Por Manuel Serra
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Conocí la música de Raphael en la pandemia. En la primera cuarentena que tuve que realizar tras tener un contacto, que, afortunadamente, fue negativo. En ese momento, estábamos trabajando en un homenaje por los diez años del fallecimiento del enorme Gustavo Escanlar y en esas encontramos una foto en las que estaban los dos juntos. A la postre, sabríamos que el escritor y periodista uruguayo era amante de la música del español.
Entonces, en ese escenario, solo por una semana sin ver a nadie, fue que pensé que algo debía tener el baladista andaluz, a quien, hasta ese momento, lo había visto siempre de lejos, sin detenerme siquiera a pensar qué era lo que hacía. Y así fue que puse por primera vez Digan lo que digan (1967). Y fue un camino de ida. Pasé todo el encierro escuchando constantemente ese disco, sin parar. A fin de cuentas, para eso existe también la música: para acompañar. Y vaya si me acompañó en esos días.
Terminada la reclusión fui a lo de mis padres, donde les conté que estaba completamente obsesionado con las canciones de Raphael, sin saber muy bien cómo iban a reaccionar. Mi padre, serio, fue contundente: “Y claro”. Resulta que era el artista favorito de mi abuela, que amaba su música. Y para colmo de casualidades, mi progenitor aún conservaba la colección de vinilos – entre ellos, estaba, cómo podría ser de otra forma, el inmenso Digan lo que digan – que tenía la “Yaya”. Como se imaginarán, no demoré ni un instante en ponerme esos discos bajo el brazo y llevármelos a mi casa.
Entonces, para mí Raphael tiene ese origen, esa doble dimensión: Escanlar y mi abuela. Al escuchar sus canciones, me conecto con ese pasado familiar y que también remite a los orígenes españoles de mi sangre. El cantante se divirtió mucho cuando le enumeré de dónde eran mis cuatro abuelos, todos ibéricos. “¿Y no tienes ninguno andaluz?”, preguntó. “Lo tengo a usted”, atiné a responder.
Es que sí, cómo son las vueltas de la vida, jamás, y menos cuando escuché por primera vez su música, hubiese imaginado que iba a tener la posibilidad de compartir un diálogo, bastante íntimo además, con este coloso. Y BEAT de Montevideo Portal lo hizo posible.
Y no crean que digo "coloso" de casualidad. Raphael es un coloso con todas las letras. Y mucho más que eso: es histrionismo, es voz absoluta, es teatro, es performance, es baile, es tristeza, es alegría, es risa y también es lágrima. Como el famoso poeta Walt Whitman, Raphael contiene multitudes. De personas, pero no solo eso. También, y quizá lo más importante, de sentimientos. Raphael es sentir. Y no hay nada más humano que eso: sentir. Deben haber pocos artistas – en el diálogo deja bien claro que es artista antes que músico – que contengan dentro suyo tantas cosas.
Y era también por ello que contaba mi historia con Raphael, porque cada uno tiene su propio trajinar junto a él, que lo lleva a conocerlo y sentirlo de una forma distinta. Incluso, aunque no sean tantos sus fanáticos en Uruguay, si bien son muchos, quienes gustamos de su música lo hacemos de una forma descarnada, casi de inmolación. Es escuchar una de sus canciones y el momento más insípido se transforma en lo más trascendental y épico de la Tierra. Y cada uno lo asocia a sus propios desafíos personales, vivencias, experiencias y lo simboliza a su imagen y semejanza. Es una experiencia casi religiosa, y en el mejor sentido del término. Un voto de fe a la humanidad. Porque, a fin de cuentas, como dice el cantor, “hay más azul que nubes negras” y “es mucha más la luz que la oscuridad”.
Por si fuera poco, tiene una carrera inmensa que lo ha llevado a tocar en todas partes del mundo y para todo tipo de público. No es casualidad, por ejemplo, que sea un ídolo en Rusia, país al que va desde 1970, que hoy está en el ojo de la tormenta por situaciones políticas, pero que consume mucha música en español. Ya lo sabemos nosotros por la gran Natalia Oreiro, o, como le dicen los rusos, “Nasha Natasha” (“Nuestra Natalia”, en ruso). Y en cierto punto, Raphael fue quién abrió las puertas a que la música en “castellano” cruzara la cortina de hierro y penetrara en el país de Fiódor Dostoievski. Pero, sobre todo, en el de Aleksandr Pushkin. Porque conquista el lado romántico de los rusos.
