tele, dando órdenes y lecciones de moral. Dejate de joder y decinos de una vez dónde está la otra carpeta. ¿O te pensás que nos vamos a creer que la tiene Vittadini, tu nuevo amiguito? Ya nos cagaste una vez hace años Malfatti... Yo no soy ansioso, y en estas circunstancias —sé lo que te digo—, aunque no te puedo negar que tengo cierto apuro, el tiempo para los dos no es el mismo. Ahora nomás, mientras salga a estirar las piernas y fumarme un cigarro —una distracción para mí—, para vos, entre palazo y palazo, el tiempo va a ser eterno. Se pasaron de listos, Malfatti... Un estafador con ínfulas de guerrillero y un tilinguito que juega a ser escritor. Te confieso que en un momento pensé que había más gente atrás de esto. Pero no. Dos inservibles. Vos, por la plata, como siempre. El otro, que se justifica por una reputación inventada, que ni él se cree...

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