“Raphael está celebrando sesenta años de una exitosa carrera, que incluye 350 discos de Oro, 50 de Platino y uno de Uranio”, dice la web del artista. Y ya no habría que decir nada, los números hablan por sí solos. Y, sin embargo, creo que lo más grande de Raphael no son los premios sino lo que genera en la gente que lo escucha. Ese llanto que te despierta, esa risa obcecada que te trae, ese momento de intimidad romántica que siembra… y como esos escenarios hay miles. Qué va, millones.
Este 22 de marzo tenemos la suerte de que vuelva a nuestro país, donde presentará su espectáculo Resinphónico en el Antel Arena, un gran recinto, ideal para que su voz retumbe hasta el infinito y deje a su público con los sentimientos a flor de piel. Es por eso, que antes del show, hablamos con él sobre lo que significan estos sesenta años de carrera, de su origen, de su condición de artista, de su nombre, de su relación con nuestro país, de la guerra en Ucrania y hasta de las abuelas.
Vamos con la primera pregunta, que es casi de rigor. La pandemia ha impactado a todo el mundo, pero ¿cuánto ha impactado a Raphael? ¿Sigue siendo aquél, pero algo ha cambiado?
Cambiar no. Yo siempre aprendo. Aprendo muchas cosas; la pandemia también me ha enseñado. A ser más paciente, a no darle más importancia de la que tenía. También a trabajar enseguida, ni bien me dejaron yo ya estaba cantando. Por suerte, nadie se infectó. Todo ha ido bien. A los tres meses de estar en pandemia, cuando veía que me iba a quedar así bastante tiempo, aunque luego me equivoqué porque fue más corto, me puse a grabar. Grabé dos discos. O sea, que he podido aprovechar bien el tiempo. Y luego, el año pasado, para mí de trabajo ha sido como si no hubiera pandemia.
¿En un primer momento, cómo influye en usted, que tiene tanto contacto con el público o con la gente, pasar a estar recluido en las cuatro paredes de su hogar? ¿Cómo ha vivido ese cambio?
Tengo la suerte de tener un jardín bastante grande. Y eso, quieras que no, fue una bendición. Tuve también la oportunidad de marcharme a Ibiza, que el médico me lo recomendaba, porque, además, hay menos gente. Y, como era invierno, pues turistas ninguno. Así que, viendo el mar, estaba inspirando para el próximo disco y canciones. Bien, la pasé bien, la verdad.
Lo que no llevo tan bien es esta novedad, que es esta guerra. De Ucrania con Rusia. Nada menos. Esto me ha cogido desprevenido, porque esto no sé con qué se come. Esperemos que nuestros dirigentes y conductores de nuestras vidas sepan llevar esto con la suficiente inteligencia. El suficiente valor, pero también picardía, para que las cosas no vayan a mayores. Y que todo sea hablado y que lleguen a acuerdos, que hablando se entiende la gente.
Ya que menciona la guerra, me lleva a otra pregunta, pues usted ha tenido un éxito muy grande en los países de Europa del Este, Rusia incluido. Esto no sé si usted sabe, pero le genera una relación íntima con una de las cantantes más reconocidas de este país, que es Natalia Oreiro, que también tiene una popularidad enorme entre los rusos. De hecho, es donde más éxito tiene. ¿Por qué la música en español tiene un efecto tan grande en un pueblo que habla otro idioma y que, a priori, es tan diferente?
No creas que son tan diferentes. El ruso es una persona tremendamente romántica. Muy romántica. Son gente muy de corazón. Aunque ahora mismo nos parezcan otra cosa, por la situación que vivimos, pero el ruso es muy romántico. Y las rusas ni te cuento (risas). Y ellos aprendieron a hablar castellano escuchando mis canciones. Yo llevo ya yendo ahí cuarenta años. Recuerdo que mi primer viaje fue en el setenta y desde entonces a acá, pues todos los años.
¿Y qué significa eso para usted?
Es una cosa importantísima. Porque una cosa es que te premien, te den un disco de oro, otra de uranio, pero que una generación se dedique a estudiarte para aprender tu idioma es realmente algo maravilloso.
Yendo hacia el origen, ¿cuánto hay de verdad en ese rumor que dice que ese “ph” de Raphael usted se lo dejo por el “ph” de Philips, su discográfica?
No fue exactamente así. Pero sí. Esto lo he contado alguna vez. Porque hice mi primera prueba en discos Phillips, donde me agarraron enseguida. Y yo, al salir del edificio, le pregunté a mi manager que por qué si escribía “Philips” (N. del R: la “h” en español no se pronuncia”) se decía “Filips”. Y me dijo “no seas bruto” (risas). “La ‘ph’ es f”. “¿Dónde?”, decía yo. Y me explico que era así en inglés, en francés, en italiano, en alemán. Básicamente, me nombra a casi todos los idiomas. Menos el español (risas de nuevo). Y entonces, yo le contesté “ah, ¿y si yo en vez de la ‘f’ uso la ‘ph’?”. Y me respondió “pues, te leerán en todos los idiomas”.
Y fíjate tú que yo, que tendría catorce años…
¿Catorce años? Un crío…
Pues sí, un crio. Y con pantalón corto todavía (risas). Entonces, ¿qué pensaría yo que ya pensaba que me tenían que nombrar en todos los idiomas? Y fue dicho y hecho, puse la “ph”. Solo tenía un defecto y es que tus paisanos andaluces me iban a llamar “Rapael”. Nadie en la vida me llamó así.
Y, a cartas vistas, terminó siendo una gran decisión.
Pues sí, una obsesión como si yo hubiera estudiado marketing o algo así. Pero no, la verdad, es que resultó así.
En ese sentido, le quería preguntar si usted se siente más músico o más artista. ¿Cómo se ve Raphael a sí mismo?
Evidentemente, soy más artista. Primero que nada, soy artista. La música es un instrumento que yo tengo que tocar para que la gente me entienda.
En esta línea, me animo a afirmar que su música siempre fue rupturista, tuvo algo de vanguardista. Me imagino personas en pueblos perdidos de España en 1967 escuchando “Mi gran noche” de Digan lo que digan (1967) y debió ser algo impactante. ¿Usted era consciente de lo que estaba haciendo?
No, no. Mi estilo siempre fue rompedor. Muy rompedor. Y canciones como “Digan lo que digan” en su momento eran muy rompedoras. Ten en cuenta, que “Digan lo que digan” es la primera canción de protesta que se escribió en esa época.
Y hoy en día, ¿”hay más azul que nubes negras”? ¿O quizá hay más nubes negras que antes?
Igual, igual. Tenemos tiempos mejores y tiempos peores. Pero sigue habiendo mucho más azul que nubes negras, muchas más cosas buenas que malas. Digan lo que digan los demás (risas).
Bueno, sesenta años de carrera, como se dice en Uruguay, no es “moco ‘e pavo”, quiere decir que no es para nada poco…
Pero no, que si dice en España también… Eso lo dices por tu abuela (risas).
¿Cómo se vive sabiendo que tiene canciones que acompañaron a la gente, en las buenas y en las malas también, por más de medio siglo?
Pues, se siente muy bien. Porque, además, en los estadios, en los teatros, en los Antel Arena y todo eso (risas), la gente que viene a verme es de todas las edades. Hay fácilmente cinco generaciones distintas viéndome.
Claro. Y hoy en día, ¿se siente más reconocido que antes? Al menos, entre la gente que no es su público.
Sí, la verdad es que sí. Yo me siento muy feliz porque me encuentro en un momento de mi vida y de mi carrera en el que soy tremendamente reconocido. No ya conocido, sino reconocido. Puedo actuar cuando quiera y donde quiera, que el público siempre me sigue.
En su último disco, 6.0 (2021), trabajó con artistas de otras generaciones. ¿Qué lo llevo a buscar eso?
Más que por ellos, por las canciones. Me gustaban mucho esas canciones, que no estaban escritas para mí, pero porque, afortunadamente, tengo la potestad de cantar lo que a mí me gusta siempre, pues en ese disco quería grabarlas a ellas. Y me busqué un compañero o una compañera para cada una. Ha salido un disco precioso, muy bueno. Que repetiré, si Dios quiere, en un futuro. Aunque yo ya tengo muchos discos grabados a duetos. Ahora estoy grabando uno nuevo, que me lo está haciendo como compositor Pablo López, que es un grande de España. Y con este disco sería aún más.
¿Y cuál es el motor que usted tiene para seguir grabando, seguir tocando y presentándose? Y pareciera que siempre con la misma hambre.
El motor es la ilusión. O sea, yo acerté en el rumbo que le di a mi vida. Y acerté siendo lo que soy. O sea, por muchos sacrificios que tenga que hacer. Hay que cuidarse la voz y todo eso… pero, por muchos sacrificios que tenga que hacer, me compensa por el simple hecho de salir al escenario.
¿Y cómo vive su relación con el público?
Pues, como algo único e inigualable. Es eterna. Salir al escenario es la gloria. Es el estado perfecto mío. Es mi momento. No tengo miedo, no me pone nervioso. Al principio, sí. Cuando era un chaval, sí. Pero desde hace mucho tiempo no me pone nada nervioso. Soy muy consciente; pienso mucho las cosas que hago. Me da hasta tiempo para pensar adelante del público. Es maravilloso. Es como estar en casa, mi hábitat natural.
¿Recuerda la primera vez que se presentó en Uruguay?
Confundo, a veces, hace muchísimo tiempo. La tercera vez sí sé que fue en el Teatro Solís. Es que lo recuerdo porque llegué tarde, porque el avión llegó tarde. Y llegó sin músicos. Entonces, tuve que hacer el recital a capela. Eso es muy recordado en Montevideo.
Imagino que hay que tener valentía para animarse a cantar a capela ante un teatro…
Valentía sí, pero, en realidad, lo que hay que tener es voz (se ríe). Porque no tenía sonido ni nada.
Siendo Uruguay un país muy fanático de la música española, Raphael no ha venido tantas veces, como quizá sí lo han hecho otros artistas, como Serrat y Sabina. ¿Por qué cree que no ha venido tanto?
Es que eso no es cuestión mía; quien hace las giras decide si quiere hacerme pasar por ahí. O no. Porque estando en gira es muy complicado parar en todos lados. Y entonces, quizá, si hay tres días lo dejan para Buenos Aires y no me dejan sitio. Pero ellos deberían de pensar en esto que estamos hablando. Porque, además, mi deseo es que cada vez que voy a un país y en un continente es estar en todos lados. No me gusta dejar a ninguno de lado. Porque me deja mal a mí, ¿sabes? El público puede pensar “pues no quiere venir”. No es así.
Pero es eso: los que trabajan en la oficina de repente apuntan a una cosa porque les viene mejor. Porque los viajes no sé qué, porque llegó antes a no sé dónde, un montón de chorradas que no tiene nada que ver con el público ni conmigo.
¿Cómo viene viviendo este momento y las giras?
Mira, yo terminé en Madrid en diciembre la gira anterior. Ya he grabado de nuevo. Y la gira de ahora me lleva hasta las navidades próximas. Voy a estar en todos lados. Después de Montevideo, voy a estar en Colombia, Argentina también, hago Chile, Perú, Costa Rica y la República Dominicana. Ahí regreso a España para girar y ahí regreso nuevamente a América, primero a México y después me voy a Estados Unidos. Y después vuelvo a Madrid para en Navidad terminar esta gira.
¿Qué espera de su show en Uruguay en el Antel Arena? ¿Conoce el lugar, lo ha visto por fotos?
Lo he visto por fotos. Me parece espectacular. Así que ya estoy deseando plantarme ahí con todo el público uruguayo. Y cantar.
Ya para terminar, ¿quería preguntarle Raphael cómo le gustaría que fuera recordada su carrera?
Oye Manuel, dime la verdad. ¿Tu piensas que yo voy a ser recordado?
No tengo ninguna duda.
Pues ahí lo dejo. Ojalá.
Por Manuel Serra
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